jueves, 18 de septiembre de 2014

Cuando el pasado se hace presente (2)


Fernando Palatín
Una de las partituras que encumbraron en Francia al gran violinista, compositor y director Fernando Palacín, sevillano de nacimiento, pero que, como en otros muchos casos, no fue profeta en su tierra.
Mapa representativo de la extensión de Tartessos y su zona de influencia
Hay momentos de la Historia en que las teorías abundan, y es en esos momentos cuando prefiero cerrar los ojos y volver a ser aquella niña que soñaba con que mi abuelo Antonio me hubiera narrado la misma. Para disfrutar de ella como si fuera un juego, teniendo en cuenta que los hechos (que nadie conoce con exactitud) pueden llevarnos a crear otras historias que sean más sugerentes que la propia historia desconocida. Es en este mundo limpio de los niños, deseosos de vibrantes narraciones, como afrontamos la historia de Tartessos.
 Bronce tartésico
Grandes descubrimientos arqueológicos se han realizado a lo largo de los dos siglos anteriores, XIX y XX, algunos de ellos desmontando lo que se consideró un mito hasta aquel momento:
Homero y la ciudad de Troya con el caballo en su interior
La ciudad de Troya. Descrita en el poema épico, atribuido a Homero: “Iliada”. Aunque restos de aquella civilización tartésica han sido encontrados, la mítica ciudad de Tartessos sigue sin ser descubierta y su historia permanece en la nebulosa entre la leyenda y la realidad.
Estatua de Heródoto de Halicarnaso
Según las antiguas tradiciones, cuando los fenicios llegaron a las costas de la península ibérica, conseguían de Tartessos, entre otras mercancías, grandes cantidades de minerales y plata. De esta última en tal magnitud que deberían fundirla para poder transportarla. Grandes anclas argentíferas adornaban sus naves en la vuelta a sus ciudades de origen.  Las únicas pruebas de la existencia de Tartessos se encuentran en los textos de Herodoto de Halicarnaso, historiador griego, que habla claramente de la llegada de los primeros griegos a este lugar de feraz riqueza.
 Pintura en cerámica de una nave griega navegando
En su obra Ἱστορίαι (Historiae 'Historia') relata, como hacia el siglo VI a.C., una nave procedente de Jonia (Grecia) y comandada por el mercader y navegante jonio, Colaio de Samos, surcaba el Mediterráneo en su camino a Egipto. Así lo relata Heródoto: “Los samnios partieron de la isla y se hicieron a la mar, ansiosos por llegar a Egipto, pero se vieron desviados de su ruta por causas del viento de levante. Y como el aire no amainó, atravesaron las Columnas de Hércules y bajo el amparo divino llegaron a Tartessos”.
 Mineral de plata
Aquella azarosa singladura se convirtió en una gran alegría para los marineros griegos, que se encontraron con una cultura que nadaba en una gran abundancia. Un mercado desconocido para Grecia. Establecieron, de inmediato, relaciones amistosas y de comercio con el rey de aquel pueblo: Argantonio. Del que obtendrían unas grandes ganancias, mayores que las de cualquier comerciante griego hasta entonces, calculadas en unos 150 kilos de plata.
Representación pictórica de Argantonio, rey de Tartessos
Argantonio (según los filólogos su significado puede ser “Hombre de plata”) es el único rey del que existen referencias históricas, y ocupó el trono de Tartessos desde el 630 a.C. hasta el 550 a.C., fecha de su muerte. 
Plinio el Viejo, escritor, científico, naturalista y militar romano
La fecha de su nacimiento se desconoce, aunque todas las fuentes le atribuyen una dilatada longevidad. Herodoto habla de 120 años, mientras que Plinio el Viejo la alarga hasta los 150 años. Otros autores llegan a otorgarle una edad de 300 años. Todo hace pensar que, más que un solo personaje, fuera una dinastía formada por varios que asumieron, de forma sucesiva, el nombre de Argantonio.
 Mapa localización geográfica de Focea, en la actual Turquia
Los griegos, que llegaron a aquellas tierras de forma accidental, se encontraron con un rey dispuesto a colaborar totalmente con ellos, bien por deshacerse del yugo comercial impuesto por los fenicios o porque el comercio con estos estaba en declive por los problemas existentes en Fenicia con los persas. Así, según Herodoto, prestó ayuda a los griegos jonios de la ciudad de Focea para que pudieran construir una muralla en torno ella ante la amenaza de los persas. Focea era la marcaba el inicio del territorio de Jonia en la actual Turquía. 
Trirreme cartaginesa
El final de Tartessos está marcado, como su propia historia, de numerosas hipótesis. Unos señalan a los cartagineses como autores de su desaparición, sobre el 500 a.C., para apoderarse de sus grandes recursos naturales. Tartessos empieza su declive hacia el siglo VI a.C. tras la batalla de Alaila (535 a.C.) donde los estruscos y cartagineses se aliaron contra los griegos. Las últimas citas sobre Tartessos se refieren a esta época. La desaparición de los griegos focenses, tras la derrota en dicha batalla, grandes aliados y colaboradores de los tartesio, provocó el desplome económico, y la cercanía de Gadir, base del nuevo imperio comercial cartaginés, acabó sumiendo a Tartessos en el olvido.
Composición con el mapa del territorio que ocupaba Turdetania y la imagen de Estrabón
Otras hipótesis señalan que los tartesios dieron origen a los turdetanos. Estrabón, historiador griego que vivió entre el 63 a.C. y el 19 o 24 d.C., en su obra “Geografía” escribió referente a los habitantes de Turdetania, región que ocupaba los territorios de la antigua civilización de Tartessos: “… son considerados los más cultos de los íberos, ya que conocen la escritura y, según sus tradiciones ancestrales, incluso tienen crónicas históricas, poemas y leyes en verso que ellos dicen de seis mil años de antigüedad”. Esta fue la civilización que se encontraron los romanos cuando llegaron a estas tierras sevillanas.
El tesoro expuesto en su urna el día de la inauguración de la nueva sala
Sevilla está ligada a la historia de Tartessos, además de por estar enclavada en el territorio que se supone ocupó la cultura tartésica, por el descubrimiento (30 septiembre 1958) fortuito de un gran tesoro. Quien visite el Museo Arqueológico de Sevilla podrá deleitarse en contemplar lo expuesto en la sala, inaugurada en 2012, dedicada al “Tesoro del Carambolo” y podrá observar, junto con hasta un total de 143 objetos de otras procedencias, el original de este tesoro. Anteriormente se exponía una espléndida reproducción del mismo realizada por el orfebre Fernando Marmolejo. 
Saliendo de Sevilla hacia Huelva se observa, a la derecha de la misma, una pequeña elevación del terreno, a unos tres kilómetros de Sevilla ya en el municipio de Camas, es el conocido como cerro de El Carambolo. Para ascender hasta su cima se hace a través de la denominada Cuesta del Caracol y allí, como desde un mirador, se contempla una buena vista, desde el oeste, de Sevilla.
El descubridor entrevistado por los medios de comunicación
Al decir de las crónicas, el 30 de septiembre de 1958, uno de los obreros, Alonso Hinajos del Pino, que se encontraba junto con otros realizando la excavación de una zanja para la ampliación de las instalaciones del Real Tiro de Pichón, que allí se ubicaban, descubrió un brazalete al que le faltaba un adorno. 
 Un momento de las excavaciones
Aquel descubrimiento les animó a seguir excavando en busca de más objetos como aquel. Su sorpresa fue mayúscula cuando encontraron un recipiente de barro cocido que contenía otras muchas piezas. Parecían joyas antiguas de latón o cobre, y uno de ellos, para tratar de demostrar que así lo eran, trató de doblar una hasta que se partió. Aquello hizo que no llevaran a efecto lo que tenían convenido de repartirse aquellas joyas, por temor a la responsabilidad que acarreaba consigo aquel acto. Entregaron las mismas que llegaron a manos del catedrático y arqueólogo don Juan de Mata Carrizo y Arroquía, un gran experto en la cultura tartésica.
Composición con la imagen del tesoro y el profesor don Juan de Mata Carrizo y Arroquía
El profesor realizó un minucioso examen del tesoro, y mientras lo hacía iba su emoción en aumento. Estaba convencido de haber descubierto los primeros vestigios tartésicos en Sevilla. En su informe de presentación del descubrimiento manifestó: “El tesoro está formado por 21 piezas de oro de 24 kilates, con un peso total de 2.950 gramos. Joyas profusamente decoradas, con un arte fastuoso, a la vez delicado y bárbaro, con muy notable variedad de estilo y un estado de conservación satisfactorio, salvo algunas violencias ocurridas en el momento del hallazgo”. Estableció que aquellas piezas pertenecían a un periodo comprendido entre los siglos VIII y III a.C. Recientes investigaciones lo consideran adornos propios de animales que eran sacrificados en un templo de origen fenicio dedicado al dios Baal y la diosa Astarté que se encontraba en aquel lugar.
 Figurilla de Astarté descubierta en el yacimiento tartésico de El Carambolo
En excavaciones posteriores se descubrió una figura de la diosa Astarté, desnuda y tocada con una peluca de estilo egipcio. Data de la segunda mitad del siglo VIII a. C., y posee una inscripción que aclara su advocación: “Ofrenda que ha hecho Baal Jaton, hijo de Dommelek y Abdibaal, hijo de Dommelek, nigromantes de Astarté, como agradecimiento a Astarté-Ur por haber escuchado sus plegarias”.
Cuando conocí la existencia de aquel tesoro que al profesor Carriazo le hizo exclamar: “Un tesoro digno de Argantonio”, quise conocer quién y por qué fue enterrado en aquel lugar. Nadie mejor para hacerlo que mi abuelo Antonio, aquel maestro a quien admiraba sin haberlo conocido. El tampoco conoció el descubrimiento del tesoro, ocurrido bastantes años después de su asesinato, pero sí sabía de la historia de los tartesios. En mis sueños de niña éste fue su relato.
“Hace muchos, muchos años reinaba en estas tierras un sabio y justo rey cuyo nombre era Argantonio, su ciudad era Tarsis, la capital de su reino, Tartessos. Su pueblo, los tartesios, comerciaban con los fenicios con los productos que en esta tierra abundaban, los minerales (como la plata, el oro,…) y las pieles de los animales. Un día los fenicios pretendieron obligarle a bajar los precios para ellos obtener mayores beneficios. Argantonio se negó a ello, pues por encima de todo defendía a su pueblo. Amenazó a los fenicios con romper los tratos y expulsarlos de su territorio. Las relaciones, que hasta entonces habían sido amistosas, derivaron en disputas y enfrentamientos armados, al hacer caso omiso a sus palabras los fenicios.
“Argantonio no era amante de la violencia, pero ante la actitud adoptada por los fenicios decidió atacar los dos principales asentamientos  de ellos. Al frente de la mitad de su ejército y Terión, al frente de la otra, comenzaron el asedio a las ciudades fenicias. Pero estos, que habían previsto las acciones de Argantonio, aprovecharon la escasa defensa de Tarsis para atacarla. La ciudad fue pronto destruida y presa de las llamas, y todos sus habitantes, incluidos ancianos, mujeres y niños fueron pasados a cuchillo”
 Imagen de todas las piezas del tesoro
“Al ver el resplandor del incendio que consumía su ciudad, Argantonio se dirigió rápidamente en su auxilio. Mas cuando llegaron a Tarsis no pudieron hacer nada por defenderla, y su ejército, extenuado, fue fácil presa de los fenicios, quienes los derrotaron pereciendo en la lucha Argantonio. Un soldado tartesio, el único superviviente tartésico, acobardado, se había camuflado entre los cuerpos inertes de sus compañeros, arrepentido de su cobardía, se acercó al cadáver de Argantonio y le retiró las insignias reales, que aún lucía, para entregarlas a quien debería ser el nuevo rey de Tartessos, Terión”
 Collar
Utilizando todas las artimañas salió del campo de batalla mientras los fenicios estaban distraídos despojando a los cadáveres de los tartesios de todo lo que de valor llevaban encima., y no paró de correr hasta llegar al lugar en que se encontraba Terión, a quien refirió lo ocurrido en Tarsis y de la muerte del rey Argantonio. El nuevo rey, aguantando su dolor frente a su ejército, se retiró a su tienda. Allí, compungido y con sus ojos nublados por lágrimas, prometió a sus dioses que no luciría aquellas enseñas hasta vengar la muerte de su padre y de los habitantes de la ciudad.
 Pectoral
Así decidió atacar a los fenicios, pero para asegurarse que, en caso de derrota, aquellas insignias reales no cayeran en poder de sus enemigos, decidió enterrarlas. Las introdujo en una vasija de barro de las que el ejército usaba, y las enterró allí mismo. Al frente del resto del ejército tartesio se dirigió a atacar a los fenicios y su flota anclada en el Guadalquivir. 
Pulsera
“El enfrentamiento fue feroz y las bajas, por ambos bandos, numerosas, pero al final los fenicios impusieron su fuerza y Terión falleció en la batalla. Así quedaron allí enterradas aquellas insignias reales del rey de Tartessos. En aquel lugar donde Terión elevó su última oración a sus dioses y donde cumplió su promesa: No llegó a vestir aquellas insignias”. 
El tiempo pasó y aquel tesoro quedó allí olvidado hasta que el azar hizo posible su descubrimiento, para que de nuevo brillara bajo el sol sevillano.
Continuará........ Cuando el pasado se hace presente (3)






















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