lunes, 29 de diciembre de 2014

Cuando el pasado se hace presente (7) La conquista de Sevilla


Rememorando una visita escolar a la Alhambra, donde presentí la presencia, en la “Sala de la Justicia”, de un "maestro árabe" mientras mis manos acariciaban e intentaban dibujar en mi cuaderno aquellas escrituras árabes, que me decía “no te preocupes un día podrás conocer el contenido de esos grabados”. Los muros de la Alhambra están llenos de decoración caligráfica, escrituras cursivas y cúficas con poemas de los más ilustres poetas de la corte. En la taza de la fuente del “Patio de los Leones” podemos leer un poema del que entresaco esta estrofa:
Pues, ¿acaso no hay en este jardín maravillas 
que Dios ha hecho incomparables en su hermosura, 
y una escultura de perlas de transparente claridad, 
cuyos bordes se decoran con orla de aljófar?
Algún día volveremos sobre aquellos apuntes que en mi niñez tracé, para recorrer la historia de este hermoso lugar de mi Andalucía, y conocer los poemas que en sus paredes se hallan inscritos.
Tras su desembarco en las costas gaditanas, Musa ben Nusayr conquista Medina Sidonia, dirigiéndose a continuación hacia Sevilla, ciudad que consideraba de suma importancia por su situación estratégica. Aunque los autores mantienen diversas hipótesis, la más aceptada es que durante el verano del año 712, tras un prolongado asedio de más de un mes, pues sus habitantes se resistían a la capitulación y sólo el hambre provocada por la escasez de alimentos para mantener a los numerosos refugiados, hizo posible que Sevilla fuese conquistada por el ejército de Musa ben Nusayr compuesto, principalmente por bereberes, judíos y unos pocos árabes.
Tras la capitulación de la ciudad dejó como gobernador de la misma a uno de los mandos de su ejército, así como un fuerte contingente de los judíos que le acompañaron a cargo de la alcazaba hispalense. Se iniciaba lo que después sería habitual en la conquista de España por los árabes, la colaboración de los judíos en esta invasión posibilitó su asentamiento en las ciudades importantes conquistadas, donde eran respetados por las autoridades musulmanas y gozaban de gran influencia, fundamentalmente, por su poder financiero.
Dibujo representativo de Egilona
Una vez establecido este control en Sevilla, Musa ben Nusayr se dirigió con el resto de su ejército, en el que figuraba su hijo Abd al-Aziz, a través de la calzada romana, conocida como “Ruta de la Plata”, hacia la ciudad de Emerita (Mérida), donde residían personajes importantes de la aristocracia visigoda, para su conquista. Lo que sólo consiguió tras catorce meses de continuos asaltos fallidos y enfrentamientos, en las cercanías de la ciudad, con los defensores de la misma. Ocurrían estos hechos en el año 713. Entre los moradores de Mérida se encontraba Egilona, la viuda de don Rodrigo, quien al decir de algunos, gozaba de insigne belleza. Abd al-Aziz quedó prendado de ella y al poco tiempo contrajeron matrimonio. Aparte del amor que Egilona despertó en él, de esta manera, Abd al-Aziz trataba de ganarse el apoyo de algunos de los nobles visigodos. 
En el año 714 una sublevación de nobles visigodos se reveló contra el poder de los musulmanes en varías ciudades, entre ellas Sevilla en la que la población se oponía a la actuación de los gobernantes judíos que en ella Musa ben Nusayr había instalado. Según algunos autores dicha sublevación estuvo encabezada por el conde don Julián, que no había quedado conforme con la actuación de Tariq y Musa tras la derrota de don Rodrigo. Musa ben Nusayr envió, desde Mérida, un ejército al mando de su hijo Abd al-Aziz para recuperarla. Hemos señalado anteriormente la importancia que él le daba a la ocupación de Sevilla por su estratégica situación entre Marruecos y el resto del territorio visigodo.
 Mapa de Tudmir con la controvertida imagen de Teodomiro
Abd al-Aziz lleva orden expresa de recuperar Sevilla, aunque tenga que establecer pactos como ya lo había hecho con Teodomiro, un noble visigodo gobernador de la provincia de Auraliola (Orihuela), a través del “Pacto de Tudmir”, mediante el cual quedaba bajo su dominio un territorio que comprendía parte del levante de la península. Este noble visigodo no se debe confundir con el rey suevo del mismo nombre, y cuya estatua aparece en la fachada oeste del Palacio Real de Madrid, aunque opiniones encontradas existen de quien es el representado en esta escultura.
“Reunión de árabes”. Pintura de Horacio Vernet, de 1834
Algunos autores mantienen la tesis de que tras su conquista los árabes pretendieron cambiar el nombre de Hispalis (Spal para los visigodos) por el de Hims al-Andalus en recuerdo a su tierra de origen Homs (Hims para los árabes) de Siria, mas aquel nombre no cuajó entre los residentes, que no olvidemos seguían siendo mayoritariamente hispanorromanos, y pronto se convirtió Hispalis, en pronunciación árabe, en “Ishbiliya” de donde deriva el actual Sevilla.
Al igual que ocurrió en otras ciudades conquistadas, al inicio de la invasión árabe, las propiedades privadas fueron respetadas, sólo las pertenecientes a la corona, las del clero y las de quienes habían abandonado su tierra, fueron requisadas y repartidas entre algunos de los participantes en la invasión. Los altos impuestos de los visigodos fueron suprimidos y sólo se señalaron pequeñas cantidades en proporción con la clase social o profesional de cada uno. Impuestos de los que estaban exentos las mujeres, los niños, los inválidos y los mendigos. Se abría así una nueva etapa para Sevilla en la que alcanzaría un esplendor cultural que la convirtió en la capital intelectual de aquella época medieval.
Siervos trabajando a las ordenes del propietario
Los “iuniores” (en principio hombres libres del ámbito rural de Hispania, obreros agrícolas al servicio de la aristocracia terrateniente o “seniores” visigodos, llegaban a quedar adscritos a la tierra que cultivaban no teniendo prácticamente ninguna libertad de movimiento o acción que no fuera autorizado por los propietarios, convirtiendo en explotación económica el trabajo de aquellos) y los “siervos” (una figura del derecho visigodo que correspondía al estrato social más bajo, aquellos que por nacimiento, captura en batallas, insolvencia en deudas a las que no se podía hacer frente, o cualquier otra causa sufrían esclavitud), fueron los más beneficiados en estas actuaciones iniciales de la conquista árabe, pues suprimieron la figura de la servidumbre y otorgaban plenos derechos de ciudadanía a aquellos “iuniores” y “siervos” que profesaran la religión mahometana. Tal vez esta sea una de las razones por las que el islam se expandió con rapidez, ya que ningún judío o cristiano podía tener como esclavo a un musulmán.
Soldados del ejército árabe
Dejando a un lado todas las leyendas surgidas en torno a estas figuras de los inicios de la invasión árabe de Hispania, lo cierto es que la diversidad en sus orígenes de los componentes de las tropas árabes: bereberes, sirios, libaneses, egipcios, yemeníes, etc., más las propias tensiones creadas entre Musa ibn Nusair y Tariq Ibn Ziyad por atribuirse los méritos de la conquista y, tal vez, el temor del califa Al-Walid a perder las tierras conquistadas, hizo que éste llamara a Damasco a Musa ibn Nusayr a fin de que rindiera cuentas sobre la ocupación de Hispania.
Antes de su partida hacia Damasco, Musa ibn Nusayr designó wali (gobernador) de Al-Andalus a su hijo Abd al-Aziz, permaneciendo con él Habib ibn Abi Ubaida al-Fihri, un militar de la tribu Quraysh (que controlaba la Meca y su Kaaba), de gran prestigio entre el “yund” (ejército sirio en Al-Andalus). Llevaba consigo Musa todo el botín obtenido durante la conquista, consistente en numerosos fardos repletos de monedas de oro y plata, perlas, rubíes, topacios y esmeraldas, además de diversas joyas del tesoro visigodo requisado en Toledo. El momento de su llegada a Damasco, antes o después de la muerte del califa al-Walid, es discutida por los autores, lo cierto es que el califa que lo recibió fue Suleiman I, hijo del anterior, quien basado en diversas acusaciones, algunas promovidas por Tariq, le destituyó de su cargo e incautó todas sus posesiones, prohibiéndole el retorno a Al-Andalus.
 Don Pelayo, primer monarca del reino de Asturias
En el acontecer de estos hechos y desconocedor de los mismos, Abd al-Aziz continuaba con su gobierno y sus negociaciones con los nobles visigodos de los territorios no conquistados a fin de lograr una paz entre todos. De nuevo las leyendas surgen en torno a la figura de este wali, que van desde el intento de su esposa Egilona de que se coronara rey y se independizara de Damasco, hasta la presencia en Sevilla de Pelayo (un noble visigodo que fue el primer monarca del reino de Asturias) con el fin de negociar un tratado que terminara con los enfrentamientos entre árabes y visigodos en las montañas del norte de Hispania.
Lo cierto es que desde la corte de Damasco se había dado orden de acabar con la vida de Abd al-Aziz, a fin de evitar su posible rebelión ante lo acontecido con su padre, lo que podía significar además la pérdida de los territorios conquistados para el califa. Un día del año 716, no consta la fecha exacta, Abd al-Aziz fue asesinado mientras rezaba las oraciones del alba. Su cabeza, embalsamada, fue enviada a Suleiman I quien no dudó en mostrársela a Musa ben Nusayr, quien al poco tiempo falleció en la mayor pobreza. Así fueron pagados sus servicios en la conquista de Hispania. Y algunos reclaman lo que dicen es suyo, puesto que tras su invasión y destrucción, en algunos casos, de las obras y edificios existentes, que como veremos más adelante, sobre todo en Sevilla utilizaron para sus propias construcciones, cuando si lo perdieron fue por las luchas y ambiciones entre ellos mismos como siempre ha sucedido y sigue sucediendo en la historia de los pueblos árabes.
Tras el asesinato de Abd al-Aziz, quedó como wali Ayyub ibn Habil al-Lajun, de forma interina mientras llegaba el nombramiento de un nuevo gobernador. Ayyub era hijo de una hermana de Musa y algunos autores mantienen la teoría de que participó en el asesinato de su primo Abd al-Aziz. Su periodo como wali de Al-Andalus apenas duró seis meses del año 716, siendo sustituido por Al-Hurr ibn Ab dar-Rahman al-Thaqafi, quien ocupó el puesto de gobernador entre los años 716 y 719. Después de su nombramiento trasladó la capital de Al-Andalus a Córdoba.
Establecida en Córdoba la capital, perdió Sevilla su rango de importancia entrando en un periodo de decadencia, durante el cual el descontento de sus habitantes y las intrigas por el poder y las rivalidades entre las distintas tribus o clanes árabes, originan disputas entre estos y los bereberes, así como entre los musulmanes de origen y los recién convertidos, lo que motivó enfrentamientos por la posesión de los territorios conquistados. Situación que se extiende por todo Al-Andalus y que originó que entre el año 716 y el 746 hubiera veinte gobernadores, unos de ellos nombrados por el califa de Damasco, otros por el wali de Qayrawan (Túnez) y en ocasiones por los propios residentes en Al-Andalus.
 Familia bereber
La sublevación de los bereberes norteafricanos en el año 734, motivada por la orden dictada por el gobernador de Ifriqiya y Egipto en la que imponía fuertes impuestos a los no creyentes y la obligación de alistarse en el ejército musulmán a los jóvenes de aquellos pueblos, así como la obligación de facilitar mujeres para el harén del califa, hizo que en la zona se desarrollaran diversos enfrentamientos en los que el ejército musulmán terminó derrotado. Tras la toma de Tánger por los bereberes norteafricanos en el 741, el ejército sirio, bajo el mando de Baly ibn Bisr al-Quasayri, cruzó la península para tratar de frenar la insurrección bereber en Al-Andalus. Es durante el mandado del wali Abu l-Hattar al Husam ibn Darar al Kalbi, cuando este procede a la distribución de las fuerzas sirias en lugares que se asemejaran a sus orígenes. Así los sirios del ejército procedentes
 Abu al-'Abbas Abdullah ibn Muhammad as-Saffah, primer califa abasí en Arabia
Abundando en lo señalado anteriormente, en referencia a las luchas tribales por el poder entre los pueblos árabes, dejaremos aquí señalados, de pasada, unos hechos que posteriormente tuvieron incidencia en la historia de Sevilla y Al-Ándalus. En Damasco los enfrentamientos entre los seguidores del clan de los Omeyas y los opositores al mismo reunidos en torno a Abu al-'Abbas Abdullah ibn Muhammad as-Saffah, originó el fin del califato omeya en el año 749, dado origen a los califas abasíes. La derrota de la familia Omeya trajo consigo el asesinato y muerte de todos sus miembros, únicamente Abd al-Rahman, un hijo del príncipe Mu’awiya y una esclava cristiana berebere, logró salvarse.
 Estatua de Abd al-Rahman en Almuñecar (Almería)
En agosto o septiembre del año 755, en las costas de Almuñecar (Almería), desembarca Abd Ar-Rahman ibn Mu’awiya ibn Hircham ibn Abd al-Malik, el único superviviente de la masacre cometida con la familia Omeya, quien, tras deambular durante años por tierras de Siria y Palestina, había llegado al norte de África a Ceuta, en donde recibió la invitación de los partidarios de los omeyas, que eran numerosos, en Elvira (actual Granada) para que se trasladara a la península a fin de encabezar la rebelión frente al wali Yusuf al-Fihri. Desde el castillo de Turrush, apoyado por los mozárabes residentes en él, y proclamado por los partidarios de los omeyas y los opositores a Yusuf, como jefe del ejército que logró reunir, inició la conquista.
En marzo del año 756, Abd al-Rahman, quien después sería apodado como “al-Dakhil” (el inmigrante) y como “el Halcón de Al-Ándalus”, tras haber dominado Elvira (Granada), Sidona (Medina Sidonia) y Rayya (Málaga), entró en Sevilla. Desde allí partió, bordeando el Guadalquivir, hasta Al-Musara, un paraje cercano a Córdoba, donde se enfrentó al ejército del wali Yusuf al-Fihri al que logró derrotar. En esta batalla del día 14 de marzo, Abd al-Rahman, al carecer de bandera de combate su ejército, improvisó una con un turbante verde y una lanza. Dando así origen al verde que hoy figura en la bandera de Andalucía, conocido como “verde omeya”.
 Calle Judería en Sevilla
Proclamado emir por sus seguidores, Abd al-Rahman independizó Al-Andalus del poder político de Damasco, dando origen así a la dinastía omeya en este territorio. Pero no se atrevió a nombrarse califa, lo que significaba una jefatura religiosa. Abd al-Rahman I se mantendrá en el trono hasta su muerte acaecida en el año 788. Durante su emirato trató de crear un estado organizado y fuerte basado en la integración y convivencia de los diferentes grupos religiosos que componían la sociedad: los musulmanes de origen; los “muladíes” (cristianos convertidos al islam); los mozárabes (cristianos que pagaban un tributo extra por permanecer en territorio musulmán) y los judíos, quienes por su participación en la invasión árabe alcanzaron ciertas ventajas, como la de disponer un barrio para ellos solos en las ciudades conquistadas. La “aljama” o “judería”. En Sevilla también tuvieron su propio barrio, pero el lugar de ubicación del mismo se desconoce con exactitud, el que hoy se conoce como “judería de Sevilla”, que pudiera coincidir con aquel de menor extensión, es al que se creó tras la conquista de Sevilla por el rey Fernando III.
Exterior de la mezquita de Córdoba en una imagen de 1870
No fue tarea fácil consolidar este estado a Abd al-Rahman I, ya que tuvo que dedicar sus mayores esfuerzos a sofocar numerosas rebeliones encabezadas o promovidas por los abasíes, así como revueltas y motines de carácter social en su propio territorio. En el año 785, aprovechando el material de una antigua iglesia visigoda, inició la construcción de la mezquita de Córdoba, obra que continuarían sus sucesores y que, según algunos autores, significó para Sevilla la demolición de algunos edificios y monumentos romanos y visigodos de los que Sevilla estaba repleta. Según esos mismos autores, aquellos edificios fueron desmantelados piedra a piedra y el material obtenido era trasladado, a través del río Guadalquivir, hasta Córdoba. Lo cierto es que en la puerta de la mezquita cordobesa pueden verse algunos de los “miliarios” (columna que se colocaba al borde de las calzadas romanas para señalar distancias de una milla romana, equivalente a 1.480 metros) de aquellas calzadas y cuyo texto en latín aún puede leerse.
 Reproducción gráfica de la mezquita de Ibn Adabbas
con la columna que recuerda su fundación y detalle de inscripción
Según las crónicas, Abd al-Rahman I, no llegó a perder nunca una batalla y a su muerte fue sucedido por su hijo Abu al-Halid Hissan (Hisan I) que rigió el emirato desde el 788 al 796; a este le sucedió al-Hakam, que lo hizo desde el 796 al 822. En el año 822 el emirato independiente de Córdoba es regido por Abd al-Rahman II, a quien se debe la construcción de la antigua mezquita de Ibn Adabbas en Sevilla. La primera gran mezquita construida en España tras la de Córdoba, y que debe su nombre al “qadí” de la ciudad Umar Ibn Adabbas, quien prácticamente dirigió las obras de la misma. Erigida ente los años 829-830, la fecha de su inauguración se conoce por el epígrafe fundacional que aparece inscrito en una columna de mármol que se encuentra en el Museo Arqueológico de Sevilla y considerado como el más antiguo de los epígrafes árabes de Europa. Su traducción dice: "Dios tenga misericordia de Abd al-Rahman ben al-Hakam, el emir justo, el bien guiado por Dios, el que ordenó la construcción de esta mezquita, bajo la dirección de Umar ben Adabbas, qadí de Sevilla, en el año 214. Y ha escrito esto Abd al-Barr ben Harum". (El año 214 de la Hégira corresponde con el 829-830 del calendario gregoriano que es el que se utiliza en la actualidad en casi todo el mundo)
 Imágenes con detalles de los restos de la mezquita árabe en  la iglesia del Salvador
Otros restos de aquella primera mezquita mayor de Sevilla son la parte inferior del campanario de la Iglesia del Salvador; la lápida situada junto a la puerta lateral izquierda de la iglesia, que recuerda la reconstrucción del alminar que se derrumbó por el terremoto de octubre del año 1079, obra realizada durante el reinado de al-Mutamid, que contiene el siguiente texto: “Ha ordenado al-Mutamid ala Allah, al-Muayyad bi-Nasrillah Abul-l-Qasim Muhammad ben Abbad (…) la construcción de la parte superior de este alminar cuando acaba de ser demolido por un gran número de terremotos que tuvieron lugar la víspera del domingo al principio de Rabi I del año  472” (la fecha corresponde al 1 de septiembre del 1079 de nuestro calendario); las columnas con capiteles romanos y visigodos, tal vez procedentes de antiguos edificios situados en las proximidades, y que se pueden ver en lo que pudo ser el “sahn” (patio de oración) de aquella mezquita; y las aldabas de la puerta principal de la actual iglesia. 
Dibujo de la antigua Iglesia Colegial del Divino Salvador
con el alminar de la mezquita en primer plano
Como ocurre con otras muchas cosas de mi tierra, Sevilla, esta antigua mezquita estuvo rodeada de misterios y leyendas. Se cuenta que Abd al-Rahmán II soñó que cuando entraba al oratorio vio el cuerpo del Profeta muerto y amortajado, sueño que se interpretó como la extinción del islam en aquel lugar. Otra de las leyendas se refiere a la invasión de los vikingos del año 844, cuando trataron de incendiar la mezquita a través del fuego originado por las flechas incendiarías lanzadas sobre ella, al no conseguir su destrucción apilaron todo tipo de objetos de fácil combustión en su interior a fin de que el fuego llegase hasta el techo, del mihrab (pequeña habitación en las mezquitas que indica el lugar hacia donde hay que mirar cuando se reza) salió un apuesto joven que enfrentándose a los vikingos los expulsó de allí e impidió que durante el tiempo que duró el saqueo de la ciudad se acercaran de de nuevo. Del mismo modo se destaca la resistencia de la mezquita a los terremotos y sólo en el de octubre del año 1079 se derrumbó la parte superior del almiar que fue reconstruido por orden del rey al-Mutamid de forma inmediata. Esta nube de leyendas tuvo su continuación tras la conquista de Sevilla por el rey Fernando III, aquella mezquita se transformó en la iglesia del Salvador, momento en que la tradición dice que el almiar de la misma había sido construido con los sillares del templo donde estuvo el sepulcro de San Isidoro, por lo que cuando el almuédano (miembro de la mezquita responsable de convocar a viva voz a la oración) subía al almiar perdía el habla y en ocasiones hasta moría.
Abū Bakr Muhammad ibn 'Alī ibn 'Arabi (conocido como Ibn Arabi, Abenarabi y Ben Arabi), místico sufí, filosofo y poeta nacido en Murcia el 28 de julio de 1165
Cuando se levantó la nueva mezquita mayor en tiempos del califa Abu Yaqub Yusuf, la primitiva mezquita quedó semiabandonada. La intervención de un murciano, el místico Ibn Arabí ante el nuevo califa Abu Yusuf Yagub al-Mansur, hizo posible su restauración en el año 1196. Según Ibn Sahib al-Sala, historiador hispanomusulmán (1142-1197), en su crónica refleja: “la mezquita antigua sevillana (…) (se) había estropeado, y estaba mal por dentro y por fuera (…)  a las vigas de la techumbre se les habían podrido los extremos, que se apoyaban sobre las naves de los muros, y (…) el muro del lado de Poniente se había inclinado y amenazaba con derrumbar la mezquita” (Traducción A. Huici). Ante esta situación se realizó una completa restauración de la misma. Esta mezquita se utilizó en el año 1671 para levantar la actual iglesia del Salvador.
Dibujo figurativo de Abd al-Rahman II para un sello postal emitido en España
Trazaremos un breve semblante de Abū l-Mutarraf `Abd ar-Rahmān ibn al-Hakam (Abd al-Rahman II) a través de las palabras de algunos autores, engrandeció Al-Andalus fomentando el comercio y la agricultura. Pero para mantener el nivel de gasto que significaba los lujos cortesanos tuvo que imponer fuertes impuestos que significaron numerosas rebeliones y motines. Ramón Menéndez Pidal nos dejó este semblante: “...Este príncipe, si exceptuamos a su descendiente al-Hakam II, fue desde luego el más culto de todos los emires hispano-omeyas. Fue muy dado a la literatura, a la filosofía, a las ciencias, a la música y, sobre todo, a la poesía, pues tenía gran facilidad para componer versos. Sentía interés por las ciencias ocultas, la astrología y la interpretación de sueños. Escribió un libro titulado Anales de al-Andalus. Después de consolidar su poder, se dedicó a sus placeres sin freno alguno.” Ibn Hayyan (un historiador hispano musulmán nacido en Córdoba en el año 987) en su obra escribió: “El emir Abderramán ibn Alhakén fue el primero de los califas marwaníes que dio lustre a la monarquía en Al-Andalus, la revistió con la pompa de la majestad y le confirió carácter reverencial, eligiendo a los hombres para las funciones, haciendo visires a personas perfectamente capaces y nombrando alcaides a paladines probados; en sus días aparecieron excelentes visires y grandes alfaquíes y le vinieron muchos inmigrantes. Sostuvo correspondencia con soberanos de diversos países, elevó alcázares, hizo obras, construyó puentes, trajo agua dulce hasta su Alcázar desde las cimas de las montañas.” Y añade: “Fue el primero que hizo fastuosos edificios y cumplidos alcázares, utilizando avanzada maquinaria y revolviendo todas las comarcas en busca de columnas, buscando todos los instrumentos de al-Andalus y llevándolos a la residencia califal de Córdoba, de manera que toda famosa fábrica allí fue construcción y diseño suyo.”
Estatua erigida en Murcia a Adb al-Rahman II, honrando su memoria
por la fundación de la ciudad
Al principio de su emirato se produjo en enfrentamiento en la “Kora de Tudmir” (en el sureste peninsular) entre los yemeníes (árabes procedentes de Yemen) y los muraditas (originarios de Túnez). Las tropas de Abd al-Rahman II, bajo el mando del general Ibm Mu’awiya ibn Hisan, destruyeron Eio (ciudad cuya ubicación es discutida por los historiadores) en la que había buscado refugio los rebeldes. Es en este momento cuando se funda la ciudad de Murcia, el 25 de junio del año 825, al trasladar la capital de la “Kora” desde Orihuela a una ciudad de nueva creación “Madina Mursiya”, sobre una pequeña elevación a orillas del río Segura, tal vez sobre un antiguo asentamiento romano.
Detalle de la “Batalla de Clavijo”, obra del pintor José Casado del Alisal, realizada en 1885, que se puede contemplar  en la Iglesia de San Francisco el Grande de Madrid
Según las crónicas, en el año 844 el ejército de Abd al-Rahman II se enfrentó a las tropas del rey de Asturias, Rodrigo I, en una batalla que ha pasado a la historia, como en numerosas ocasiones ocurría en aquellos tiempos, envuelta entre leyendas: la batalla de Clavijo. Un mito creado a partir de otros enfrentamientos y en el que los cristianos lograron la victoria gracias a la oportuna intervención del apóstol Santiago, quien cabalgando sobre un corcel blanco y espada en mano auxilió a las fuerzas cristianas durante la batalla. Una leyenda creada, tal vez, por Rodrigo Jiménez de Rada, arzobispo de Toledo, hacia el año 1243, cuyo objetivo pudo ser animar a la población a sumarse a la lucha contra los musulmanes.
  
A finales de septiembre del año 844, desde Sevilla se avistó una numerosa flota de extraños barcos que fueron identificados como pertenecientes a los piratas vikingos, de los que tenían referencias por relatos de los comerciantes del norte de la península que hablaban de sus ataques despiadados a las ciudades que invadían, dejando tras ellos muertes brutales, violaciones y todo tipo de desmanes. 
 
Estos guerreros, llamados por los historiadores árabes “normandi” y con más frecuencia “machus” (idólatras o adoradores del fuego),  eran un grupo étnico originario de Escandinavia, cuya presencia en la historia se sitúa en torno al año 793, antes de esa fecha no se tenía conocimiento de su existencia, cuando sus incursiones en las costas de Inglaterra, Irlanda y Francia se hicieron tan frecuentes que el rey Carlos III de Francia llegó a un acuerdo (Tratado de Saint-Clair-sur-Epte) con uno de los jefes vikingos, mediante el que le cedía la región de Normandía para defenderla de los ataques de otros piratas. La palabra vikingo con que se conoce a estos guerreros, es producto de frecuentes discusiones etimológicas, una de las teorías señala que procede de la palabra “vik” (originaria del antiguo nórdico), cuyo significado es “bahía”, “cala” o “ensenada”; y el sufijo “-ing”, que significa “llegado de” o “perteneciente a”. Mientras que otra mantiene que su origen se encuentra en la palabra “Wik” que significa “hombres del norte” u “hombres del mar”.
 
 Aquellos barcos avistados por los sevillanos procedían, según los cronistas árabes, de Lisboa donde habían sido rechazados por el gobernador de Lisboa, Ibn Hazm, tras varios días de encarnizados choques. Apenas las velas desaparecieron en el horizonte, en dirección al sur, Ibn Hazm escribió una carta al emir de Córdoba Abd al¬-Rahman II, en la que le informaba de estos sucesos y le advertía de la próxima llegada de estos piratas al sur. Pocos días después los vikingos ya se habían apoderado de Qabpil, la Isla Menor, en Cádiz, y remontaban el Guadalquivir dispuestos a saquear y destruir Sevilla de la que conocían las riquezas que allí existían. Según aquellas crónicas árabes la flota estaba compuesta de 80 barcos, de los cuales 54 eran de grandes dimensiones, y el resto más pequeños y ligeros. Cuatro naves se separaron de la flota principal, para inspeccionar el territorio llegando hasta de Coria del Río, donde desembarcaron y dieron muerte a todos sus habitantes a fin de impedir que tuvieran tiempo de advertir de su presencia a las demás poblaciones vecinas. El camino hacia su fortuna estaba libre. Remontando el Guadalquivir se presentaron en Sevilla. A la vista de la flota el pánico se adueño de los habitantes de la ciudad, no sólo por la presencia de esta gran flota, sino además por el hecho de que el gobernador y quienes deberían defenderlos habían abandonado la ciudad para refugiarse en Carmona, que estaba mejor fortificada que Sevilla.
Los sevillanos se dispusieron, no obstante a la defensa de su ciudad. Los vikingos conocedores del abandono de la ciudad por sus defensores y de la escasa preparación militar de quienes se habían quedado a resistir su ataque, marcharon con sus naves hasta los arrabales de la ciudad donde pronto acabaron con los pocos barcos que intentaron enfrentase a ellos. Conseguido su propósito, abandonaron las embarcaciones para luchar cuerpo a cuerpo con los sevillanos que les hacían frente desde tierra. La matanza y el saqueo duraron unos siete días. Una semana en la que los más fuertes huyeron, escapando cada uno por su lado, y los más débiles cayeron en las garras de los vikingos. Mujeres, niños y ancianos desvalidos fueron pasados a cuchillo y violados. A algunos de ellos se les perdonó la vida, aunque su destino era también estremecedor: la esclavitud. Sin respetar siquiera lo más sagrado, cargados con el botín y los prisioneros, regresaron a sus naves para volver al seguro campamento de Qabpîl. No contentos, volvieron a Sevilla en una segunda ocasión, esperando aumentar el número de cautivos entre los desafortunados que regresaran a sus hogares al considerar que los ataques habían cesado. No encontraron más población que un puñado de viejos, que se habían reunido en una mezquita quienes fueron asesinados en aquel mismo lugar que, a partir de entonces, pasó a llamarse “la Mezquita de los Mártires”.
La reacción del emir Abd al-Rahman II no fue inmediata, lo que permitió a los vikingos seguir asolando todo el territorio, sembrando el pánico entre las poblaciones e incrementado su botín. Tal vez la presencia de las tropas del emir se hizo esperar porque Córdoba no podía quedar desasistida. Las noticias que se tenían era que los guerreros vikingos eran numerosos (algunas fuentes señalan la cifra de 4.000), además de feroces y diestros en la lucha en tierra. Abd al-Raman II hizo llamar a los ejércitos que se hallaban dispersos en otras zonas del territorio de sus dominios. Fue a comienzos de noviembre cuando se logró reunir un ejército suficientemente fuerte para enfrentarse a los vikingos. Un cuerpo de caballería, al mando del general Muhanad ben Rustum, partió previamente de Córdoba hacia Sevilla. Las tropas movilizadas lo hicieron bajo el mando de Nasr Abu I-Fath (un eunuco que, según el cronista Ibn Hazm era hijo de un cristiano convertido al islam, y que fue castrado a raíz de las represalias adoptadas por Alhakem I en el año 818 por las revueltas del Arrabal de Córdoba. Su vida en el harén lo encumbró a los primeros puestos de la corte de Abd al.Rahman II, quien depositó toda su confianza en él).
Abriendo un pequeño paréntesis en nuestro relato, entiendo que es interesante dejar reflejado aquí el negocio que representó la castración masculina en aquella época. Históricamente fue una costumbre practicada ya en los imperios babilonio, persa, bizantino, árabe, turco y chino. El hombre convertido en eunuco no sólo era aceptado, sino hasta deseado, y se le asignaba un trato diferenciado. Los potentados de aquellas culturas encomendaban el cuidado de los harenes a los eunucos. Algunos de ellos llegaron a alcanzar considerable influencia en la política, como fue el caso de Nasr Abu I-Fath en la corte de Abd al-Rahman II. Pero volviendo al tema del negocio que representó ésta práctica por aquellos tiempos, hemos de señalar que eran los judíos quienes tenía establecido en la localidad cordobesa de Eliossana (Lucena) una verdadera “máquina de producción” de los mismos y eran verdaderos expertos en la práctica de ésta intervención. Adquirían chicos en la pubertad en los mercados de esclavos, para una vez castrados venderlos como tales para el cuidado de los harenes. Un comercio que estaba prácticamente controlado, casi en exclusiva, por los judíos. Algo que llevó a esta ciudad de Lucena, tras comprar los judíos su libertar al caudillo del reino de Granada, su despegue económico a partir del año 1090.
Las crónicas no coinciden en señalar el desarrollo de los enfrentamientos entre los vikingos y el ejército andalusí, y hasta se muestran en desacuerdo con respecto al lugar donde se produjo la batalla decisiva, aunque algunos historiadores la situan en Tablada, a unos tres kilómetros de Sevilla. Lo cierto es que los vikingos fueron derrotados y sobre el campo de batalla quedaron, según algunas fuentes, mil cadáveres y cerca de cuatrocientos de aquellos guerreros vikingos fueron hechos prisioneros. Los supervivientes escaparon en sus naves, de las que varias quedaron abandonadas. Ibn Rustum ordenó el decapitamiento de los prisioneros y las naves fueron incendiadas.
Algunos historiadores señalan que, tras su huída, los vikingos intentaron una negociación para cambiar los prisioneros y el botín que habían obtenido por ropa y víveres para afrontar la travesía de vuelta a su país, más esto no fue aceptado y hubo un nuevo enfrentamiento. Lo cierto es que desaparecieron por las costas del Algarve. Algunos de los supervivientes que lograron huir por tierra hasta Carmona y Morón, fueron obligados a rendirse por Ibn Rustum quien les hizo convertirse al islam. Asentados en aquellas tierras, se dedicaron a la crianza de ganado y a la industria quesera, algo que dominaban, fabricando mantequilla, y quesos llegaron a ser muy apreciados en aquellos tiempos.
A la izquierda, dibujo de una atalaya árabe. A la derecha, restos actuales de una atalaya
Tras las celebraciones por la victoria, que fueron espléndidas y que significaron honores tanto para Ibn Rustum como para el eunuco Nasr, se reforzaron las murallas de Sevilla, se repararon los daños causados en las mezquitas, los baños y las casas. Al parecer se construyó en Sevilla unos astilleros y a lo largo de toda la costa de Al-Andalus se levantaron atalayas (torres de vigilancia) y fortalezas costeras. Ello evitó que en dos nuevos intentos de ataque por parte de los vikingos en este siglo X no tuvieran éxito y fueran rechazados.
Llegamos así al final del siglo X, para entrar en una época en que Sevilla recuperaría todo su esplendor y llegaría a convertirse en capital de una de los reinos de taifas más poderosos, la Taifa de Sevilla o Reino abadí de Sevilla.
Continuará... Cuando el pasado se hace presente (8)




sábado, 13 de diciembre de 2014

Cuando el pasado se hace presente (6) La invasión musulmana


En el Salón de Embajadores de los Reales Alcázares de Sevilla, flanqueado por la Giralda y la Torre del Oro.
 Estatua de Cicerón
Nunca olvidemos que el presente está edificado sobre los cimientos del pasado, de ahí que sea necesario repasarlos de vez en cuando para poder entender lo que está pasando. Ya lo dijo Cicerón: “No saber lo que ha sucedido antes de nosotros es como ser eternamente niños”.
La invasión árabe de España está plagada de leyendas por parte de quienes escribieron sobre ella en ambos bandos. En aquellas fechas las invasiones y conquistas se hacían por la fuerza de las armas aprovechando circunstancias favorables que las posibilitaran. Luego vendría la expansión de sus creencias y cultura, en unos casos convenciendo y seduciendo, en otros, la mayoría de las ocasiones, por la fuerza a través de coacciones y amenazas. La Historia está repleta de ejemplos, por eso no comparto la hipótesis, tan extendida hoy, de que los árabes no invadieron España.
Todo comenzó con la publicación del libro “Les Arabes n’ont jamais envahi l’Espagne” en 1969, obra de Ignacio Olagüe, un escritor muy cercano a los círculos del poder de aquellas fechas en España, había militado en la JONS de Onésimo Redondo, y que necesitó del aval de un historiador francés, Ferdinand Braudel, para su publicación. Obra que fue traducida al español en 1974 y editada bajo el patrocinio de la Fundación Juan March con el título de “Los árabes no invadieron jamás España” o “La revolución islámica en Occidente”, con ambas cabeceras es conocida. En su extensa divagación a lo largo de las páginas de esa obra trata de demostrar que era imposible que los ejércitos árabes hubieran tenido la capacidad militar necesaria para realizar aquella invasión y conquista argumentando que no existen testimonios de aquella época que demuestren la misma y que la llegada de los árabes, y con ellos el islam, fue debido a enfrentamientos sociales entre los habitantes de España por motivos religiosos. 
Pierre Guichard
Se encuentran ahí una serie de asertos de los que unos son francamente inaceptables (la ausencia de fuentes antiguas relativas a la conquista de España por los musulmanes orientales), otros pocos probables (la persistencia de las corrientes “unitarias”, y particularmente del arrianismo, en la península después de la conversión de los visigodos a la ortodoxia), algunos, finalmente plausibles, aunque aún no suficientemente demostrados (la correspondencia entre las transformaciones sociales, religiosas y políticas de la alta Edad Media mediterránea con una fase “xerotérmica”). Estas afirmaciones son bastante artificialmente conectadas unas con otras para elaborar una tesis a veces presentada de una manera bastante hábil, pero mucho menos sólidamente fundada y mucho más inverosímil que la presentación tradicional de los hechos cuya inanidad pretende el autor demostrar”. Son palabras del historiador Pierre Guichard en su estudio “Les Arabes ont bien envahi l’Espagne” de 1974 y recogido en la obra “Los árabes sí invadieron España. Las estructuras sociales de la España musulmana” (Estudios sobre Historia Medieval. Valencia, 1987). Un documento que me permito recomendar leer tanto a los que defienden una tesis como la contraria.
 Beda el Venerable en un manuscrito de la Baja Edad Media
No se pueden negar los hechos de una conquista militar mientras se defiende la aculturación de un territorio. De igual modo que no se puede negar la existencia de testimonios escritos contemporáneos de aquella conquista. Beda el Venerable, un monje benedictino inglés, fallecido en el año 735, cuyos escritos están calificados como científicos e históricos, hace referencia a la llegada de los “sarracenos” hasta las Galias.
 Escriba de la edad media
Se conservan dos escritos realizados por dos mozárabes pocas décadas después de la irrupción de los árabes en la Hispania visigoda, que constituyen las primeras fuentes extensas escritas sobre la conquista. La primera de ellas, conocida como “Crónica Bizantina-Arábiga” o “Crónica 741”, fue redactada, entre el año 741 y el año 743, se cree que por un funcionario al servicio de los gobernantes, y que pudo disponer de fuentes diversas de procedencia oriental. En ella se puede leer: “En las regiones de Occidente el reino de los Godos, sólidamente establecido en España durante largo tiempo, fue invadido por un general llamado Mûsâ, con su ejército, fue conquistado y obligado a pagar tributo.”
 Lector de códice
La segunda, bastante más extensa, se le atribuye a un clérigo al que se hace proceder, según las fuentes, de Toledo, de Córdoba o de algún lugar de la región de Murcia. Es conocida como “Cronicón de Isidoro Pacense” (por el nombre del supuesto autor que figura en algunos códices) o, simplemente, “Crónica Mozárabe de 754”, que al igual que el anterior pudo escuchar en primera persona las narraciones de personas que participaron y estuvieron en aquella conquista musulmana del año 711. En ella se recogen, preferentemente, los acontecimientos hispánicos a lo largo del siglos VII y primera mitad del VIII, de los que constituye la principal fuente de información, coincidente en líneas generales con las narraciones árabes conservadas, más tardías. Además muestra un gran interés en relacionar estos hechos correctamente con los de la Romanía (como llama al Imperio Bizantino) y los del califato islámico. Aunque bien es cierto que de una manera bastante dramatizada, pues en ella podemos leer: “¿Quién será capaz de referir tantos peligros? ¿Quién de enumerar tan terribles desastres? Pues si todos los miembros se convirtiesen en lenguas, aún así jamás pudiera hombre alguno publicar la ruina y los males tan grandes y sin cuento que afligieron a España.”
Decíamos al principio que la invasión árabe está repleta de leyendas, pero también hemos indicado en otras ocasiones que las leyendas y mitos siempre están fundamentadas en hechos reales que luego son magnificadas o rebajadas según quien las relate. Por eso es mejor basarse en esas “crónicas” que hemos señalado, teniendo en cuenta esa realidad, que simplemente descartarlas de forma rotunda. Ninguno de los extremos es bueno, ni pensar que son verdad histórica absoluta ni tampoco demonizarlas como simples cuentos y relatos. La historia se puede manipular, es cierto, lo mismo que lo es que la mente humana se deja influir por lo que quiere oír. Desde el punto de la psicología esas leyendas o interpretaciones de los hechos, como ocurre en el caso de la NO invasión por los árabes de España, forma en la mente de algunas personas imágenes puramente idealizadas que se confunden con hechos auténticos en los que creen firmemente. La verdad histórica es que la Península Ibérica, fue invadida por los árabes (en su mayoría bereberes en sus inicios de conquista) a través de las armas y sus creencias impuestas, en muchos casos, por la fuerza.
Mapa del imperio bizantino en el año 550 con la imagen de una moneda con la esfinge del emperador Justiniano
Desde la perspectiva de los datos históricos hemos de retroceder unos años atrás para intentar comprender los hechos ocurridos en el año 711 que dio comienzo la invasión árabe de la Península Ibérica. La reconquista de los territorios del Mediterráneo occidental por el emperador Justiniano frente a los vándalos (que partiendo de la Bética de Hispania, habían ocupado el norte de África en donde habían entrado por Tánger y Ceuta en el año 492) en la campaña desarrollada entre el año 533 y el 534, la fortaleza de Ceuta quedó bajo control bizantino. El avance de los ejércitos árabes hasta Sus al-Aksa (en lo que hoy es Marruecos, cerca de Tánger, ciudad que formaba parte de una red comercial que conectaba el estrecho de Gibraltar con Libia y Egipto, y punto de escala para comerciantes judíos), así como la aparición del poder naval árabe en el Mediterráneo, destacaron la importancia de las bases imperiales bizantinas en este territorio.
 Conde don Julián
Ceuta, en el año 687, era la base de una importante fuerza naval bizantina, bajo el mandato de Urbano (también conocido como Olbán, Urbán, Yulián o conde don Julián), del que se desconoce su identidad real que permanece envuelta en el misterio, pues ni siquiera se sabe si era godo, bizantino o bereber, y personaje que sería fundamental en la conquista árabe de España.
En la España visigoda el sistema sucesorio de sus monarcas, basado en una vieja tradición asamblearia que venía de los pueblos nómadas germanos y que posibilitaba la elección de un nuevo rey que no tenía por qué mantener relación de parentesco con el fallecido, provocaba conspiraciones y rebeliones entre nobles que aspiraban a ocupar el trono vacante. Situación que caracterizó la monarquía visigoda y que se agravó con Chindasvinto (año 642), su hijo Recesvinto (año 653) para llegar a su final en el año 672 con el ascenso al trono de Wamba, durante cuyo reinado los nobles se rebelan a la menor oportunidad y actúan como “reyezuelos” independientes. Con sus sucesores esta situación se agrava hasta el punto de llegar a romper la estabilidad del reino por completo.
A la izquierda imagen de Musa ibn Nusayr, a la derecha Tariq ibn Ziyad
En esta situación se llega al año 707 en que el avance de los musulmanes en el extremo occidental africano consigue apoderarse de Tánger. Tariq ibn Ziyad (Tarik en la transcripción española) un bereber liberto y lugarteniente del gobernador islámico de Ifriquiya (actual Tunicia) Musa ibn Nusayr (musulmán yemení que había conseguido la sumisión de los bereberes a través de la toma de rehenes entre los jefes de esa etnia), convirtió la plaza de Tánger en su cuartel general cuando fue nombrado por Musa gobernador de la misma.

En la parte superior dos de las monedas y unas estatuillas descubiertas
en el yacimiento arqueológico señalado en el plano central,
a la izquieda, Pedestal dedicado a la Diosa Diana 
y a la derecha representación gráfica de cómo debió ser aquella ciudad.
Estos momentos son aprovechados, al parecer, por Urbano, a la sazón gobernador de Ceuta, que se pone a disposición de Musa y el califa al-Walid I, ofreciendo la posibilidad de invadir el reino visigodo. Insistimos en la especulación en muchos de los escritos que se han realizado sobre esta figura. Las hipótesis sobre su nombre, origen, creencias religiosas, participación en la invasión árabe, etc., son numerosas. Una de esas hipótesis considera que el nombre de Julián, con el que aparece en casi todos los textos, procede del cargo que ocupaba, “comes Iulianus”, cuya residencia “oficial” podría estar en “Iulia Traducta” (identificada en la actualidad cerca de Algeciras), de ahí que su nombre fuese traducido literalmente como “conde Julián”. Sobre este hecho existen diversas hipótesis y hasta una leyenda que posteriormente narraremos.

Representación gráfica del desembarco árabe 
Lo históricamente cierto es que en el año 710, según diversas fuentes en las que pocas variaciones hay entre ellas, se produce la primera incursión árabe en la península. Estas fuentes se limitan a señalar lo siguiente: “Envió Musa a estas tierras, a uno de sus clientes Abu Zara Tarif (Tarif ibn Malik, comandante bereber bajo el mando de Tariq ibn Ziyad, con cuatrocientos hombres, entre ellos cien con caballos. Cruzaron el estrecho en cuatro barcos, arribando a un lugar conocido como isla de Andalus, que era desde hacía tiempo arsenal, y refugio, de donde zarpaban habitualmente embarcaciones cristianas. Por haber tenido lugar el desembarco aquí, fue llamada desde entonces isla de Tarif. Tras reagrupar sus tropas dirigió algaras en la zona de Algeciras, obteniendo mucho botín y capturando un gran número de esclavos, entre los que se encontraban mujeres tan bellas como nunca habían visto. Esto ocurrió en el mes de ramadán del año 91 de la Hégira (entre el 9 de noviembre del año 709 y el 28 de octubre del 710).
Mercado medieval 
Hay otro antecedente que entendemos que también tuvo una fuerte incidencia en la invasión árabe del reino visigodo. A raíz del Concilio de Toledo celebrado en el año 693, a los judíos se les prohibió el acceso a las lonjas y centros de comercios donde se almacenaban las mercancías y se realizaban las transacciones comerciales más importantes, al mismo tiempo que se les negaba la posibilidad de realizar negocios con cristianos, pudiendo hacerlo solamente con otros judíos. Esto trajo consigo que muchos de ellos se establecieran en Tánger, lo que significó graves pérdidas económicas en Iulia Traducta y en los territorios gobernados por Urbano (conde Julián). La situación de los judíos en el reino visigodo se vio agravada tras el concilio celebrado en el año 694, en que se les acusó de conspirar junto a los judíos establecidos en el norte de África contra los intereses visigodos, decidiéndose su encarcelación, esclavitud y confiscación de todos sus bienes.
Grabado de Tánger del siglo XVI 
Y por último habría que tener en cuenta la situación creada en los territorios norteafricanos conquistados por Musa con fuerte presencia de soldados bereberes ansiosos de nuevas conquistas y necesitados de alimentos para su subsistencia. Alimentos que escaseaban y las tierras que había para conquistar eran poco fértiles y escasas de botín, terrenos áridos y montañosos al borde del desierto con poco atractivo desde el punto de vista económico. Lo que, es probable, llevara a Musa a tomar la decisión de invadir el reino visigodo de la península ibérica.
Representación gráfica de los reyes visigodos Witiza y Rodericus (Rodrigo)
Con estos antecedentes llegamos a la primavera del año 711 en que se produce la invasión de la península por los árabes. El reino visigodo, en aquellos momentos, se encontraba dividido en dos facciones, los seguidores de Rodrigo que había sido proclamado rey por una parte de la aristocracia que conformaba la élite seglar y eclesiástica del reino a la muerte de Witiza, y quienes se oponían a ese nombramiento apoyándose en la legitimidad que les correspondía a los hijos del fallecido monarca. Descendencia puesta en duda por muchas de las fuentes históricas. Estos enfrentamientos entre ambas facciones llevaron a conflictos internos que coincidieron en el tiempo con los primero ataques de los árabes a territorios de la península ibérica.
En esta segunda incursión a los territorios visigodos de la península, concatenada con la primera que habría servido para confirmar la riqueza de estas tierras y la información facilitada por Urbano (conde Julián) sobre el estado de las posiciones visigodas en este territorio, con el propósito de una operación de mayor envergadura a fin de buscar un asentamiento definitivo que les llevara a controlar las dos orillas del Mediterráneo; la fuerza árabe, formada de nuevo por una mayoría bereber, estuvo bajo el mando directo de Tariq ibn Ziyad, a quien acompañaba Tarif ibn Malik Abuzara y la más que probable presencia del conde Julián como cabeza de puente de sus tropas en Iulia Traducta, junto a un contingente de aquellos judíos que habían sido expulsados del reino visigodo, ansiosos de venganza y con ánimos de recuperar lo que le había sido expropiado.
Grabado de Gibraltar del siglo XVI y reproducción de un dromon bizantino, posiblemente el tipo de barco que utilizaron para cruzar el estrecho 
Todo hace pensar que los barcos utilizados para el transporte de este pequeño ejército fueron facilitados por Urbano, procedentes de la flota bizantina y únicos navíos con capacidad y experiencia de sus tripulantes para emprender el cruce de las aguas del Estrecho. Desembarcan en la bahía de Calpe, junto a la roca que, a partir de aquel momento, se conoce con el nombre de Djebel Al-Tarik (“Monte de Tarik”, hoy Gibraltar).
Ahmad ibn Muhammad al-Razi, más conocido como "El moro Rasis"
Aquí es donde las leyendas comienzan a tomar cuerpo, a falta de datos históricos concretos. Por un lado la “traición” del conde Julián (Urbano) enlazada directamente con las que surgen en torno al rey Rodrigo. Una leyenda que aparece en Egipto en el siglo IX, que además es recogida en la obra de al-Razi (el moro Rasis) conocida como la “Crónica del Moro Rasis”, del siglo X. Una leyenda que surge entre árabes y mozárabes, pues no es hasta finales del siglo XIII cuando aparece completa en castellano, tal vez para justificar la invasión árabe y los pactos establecidos con ellos por los contrarios a Rodrigo.
 Baño de la Cava en Toledo donde la leyenda sitúa la violación de Florinda.
En la parte superior en una obra del pintor toledano Sánchez-Colorado.
Debajo una fotografía de finales del siglo XIX 
La leyenda de Florinda Allataba (La Cava), conocida así en las crónicas árabes, cuenta que el conde don Julián tenía una hija de nombre Florinda, de extremada belleza, que envío a la corte de Toledo, como por aquella época había costumbre, para su educación. Florinda tenía la costumbre de bañarse en el río Tajo, sin saber que desde una de las ventanas era observada por el rey Rodrigo, quien prendado de su belleza trató de seducirla con promesas que la joven no aceptaba. Rodrigo al verse despreciado tomó por la fuerza lo que con palabras no había conseguido. Florinda se lo dijo en secreto a su padre que se sintió enormemente agraviado y ofendido y juró venganza cuando la ocasión se presentara. Narra la leyenda que poco después, el rey Rodrigo pidió a Don Julián le enviase unos halcones y gavilanes para usarlos en cetrería. Don Julián dijo al rey que le enviaría unos ejemplares que jamás antes habían sido vistos. Leyenda que hoy se mantiene viva en Toledo, donde se muestra el lugar donde Florinda se bañaba y que es conocido como el “Baño de la Cava”.
Representación gráfica del rey Gundemaro sobre la Torre de doña Blanca en Medina Sidonia
Otra leyenda relata que el rey visigodo Gundemaro tuvo una visión a raíz de la muerte repentina de su esposa, la reina Hildoara, de quien estaba profundamente enamorado. Tras algunos meses de reclusión voluntaria en su castillo de Toledo, un buen día Gundemaro emprendió el camino hacia la ciudad de Assidona en compañía de un sabio judío al que tenía en muy alta estima. Una vez que llegó a la ciudad asidonense, ordenó construir una torre al pie del castillo que corona la población, a la que hoy llaman Torre de Doña Blanca. Todos sus sucesores habían seguido lo ordenado por Gundemaro, pero el rey Rodrigo decidió averiguar qué secreto encerraba aquella torre y ordenó que se forzaran los trece candados que entonces tenía la puerta. En su interior encontró, pintadas en las paredes figuras de caballeros árabes, y en el medio de la sala una mesa ricamente labrada (algunos dicen que era la mesa del rey Salomón) encima de la que había un arca con un pergamino en su interior con este escrito: “Si se viola esta cámara y se rompe el encantamiento contenido en este arca, las gentes pintadas en estas paredes invadirán España, derrocarán a sus reyes y someterán a todo el país”.
Cueva de Hércules en Toledo
Otra variante de esta leyenda sitúa este lugar en unos espacios subterráneos abovedados de época romana que se encuentran en el número dos del callejón de San Ginés de la ciudad de Toledo. Según la leyenda, Hércules edificó un palacio encantado cerca de Toledo, construido con jade y mármol, y ocultó en su interior las desgracias que amenazaban a España. Puso un candado en la puerta y ordenó que cada nuevo rey añadiera uno, ya que las amenazas se cumplirían el día en que uno de ellos fuera curioso y entrara. Según la leyenda, don Rodrigo fue ese rey, y del palacio sólo queda la actual cueva que ocultaría maravillosos tesoros, entre ellos la famosa “Mesa de Salomón”. Cuando don Rodrigo ocupó el trono entró en aquel lugar, y sólo descubrió un cofre, y dentro de él “un rollo pergamino, en que estaban pintados los árabes con sus turbantes en la cabeza, montados en sus caballos de pura sangre árabe, armados de espadas y arcos, con sus banderas en las lanzas, en cuya parte superior había un letrero en caracteres cristianos, que fue leído y decía así: Cuando los cerrojos de esta casa sean rotos, y se abra este arca, y aparezcan las figuras que contiene, los que están pintados en este rollo entrarán en España, la conquistarán y reinarán en ella” (Un relato de Al-Maqqari, historiador, hispanista y escritor argelino).
 
Coronas visigodas
Ya lo señalábamos al principio, la invasión árabe de España está repleta de numerosas leyendas que más parecen sacadas de los cuentos de “Las mil y una noche” que de crónicas de aquella conquista, y que harían prácticamente interminable este post, por eso acabaremos este espacio dedicado a ellas, resaltando aquella que hace referencia a los fabulosos tesoros que Tariq descubrió en Toledo cuando la conquistó: “veinticinco coronas o diademas adornadas de pedrería, pertenecientes a los monarcas que habían regido aquella tierra… También había asombrosos talismanes, fabricados con admirable artificio, y otro libro que trataba del “ars magna” (gran obra), y de las plantas medicinales y elíxires y de la figura y naturaleza de todas las piedras preciosas; todo ello metido en vasos de oro guarnecidos de perlas” Junto con la fabulosa “Mesa de Salomón”. (Historia de España de Menéndez Pidal).
 
En la imagen: 1-Dos de los brazos de la gran cruz.
2-Detalle de la corona de Recesvinto. 3-Corona de Revescinto.
4-Una de las coronas votivas. 5-Cruz votiva.
6-Corona y cruz votiva. 7-Corona y cruz votiva
Aunque pueden estar exageradas estás leyendas, es fácil pensar, como lo hacen modernos historiadores, que ellas encierran parte de verdad a la vista de lo que se descubrió en el conocido como “Tesoro de Guarrazar”, entre los años 1858 y 1861. En este enlace se puede leer todo lo relacionado con este tesoro:

Sobre litografía de Robert Davis, del siglo XIX, imagen de Tito y detalle del arco de Tito
que recoge el momento del saqueo del Templo 
En cuanto a la tan renombrada “Mesa de Salomón”, según Al-Maqqari, la mesa era “de oro puro, incrustada de perlas, rubíes y esmeraldas, de tal suerte que no se había visto otra semejante… Estaba colocada sobre un altar de la iglesia de Toledo, donde la encontraron los muslimes, volando la fama de su magnificencia”.  Según recoge Menéndez Pidal en su obra, fue un riquísimo mueble del Templo de Jerusalén, del que se apoderaron los ejércitos romanos cuando lo destruyeron en tiempos del emperador Vespasiano, año 70 d.C., fuerzas comandadas por su hijo Tito, quien posteriormente sería emperador de Roma.
Saqueo de Roma por el ejército de Alarico I
Llevada a Roma, junto con el resto del botín obtenido, cayó en manos de Alarico I, durante el saqueo de Roma del 24 de agosto del año 410. De allí fue trasladada a Tudela, entonces capital del reino visigodo en Hispania, tenida como la más portentosa joya del tesoro. Tras el cambio de la sede real a Toledo es llevada a esa ciudad donde la encontraron los musulmanes tras su conquista.
Retomando aquellos momentos en que las fuerzas árabes, bajo el mando de Tariq ibn Ziyad, desembarcaron en Algeciras, fueron enviadas noticias del mismo al duque de la Bética, Teodomiro, que se encontraba en Sevilla, quien, al parecer, salió al frente de las escasas fuerzas de las que disponía para enfrentarse a los invasores. Fue rechazado y solicitó ayuda a don Rodrigo que se encontraba en Navarra combatiendo a los sublevados vascones. De inmediato levantó el sitio de Pamplona y se dirigió al sur para enfrentarse a los invasores. De nuevo aquí las fuentes son diversas y no coinciden en los datos. Las fuentes árabes parecen magnificar el número de los soldados que componían el ejército visigodo, mientras que las que aparecen años más tarde en castellano hace referencia a la inferioridad del ejército de don Rodrigo.
El encuentro de los dos ejércitos se produjo, según la “Crónica 754”, en el Wadi Lakkah (“Transductinis promonturiis), tradicionalmente identificado con el Guadalete (o tal vez el Barbate, o la laguna de la Janda, hoy desecada) (Cádiz), que dura del 19 al 26 de julio del 711. Días durante los que se produjeron una serie de escaramuzas entre ambos, para definitivamente afrontar la batalla final; en la que es normal que ambos ejércitos utilizaran las tácticas a que estaban acostumbrados. Las fuerzas árabes, en su mayoría de infantería, con armamento ligero lo que les permitía una gran movilidad y rapidez pondrían en liza la táctica de desplegarse en media luna para tratar de envolver al enemigo y atacarle desde varias direcciones a la vez, sobre todo con las flechas de sus arcos, arma que dominaban. En el ejército visigodo la caballería pesada era la fuerza principal y fundamental para sus tácticas de combate, utilizándola al estilo romano, para dispersar a la caballería enemiga, mientras la infantería lanzaba sus armas arrojadizas contra el cuerpo central del ejército enemigo para después buscar el enfrentamiento directo utilizando sus poderosas espadas.
La batalla de Guadalete representada en dos imágenes
En la batalla final, conocida como “Batalla de Guadalete o de la Janda”,  el ejército visigodo, según esa táctica heredada de los romanos, debió disponerse en tres alas, en los laterales la caballería y el centro ocupado por la infantería. Según algunas fuentes, una de las alas del ejército visigodo estaba comandada por el general Sisberto acompañado por don Oppas, hermano del fallecido rey Witiza y obispo metropolitano de Sevilla. Mientras que la otra ala estaba dirigida por el duque Teodomiro, quedando don Rodrigo al frente del núcleo central del ejército. En los primeros momentos los visigodos consiguieron una ventaja inicial, pero pronto los árabes modificaron su táctica inicial y con su caballería, utilizándola como pequeños grupos en plan guerrillas, consiguieron alejar el ala comandada por Teodomiro del cuerpo central del ejército visigodo. Mientras que el ala dirigida por Sisberto se pasaba en bloque al enemigo. Al parecer algo que ya habían acordado anteriormente a cambio de que los árabes respetaran sus derechos al trono y sus propiedades. Así la situación en el campo de batalla, en la parte central del ejército visigodo al mando directo de don Rodrigo, al verse acorralados por todas partes, y ante la deserción de la caballería, debió cundir el pánico y ser víctimas fáciles para los ágiles y rápidos soldados árabes. El resultado final fue una derrota completa de los visigodos. De nuevo las fuentes son confusas y no se puede precisar lo que ocurrió con don Rodrigo.  Una crónica árabe anónima del siglo XI señala: “Sólo se encontró de él su caballo blanco, con su silla de oro, guarnecida de rubíes y esmeraldas, y un manto tejido de oro y bordado de perlas y rubíes”. Otras fuentes dicen que huyó hacia Lusitania conde acabó sus días en Salmántica o Micróbiga. Mientras que otros relatos de la misma procedencia llegan a aseverar que su cabeza fue enviada al califa de Damasco.
Conquista de Córdoba por las fuerzas árabes bajo el mando de Mugit al-Rumí
Tras la batalla y ateniéndose a lo pactado, los familiares de Witiza, y todos los que le acompañaron en su oposición al rey Rodrigo, pretenden pagar a los árabes el precio de su ayuda, considerando su misión acabada. Mas Tariq se niega a retirar su ejército y, según algunas fuentes, manifiesta claramente su posición de que él no ha venido a sustituir a un rey godo por otro godo, sino a incorporar la península ibérica al poder del califa oriental. De tal forma que divide sus fuerzas en tres columnas, una de las cuales bajo el mando de Mugit al-Rumí (el cristiano) lo que hace suponer su procedencia de las fuerzas del conde don Julián, a la conquista de Córdoba, otra a conquistar Málaga y la tercera, bajo su mando directo, se dirige a la conquista de Toledo.
Musa, que hasta entonces había permanecido en África, posiblemente en Qayrawan(Túnez), recibe noticias de que Tariq está actuando libremente, ordena que pare en su avance. Como es recogido por el cronista Abd al-Wahid al-Marrakusi en su obra: “También escribió (Musa) a Tariq, amenazándole por haber entrado en él (territorio visigodo) sin su permiso y mandándole que no pasase del sitio en que le llegase la carta hasta que lo alcanzase”. Aparece aquí un elemento que consideramos se ha de tener en cuenta a la hora de valorar la actitud de los musulmanes con respecto a la invasión. No es sólo el temor a que Tariq, un liberto bereber, acaparase toda la gloria de la conquista, algo que Musa debería considerar totalmente inadmisible. Es el condicionante político-económico en relación directa con el reparto del botín y las tierras conquistadas. De tal forma que Musa, al frente de otro ejército compuesto de berberiscos y judíos, cruza hacia la península y se dirige hacia Mérida y Lusitania.
Consideramos que todos estos hechos dejan claro que los motivos de estos enfrentamientos, como ocurre en todos los hechos históricos de conquistas, tiene tras de sí unos intereses económicos y de poder, y que el objetivo final de los musulmanes fue la invasión del reino visigodo, posibilitado por las luchas por el poder entre los mismos, los intereses económicos de los judíos expulsados de España y los de Urbano, intereses económicos y de poder, que había visto disminuidos con el acceso al trono de Rodrigo y los acuerdos adoptados por los Concilios de Toledo. Negar esta realidad, oculta entre todas esas leyendas que abundan sobre la invasión árabe, es tanto como pretender no reconocer que tras la invasión y conquista árabe, transformada en una invasión musulmana, no dejaron aquí una huella imborrable de su presencia, pero ello no significa un derecho sobre la tierra. Si por el hecho de una presencia en un determinado lugar entendemos como derecho reclamar su propiedad, en realidad todos los territorios que baña el Mar Mediterráneo deberían ser griegos, ya que fue la primera civilización que se extendió por él y dominó todas sus costas.

Volviendo a retomar el hilo de aquella madeja que tratamos de devanar en memoria de mi abuelo Antonio Velasco, maestro de profesión y del que estoy segura así me hubiera contado esta historia, Sevilla había quedado al margen, en aquellos primeros momentos de la invasión, convirtiéndose durante cierto tiempo en lugar de refugio para los restos del ejército de don Rodrigo y numerosas personas de al-Andalus visigodo que huían del avance del ejército musulmán. De su conquista y el papel que representó durante la dominación árabe será cuestión que abordaremos en la próxima entrada.

Continuará... Cuando el pasado se hace presente (7) La conquista de Sevilla