sábado, 26 de septiembre de 2015


Estimado David, antes de contarme tu historia, déjame relatarte lo que conozco de la historia de Palestina, de la tierra que los romanos llamaron Palestina, en base a lo que hace siglos era llamada "Peleset" por los egipcios de la Dinastía XX y como Palastu o Pilistu por los asirios. Más tarde fue utilizado el término de Palaistiné, en el siglo V a.C., por Heródoto para referirse a la zona costera, término que fue utilizado por escritores griegos posteriores y romanos como Plinio el Viejo y Plutarco entre otros. De igual forma hicieron uso de ese término de Palestina los escritores de origen judío Filón de Alejandría y Josefo. Podemos hablar con la libertad de nuestras conciencias que aún no han sido constreñidas a través de las manipulaciones que, en muchas ocasiones, hacen tanto los descendientes de tus creencias como algunos de los adultos de mi pueblo palestino. La verdad es sólo una.
Unas tribus cuyos orígenes se remontan a milenios antes de Nuestra Era en los pueblos de origen semita que ocuparon la región del levante mediterráneo hacia el año 3000 a.C. dando origen a lo que se conoció como Canaán y a la cultura cananea que fue pionera en el sistema agrícola mediterráneo que comprendía el cultivo extensivo de granos, el cultivo de vino y oliva y su comercio y el pastoreo trashumante. Aunque los primeros asentamientos no fueron permanentes uno de los primeros que sí lo fue dio origen a la ciudad de Jericó. En los siglos anteriores a la aparición de los hebreos bíblicos, partes de Canaán se convirtieron en tributarias de Egipto, aunque la dominación de estos sobre el territorio era de forma esporádica y poco fuerte lo que originaba frecuentes rebeliones locales y luchas tribales.
Nuevos pueblos fueron asentándose en la zona costera de Canaán y a partir del siglo XII a. C., el establecimiento de los filisteos está bien testimoniado por sus cerámicas descubiertas así como por los textos egipcios y asirios. 
Según el relato de la Biblia en el libro del Éxodo se recoge el retorno de los hebreos desde Egipto en un deambular de cuarenta años por el desierto, un hecho que no aparece en otras fuentes y del que no existen pruebas arqueológicas que lo confirmen.
Se produce así la invasión de tus antepasados a las tierras de Canaán y la conquista de las mismas a costa de los pueblos que ya las habitaban.
Una historia ligada a tu pueblo hebreo, aquellas tribus que, al parecer, tú uniste y que después sus desacuerdos y luchas tribales llevaron a la división en dos territorios diferentes. Según los relatos bíblicos, diez de las tribus conformaron lo que se llamó el reino de Israel, con capital en Samaria, mientras que las otras dos formaron el reino de Judá, en los territorios al sur de aquel, con capital en Jerusalén.
La división y las luchas internas provocaron la debilidad de los reinos que posibilitan la invasión por parte de los poderosos imperios cercanos. Así en el 722 a.C. el reino de Israel fue conquistado por los asirios desapareciendo como tal reino. En las Crónicas de Sargón figura este relato: “A los habitantes de Samaria que se pusieron de acuerdo y conspiraron con un rey que me era hostil para no soportar la servidumbre y no entregar tributo a Asur y que entablaron batalla los combatí con el poder de los grandes dioses en los que confiaba. Con 200 de sus carros formé una unidad para mi fuerza real. Asenté el resto en medio de Asiria y repoblé Samaria más que antes. Llevé allí gentes de los países conquistados por mis manos. Nombré gobernador a mi inspector y los consideré como asirios.” En el 587 a.C. fue el reino de Judá, el que fue conquistado por los babilonios de Nabucodonosor II, quien llevó cautivos a Babilonia a una parte de la población: los principales líderes, sacerdotes y miembros de la alta sociedad y los artesanos. Tras la conquista de Tiro, el rey de Persia, en el año 537 a.C., los hebreos retornaron a Jerusalén y las pequeñas aldeas y pueblos de las afueras de la ciudad. Allí se encontraron, entre otras tribus, a los samaritanos, un grupo de tradición judaica originado en el reino de Israel tras la conquista de los asirios tras la unión de los antiguos hebreos con los pueblos con los que Asiria repobló aquellos territorios, y que reconocieron la Torá. Los judíos procedentes de Babilonia rechazaron a aquella secta por completo, lo que originó conflictos entre ellos. En esta situación, aquellos territorios sufrieron otras dominaciones como los macedonios de Alejandro Magno y luego el Imperio romano.
Si algo caracterizó a aquellos descendientes de tu pueblo, desde finales del Imperio seléucida, fueron sus constantes enfrentamientos que terminaban en guerras civiles. Las dos facciones políticas en que se había dividido, saduceos y fariseos, eran irreconciliables. Los saduceos eran rigoristas en cuanto al cumplimiento de la ley escrita que debía ser inalterable, que se enfrentaban a los fariseos quienes representaban la facción reformista. Como señala el historiador romano Josefo, de origen judío: “los saduceos reclutan sus partidarios entre los ricos y el pueblo no los apoya; en cambio, los fariseos tienen aliados populares”. Dando comienzo así a una época de enfrentamientos internos que tenían más de disputas por el poder y económicas que choques religiosos, y que originaron verdaderas masacres entre ellos, como la ocurrida durante el reinado de Alejandro Janneo en la que la guerra civil que, según Josefo, duró seis años y costó la vida a cincuenta mil judíos, acabó en uno de los actos más deleznables. Alejandro en su regreso a Jerusalén traía entre sus prisioneros a muchos enemigos judíos y según recoge Josefo en “Antigüedades Judáicas”: “… pues mientras festejaba con sus concubinas, a la vista de toda la ciudad, ordenó que unos ochocientos de ellos fuesen crucificados, y cuando aún vivían, ordenó que ante la vista de los condenados degollaran a sus hijos y esposas”. Hecho que aparece reflejado, además, en uno de los rollos de Qumrán: “al león de la cólera […] que cuelga vivos a los hombres” (cita de Paul Jhonson en “La historia de los judíos”).
Los dos arqueólogos responsables de la excavación
y tres imágenes diferentes de la misma
NOTA:
En el verano de 2018 un descubrimiento arqueológico vino a confirmar lo señalado por Josefo en relación a la crueldad ejercida por Alejandro Janneo durante su reinado (103-76 a.C.), según se recoge en este enlace  https://israelnoticias.com/arqueologia/antiguo-sitio-de-decapitacion-encontrado-en-jerusalem-evidencia-del-sangriento-gobierno-del-sagrado-rey/?fbclid=IwAR1p2T2hnKwevV1jdd3_JvAdZoCjTo89wUt_XAb07glIuHMK_BAMFWpwWKc
A la muerte de Alejandro Janneo la disputa por la sucesión en el trono a nuevas disputas entre fariseos y saduceos. Los primeros de ellos apoyaban a Hircano, mientras los saduceos lo hacían a Aristóbulo, ambos hijos de Alejandro Janneo. Aristóbulo logró hacerse con el poder y se proclamó rey. Hircano, asesorado por su primer ministro Antípatro, pactó con Roma un acuerdo mediante el que Judea se convertía en estado cliente de Roma, y en el año 63 a.C el ejército romano al mando del general Cneo Pompeyo Magno tomó Jerusalén restableciendo a Hircano como Sumo Sacerdote, pero no como rey. De aquella época de la dominación romana destaca la figura de Herodes I el Grande, de origen idumeo por lo que no fue aceptado por el pueblo judío a pesar de que, bajo su mandato, la provincia romana de Judea alcanzó su máximo periodo de prosperidad. A él se deben las obras de reconstrucción total del templo; la fortaleza Antonia; un gran palacio en la zona occidental de la ciudad; un hipódromo; un teatro y un anfiteatro, así como otras obras menores y la fundación de la ciudad de Cesarea. Figura, por otro lado denostada, por las hazañas criminales descritas por el historiador Josefo y fundamentalmente por el conocido relato de la “Matanza de los Inocentes” narrado por el Evangelio de Mateo, única fuente en que aparece, lo que ha llevado a poner en duda la historicidad el mismo.
Fue un incidente originado en el año 66 a.C. por el prefecto Gesio Floro, junto con la los enfrentamientos internos de los judíos, dio lugar a la revuelta que originaría la Primera Guerra Judeo-Romana. Con la escusa de aquella guerra cada grupo religioso se dedicó a sacar el mayor partido posible para sus intereses. La secta más extremista de todas, los zelotes, que algunos historiadores consideran como uno de los primeros grupos terroristas de la historia y en el que encuadraban los sicarios, una facción que se distinguió por su particular violencia y sectarismo, consiguió apoderarse de la fortaleza Masada y pasar a cuchillo a la desprevenida guarnición auxiliar romana (tropas sirias al servicio del ejército romano), para después hacerse con el control de Jerusalén donde, tras la toma de la fortaleza Antonia obligaron a las tropas romanas a refugiarse en el palacio de Herodes hasta su rendición tras la promesa de dejarles marchar. Pero todos ellos fueron asesinados junto con centenares de judíos “sospechosos”, entre los que se encontraba el Sumo Sacerdote. Tras la derrota de las fuerzas romanas comandadas por el legado de Siria, Cestio Galo, en la emboscada que sufrieron en Beth Horon, en la que tuvieron que abandonar su caravana de provisiones y equipo pesado que los judíos llevaron a Jerusalén. Ebrios con su triunfo y sabiendo que no podrían vencer a los romanos en campo abierto, se encerraron tras los muros de Jerusalén. En el verano del 67 el general Flavio Vespasiano, inició la reconquista de Jerusalén al frente de tres legiones compuestas por soldados romanos curtidos, que nada tenían que ver con las fuerzas auxiliares sirias a las que habían derrotado los judíos. Ante la superioridad romana, algunos judíos elevaron sus voces sensatas pidiendo llegar a un acuerdo con Roma, mas fueron acusados de traición y asesinados por los radicales que se habían hecho con el poder. Mientras las ciudades judías se rendían sin oponer resistencia, miles de judíos huían aterrorizados hacia Jerusalén. 
En la Ciudad Santa, el jefe de los zelotes, Juan de Giscala, inició una purga de "sospechosos" en la que fueron asesinados centenares de judíos. Los sacerdotes, apoyados por la mayoría del pueblo, les atacaron en el Templo y quedaron asediados allí, pero en su ayuda llegaron los idumeos que les liberaron y ambos grupos, zelotes e idumeos, se dedicaron a asesinar a centenares de sacerdotes y "sospechosos". Jerusalén se tiñó de sangre.
Por otro lado, Simón bar Giora, un edomita que lideraba parte de las fuerzas rebeldes, atacó Idumea devastándola en represalia por las matanzas de Jerusalén. En medio de la guerra contra Roma, el pueblo de Israel se desangraba en inútiles guerras civiles. Cuando Simón bar Giora llegó a Jerusalén se enfrentó a Juan de Giscala en una horripilante matanza que duró varios días y en la que murieron miles de judíos inocentes, atrapados entre los dos bandos. En estos enfrentamientos, además ambos grupos se dedicaban a quemarse las provisiones unos a otros, provisiones que hubieran ayudado a mantener alimentada a la población refugiada que veía como los romanos rodeaban la ciudad y comenzaban su asedio. La conquista de la ciudad fue terrible. Los romanos avanzaron metro a metro sobre un terreno defendido fanáticamente por los judíos en medio de un hambre atroz que mataba más judíos que los propios romanos mientras los hombres de Juan de Giscala, enloquecidos por el hambre, se dedicaban a torturar y asesinar a más y más judíos en medio de una sanguinaria orgía que parecía no tener fin. Tras conquistar la Antonia, Tito ordenó el asalto del último baluarte: el Templo. A pesar de las órdenes expresas de Tito para evitar su destrucción, en medio de la lucha se incendió y quedó destruido. Todos los zelotes fueron ejecutados salvo 700 que fueron enviados a Roma para figurar en el Triunfo de Tito en el que se mostraron al pueblo de Roma los tesoros sagrados del Templo tomados como botín. Simón bar Giora fue ejecutado en Roma arrojándolo desde la “roca Tarpeya”, y Juan de Giscala condenado a cadena perpetua.
Entre los años 115-117 se desarrolló la Segunda Guerra Judeo-Romana, conocida como “guerra de Kitos” en referencia al general romano Lucio Quieto, que para los judíos es conocida como “Rebelión del exilio”. Varios líderes extremistas judíos venían predicando por todas las provincias de Asia Menor y el norte de África, la sublevación de las juderías locales y la lucha contra la ocupación romana. Todo comenzó en Cirenaica, donde los rebeldes judíos estaban dirigidos por Lukuas, que se había proclamado mesías, según Eusebio de Cesárea, al que Dion Casio llama Andreas, probablemente su nombre grecorromano, en su “Historia Romana”, que describe así aquellos acontecimientos: 
“En aquel tiempo, los judíos que vivían en Cirenaica, teniendo como capitán a un tal Andreas, mataron a todos los griegos y romanos. Se comieron su carne y entrañas, se bañaron en su sangre y se vistieron con sus pieles. Mataron a muchos de ellos con extrema crueldad, despedazándolos desde encima de la cabeza abajo por el medio de sus cuerpos; arrojaron a las fieras a algunos, mientras que a otros los forzaron a luchar entre ellos, en tal medida que llevaron a la muerte a doscientos veinte mil.”
Un relato, tal vez exagerado, pero que da una idea de la violencia y crueldad empleada en aquella revuelta, que tuvo su continuación en Alejandría donde prendieron fuego a numerosos barrios, destruyeron los templos paganos y destruyendo la tumba de Pompeyo. Aquella rebelión no se limitó al norte de África, sino que muchedumbres de judíos, fanatizados por los rabinos se levantaron contra el poder romano en Rodas, Sicilia, Siria, Judea y Mesopotamia para llevar a cabo la limpieza étnica contra aquellas poblaciones. En Chipre tuvo lugar la peor masacre de la revolución judía: miles de habitantes no judíos fueron asesinados y la capital de la isla, Salamis, fue totalmente arrasada. Lukuas, tras los acontecimientos de Alejandría, probablemente huyó a Judea.
Fue así como cuando el Rabí Akiva ben Iosef activó una rebelión contra las autoridades romanas la misma llevó a la dispersión del pueblo judío. Existen diferencia entre las causas directas de la rebelión, según Dión Casio, historiador romano, la misma fue debida a la decisión del emperador Adriano de fundar en Jerusalén una nueva ciudad, Aelia Capitolina. Por otro lado, las fuentes judías, sin dejar de reconocer que aquello fue parte de sus decisiones, lo importante eran los decretos que prohibían la práctica de la circuncisión, el respeto al Sabbat y otras leyes religiosas. El Rabí Akiva convocó al Sanedrín y proclamaron a Simon Bar Kojba como Mesías. Este se puso al frente de la rebelión, que se extendió rápidamente por toda Judea, y tomó el título de “Nasi” (Principe) en el año 132. En un principio la rebelión tuvo éxito y las legiones romanas X Ferrata, con sede en Jerusalén, junto con la XXII Deioteriana, con base en Egipto, que pretendió auxiliarla fueron derrotadas y aniquiladas. La noticia llegó rápidamente a conocimiento de Adriano quien esperó dos años para reunir y movilizar doce legiones para hacer frente a los sediciosos judíos. Aunque las fuentes escritas sobre esta rebelión son escasas, la arqueología ha venido a evidenciar, con el hallazgo de monedas acuñadas en aquella época, que la misma tuvo éxito durante aquellos dos años y que los judíos proclamaron su independencia en la provincia romana de Judea.
Adriano puso al frente de las legiones a Sexto Julio Severo, un experto general, que, haciendo honor a su apellido, actuó con toda contundencia. Apresó al Rabí Akiba bajo la acusación de violar el decreto de Adriano que prohibía la enseñanza de la Torá, y trasladado a Cesárea murió debido a las torturas recibidas. Bar Kojba y sus más fieles seguidores se encerraron en la fortaleza de Bethar (Betar), no lejos de Jerusalén, donde el ejército romano los sitió y asaltó sin ninguna piedad, causando una verdadera masacre. Las consecuencias del fracaso de aquella rebelión fueron muy duras, Adriano ordenó la quema de los libros sagrados judíos en la colina del Templo, en el solar del mismo se erigieron dos estatuas, una en honor de Júpiter y otra de Adriano; se terminó de construir la ciudad de Aelia Capitolina, y se les prohibió a los judíos la entrada en ella. La mayor parte de los habitantes de Judea se establecieron en Galilea o emigraron a otros países en la diáspora. La provincia romana de Judea desapareció, y se cambió su nombre por el de “Palaestina”, nombre inspirado en los filisteos, para unificarla con la provincia romana de “Syria” y conformar la provincia de “Syria Palaestina”.
UN DESASTRE (NAKBA) QUE NO SE PUEDE OLVIDAR

Pueblos y escenas de la vida en Palestina a principios del siglo pasado. 
Yo nací en Gaza, y Gaza formaba parte de aquella Palestina que, junto a Siria, Líbano y otros territorios, conformaban la llamada Gran Siria, a principios del siglo pasado no había sufrido aún el despojo que tantas muertes e incertidumbres ocasionarían después. Aquella Canaán, habitada por pueblos muy diversos que fueron conocidos como cananeos. Fue la tierra de los filisteos, quienes introdujeron el empleo del hierro y, con ello, el avance económico y culturas, a pesar de lo que algunos mantienen sobre su belicosidad; era la tierra de los fenicios, cuna de una civilización que se extendió a lo largo del Mediterráneo. En fin, una tierra que fue conquistada por los hebreos, un conjunto de tribus procedentes, según sus propias tradiciones (orales y escritas) de Mesopotamia. Aquel territorio escenario de numerosas guerras, por el que pasaron casi todos los imperios y lo ocuparon durante determinados espacios de tiempo. Aquel territorio que, milenios después, aquellos que dicen ser descendientes de los hebreos, forzaron, y lo siguen haciendo, a sus habitantes de origen árabe a abandonarlo por la fuerza del terror y las armas, sobre la premisa de ser el pueblo elegido de Dios, y la falsedad de la frase “una tierra sin pueblo, para un pueblo sin tierra”, acuñada por Israel Zangwill, periodista británico de origen judío, a principios del siglo pasado. En aquella época la región de Palestina era un territorio eminentemente agrícola, donde se erigían numerosas ciudades, pueblos y aldeas habitadas por más un millón de seres humanos, de los que el 90 % eran árabes. La tierra del olivo, la palmera, la higuera y el naranjo. Una tierra fértil adornada por los mil colores de sus cosechas de cereales, verduras y frutales. Perfumada por los aromas de azahar y las flores de sus plantas aromáticas y ornamentales.
Un ejemplo de aquella tierra aún lo podemos observar en las ruinas de lo que fue el pueblo de Lifta. Aquel pueblo que despertó la admiración de Victor Guérin, el explorador y arqueólogo aficionado francés, que en uno de sus viajes a Palestina, en 1863, describió a Lifta como un pueblo rodeado de limoneros, naranjos, higueras, granadas y albaricoqueros. Un vergel construido sobre una ladera cuyos cultivos se escalonaban en terrazas. Un pueblo que, en 1945, tenía una población de 2.550 habitantes, todos ellos árabes. Con una superficie cultivable de 8.743 dunams (1 dunam = 1.000 metros cuadrados), de los cuales 3.248 estaban dedicados al cultivo de cereales. El 1 de enero de 1948 fue ocupada por tropas judías, tras un acto terrorista realizado el 28 de diciembre de 1947, en el que fueron asesinadas seis personas en la cafetería del pueblo, probablemente llevado a cabo por componentes de la “Banda Stern” o la Irgun. En febrero de 1948 el pueblo estaba totalmente abandonado, sus habitantes habían huido hacia Jerusalén, tras el terror impuesto por los sionistas. En la actualidad las pocas casas que quedaron en pie, tras la destrucción las fuerzas de ocupación judías, siguen abandonadas, el lugar nunca fue habitado, aunque algunas de ellas, así como su alberca alimentada por el Wadi al Shami, son utilizadas por jóvenes judíos. En aquellas ruinas se puede observar el tipo de construcción que caracterizó al imperio otomano, a base de su trabajo en cantería. Mas el paso del tiempo, el abandono, la maleza que invade sus calles y las inclemencias meteorológicas están contribuyendo a su destrucción definitiva, acompañada por la pintura que aparece, en una pared, a la entrada del pueblo que en hebreo pone: “Muerte a los árabes”.
Aquel desastre (Nakba) no surgió de la noche a la mañana, ni fueron acciones emprendidas de forma espontánea, todo fue debido a un plan preconcebido. La idea del regreso de los judíos a Palestina partió en 1799 de Napoleón, quien en su intento de tomar la ciudad de Akko (San Juan de Acre) solicitó la ayuda de los judíos a través de una carta dirigida a la nación judía, cuyo encabezamiento comienza así: 
“Cuartel general, Jerusalén primera floral, 20 de abril de 1799, en el año 7 de la República Francesa. 
Bonaparte, Comandante en Jefe de los ejércitos de la República Francesa, en África y Asia, a los herederos legítimos de Palestina 
Israelitas, nación única, a quienes, durante miles de años, la lujuria de conquista y la tiranía han privado de sus tierras ancestrales, pero no de su nombre y existencia nacional” 
Para continuar haciendo un llamamiento a la rebelión del pueblo judío, utilizando diversos pasajes de la Biblia, en el sentido de que le levantaran reclamando su posición en el mundo y se apresuraran a hacerlo pues Francia tendía su mano al legado de Israel. 
Palabras recogidas ampliamente por la prensa francesa. Proyecto que quedó frustrado tras su fracaso en la conquista de Akko y la derrota en Aboukir, Egipto, que le hizo regresar a Francia.
Muhamad Ali Pasha (Mehmet Alí)
Mehmet Alí (Muhammad Alí), un general al servicio del sultán otomano cuya ambición personal le había llevado a ir ascendiendo en la corte a través de intrigas y coaliciones, llegó a ser nombrado valí de Egipto en los primeros años del siglo XIX. Sus objetivos iban más allá de los límites del Nilo y declaró la guerra al Imperio otomano anexionándose, en 1831, Palestina y Siria consideradas históricamente las puertas de acceso a Egipto desde Europa y Asia y, por tanto, como protección vital contra amenazas turcas, con el objetivo de alcanzar la independencia para Egipto. Tras el apoyo prestado por Rusia, Prusia, Austria e Inglaterra al Imperio otomano, las tropas británicas ocupan Jerusalén y se obligó a Egipto a devolver al Sultán los territorios de Siria, Líbano y Palestina, declarándose Mehmet Alí vasallo del Sultán.
 
Antony Ashley-Cooper, conde de Shafterbury
El 17 de agoto de 1840, el periódico londinense “The Time” publicó un artículo bajo el título “Siria. El renacimiento de los judíos”, en el que se decía: “… la sugerencia de enviar a los judíos al país de sus antepasados y asentarlos allí, bajo la protección de las cinco potencias, ya no constituye un asunto alrededor del cual se diserte, sino que es más bien un tema para considerarlo seriamente”. Semanas después, el 25 de septiembre, el político británico Lord Shafterbury, quien de forma anónima había escrito, en 1839, un artículo titulado: “Estado y restauración de los judíos”, se dirigía a Lord Palmerston, secretario de Relaciones Exteriores de Gran Bretaña en los siguientes términos: “Siria debe convertirse en un dominio británico para lo cual es necesario capital y mano de obra”. Shafterbury opinaba: “Si consideramos la cuestión del retorno de los judíos a la luz de construir Palestina y habitarla, descubriremos que esa vía es la más económica y segura para proporcionar todo lo necesario para esa región escasamente poblada”. Defendía así una mayor presencia británica en Palestina que daría una ventaja colonial sobre Francia para el control de Oriente Medio, a la vez que le proporcionaba un mejor acceso a la India a través de una ruta terrestre directa y la posibilidad de abrir nuevos mercados comerciales para los productos británicos. Objetivos que serían más fácil alcanzar con el patrocinio de una patria judía tanto por motivos religiosos y políticos.
Henry John Temple, Lord Palmerston
A continuación Lord Palmerston escribía al embajador británico en Estambul para que se dirigiese al Sultán y lo tratara de convencer, y a su entorno con él, de que era necesario abrir Palestina a la inmigración judía en los siguientes términos: “… El retorno del pueblo judío, con la aprobación y la protección del Sultán, les convertirá en un obstáculo contra cualquier futuro plan de Mehmet Alí o de sus descendientes, lleva esa idea y pídele al soberano turco, con toda franqueza, que auspicie el retorno de los judíos de Europa a Palestina”.
 
Ligado a la aparición, en el siglo XIX, de los nacionalismos europeos, surge la idea de un nacionalismo judío entre los intelectuales judíos europeos ante la difícil situación del judaísmo europeo que ya venía sintiendo la oleada antisemita en algunos lugares de Europa oriental, como fueron las obras de Moses Hess, “Roma y Jerusalén” en 1860; la del médico judío ruso Leo Pinsker, “Autoemancipación” en 1882; y los escritos de Moshé Leib Lilienblum, los pioneros de la inmigración judía a Palestina.
Nathan Birnbaum
Fue en 1885 cuando se acuña por primera vez el término “sionismo”, en referencia al Monte Sión, lugar considerado como el centro espiritual del judaísmo, por el escritor austríaco de origen judío Nathan Birnbaum. Su objetivo era la creación de asentamientos judíos en Palestina.

Theodor Herzl
Ideas que, posteriormente, utilizaría Theodor Herzl, periodista y escritor austrohúngaro de origen judío, en su reinvención del judaísmo como la ideología de una nación más que una religión, y que recogía en su libro “El estado judío”, publicado en alemán en 1896.
Chaim Wizmann 
En Palestina existían pequeñas comunidades de judíos procedentes de aquellos que no abandonaron aquella tierra entre los años 132-135, que convivían con los árabes y cristianos.
En 1882 llegaron a Palestina los primeros inmigrantes judíos provenientes de las comunidades de judíos rusos que huían de la violencia desatada por los pogromos de Polonia y Rusia. Aquella primera oleada de inmigración, conocida como la “primera aliyá”, estuvo promovida por la organización “Hoevi Zion” (Amantes de Sión) creada décadas antes de la expansión de las ideas sionistas de Herzl, y contaba con la presencia de Chaim Wizmann, un emigrado ruso de origen judío, químico de profesión en la que destacó como director de los laboratorios del Almirantazgo británico, y que, más tarde, desarrollaría un papel fundamental en la Organización Sionista Mundial.
Muchos de aquellos judíos rusos se dirigieron a países europeos, y de allí, una mayoría, soñaban con emigrar a Estados Unidos. Unos pocos se dirigieron a Palestina donde comenzaron a establecer los primeros asentamientos. En 1878 se habían creado los asentamientos de Petach Tikva (Rayo de Esperanza) y Rosh Pina (Piedra Angular) que no prosperaron hasta la llegada de la “primera aliyá”, con la que se crearon dos nuevos asentamientos, el de Rishon LeZion (Primero a Sión) y Zichron Yaacov (Memorial a Jacob), iniciativas apoyadas por el barón francés de origen judío Edmond de Rocthchild, quien en 1895 visitó, por primera vez, Palestina para conocer la situación de aquellos primeros asentamientos y buscar nuevas oportunidades de inversiones, dado que muchos de aquellos primeros inmigrantes estaban abandonando los asentamientos en busca de trabajos más agradables que el de los agricultores. Se estima que el barón Edmond invirtió más de catorce millones de francos en el establecimiento de unos treinta asentamientos judíos, a los que prestó no solamente ayuda económica sino que los dotó de ayuda técnica con el asesoramiento de técnicos agrícolas y maquinaria. En 1895 el total de la población palestina ascendía a 500.000 personas, de las cuales más de 450.000 eran árabes y ocupaban el 99 % de la tierra; menos del 10 % eran judíos y dueños del 5 % de la tierra.
“La novia es bonita pero está casada con otro hombre”
Tras el I Congreso Sionista en Basilea, en el que se aprobaron las bases para el establecimiento de una patria para el pueblo judío en Palestina, después de descartar las opciones que había estudiado Herzl de asentamientos en Argentina, donde llegaron a crearse numerosas colonias de judíos europeos, y en una porción de África Oriental Británica (el conocido Plan Uganda) ofrecido por el gobierno de Londres, Max Simon Nordau, uno de los vicepresidentes de la Organización Sionista envió una delegación a Palestina que, tras su visita, enviaron el siguiente telegrama: “La novia es bonita pero está casada con otro hombre”. Lo que venía a desmontar lo manifestado por Herzl en el sentido de que era un país sin pueblo, pues aquella tierra estaba habitada por otro pueblo que llevaba allí miles de años. No obstante Herzl siguió con su idea de la creación de la patria judía en Palestina y se puso en contacto con los políticos más influyentes de los países europeos a quienes solicitaba el apoyo para el sionismo y sus ideas. Él llego a prometer a cada una de las potencias europeas, por separado, que si apoyaban el establecimiento de Israel aseguraría sus intereses en la zona.
Henry Campbell-Bannerman 
La política exterior británica venía marcada por las palabras de quien fue su primer ministro entre 1905 y 1908, Henry Campbell-Bannerman, quien manifestaba: “Es importante una presencia extranjera fuerte cerca de donde el Mediterráneo se une al mar Rojo. Debemos instalar en esta zona, cerca del canal de Suéz, una fuerza hostil con estos países y amiga de los países europeos”.
La llanura de Marj Bin Amer y el palacio de la familia Sursock en Beirut 
https://en.wikipedia.org/wiki/Sursock_family
En tres años el Fondo Nacional Judío, creado en 1901 como fondo económico destinado a la adquisición de tierras y la preparación de los inmigrantes a Palestina, compró más de 20.000 hectáreas en la llanura de Marj Bin Amer, al norte de Palestina, tierras propiedad de la familia Sursock, recidente en Beirut, relacionada siempre con turbios negocios, que, aprovechando las facilidades dadas por las leyes, compró a la administración otomana 18 000 hectáreas de terreno en las que se encontraban unas 20 pueblos habitados. Pagó por ellas unas 18.000 libras. A través de otros medios se hizo con otras 5 000 hectáreas, lo que hacía un total de 23 000 hectáreas de buenas tierras cultivables que tenía arrendadas a los campesinos árabes. Rentas que le generaban unos ingresos entre superiores a 12.000 libras anuales, mas cuando llegó el interés de los sionistas por aquellas tierras no dudo en vendérselas por un precio decenas de veces superior al de la compra. Esta adquisición llevaba consigo la entrega de las mismas libres de campesinos para que los sionistas pudieran explotar con trabajo de los judíos, lo que significó el desplazamiento de varios miles de árabes.
Organización “Hashomer” (El vigilante)
En 1909 se crea la organización “Hashomer” (El vigilante) por un grupo de inmigrantes sionistas, algunos de los cuales formaban parte de una sociedad secreta llamada “la guardia de Bar Giora” cuyo lema era: “A sangre y fuego Judea cayó, a sangre y fuego se levantará otra vez”. Hashomer fue creada con el objetivo de proteger los asentamientos que, en ocasiones, sus cultivos eran robados por simples ladrones. Mas sus intervenciones llegaron a exaltar los ánimos de los pobladores árabes, quienes también sufrían esos robos, por las incursiones de represalia que hacían los miembros de dicha organización.
 
Herbert Samuel 
El 28 de julio de 1914 dio comienzo la Primera Guerra Mundial. En enero de 1915, dos meses después de la declaración británica de guerra contra el Imperio otomano, Herbert Samuel, el primer judío practicante miembro del gabinete británico, presentó un memorándum que, bajo el título “El futuro de Palestina”, recogía, entre otras, estas ideas: “Desde luego no es el mejor momento para establecer un estado judío en Palestina. Palestina debe quedar bajo mandato británico después de la guerra. Con un gobierno británico las organizaciones judías tendrán facilidades para comprar tierras y fundar colonias. La inmigración judía tendrá preferencia. Memoradum que tuvo incidencia en el “Acuerdo Sykes-Picot” entre Francia y Gran Bretaña.
Por otro lado, y ante el deseo de algunos dirigentes árabes de lograr la independencia de la dominación otomana, dio origen a lo que se conoce como “Correspondencia Husayn-McMahon”, diez cartas intercambiadas entre 1915 y 1916, iniciada a raíz de un mensaje de Lord Kitnecher, secretario de Estado británico al jerife de la Meca Hussein ibn Ali, en los siguientes términos: “Si la nación árabe se coloca a su lado en esta guerra, Inglaterra la garantizará contra toda intervención exterior en Arabia y dará a los árabes toda la ayuda necesaria contra una agresión extranjera”. En aquella correspondencia, el jerife quiso concretar el ofrecimiento británico en la constitución de un reino árabe que incluyera los actuales territorios de Irak, Jordania, Siria, Líbano y la Palestina histórica, más la Península Arábiga. Henry McMahon trató de excluir Palestina mediante una referencia ambigua a la extensión de los territorios de que se trataba. McMahon, años más tarde, reconocía en una carta enviada a The Times: “Mi intención fue excluir Palestina de una Arabia independiente, y espero haber redactado las cartas de forma suficientemente clara en todos los sentidos”. Sin embargo los árabes entendieron como una promesa el contenido de las cartas e iniciaron la rebelión contra el Imperio otomano.
 
François George-Picot, Sir Mark Sykes en la parte superior,
junto al mapa en que, Bran Bretaña y Francia, se repartían Oriente Medio
Mientras esas negociaciones se mantenían, Gran Bretaña y Francia firmaron, el 16 de mayo de 1916, el “Acuerdo Sykes-Picot”, el resultado de las negociaciones secretas entre el representante británico Sir Mark Sykes y François George-Picot, en representación de Francia, mediante el que, ambas potencias, se repartían los territorios de Oriente Próximo si se obtenía la victoria sobre el Imperio Otomano. Acuerdo que sería recogido, tras finalizar la Primera Guerra Mundial, en la Conferencia de París bajo la forma de mandatos de la Sociedad de Naciones.
Arthur James Balfour y reproducción de su cartaArthur James Balfour, secretario de Relaciones exteriores del gobierno británico, envió una carta a Lord Rothschild a fin de lograr el apoyo de la comunidad judía al ejército británico en su esfuerzo bélico en la Primera Guerra Mundial, y fue la base utilizada para la creación de un estado judío en Palestina. Dicha carta fue publicada por The Times de Londres días después, y este era su contenido:
Foreign Office
2 de noviembre de 1917
Estimado Lord Rothschild:
Tengo sumo placer en comunicarle en nombre del Gobierno de Su Majestad, la siguiente declaración de simpatía con las aspiraciones judías sionistas, declaración que ha sido sometida a la consideración del gabinete y aprobada por el mismo:
«El Gobierno de Su Majestad contempla con simpatía el establecimiento en Palestina de un hogar nacional para el pueblo judío, y empleará sus mejores esfuerzos para facilitar el cumplimiento de este objetivo, quedando claramente entendido que no se hará nada que pueda perjudicar los derechos civiles y religiosos de las comunidades no-judías existentes en Palestina, o los derechos y estatus político de que gozan los judíos en cualquier otro país.»
Le agradeceré que lleve esta declaración a conocimiento de la Federación Sionista.
Suyo
Arthur James Balfour
Chaim Weizmann junto a otros compañeros sionistas
Aquella carta no sólo levantó las protestas de los árabes, acalladas con una nueva declaración franco-francesa del 7 de noviembre de 1918 en la que se aseguraba “la emancipación completa y definitiva de los pueblos árabes… y el establecimiento de gobiernos y administraciones nacionales que deriven su autoridad de la iniciativa y la elección libre de las poblaciones autóctonas”, sino que, además, despertó dudas en Chaim Wiezmann, el dirigente sionista, que, años más tarde, escribiría: “La Declaración Balfour de 1917 se construyó en el aire… cada día y cada hora de estos últimos diez años, he pensado al abrir los diarios: ¿de dónde vendrá el próximo golpe? Temblaba ante la perspectiva de que el Gobierno británico me llamara y me preguntara: “Díganos, ¿qué es la Organización Sionista? ¿Dónde están sus sionistas?... Sabían que los judíos estaban en contra nuestra; sólo éramos un pequeño grupo aislado de los judíos con un pasado extranjero”. La historia posterior de Palestina vendría de demostrar la poca importancia que los acuerdos anglo-franceses daban a los deseos de la población autóctona. Su tierra había sido prometida a otro pueblo por un gobierno extranjero que, en esa época no tenía derecho de soberanía sobre Palestina.
Edmund Alleby en su entrada en Jerusalén,
junto a David Ben-Gurión y Ze’ev Jabotinsky, en la parte inferior
El día 11 de diciembre de 1917, el general Sir Edmund Alleby, Comandante en Jefe de las Fuerzas aliadas, descabalgaba frente a la puerta de Jaffa en Jerusalén, y entraba andando en la ciudad, lo que le había sido recomendado, entre otras acciones, realizar por el gobierno británico. Integrada en el ejército británico estaba la Legión Judía formada por voluntarios entre los que se encontraban David Ben-Gurion y Ze’ev Jabotinsky. Un mes después de la toma de la ciudad, Alleby recibía a Weizmann.
A la derecha,  al-Husseini, junto a otras personas con bandera blanca,
rinde la ciudad de Jerusalén. A la derecha, arriba, Hussein Bey al-Husseini.
Debajo, los sargentos Sedgewick and Hurcomb
La ciudad había sido abandonada por los otomanos el día 8 de diciembre por la noche, y a primera hora del día siguiente su alcalde, Hussein Bey al-Husseini, rendía la ciudad ante los primeros soldados británicos que encontró en su camino, los sargentos Sedgewick y Hurcomb.
En el séptimo congreso sionista, celebrado en Basilea en 1905, Yitzhak Epstein, filólogo y educador de origen ruso y pionero sionista en Palestina, hizo una exposición sobre las prácticas que se estaban adoptando en Palestina para la ubicación de la inmigración judía. Dos años más tarde, dicha exposición se publicaba en la revista Ha-Shiloah bajo el título “La cuestión oculta”. De ella entresacamos algunos párrafos extraídos del libro “Tres ensayos sobre los orígenes del desposeimiento palestino en la era del sionismo”, de Sergio Pérez Pariente.

“En mis oídos aún resuenan los lamentos de las mujeres árabes el día que sus familias salieron de Ja’uni —Rosh Pina— para asentarse en el Horan, al este del Jordán.

Los hombres montaban en burros y las mujeres los seguían llorando con amargura, y todo el valle se llenó de sus lamentos.”

“Desde que es joven hasta que acaban sus días, la mujer árabe soporta en silencio el yugo de sus pesadas labores; saca el agua y a veces corta la leña, es una bestia de carga. Con un lactante a la espalda, un fardo bajo la ropa y una jarra de agua en la cabeza, esquila y recolecta y desde la mañana hasta la caída de la tarde trabaja agachada bajo un sol de justicia; tras su vuelta al hogar, y no mucho antes de que el sol salga de nuevo, aún cuece el pan frugal y, envuelta en humo, pone a hervir un magro caldo. ¿Y a estos los desposeeremos, será a estos a quienes dañemos, aumentando su pobreza?”

“Es costumbre en Eretz Israel que la finca cambie de propietario pero que los aparceros permanezcan en el sitio. Sin embargo, cuando nosotros adquirimos las propiedades desalojamos de ellas a los antiguos cultivadores. (…) si no queremos engañarnos a nosotros mismos con una mentira convencional, debemos admitir que hemos expulsado a personas pobres de sus humildes moradas y les hemos quitado el pan de la boca”.
“¿Puede perdurar semejante modo de adquirir la tierra? ¿Callarán para siempre quienes han sido expulsados y aceptarán tranquilamente lo que les hemos hecho? ¿No se levantarán finalmente para recuperar con sus puños lo que les fue arrebatado con el poder del oro? ¿No pedirán cuentas a los extranjeros que les despojaron de sus tierras?” 
El final de la Primera Guerra Mundial sólo supuso, para los palestinos, un golpe más a sus aspiraciones de un estado independiente. Rechazaban de pleno la “Declaración Balfour”, pues en ella, además de lo señalado en cuanto a disponer de un territorio que no era suyo, añadían el insulto de no reconocerlos por su nombre, palestinos, y denominarlos “comunidades no judías” de Palestina, cuando los árabes constituían el 90 % de la población, y rehuían aceptar el principio según el cual la instalación de los judíos en Palestina era un derecho basado en los tiempos bíblicos, por encima del derecho de los palestinos nacidos en el país, la tierra de sus antepasados.
En la parte superior, de izquierda a derecha: Woodrow Wilson,
Henry C. King y Charles R. Crane.Debajo la Comisión King-Crane. 
Tras la Conferencia de París, del 18 de enero de 1919 y el pacto de la Sociedad de Naciones, creado por el Tratado de Versalles, cuyo artículo 22 declaraba la salvaguardia de las provincias árabes como una “sagrada misión de civilización”. Y por el que las comunidades que vivían allí debían de ser reconocidas como “naciones independientes”, el presidente estadounidense Woodrow Wilson, en mayo de 1919, creó la que se conoce como “Comisión King-Crane” a fin de conocer la situación en Palestina, entre otras áreas de lo que había sido el Imperio Otomano. En agosto de 1919 la comisión hizo un informe sobre los temores de los palestinos frente al sionismo. Destacando que los sionistas “aspiraban a desposeer casi por completo a los actuales habitantes, no judíos, de Palestina”. “Si debe predominar el principio de autodeterminación del presidente Wilson y los deseos de la población palestina, deben ser tajantes sobre qué hacer con Palestina. Debemos recordar que la población no judía de Palestina, casi el 90 % se opone al programa sionista”. Este informe no surtió ningún efecto.
 
David Lloyd George. En el gráfico, la zona sombreada señala los territorios
reclamados por la Organización Sionista Mundial en 1919
En el marco de la Conferencia de Paz de París, donde Gran Bretaña estaba representada por su primer ministro David Lloyd George, acompañado, entre otras personalidades, por Arthur Balfour, la delegación sionista presentó el mapa del estado judío, propuesto por la Organización Sionista Mundial, que incluía Palestina y la orilla este del río Jordán, así como el sur del Líbano y Quneitra en Siria.
Chaim Weizmann, a la izquierda, junto a Faysal inb Hussein
El emir Faysal ibn Hussein, que representaba a los árabes en aquella conferencia, firmó un acuerdo con Chaim Weizmann, dirigente sionista (Acuerdo Weizmann-Faysal), tras enviar una carta al jefe de la Organización Sionista Americana, Felix Frankfurter, en estos términos: 
“Sentimos que árabes y judíos son primos de raza y han sufrido una opresión semejante de manos de potencias poderosas… Los árabes, especialmente quienes nos hemos educado entre nosotros, miramos el movimiento sionista con la más profunda simpatía… Daremos a los judíos una sentida bienvenida a casa… Gente menos informada y responsable que nuestros líderes y los vuestros, ignorando la necesidad de cooperación entre árabes y sionistas, han intentado explotar las dificultades locales que necesariamente surgirán en Palestina en la fase temprana de nuestros movimientos.” 
Según recoge el acuerdo, los árabes apoyaban la plena ejecución de la Declaración Balfour en su artículo tercero, y alentaban la inmigración judía y su asentamiento en Palestina. Aquel acuerdo nunca se llevó a efecto.
1920 marca el principio real del conflicto palestino-judío. Tras algunas manifestaciones de protesta, realizadas en marzo, ante el temor que inspiraba la creciente inmigración judía y la decepción ante las promesas incumplidas de independencia, durante la celebración del “Bani Musa” estalló un conflicto entre árabes y judíos. En él murieron cinco judíos y otros doscientos resultaron heridos. El alcalde de la ciudad, Musa Kazim Pacha al-Husseini es destituido, por las autoridades británicas, por su oposición a la política sionista.
General sir Phlip Charles Palin
Gran Bretaña nombra la comisión investigados Palin, presidida por el mayor general sir Philip Palin, cuyo informe fue muy crítico con los sionistas y expresó su alarma por la situación en Palestina, a la que calificó como “muy peligrosa”.
 
Herbert L. Samuel. Amin al-Husseini. Judío en obras para la distribución del agua.
Telegrama con las abreviaturas de “Eretz Ysrael”
 
En la conferencia de San Remo se le asignó el mandato a Gran Bretaña sobre Palestina, que se estableció de forma definitiva por la Sociedad de Naciones en junio de 1922. Fue nombrado primer gobernador británico para Palestina, Herbert L. Samuel, reconocido sionista cuyas ideas habían influido en la Declaración Balfour de 1917. Una de sus primeras medidas fue convertir el hebreo en la lengua oficial de Palestina, junto al inglés y el árabe, añadiendo al nombre de Palestina en hebreo las abreviaturas de “Eretz Yisrael” (tierra de Israel). Durante el desempeño de su función, hasta 1925, sentó las bases para la creación del Estado de Israel, según sus propias ideas y lo recogido en la segunda clausula del documento del Mandato Británico aprobado por la Sociedad de Naciones que estipulaba que el gobierno británico debería situar al país en las condiciones políticas, administrativas y económicas que aseguraran el establecimiento de una patria judía. Promulgó numerosas leyes que amparaban el dominio de las tierras por los judíos, y se permitió la construcción, por los sionistas, de centrales eléctricas propias, a la vez que se incluyeron judíos en cargos de obras públicas y aguas, lo que les permitió desarrollar proyectos ajenos a los árabes que allí residían. Fijó, en agosto, la nueva cuota de 16.500 inmigrantes judíos para el primer año del Mandato. Nombró a Amin al-Husseini como gran muftí de Jerusalén. Y permitió a los sionistas tener sus propias fuerzas defensivas.
¿Serían estos los palestinos a los que tenían que enfrentarse? Porque lo cierto
es que los movimientos rebeldes árabes no surgieron hasta más tarde.
El 15 de junio se creó la Haganá una organización paramilitar que los líderes sionistas consideraron necesaria para la protección armada frente a la población árabe. Su predecesor fue el grupo Hashomer, del que antes hemos hablado, y cuyos componentes se integraron en la nueva organización. Los británicos no oficializaron la constitución de este grupo armado, pero lo toleraron y no hicieron nada por controlarlo. El 30 de junio de 1924 el poeta judío y activista antisionista de origen holandés, Jacob Israel de Haan, fue asesinado, en un atentado perpetrado por Avraham Tehomi, al parecer por orden de Yitzah Ben-Zvi. Tehomi sería, posteriormente, el primer comandante de la organización Irgún.
 
En la imagen superior, participantes en el
Tercer Congreso Nacional Palestino celebrado en Haifa en 1920.
En la imagen inferior, visita de Churchill a Palestina en la que aparece junto a su señora,
Herbert Samuel (centro) y el Emir Abdullah (izquierda de Herbert), el 28 de marzo de 1921
actuación del gobierno británico trajo consigo la expulsión de miles de palestinos de sus tierras y dio origen al naLa cimiento de grupos revolucionarios. El 1 de mayo de 1921, tanto los miembros del “Partido Comunista Judío” como los de su rival la organización judía socialista “Unidad Trabajadora”, habían convocada sendas manifestaciones que, cuando se encontraron, estalló una pelea entre ellos. La policía del Mandato Británico cargo contra los comunistas y los persiguió hasta Jaffa, donde los residentes árabes intervinieron en una reyerta contra los judíos. Fruto de aquel enfrentamiento resultaron muertos 45 judíos y otros 146 sufrieron heridas, mientras que entre los árabes los muertos fueron 48 y heridos 73. Los intentos del Movimiento Nacional Palestino de alcanzar acuerdos con el gobierno británico se veían frustrados. Las tres delegaciones que visitaron Londres durante los años 1921 y 1922 para exponer la situación y en las que pedían el cese de la inmigración masiva y de las ocupaciones de tierras por los sionistas, sólo llevaron al gobierno británico a publicar una declaración de intenciones (Libro Blanco de Churchill) en el que desestimaba la intención de crear un estado judío en Palestina, pero sí la creación del Hogar Judío como una comunidad judía autónoma. Admitiendo que la inmigración judía continuaría, a un ritmo adecuado a la “capacidad de absorción económica del país. Idea aceptada por los judíos pero que los palestinos rechazaban porque los objetivos políticos, reconocidos por los sionistas, de la inmigración masiva judía se transformaban en meros criterios económicos.
Para entender el temor de los palestinos a la inmigración masiva de judíos y a la compra de tierras por los sionistas, hemos de conocer la situación en que se encontraba la propiedad y explotación de aquellas que, frente al mito sionista de la tierra yerna y deshabitada, Palestina era una tierra exportadora de productos agrícolas en la que los puertos de Jaffa, Haifa y Acre eran puertas de salida a las exportaciones de trigo, cebada, aceite de oliva, sésamo, jabón, cítricos y otras frutas y vegetales. Gran Bretaña, Francia y Egipto, así como el norte de Siria, Asia Menor, Grecia, Italia y Malta eran el destino de aquellos productos.
Más igual que había sucedido en otras regiones mediterráneas durante el siglo XIX y principios del XX, durante el imperio otomano y el dominio británico, se impulsó un proceso de la agricultura capitalista que llevó a la concentración de la propiedad y que sometía a los campesinos (fellahin) a una explotación cada vez más dura. En 1923 más del 75 % de los derechos de las tierras estaban en manos de las clases notables (efendis), propietarios de grandes extensiones de tierras, que vivían en las ciudades, y que obtenían sus ingresos a través de la renta, la especulación y los negocios en otros sectores. La costumbre y el tiempo de permanencia en las tierras hacían que los aparceros las consideraran como propiedad de la tribu, a pesar de los cambios de titularidad de la misma, los lazos que les ataban a ellas no eran económicos sino que estaban ligados a una tradición tribal y a su identidad. Durante su Mandato los británicos continuaron con la política iniciada por los otomanos que atacaba a la pequeña propiedad privada, dictando leyes como la “Land Transfer Ordinance” y la “Survey Ordinance” de 1920, que facilitaban las transacciones de las tierras; la “Mahlul Land Ordinance” de 1920 que prohibía a los campesinos palestinos aumentar sus dominios; y la “Marvel Land Ordinance”, de 1921, que derogaba el derecho de los campesinos palestinos a anexionarse las tierras no cultivadas. A la vez que ordenó la actualización del catastro cuyo objetivo no era sólo poner al día los registros sino, además, apropiarse de las tierras no registradas, muchas de las cuales pasaron a manos de los sionistas, bien por contratos de arriendo o por venta. En palabras de uno de los altos funcionarios encargados de la tierra: “la única manera de hacer que las tierras estuvieran disponibles para los judíos sin complicaciones políticas”. Estas normas del Mandato colocaron el principio de propiedad por encima del principio de uso de la tierra, y fueron utilizadas para anular la costumbre como fundamento legal y posibilitar la expulsión de los aparceros de sus tierras.
Entre otros, un ejemplo de aquel temor que producía en los campesinos árabes la compra de tierra por los sionistas lo encontramos en las adquisiciones y asentamientos realizados en Wadi Hawarith, una zona localizada entre Haifa y Tel Aviv que ya había llamado la atención de la inversión privada por su fertilidad. Una parte de aquellas tierras habían pasado a manos del gobierno otomano a raíz de la ley que obligaba a los campesinos a registrarlas a su nombre. Posteriormente fueron compradas por la familia Tayan, maronistas de Beirut, junto a todas las demás que conformaban el Wadi Hawarith, mas los campesinos siguieron residiendo allí y cultivándolas. El Fondo Nacional Judío las compró a dicha familia Tayan, actuando como mediador Awni Abd al-Hadi, jefe del partido Istigal, lo que venía a demostrar el doble juego que algunos propietarios árabes, y los líderes palestinos, llevaron a cabo en las compras sionistas de tierra. Mientras por un lado se beneficiaban económicamente de las mismas, por otro criticaban la inmigración judía. Doble juego que significó la pérdida de credibilidad entre el pueblo palestino.El rechazo a estas actuaciones queda perfectamente reflejado en las palabras de Ibrahim Touqan, poeta palestino de Nablus: “Ellos han vendido el país a sus enemigos por su ambición de dinero, pero son sus hogares lo que han vendido. Podrían ser perdonados si hubieran sido forzados a hacerlo debido al hambre, pero Dios sabe que nunca han sentido hambre o sed. ¡Que se abstengan de vender tierras y mantengan una parcela para que descansen su huesos!”
 En la parte superior imágenes de manifestaciones palestinas.
En la inferior, a la izquierda, visita de Balfour a un asentamiento judío.
A la derecha, manifestación de mujeres árabes, cristianas y musulmanas, en protesta por esa visita.
Aquellos campesinos, que habían cultivado aquellas tierras durante generaciones, se negaron a abandonarlas y no aceptaban el traslado a otras zonas. Ellos perdían las tierras que consideraban suyas desde generaciones por la costumbre y el tiempo que llevaban en ellas. Aquellos sentimientos de arraigo y los lazos de unión a la tierra no fueron comprendidos por los británicos, ni admitidos por los sionistas, que señalaban las transferencias de población, de un lugar a otro, con tan poca importancia que parecía que hablaran del movimiento de objetos o animales y no de seres humanos. Durante casi cuatro años aquellos campesinos mantuvieron sus protestas, que lo único que pretendían eran mantener sus condiciones de vida. Diferentes manifestaciones pacíficas fueron convocadas para demostrar el desacuerdo con la política de británicos y los planes de expansión sionistas, como las ocurridas durante la visita, en 1925, a Palestina de Arthur Balfour, donde los árabes cristianos apoyaban las reivindicaciones de sus hermanos musulmanes.
Al-Buraq, para los árabes. Muro de las Lamentaciones, para los judíos
En agosto de 1929, una disputa entre los árabes y los judíos por el acceso al Muro de las Lamentaciones, nombre utilizado por los judíos, mientras que los árabes lo conocen con el nombre de Al-Buraq finalizó en enfrentamientos el día 29 de ese mes con el resultado de 133 palestinos y 133 judíos muertos, y más de 300 heridos entre unos y otros. Esta zona en disputa se encuentra en la ciudad vieja de Jerusalén (Palestina), en la parte sur del muro occidental del Haram al-Sharif, entre la Bab al-Ambiya (puerta del Profeta o puerta de Barkalay), bajo la Bab al-Magariba (puerta de los Marroquíes, que da acceso al Haram al-Sharif) y el salón ayyubí, justo debajo de la madrasa Tankaziyya. La parte inferior del muro occidental data de la época del gobernador romano Herodes; los demás, del mandato del califa omeya Abd al-Malik ibn Marwan, mientras que las hiladas superiores datan del periodo mameluco. Las excavaciones realizadas en Palestina siempre han encontrado restos de las civilizaciones que la ocuparon a lo largo de los tiempos, pero no se ha encontrado ninguna prueba arqueológica de la existencia del segundo templo. Lo único que se conoce de él es lo que recogen los relatos de la Torá. Los británicos habían permitido el acceso de los judíos a esta zona de la explanada de las mezquitas, reclamada por los judíos como parte del segundo templo de Salomón. De hecho ya se estaban realizando proyectos de construcción en ella que los árabes consideraban amenazas contra su propia identidad religiosa. El día 14 miles de judíos se manifestaron en Tel-Aviv bajo los gritos de “El Muro es nuestro”. Al día siguiente cientos de jóvenes judíos cantaron el himno sionista frente a él, izando su bandera. Estas acciones incitaron a la población árabe, que las consideraron una ofensa más a su propia existencia tras no ver atendidas ninguna de las reivindicaciones presentadas ante las autoridades británicas, que ponían en juego su futuro.
El carácter de las protestas asumió la forma de insurrección popular anticolonial y antisionista. Los árabes plantearon las demandas principales: La paralización de la inmigración judía a Palestina; La prohibición de la transferencia de tierras palestinas a compradores judíos; y el establecimiento de un gobierno democrático en Palestina que represente la correlación cuantitativa entre árabes y judíos. Pero esta historia tendrá una continuidad en la próxima entrada.
Continuará ...