domingo, 30 de agosto de 2015


Mientras el tórrido verano convierte estos días en una sofocante desazón que hace imposible el descanso, esa desazón aumenta por los escalofríos que siento al ver las imágenes que, estos días, nos ofrecen los medios de comunicación sobre las oleadas de inmigrantes que, huyendo del terror que producen las guerras; del miedo a que sus hijos no tengan un futuro; del pánico a una vida inhumana sin prácticamente nada para sobrevivir, tratan de alcanzar un nuevo país que les aleje de todo aquello. Por lo tanto a la mayoría de ellos no deberíamos llamarles inmigrantes sino refugiados, pues según la propia definición del Comisionado de Naciones Unidas para los refugiados (ACNUR), son “aquellas personas que huyen para salvar sus vidas o preservar su libertad”. Consigo llevan, entres sus escasos enseres, la esperanza y la ilusión de llegar a aquel país, del que otros ya le habían hablado por haberlo alcanzado antes, en el que encontrar una nueva vida.
Mas estas imágenes, para el mundo occidental, suelen ser pasajeras. Impactan en la medida en que las mismas recogen la desgracia de muchos o su crueldad se considera excesiva. Pronto serán olvidadas. Como lo han sido las de la destrucción y la masacre ocurrida en Gaza el año pasado; como lo fueron las de la catástrofe (nakba) del pueblo palestino; como lo han sido las de la guerra en Siria, donde miles de esos seres humanos que hoy se aglomeran en las fronteras de países de Europa, han visto como las noticias de las masacres que allí se producían eran sustituidas por la destrucción de restos arqueológicos.
Todas esas imágenes, queramos o no, tiene la misma magnitud de aquellas otras que se vivieron en la Europa de la primera mitad del siglo XX, donde millones de personas huían perseguidos por el odio o por el temor a la guerra, u obligados por las fuerzas invasoras de sus países: polacos, húngaros, judíos, españoles, alemanes… Aunque algunas de ellas nos las recuerdan cada cierto tiempo.
No soy partidaria de pasar página. La Historia, conformada por las acciones de los seres humanos, está para aprender de ella a fin de no cometer, una y otra vez, los mismos errores. Mas eso no parece suceder así y, en mi modesta opinión, sólo es debido al error intencionado de narrar las historias desde la subjetividad del vencedor o el victimismo del vencido, utilizándola para crear corrientes de opinión a favor de ellos. En todos los casos, todas esas personas, son víctimas inocentes, algo que defiendo y defenderé siempre, pero víctimas de los poderes económicos-políticos que para nada importa las vidas de los seres humanos.
Izquierda: François Crepéau. A la derecha: Gauri van Gulik
No soy política, ni tengo la solución a este gravísimo problema cuyo desenlace no es fácil. Hemos de tener en cuenta que los problemas de esos inmigrantes no acabarán cuando lleguen al país deseado. En la mayoría de las ocasiones se han de adaptar a una cultura diferente, algo no siempre deseado o conseguido; serán discriminados y sufrirán el abuso de quienes ven en ellos una oportunidad para obtener mano de obra más económica; serán los primeros en ser señalados cuando cualquier crisis económica afecte al país donde hayan sido acogidos… Pero está claro que quienes deberían buscarla sólo hablan para lanzarse mutuas acusaciones, enmarcadas en palabras que no aportan nada nuevo, han sido dichas, de una manera o de otra, a lo largo de la historia sin que hayan solucionado la situación real de las personas inmersas en esas situaciones.
“Son personas como tú y yo, y nadie de nosotros debería atreverse moralmente a decir que nunca haría lo mismo si estuviera en su situación. Los migrantes son seres humanos con derechos. Cuando deshumanizamos a otros, nos deshumanizamos a nosotros mismos” (François Crepéau, relator especial de las Naciones Unidas para los Derechos Humanos de los Migrantes). Palabras manifestadas dentro del contexto referido a la actual situación que viven esos refugiados en las fronteras de países europeos.
“Ante la ausencia manifiesta de rutas suficientes, seguras y legales hacia Europa, la gente no tiene más alternativa que embarcarse en viajes irregulares y plagados de peligros, ya sea atravesando el Mediterráneo o, cada vez más, los Balcanes Occidentales. Ya es hora de mostrar una tarjeta roja a Europa, por su respuesta a la crisis de los refugiados y apremiar a sus Estados para que recapaciten”.  (Gauri van Gulik, directora adjunta del Programa de Amnistía Internacional para Europa y Asia Central). Manifestaciones tras la cumbre de la Unión Europea y los Balcanes Occidentales los pasados días 26 y 27.
 15 de agosto. Los cadáveres de 49 inmigrantes fueron encontrados en un barco rescatado frente a las costas de Libia, 40 de ellos habían muerto asfixiados en la bodega del mismo. 
27 de agosto. Encontrado en el arcén de una autopista en Austria un camión frigorífico con los cadáveres de 71 inmigrantes, entre ellos cuatro mujeres y tres niños. 
Palabras que salen de boca de quienes deberían de buscar una solución al problema, pero palabras que no dicen nada respecto al origen y a la verdadera solución del mismo. Muchos de esos refugiados que huyen de la pobreza y del temor que produce la guerra en los territorios de los que proceden, no es la primera vez que pasan por esa situación, ya lo han vivido en otras ocasiones, como los palestinos que estaban refugiados en Siria o Líbano. Ya estaban, o deberían estar, bajo la protección de la ONU. Las soluciones planteadas en esas palabras lo único que hacen es trasladar ese problema hacia otros lugares, como ocurrió con la solución dada al antisemitismo declarado en Europa en el siglo XIX y que se extendió hasta la Segunda Guerra Mundial. Se limitó a apoyar la decisión del movimiento sionista a regresar a una tierra que ya estaba habitada por los árabes, creando así un conflicto que dura hasta nuestros días y que es parte del origen de esos emigrantes que hoy buscan su futuro en Europa. Futuro que, en muchos casos, ponen en manos de desaprensivos que ven en la desgracia ajena la manera de hacer negocio. Entre 1.000 y 3.000 euros deben pagar por un billete cuyo destino final suele ser como mínimo un campo de acogida en cualquier país europeo, mientras alguien decide si son merecedores del “título de refugiados”; y en muchas otras ocasiones ese destino es simplemente la muerte.
No pretendo que se levanten muros o barreras, eso no tiene ningún efecto ante la desesperación, la miseria o el hambre, muchos menos cuando se ha visto de cerca el horror de la muerte en la guerra. Solo me limito a releer la historia, y la solución, como la propia historia nos señala, no está en desarraigar a las personas de su tierra o su cultura, sino en buscar los medios necesarios, tanto políticos como económicos, para que sean capaces de desarrollar una vida digna en sus lugares de nacimiento. Que, en cualquier caso, si ellos lo deciden puedan ser emigrantes libremente. Esas imágenes seguirán apareciendo, como lo han sido en su momento otras muchas que se hacían eco de esas desgracias múltiples, hasta que por fin se conviertan en parte de nuestro paisaje y terminaremos por no prestarles atención. Nuestras miradas serán desviadas hacia otras cuestiones de tipo político o económico, que lo único que hacen es deshumanizar cada vez más a los seres humanos.  Es la hipocresía que, en muchas ocasiones, preside esta sociedad que camina sin rumbo engullida por el consumismo y los espectáculos de ocio y entretenimiento con el que manipulan nuestras vidas. Es, simplemente, la DESHUMANIZACIÓN del ser humano. Recuerdo la última estrofa de una canción que, en 1978, compuso el cantautor argentino León Greco y que ha sido interpretada por muchos otros artistas y utilizada en diversos contextos y situaciones,
Sólo le pido a Dios
que el futuro no me sea indiferente,
desahuciado está el que tiene que marchar
a vivir una cultura diferente.
 

viernes, 21 de agosto de 2015


Esta entrada fue publicada el 21 de agosto de 2015 y revisada el 4 de abril de 2017
El agua y el control ejercido sobre la misma por Israel, es una de sus “armas” preferidas para ejercer el bloqueo sobre los territorios palestinos. Mientras que los israelíes gozan de un suministro normal, tanto para la agricultura como para el consumo, los palestinos ven controlado y restringido el mismo.
Desde las primeras aliyás los sionistas tuvieron claro que el control de los recursos hídricos del territorio sería fundamental para alcanzar sus objetivos de colonización, es así como durante la época del Mandato Británico ya consiguieron ocupar cargos en los departamentos de obras públicas y aguas.
La viabilidad de la ocupación de lo que consideran su “tierra prometida” pasa necesariamente por seguir manteniendo la emigración judía, a este territorio, desde todo el mundo, y el agua es la base fundamental para el desarrollo de la agricultura, la industria y básica para el consumo humano. Es por ello que algunas de sus acciones bélicas en países vecinos han tenido como objetivos el dominio de los recursos hídricos de la región, como es el caso de los Altos del Golán. El río Jordán, su cabecera formada por los ríos Snir, Dan y Banias, así como su afluente el Yarmuk, son la base del sistema hídrico de Israel.
En 1967, Israel declaró todos los recursos hídricos como propiedad estatal, pero el abuso de los mismos ha llevado al descenso del caudal del Jordán que era de unos 1 250 millones de metros cúbicos hace unos 50 años, a los escasos 200 millones de metros cúbicos en la actualidad, con el agravante de la contaminación su sufren sus aguas por el alto contenido de minerales que contienen. Todo ello está afectando a las aguas del mar de Galilea y del mar Muerto y, por ende, a sus ecosistemas.
Este déficit de agua potable ha llevado a Israel a desarrollar procesos de desalinización del agua del mar con la construcción de diversas plantas desaladoras, que si bien están avanzando en los procesos de producción de agua a menores precios se desconoce, según  los biólogos, el impacto que puede tener este proceso en el hábitat marino al que vierten la salmuera. Los pocos estudios de impacto disponibles indican que el vertido de salmueras de las desalinizadoras ha llevado a reducciones de poblaciones de peces, desaparición de plancton y corales en el mar Rojo; y mortalidad de manglares y especies marinas en la laguna de Ras Hanjurah (Emiratos Árabes). De tal forma que esos sistemas de obtención de agua potable no es la solución definitiva.
Todo ello nos hace comprender que el agua ha sido y es un factor fundamental para el desarrollo del estado de Israel, y el recorrido del “muro de seguridad”, según ellos (“muro de la vergüenza” para el resto) en Cisjordania, en realidad está construido en base a la localización del agua. Su construcción ha significado la desaparición de una gran cantidad de tierras de cultivo palestinas y la usurpación de suministros de agua, incluyendo el mayor acuífero de Cisjordania. Además del aislamiento de 78 pueblos palestinos. El muro de hormigón está presente en Belén, partes de Ramallah, Qalqilya, Tulkarem y partes de todo el cinturón de Jerusalén.
Tanto Cisjordania como Gaza dependen de sus aguas subterráneas para la supervivencia de sus habitantes y el cultivo de sus tierras, pero de una manera o de otra, Israel, a través de Mekorot, la compañía israelí de aguas, controla el flujo de la misma hacia los palestinos. En Cisjordania, las autoridades israelíes no permiten la construcción de pozos o el mantenimiento de infraestructuras hídricas, en la mayoría de su territorio, a los palestinos, y en donde pueden hacerlo se encuentran con tantas trabas administrativas y permisos a solicitar que pueden ver su proyecto demorado más de cuatro años, lo que hace prácticamente imposible verlo cumplido. Mientras que los colonos judíos pueden excavar cuantos pozos deseen sin límites, ni en número ni en profundidad. 
Mientras que el abastecimiento de agua a las ciudades y aldeas palestinas sufre cortes continuos que, durante el verano, pueden ser de semanas, se produce el contrasentido de ver a los israelíes disfrutando de sus piscinas y regando sin problema sus explotaciones agrícolas. Cuando el agricultor palestino de Cisjordania ve como sus tierras sedientas no producen los frutos esperados, se desespera, él conoce perfectamente la fertilidad de las mismas y hoy apenas consigue sacar fruto de ellas ¿no es una manera de incitarle a abandonarlas? ¿no es una manera de mostrar al mundo que los palestinos no saben o no quieren cultivarlas, presentándolas como un erial?
Este problema se acrecienta en la Franja de Gaza, donde su única fuente de agua está en su acuífero costero. Un acuífero que con sus aguas era capaz de convertir sus tierras en vergeles campos de cultivo. Mas hoy el 95 % de sus aguas están contaminadas, y no son aptas para el consumo humano. Son varios los factores que han llevado a esta situación. Por un lado la sobre explotación, a través de los pozos construidos por Israel a lo largo de la zona verde, que impide la regeneración del acuífero de la Franja de Gaza. Esta no regeneración con agua dulce permite que la filtración de agua del mar aumente considerablemente el índice de cloruro que contiene; mientras que los nitratos y otras sustancias químicas utilizadas en agricultura, fuente primordial de la economía de Gaza, también contribuyen a su contaminación. Sin olvidar que la Franja de Gaza no cuenta con una buena red de alcantarillado para las aguas residuales, y los gazatíes se limitaban, y limitan aún en muchas zonas, a excavar pozos, fosas sépticas, para sus aguas residuales, aguas que fácilmente llegan al acuífero por la permeabilidad de la tierra, contribuyendo a su contaminación. Aquellas fértiles tierras que conformaban un vergel, han dejado paso a la desolación, y es eso lo que se presenta al mundo, pero no se dicen las verdaderas causas que la producen. El agua contaminada, fundamentalmente por su alta salinidad, destruye las canalizaciones tanto de campos agrícolas como de las viviendas.
La regeneración del acuífero debería producirse de forma natural, como siempre ha sucedido a lo largo de los tiempos, a través del agua de lluvia o de la que procedía de las zonas altas del valle de Gaza. Hoy eso ya no ocurre, hoy existen barreras construidas por Israel que impiden que esa agua produzca los beneficios que aportaba cuando anegaba todas las tierras entre la ciudad de Gaza y Khan Yunis. Esas tierras hoy son casi un desierto.
Aquellos campos de olivos, aquellos otros en los que se cultivaban grandes cantidades de verduras y hortalizas, o las hermosas y dulces sandías tan apreciadas fuera de Gaza; aquellos campos donde los naranjos, hoy desaparecidos casi por completo, impregnaban con su aroma de azahar todo el aíre que les circundaba; hoy son prácticamente eriales. Desolados por la escasa producción que obtenían de ellos, por la falta de agua, los agricultores gazatíes prácticamente los tienen abandonados. Solo la zona de Beit Lahia persiste cultivando sus campos de fresas.Mientras, los mercados en Gaza son abastecidos por exportadores israelíes que ven en los habitantes de Gaza un excelente mercado para sus negocios, secundados por palestinos que contribuyen al mismo en beneficio propio
Las exportaciones de verduras u hortalizas producidas en Gaza siguen estando prohibidas, solo en contadas ocasiones, como ha ocurrido estos últimos meses para compensar déficit en la producción de las tierras agrícolas israelíes que se dejarán en barbecho durante este año de calendario lunar judío, según la ley bíblica. Donde los tomates, berenjenas, pepinos y calabacines, son envasados en cajas serigrafiadas por el importador israelí, no reconociéndose, de esta manera, su origen de producción. El próximo mes de septiembre cuando, de acuerdo con el calendario judío, comience el nuevo año judío estas exportaciones dejarán de producirse, como ha venido ocurriendo durante los últimos ocho años.
Las tierras de labor que aún quedan en Gaza, pues fueron muchos los agricultores que se vieron forzados a abandonar sus cultivos por la baja productividad de los mismos y el alto coste de esa agua contaminada, o bien vendieron sus tierras a especuladores inmobiliarios para la construcción de viviendas, permanecen sin poder ser cultivadas, bien por la falta de agua o por las medidas de seguridad, establecidas por Israel, como ocurre en toda la franja que corre junto a la valla levantada por los israelíes para separar los territorios. Un ejemplo de ello lo tenemos en la zona de al-Farabeen, en la ciudad de Abasan al-Kabira, donde los terrenos  permanecen yermos desde que fueron destrozadas sus plantaciones de tomates y olivos. Esos terrenos donde aún muchas mujeres ancianas se resisten a abandonarlas por completo, pese al peligro que supone entrar en ellas por los posibles disparos de los soldados israelíes desde sus torres de vigilancia a lo largo de la valla. Mas esas mujeres y hombres son personas que aman la tierra y la vida que ella encierra, por eso no pueden quedarse sentados en casa. Han de salir a trabajar en ella, poco o mucho, pero de ella obtienen también la savia que les sigue manteniendo vivas. Ese es el carácter de todas esas gentes, los ancianos que residen en Gaza desde mucho antes de 1948.
Son varias las organizaciones que tratan de prestar ayuda a los agricultores de la Franja de Gaza para recuperar sus tierras y sus cultivos. Acciones llevadas a cabo con las mejores intenciones, pero ¿de qué les sirve plantar si no tienen agua para sus cultivos? O la poca que tienen está contaminada y no reúne las condiciones para que los cultivos rindan lo que debieran, y en algunos casos puede que hasta algunos de esos productos puedan ser perjudiciales para la salud su consumo.
La única solución es que Israel respete y acepte los derechos del agua, reconocidos internacionalmente y recogidos por las Naciones Unidas desde el 28 de julio de 2010, en el sentido de que el agua es “un derecho para todos los seres humanos, por encima de cualquier discriminación racial”, de los palestinos y que los organismos internacionales, y las ONG de ayuda, asuman que este es el problema de fondo del bloqueo de Israel, mucho más que la falta de alimentos, de los que realmente, ni Cisjordania ni Gaza, carecen de ellos. Bien se encarga Israel de hacer posible su entrada, pues no deja de ser un negocio productivo para ellos. Hoy los palestinos, tanto las personas, como sus tierras, sus árboles, sus cultivos y sus plantas sufren una sed infinita de justicia. Pero todo parece ser solucionado con las “migajas” que occidente y otros países de oriente dejan caer entre sus gentes, sin afrontar realmente una solución real.
Tras la última invasión de la Franja de Gaza, operación “Margen Protector”, por parte de las fuerzas de Israel en el verano de 2014, el mundo pareció tomar conciencia de la situación en aquella zona y volcarse para la reconstrucción de Gaza. En la Conferencia de El Cairo del 12 de octubre de aquel año, organizada por Palestina, Egipto y Noruega, en la que participaron más de setenta países, se llegaron a ofrecer, recaudar fue otra cuestión, hasta 4.500 millones de dólares.
De aquellas cantidades ofertadas se destinaban, aproximadamente, y según los cálculos realizados por técnicos para la reconstrucción: 1 900 millones para la reconstrucción de infraestructuras: central eléctrica, depuradoras de agua residuales, alcantarillado, conducción de agua potable, carreteras, viviendas… que habían sido afectadas profundamente por los bombardeos del ejército de Israel. Unos 800 millones se dedicarían a la reconstrucción de escuelas y servicios sanitarios, además de los primeros auxilios para alimentos. Y unos 1 200 millones para rehabilitación del sector privado que llevaría consigo la generación de empleo en agricultura, pesca, industria y otros servicios.
¡Vanas ilusiones! Aún no habían transcurrido seis meses desde aquellos acuerdos cuando la prensa se hacía eco de que no estaba llegando el dinero prometido. “Naciones Unidas suspende la ayuda a la reconstrucción de Gaza por falta de fondos”. La excusas eran variopintas, desde que el problema estaba en las desavenencias entre los gobiernos de Gaza y Ramala por el control del dinero; la exigencia de algunos de los gobiernos que habían prometido donaciones de que el dinero no cayera en manos del movimientos islamita Hamas; o las exigencias de Israel de controlar cualquier material de construcción que entrara en la Franja de Gaza para que el mismo no fuera utilizado en la construcción de túneles o posiciones fortificadas de las distintas milicias de Hamas… En realidad evasivas que no tenían mucho sentido pues cualquiera de lo alegado tenía fácil solución con un control efectuado por el propio personal de la ONU, si realmente se quería afrontar la reconstrucción de aquel territorio.
El tiempo ha transcurrido y nada de lo prometido, o casi nada se ha realizado. Digo casi nada porque en relación con la escasez de agua en la Franja de Gaza, recientemente se han lanzado las campanas al vuelo por la inauguración de una planta desalinizadora en Deir al-Balah, cuya capacidad desalinizadora de 6 000 metros cúbicos al día significa que podrá abastecer de agua a una población de unas 75 000 personas de las ciudades de Khan Yunis y Rafah en las que residen, aproximadamente, 500 000 personas.
Lo que significa que se soluciona el problema para un 15 % de la población, al resto le toca seguir esperando y continuar consumiendo el agua embotellada que comercializa, en la Franja de Gaza, Israel, Egipto o Turquía, a un precio mínimo de tres shekel la botella de dos litros (60 céntimos de euro). Algo que, ha pesar de ser lo mejor para la salud de los gazatíes, no está a la alcance de cualquiera de ellos por el elevado costo que significa, por lo que han de buscarse otras soluciones como el agua desalinizada que comercializan algunos particulares o empresas municipalizadas a un precio de unos 20 shekel/100 litros, o la que reparten, de forma controlada, desde los tanques de agua que llegan a través de las ONG , el caso es hacerse con unos litros de agua potable que les permita sobrevivir. El problema va más allá de una solución factible que pasaría por la construcción de una o varias plantas desalinizadoras que abastecieran a la población, pero eso no interesa, como hemos visto todo son trabas, por parte de Israel, para la entrada de los materiales necesarios para su construcción, con el agravante además que Israel no sólo comercializa en Gaza el agua que ha extraído de los acuíferos de Cisjordania sino que, además, está contribuyendo al agotamiento y contaminación del acuífero de Gaza por el exceso de extracción de agua y la contaminación del mismo.
Para lo que no han existido trabas es para la creación y puesta en funcionamiento de una planta embotelladora de la conocida marca de refrescos de Coca-Cola, con una inversión próxima a los 20 millones de dólares. Sin ponernos a analizar las relaciones de esa firma comercial con Israel, lo que está claro es lo que esta inversión significa y lo que interesa realmente del territorio de Gaza: su alto índice de población, lo que significa un excelente mercado que añadir al consumismo desmedido, aunque la creación de este tipo de industria se sostenga en la idea de que generará puestos de trabajo (se estima que la misma creará unos 120 puestos de trabajo) en una sociedad donde el índice de paro supera el 40 % y más de un tercio de los jóvenes no encuentra trabajo. Pero lo que no se destaca es la sobreexplotación de los escasos niveles de agua potable que significa la puesta en marcha de esta industria. Los primeros que habían de darse cuenta que la solución para los problemas reales de la Franja de Gaza no son estas inversiones enfocadas al consumismo, son los inversores palestinos, sino que primero se han de solucionar otros problemas mucho más acuciantes como es la escasez de agua y de todas las infraestructuras necesarias para el tratamiento de aguas residuales y la mejora de las canalizaciones, así como la reconstrucción de las viviendas y otros tipos de industrias que fueron destruidas durante las últimas tres guerras ocurridas en aquel territorio entre los años 2008 y 2014, aparte de las numerosas pérdidas en vida humanas que ya no pueden ser recuperadas. Según los últimos informes del Banco Mundial, apenas llega al 11 % las viviendas reconstruidas de las más de 10 000 que fueron destruidas en la operación “Margen Protector” de 2014. Pero eso, en realidad a las pruebas nos remitimos, no interesa, no es comercial ni produce beneficios a corto plazo.
Mientras algunos aún siguen vertiendo comentarios sobre la generosidad de Israel que permite “seguir viviendo” en la Franja de Gaza, a pesar de que la realidad, como hemos indicado, se circunscribe a autorizar la entrada de los materiales que ellos consideran convenientes para la posible reconstrucción de Gaza, imponiendo un rígido control con una “doble lista” que identifica los elementos que ellos consideran podrían utilizarse con fines militares. Por otro lado tampoco se privan de hacer acusaciones sobre que los vertidos de Gaza contaminan las aguas del Mediterráneo, es algo evidente que no se puede negar, a raíz de la guerra del 2014 se destruyeron, como señalamos, además de las conducciones de alcantarillado las estaciones de depuración de aguas residuales, que aún no han sido reparadas, aunque se les olvida señalar los efectos negativos que producen en la flora y fauna marina los grandes vertidos de las estaciones desalinizadoras que Israel ha construido en su territorio. Todo ello está afectando a la pesca en las aguas de Gaza, las que además están restringidas a tres millas marinas desde la costa (equivalente a unos 5,5 km) por la escasez de pescado que suelen capturar. Debido a ese bloque de las aguas marinas las capturas se han reducido de 3.500 toneladas a apenas 500 al año. Aunque en algunos casos se han llegado a construir estanques para la piscicultura para la cría y engorde, en especial, de la tilapia roja y plateada, las más populares y económicas, aunque su precio alcanza casi los 10 dólares el kilo, lo que las hace prácticamente inasequibles a la mayoría de la población, vendiéndose en los restaurantes y entre familias acomodadas. Se abre así una nueva posibilidad de negocio para todos aquellos que comercian y se enriquecen con las carestías que impone el bloqueo: la importación de pescado congelado en la Franja de Gaza.
Está claro que sólo un “grifo” que sea capaz de generar una irrigación constante del territorio de Gaza será capaz de que no se cumplan las predicciones que hoy se realizan sobre la misma: Al final Gaza colapsará, será inhabitable mientras se sigan anteponiendo los intereses económicos, tantos de unos como de otros, por encima de los intereses del pueblo gazatí, pues hay numerosos ejemplos, como el del desierto de Neguev, de cómo se convierte un territorio desolado en un vergel.
Puerto de Gaza, imagen de 1937, los pescadores faenaban sin problemas y sus capturas eran suficientes para alimentar a la población y venderlas en otras poblaciones. En la actualidad se ven sometidos a fuertes presiones para realizar su labor de pesca y a la destrucción de sus embarcaciones.
 Aeródromo de Gaza, imagen de 1935, en este aterrizaban y despegaban aeronaves de la Imperial Ariways que unían Gaza con Europa y otros países de África y Asia. En la actualidad las ruinas del aeropuerto inaugurado en 1998, y destruido por Israel, son el triste recuerdo de aquel hermoso sueño.
Gaza no está necesitada de piedad, sólo es preciso que se la deje vivir en paz y libertad, y se le permita la construcción de las infraestructuras necesarias tanto en comunicaciones aéreas como marítimas para poder desarrollar una economía libre de las ataduras de Israel y Egipto que, desde mucho tiempo atrás ha venido sufriendo. Y no con las ofertas hipócritas que se vienen realizando por parte de Israel con respecto a la construcción del puerto y aeropuerto que saben que Hamas y ciertos palestinos no están dispuestos a aceptar, pues eso significaría el fin del negocio que les permite seguir haciendo la actual situación de carencias que viene padeciendo la Franja de Gaza. Que es lo mismo que decir que a nadie le interesa solucionar los problemas de Gaza, pues sus carencias y miserias son el negocio tanto de Israel como de muchos palestinos y otras naciones orientales y occidentales que de ellas obtienen pingües beneficios.