lunes, 27 de abril de 2015

Cuando el pasado se hace presente (9) Al-Mutamid, el rey poeta de Sevilla

Si posteriormente, Sevilla, durante la dominación almohade se convirtió en una esplendorosa ciudad por las grandes obras arquitectónicas realizadas en ella, fue durante el reinado de Al-Mutamid cuando alcanzó su cenit respecto a la cultura, convirtiéndose en foco de la poesía, pero en la que destacarán otros muchos conocimientos de la ciencia. Geógrafos, astrónomos, médicos, botánicos… gozarían del favor del rey haciendo de la ciudad la más florecientes de Al-Andalus. En aquella época de la Baja Edad Media, en la Península Ibérica, solo las cortes de Alfonso X en Castilla, y la de Alfonso V en Aragón pudieron tener comparación con ella.
Castillo de Beja (Portugal)
Como suele suceder con las fuentes de los cronistas árabes que narran la presencia musulmana en Hispania en que la disparidad de datos y fechas abundan, la fecha de nacimiento de Muhammad ibn Abbad Al-Mutamid varía según los historiadores consultados, aunque la más probable es la señalada entre noviembre-diciembre de los años 1039 o 1040. Fue el segundo hijo de Al-Mutadid, mas de su madre se carecen de datos fiables y en torno a ella se han generado diversas leyendas sin ningún viso de veracidad. Nació en la ciudad de Beja (Portugal), una localidad que pertenecía al reino de Sevilla desde el año 1030. Lugar con antigua historia que durante la dominación romana se conoció bajo el nombre de “Pax Julia”, y en época visigoda fue “Paca”. Con la llegada de los árabes en el siglo VIII se le cambió el nombre por el de Beja.
Composición con la imagen de D. Emilio García Gómez, y una representación figurativa de Al-Mutamid.
Debió crecer en la corte sevillana, donde su padre sucedió a su abuelo, Muhammad ben Ismail ben Abbad, en 1042, rodeado de buenos preceptores, literatos y poetas. No podemos olvidar que su padre, Al-Mutadid, a pesar de su crueldad y violencia, fue un amante de la poesía y poeta. Creo que una de las mejores semblanzas sobre Al-Mutamid podemos leerla en el discurso pronunciado por D. Emilio García Gómez, arabista, en su entrada en la Real Academia de la Historia (disponible en la red en formato pdf, para quien lo quiera conocer), a él me remito y que comienza con estas palabras: 
“Si alguna vez la poesía se ha sentado en un trono de España, fue con Mutamid de Sevilla; y si alguna ciudad ha sido un momento el paraíso de los poetas lo fue la metrópoli del Betis en los tiempos del monarca abbadí.” (sic)
Para continuar más adelante:
“Pródigo, valiente, letrado, humano, divertido, Mutamid era el imán de los poetas de su tiempo, y raro fue el versificador de la época que no emprendiera la peregrinación a Sevilla como una Meca de las letras”
 Imagen de Ibn Jaldún sobreimpresa sobre la Hacienda Torre Doña María
En los primeros años de su adolescencia comenzó a participar en las primeras expediciones de conquista ordenadas por su padre. Según recoge Ibn Jaldún en su obra, Al-Mutamid estaba al frente de las tropas que conquistaron el territorio del Algarve portugués. Por su corta edad es lógico que dicha presencia fuera simplemente testimonial. Tras la conquista de Silves, su padre lo designó gobernador del territorio conquistado, y Al-Mutamid fijó su residencia en esta ciudad de Silves como capital de aquella zona. Mas antes de continuar, haremos referencia a Ibn Jaldún, considerado como uno de los más prestigiosos historiadores árabes. Aunque nacido en Túnez en 1332, sus orígenes se encuentran en Sevilla, concretamente en Dos Hermanas, donde sus antepasados habían sido propietarios de una alquería, hoy conocida como “Hacienda Torre Doña María”, que tuvieron que abandonar tras la conquista de Sevilla por Fernando III de Castilla. Ciudad que él visitaría, muchos años más tarde, en misión diplomática representando al reino de Granada ante el rey Pedro I de Castilla. Un rey que, según la leyenda, algo tuvo que ver con la alquería de sus abuelos, como recordaremos en su momento.
Retomando la historia de Al-Mutamid, algunos autores señalan que dentro de los primeros versos que él escribió figura uno dirigido a su padre en los momentos previos a su marcha hacia Silves y que describe un escudo con fondo de lapislázuli, borde de oro y clavos en forma de estrellas de plata:
“Es un escudo que los artesanos han hecho imitando el cielo para que las largas lanzas sean incapaces de alcanzarlo. 
Han labrado sobre él, imitando a las Pléyades, estrellas que decidirán la victoria a su favor.
Y lo han rodeado de oro fundido, del mismo modo que la luz de la aurora reviste el horizonte.”
Como haría a lo largo de toda su vida, Al-Mutamid, utilizaba la poesía para redactar todas sus cartas, invitaciones o notas. En otra ocasión, según recoge Miguel José Hagarty, traductor de la poesía de Al-Mutamid (obra editada en 1979 y reeditada en 2006 en una versión revisada por el propio autor, con el título “Al-Mutamid de Sevilla. Poesía completa. Ed. Comares. En la que nos descubre la sensibilidad del rey sevillano), Al-Mutamid compuso un poema a su padre con ocasión de que éste le regalara un caballo. Estas eran sus palabras según la traducción de Hagarty:
“Generoso presente que hace correr la gratitud y la alabanza. Bello motivo que obliga a la exhortación y al agrado.
Un corcel que me ha llegado del dadivoso como corresponde. ¡Generoso es el regalo y generoso el que lo ha hecho! 
Ojalá pudiera algún día recompensar esta acción como merece. A quien te desobedezca marcaré con las huellas de su herraduras”.
A la izquierda Miguel José Hagarty, a la derecha Pedro Martínez Montávez
Y puesto que recurriremos en más de una ocasión a las traducciones de Hagarty a lo largo de este texto, tracemos en unas líneas una pequeña semblanza de este insigne traductor y profesor. Nacido en Chicago en 1947, de familia irlandesa, llegó a Granada en 1971, donde se licenció en 1971 en Filología Semítica. Entre su prolífica obra, presente en artículos, estudios y libros destacamos: “Los libros Plúmeos del Sacromonte”; Al-Mutamid de Sevilla. Poesía completa” (ya citada anteriormente); “Ajimez”; y “Los cuervos de San Vicente”, de la que, independientemente de su excelente contenido, hay algo que destacar, su sensibilidad al dedicarla “a la memoria de las víctimas de cayucos y pateras”.Pero mucho mejor que la pluma de esta aficionada a la escritura y amante de la Historia, para conocer en profundidad la personalidad de Hagarty me remito al artículo escrito en su memoria, a raíz de su muerte acaecida en 2010, por D. Pedro Martínez Montávez,arabista y profesor de la Universidad Autonoma de Madrid(disponible en la red.
 revistaseug.ugr.es/index.php/sendebar/article/download/378/410)
 Castillo de Silves y reproducción artística de Ibn Ammar
Ubicado en Silves como gobernador del Algarve, Al-Mutamid pasó allí los primeros años de su adolescencia, lejos de la corte sevillana. Según los cronistas árabes, Silves (Silb) era una destacada ciudad del Algarve (al-Garb) construida sobre una pequeña colina elevada sobre la ribera del río Arade. La fertilidad de sus tierras y la abundancia de agua configuraban un lugar de hermosa prestancia con huertos y jardines, cuyos habitantes se distinguían por su nivel cultural, su generosidad y amabilidad, y su amor a la poesía. Cuna fue de grandes poetas. Allí conoció a Ibn Ammar, un poeta local de humilde cuna y unos años mayor que él, que tanto influiría en su vida. En torno a esta relación se han desarrollado muchas leyendas que, como en otra ocasión señalamos, pueden tener algo de veracidad contenida en ellas. Leyendas nacidas a través de la propia poesía escrita por ambos. Lo que sí parece cierto es que en Silves, Al-Mutamid, vivió momentos de plena felicidad dedicando su tiempo al amor y al entretenimiento, rodeado siempre de bellas mujeres y en compañía de Ibn Ammar y unos cortesanos dispuestos siempre ha acompañarle en las suntuosas fiestas celebradas en el alcázar de “al-Rarayib” (los balcones), que se prolongaban hasta el amanecer.
Al-Mutamid reconoce aquellos dulces momentos cuando, siendo rey de Sevilla, envió a Ibn Ammar, a los efectos gobernador de Silves por esas fechas, una misiva con estos versos, cuya traducción hizo D. Emilio García Gómez: 
“Ea, Abü Bakr, saluda mis lares en Silves, y pregúntales si, como pienso, aún se acuerdan de mí.
Saluda al Palacio de las Barandas, de parte de un doncel que siente perpetua nostalgia de aquel alcázar.
Allí moraban guerreros como leones y blancas gacelas, y ¡en qué bellas selvas y en qué bellos cubiles!
¡Cuantas noches pasé divirtiéndome en su sombra con mujeres de caderas opulentas y talle extenuado!
Blancas y morenas que hacían en mi alma el efecto de las espadas refulgentes y las lanzas oscuras!
¡Cuantas noches pasé deliciosamente junto a un recodo del río con una doncella, cuya pulsera emulaba la curva de la corriente!
Se pasaba el tiempo escanciándome el vino de su mirada, y otras veces, el de su vaso, y otras, el de su boca.
Las cuerdas de su laúd heridas por el plectro me estremecían, como si oyese la melodía de las espadas en los tendones del cuello enemigo.
Al quitarse el manto, descubría su talle, floreciente rama de sauce, como se abre el capullo para mostrar la flor”
Entre los años 1058-1059, Al-Mutadid dio muerte con sus propias manos a su hijo mayor Ismail tras la traición tramada por este, y de forma inmediata reclamó la presencia de Al-Mutamid en la corte sevillana. Fue pocos años después, aproximadamente en el 1066, cuando participó, junto con su hermano Yahir, en la conquista de Málaga que acabó en rotundo fracaso. Tras la muerte de Al-Mutadid, en marzo del año 1069, le sucedió en el trono del reino de Sevilla, dando comienzo a su reinado en un extenso territorio que ocupaba todo del sur de la Península Ibérica.
Alcázar de Córdoba
Aunque su reinado estuvo marcado por el auge cultural de Sevilla, Al-Mutamid mantuvo la política expansiva del territorio de la taifa sevillana, iniciada por su abuelo y continuada por su padre. A mediados del año 1069 fue requerida su ayuda por Abd Al-Malik Ibn Yuhwar, rey de la taifa de Córdoba, ante el acoso de las tropas de Al-Mamun de Toledo. Una vez conseguida la victoria sobre las tropas toledanas, se apoyó en el descontento del pueblo cordobés con el mal gobierno de Abd Al-Malik (sin olvidar tampoco el deseo de Al-Mutamid de hacerse con la ciudad que había sido centro del poder Omeya), para destituirlo y anexionar Córdoba al reino de Sevilla. En estos versos describía él mismo aquella conquista:
“Pedí en matrimonio a la bella Córdoba, cuando había rechazado a los que la pretendían con yelmos y lanzas.
¡Cuánto tiempo estuvo privada de joyas, hasta que al presentarme yo se cubrió de alhajas y túnicas!
La novia de reyes nuestra es. Celebramos la boda en su alcázar, mientras los otros reyes tenían la sensación de estar en el funeral del espanto”.
 Vista general de Córdoba, detalle de grabado de Anton Van den Wyngaerde, siglo XVI. 2. Puente romano y torre de Calahorra, en una imagen de E.K. Tenison de 1852. 3. Exterior de la Mezquita en una imagen de Otto Wunderlich de principios del siglo XIX. 4. Mihrad de la Mezquita en una postal de mediados del siglo XX
Fue en Córdoba donde Al-Mutamid sufrió el primer contratiempo que alteraba su vida feliz y placentera. Tras la toma de la ciudad nombró gobernador de la misma a su hijo primogénito Abbad Siray Al-Dawla, quien murió en el enfrentamiento que el ejercito abadí de Córdoba tuvo contra el de Hajam Ibn Ukasa, caíd de un castillo cercano, que actuaba en nombre del rey de Toledo,Al-Mamun. Tras la toma de la ciudad, el cadáver de Abbad Siray al-Dawla fue decapitado, su cabeza, clavada en una pica, fue paseada por las calles de la ciudad y después enviada a Toledo. Desde aquel momento Al-Mutamid no cejó en sus intentos de reconquistar Córdoba, lo que consiguió de nuevo en el año 1079-1077, según Ibn Jadun. Para vengar el ultraje realizado sobre el cadáver de su hijo, mandó crucificar a Ibn Ukasa, y llevar a su presencia la cabeza del mismo. El reino de Sevilla no volvería a perder Córdoba hasta la llegada de los almorávides en el 1091, en cuya defensa frente a los mismos murió Abu Nasr Al-Fatlh al-Mamun, hijo de Al-Mutamid, a quien éste había nombrado gobernador tras recuperar la ciudad.
Al ascender al trono, Al Mutamid, había nombrado gobernador del Algarve a su inseparable amigo de sus años en Silves, Ibn Ammar, a petición de este mismo. En el año 1070, tras la muerte de Ibn Zaydún, lo llamó a la corte sevillana para que se ocupara de la política exterior del reino. Algunos historiadores recogen en sus obras un hecho, que en algunas ocasiones se ha convertido en leyenda distorsionada. El reino de Sevilla venía, tras los acuerdos firmados, pagando parias al rey Alfonso VI de León, a fin de que no le atacase y para ser protegido de los enfrentamientos que se pudieran producir con otros reinos de taifa. A raíz de la conquista de Córdoba, y a mediados del año 1078, un numeroso ejército, al frente del cual se encontraba Alfonso VI, invadió el territorio sevillano. Claudio Sánchez Albornoz y Aurelio Viñas, en su obra “Lecturas de Historia de España” (Ed. Plutarco, 1929), recogen así este hecho:
“…ante la eminente llegada de los ejércitos cristianos, Ibn Ammar mandó construir un juego de ajedrez de ébano y sándalo incrustado de oro e hizo llegar a Alfonso noticia de su existencia. El rey pidió ver el juego y quedó prendado de él por lo que intentó adquirirlo. Ibn Ammar propuso entonces una partida en la que si salía perdedor entregaría el juego a Alfonso, pero si ganaba se reservaría el derecho a hacer una petición al rey. Alfonso rehusó, temeroso de no poder cumplir las peticiones de Ibn Ammar, pero algunos nobles, sobornados por el oro andalusí y engañados por Ibn Ammar sobre sus verdaderas pretensiones, influyeron decisivamente en Alfonso y este, finalmente, aceptó el reto. Ibn Ammar ganó la partida y pidió la retirada de los ejércitos cristianos. Aunque la cólera de Alfonso fue notable y en un principio pareció no estar dispuesto a cumplir su promesa, los consejos de los castellanos le recordaron que el más grande de los reyes de la cristiandad no podía faltar a su palabra y deshonrarse. No le quedó pues más remedio a Alfonso que retirar a sus hombres, aunque se quedó con el juego de ajedrez y, de paso, aprovechó para doblar el tributo que el rey sevillano le entregaba anualmente.
Ibn Ammar, que aparte de su ingenio y dotes poéticas, era hombre ambicioso y que buscaba su propia independencia frente a Al-Mutamid, tras la reconquista de Córdoba, según recogen fuentes árabes, era el responsable de los desencuentros de Al-Mutamid con los reyes de otras taifas, y fue quien le aconsejó la toma del reino de Murcia al tener noticias del descontento que en dicho reino existía con el gobierno de Ibn Tahir.
La taifa de Murcia era reino independiente desde 1075 a raíz de la anexión del reino de Valencia, de quien dependía, por Al-Mamun de Toledo, en una acción parecida a la toma de Córdoba por Al-Mutamid. El rey toledano fue requerido por Abd Al-Malik ben Abd Al-Aziz Al-Mansur, rey de Valencia, para defender la ciudad frente a Fernando I de León a quien se negaba a pagar las parías requeridas por este para no ser atacada, situación que aprovechó al-Mamun para destronarlo e incorporar la taifa de Valencia a Toledo.
 Composición imágenes figurativas de Ibn-Ammar, Berenguer II y Al-Mutamid
Fue en Murcia donde comenzó el desencuentro entre Ibn Ammar y Al-Mutamid. En el primer intento de conquistar la ciudad, primeros meses del año 1078, Ibn Ammar pactó con el conde de Barcelona, Ramón Berenguer II, la ayuda de este para lograrlo a cambio de la entrega de una importante cantidad de monedas de oro. Sin que Al-Mutamid conociera las condiciones del pacto, entregó como garantía del cumplimiento de la promesa a Al-Rasid, hijo y heredero de Al-Mutamid, quien se retrasó en el pago de lo pactado. Ante este retraso el conde de Barcelona encarceló a Al-Rasid y a Ibn Ammar, exigiendo para su liberación el triple de lo acordado en un primer momento. Al Mutamid pagó el rescate de su hijo, único rehén ya que Ibn Ammar había logrado huir. Este, consciente de que no había obrado correctamente, escribió un poema a Al-Mutamid requiriendo su perdón, al que el rey contestó con los siguientes versos, según traducción de Hagerty:
Mi generosidad te acogerá. Ven a mi encuentro y levanta una cortina al reproche.
Cuando me encuentres, verás mi largueza con los errantes, mi compasión con los amigos.
Mi generosidad será mi regalo, y olvidaré lo que pasó, si es que de verdad pasó y pecaste.
Alá el Clemente no me hizo cruel, ni se olvidó de proteger a mi pueblo.
He compuesto este poema para tu consuelo. Los que tienen la mente torcida no pueden componer versos.
Pocos meses después la conquista de la taifa de Murcia se hizo posible con la ayuda del alcalde de Vilches, e Ibn Ammar hizo su entrada triunfal en Murcia en nombre de Al-Mutamid. Pero pronto su orgullo y ambición, demostrado en su actuación al frente del gobierno de la ciudad en donde evitaba hacer referencia a Al-Mutamid, y la desobediencia continua a los requerimientos de este para que dejara en libertad al depuesto Ibn Tahir, fueron motivo de la ruptura definitiva de las excelentes relaciones que, hasta entonces, les habían unido. Ruptura que es contemplada en diversas fuentes árabes que nos describen una situación límite reflejada en poemas cruzados entre ambos, y en los que Ibn Ammar utilizaba un tono jocoso e injurioso hacia Al-Mutamid, sus orígenes y su familia. Muchos son los cronistas que recogen el final de Ibn Ammar a manos de Al-Mutamid y la mayoría de ellos señalan el arrepentimiento por tal acción que de forma inmediata tuvo, así como justifican la misma en base a las continuas deslealtades y traiciones de Ibn Ammar. 
Pocos restos nos han llegado de las construcciones que Al-Mutamid pudo ordenar realizar durante su reinado, mas en sus propios versos,  y en los poemas de quienes le rodearon, quedan constancia de la suntuosidad y belleza de los palacios y jardines que disfrutó durante su reinado. Lo que sí queda demostrado es su intervención en la reconstrucción de la mezquita de Ibn Adabbas tras el terremoto del 1 de septiembre de 1079 que afectó directamente al alminar de la misma.  De inmediato él ordenó su reconstrucción, como lo recuerda la lápida en mármol blanco que se conserva en el Museo Arqueológico de Sevilla.
Fue estando en el Patio de los Naranjos de Sevilla, junto a la fuente que conforma la pila bautismal visigoda, cuando sentí su presencia. La presencia de aquel maestro que nos acompaña a lo largo de esta historia. Era mi abuelo Antonio. Como un susurro oía sus palabras: 
¡Qué hermosos fueron aquellos palacios que Al-Mutamid disfrutó durante su reinado! Solo basta leer los numerosos poemas en los que son descritos. Uno de ellos lo encontramos en los escritos por Ibn Wahbun al-Mursi, un poeta murciano que vivió en la corte de Al-Mutamid, en el que describe el palacio conocido como Al-Zahi:
Su techo arroja olas del mar, / que son alcores y colinas; / quien tiene inteligencia se asusta, / pues le parece que el mar es de fluyente aire; / no faltan cometas que no corran, / ni sol que no ilumine, ni media luna; / el bello astro tiene un techo de luz / cuyas formas parecen sortijas; / su decoración es como un bordado / en el que aparecen figuras imaginarias / y no te parece sino que el aire es un jardín / y que el techo es, de la misma forma, un espejismo; / compruebas que el fuego es una columna / y que su esencia es el agua; / te parece que su solidez fluye / y que su humedad arde; / cada figura está viva y, al mismo tiempo, inerte. / Se distingue belleza y coquetería; / tiene acción, pero no tiene movimiento, / se puede comprender, pero no dice palabra; / un maravilloso elefante vierte agua como una espada / y no se queja jamás de tedio; / es como si estuviese enfadado con los otros animales / y no levantase su testuz ante su vista; / magnánimo, ha legado al patio los arrayanes / que otrora plantaron los hombres.”
Grabado del patio interior del Alcázar realizado por Alexandre Laborde en 1806, y fotografía actual de una de las fuentes
“Tal vez esta pila bautismal, que hoy conforma esta fuente, adornara los jardines de alguno de aquellos palacios. Bien sabes que los árabes utilizaban todo el material disponible a su alcance para sus obras. En el patio del Alcázar existe una parecida”.
Sí –creo contestarle- allí jugaba Nizar, tu bisnieto. 
 Atauriques
Uno de aquellos palacios es el conocido con distintos nombres, según las fuentes consultadas. En unas es conocido como “al-Mukarram” (el venerado); en otras como “Dar al-Imara” (la casa de gobierno); o en otros casos como “al-Quasr al-Qadim” (el alcázar antiguo). En su origen fue levantado durante el califato de Abd al-Rahman III, aproximadamente en el año 913. En su entorno construyó, Al-Mutadid, un palacio que se conoce como “Al-Mubarak(el bendito), que, según la descripción de Ibn Hadis, sus paredes estarían revestidas de atauriques (adorno de formas geométricas que imita formas de hojas, flores, cintas, animales…) y decoradas con figuras pintadas de tal belleza y perfección que parecían estar en movimiento.”
Patio de las doncellas. Alcázar de Sevilla
“Dejemos que sea el poeta Ibn Ahmad de Denia quien nos describa aquellos palacios, de “al-Mukarram” escribía:
“… un salón que tiene dos albercas, ambas de gran belleza y con jardines límpidos donde las ramas se abrazan como amantes, recordando los talles de las muchachas y los cuellos de los jóvenes embriagados. Pasa entre las ramas una brisa lánguida semejante al débil parpadeo del sol a su través y [el salón] está envuelto en sombra extensa, entre acacias sin espinas y frutos húmedos a punto de caer, mientras el arrayán exhala su aroma. Se asemejan al brillo fundido de los cabellos de las estrellas, a los fuegos dispersos, a las flores de colores entre las que hay blancas resplandecientes y amarillas intensas, rojas sin mezcla y lujuriosamente verdes. Hay margaritas como los dientes de las bellas, amapolas como heridas o conchas de cornalinas.”
Composición floral sobre imagen de los jardines del Alcázar de Sevilla
Era, el palacio de “al-Mubarak”, el que Al-Mutamid, tal vez mandara renovar y decorar de nuevo, prefería para despachar todos los asuntos de gobierno por la suntuosidad del mismo y la belleza de su jardín poblado de variedades de árboles y flores, que Ibn Ahmad describe con estas palabras”:
“… palmeras altísimas, flores que alcanzan su plenitud y se multiplican en un abrir y cerrar de ojos; la rosa es como el rubor de las mejillas; el narciso como las pupilas de las mujeres bellas; la azucena es como una mano que dobla sus dedos sobre limaduras de oro; las anémonas son como pomos áureos sobre ramas de topacio; el alhelí ha pedido prestada su forma a los ojos y se ha vestido el ropaje de los tristes; la violeta refleja el azul de los jacintos y el fuego de las puntas de las teas; el jazmín recuerda a las blancas mejillas y ha robado el almizcle y la suavidad a todas las rosas.”
 Jardines del Alcázar de Sevilla
En otro lugar de su obra, Ibn Ahmad nos describe otro recinto ubicado en el mismo palacio de “al-Mubarak”, conocido como “al-Zahi” (el espléndido) en el que se encontraba ubicada una alberca con un surtidos en forma de elefante que arrojaba agua por su trompa, y hace referencia a los cuidados que se prestaban en la conservación y buen estado de los jardines”:
“… jardín rico y un huerto verde de belleza resplandeciente, encantos que arrebatan los corazones y colman al que está cerca y al que está lejos: árboles que nacen al instante, arrayanes que esparcen su perfume, agua que corre por doquier. Aparece el jardín con su mejor ropaje, con una cimbreada cintura, con jóvenes esbeltas y tiernas, con perfumes frescos  y suaves, no con hierbas secas y débiles, no con árboles añosos. Tienen sus arrayanes fragancia y el murmullo del agua es un grito perpetuo cuando es arrojada por la trompa del que tiene el cuello duro y fuerte, salvaje de origen, obra humana, elaboración del hombre, de sólida materia inamovible.”
 Cúpula en el Salón de Embajadores del Alcázar de Sevilla
Tu mirada extasiada y tu cara de asombro, me dicen que te preguntas ¿dónde están todas estas maravillas que nos describe aquel poeta? Por desgracia casi nada ha llegado a nosotros. En mis tiempos, cuando aún mi vida no había sido arrebatada, yo sólo podía contemplar esa belleza cuando leía esos textos, todo fue absorbido por la violencia de algunas invasiones posteriores; el interés por borrar la memoria de otras formas de vida, como fue el caso de los almorávides; o más tarde, con la transformación de aquellos palacios y jardines tras la conquista por los castellanos; las propias inclemencias del tiempo y el transcurrir del mismo y la desidia y el desinterés del ser humano. Aún en mi memoria, pues pueden quitar la vida física, mas no los recuerdos que en ella se formaron, permanecen vivas las imágenes que mi mente creaba sobre la belleza y magnitud que debía encerrar la cúpula del salón “Al-Turayya” (las Pléyades), mandada construir por Al-Mutamid, al decir de algunos historiadores, para estudiar las constelaciones. No sé si eso fue así, sólo recuerdo aquel poema escrito por él en su destierro, en el que hace mención a ella:
“Llora al-Mubarak por Ibn Abbad. Llora por el recuerdo de los leones y las gacelas que lo habitaban.
Llora su Turayya porque ya no la cubren sus estrellas, que se parecían a las caída de las Pléyades en su trasiego.
Llora al-Wahid, llora al-Zadi y su cúpula, el río y su Aljarafe todos han sido humillados.
 Grabado de 1876 de la muralla árabe en la Huerta del Retiro de Sevilla, e imágenes de los jardines de la Huerta del Retiro o de Murillo
Pero su lugar preferido para el esparcimiento y ocio, según Ibn Jaqar, fue “al-Zahir” (el floreciente), un alcázar situado extramuros de la ciudad, a la otra orilla del río, que  su padre, al-Mutadid construyó en torno a un viejo castillo que llamaban “Hins al-Faray” (Aznalfarache – fortaleza de la bella vista). Un lugar bello y esplendoroso que Al-Mutamid convertiría en un hermoso vergel repleto de olivos, árboles frutales y bellos jardines con toda clase de flores y plantas aromáticas, donde él pasaría muchos de aquellos momentos en los que disfrutaba de la compañía de poetas en fiestas sin fin. Él recordaba aquel lugar, cuando estando en prisión en Agmat, escribió estos versos: 
“Quisiera saber si volveré a pasar una noche rodeado de un jardín y de un estanque.
Entre olivares, herencia de la grandeza, palomas que arrullan o pájaros cuyo canturreo resuena.
En el sublime al-Zahir, regado por una copiosa lluvia, mientras que al-Turayya nos hace señales que nosotros contestamos;
Al-Zahí y su Sad Auud nos observan, celosos como apasionados amantes.
¿Será deseo difícil de alcanzar? Lo que Dios quiera que pase será fácil de aceptar.
¡Pero ojalá que Dios decrete mi muerte en Sevilla!
¡Que allí se encuentren nuestra tumba el Día de la Resurrección!
 
Restos de la antigua ciudad de Agmat y mausoleo donde se encuentra la tumba de Al-Mutamid
Pero como sabes, él no tuvo la suerte de su abuelo y su padre que fueron enterrado en uno de los rincones de “al-Mubarrak”, que según algunos investigadores podía estar situado en una zona próxima al actual Alcázar sevillano. Allí, entre árboles y toda clase de flores reposaron los cuerpos de ambos. Mas Al-Mutamid murió lejos de allí, en Agmat, a unos 30 kilómetros al sur de Marraquech, y a casi mil kilómetros de su amada Sevilla. Era Agmat una importante ciudad bereber en aquellos tiempos y posiblemente un enclave agrícola de cierta importancia. Hoy es un lugar inhóspito y en las ruinas de aquella ciudad se puede notar la presencia de mezquitas, palacios y baños que dan idea de su importancia como capital de imperio almorávide, antes de su traslado a Marraquech.”
Mas dejemos aquellos tristes momentos de su prisión y destierro para más adelante. Ahora quiero recordarte el momento de su encuentro con Rumaykiya, el gran amor de Al-Mutamid, a pesar de que conoció a otras muchas mujeres y su harén estuvo repleto de ellas, en algunos casos se dan cifras manifiestamente desproporcionadas, como es el que llegó a albergar en él a 800 mujeres.
En torno al momento de su primer encuentro se ha tejido toda una leyenda, que, a pesar de su belleza poética y precioso relato de cuento de hadas, pocos visos tiene de ser cierta, pues la misma aparece en fuentes tardías y en algunos casos relatada en otros lugares y con personajes distintos. De hecho, historiadores de la talla de Ibn Bassam e Ibn al-Abbar, de mayor crédito que las fuentes en que aparece por primera vez este relato, no lo recogen. Aquel relato comienza así: 
“Habían salido el príncipe y su amigo Ibn Ammar a pasear por el río. Al ver Al-Mutamid que la brisa rizaba el agua improvisó el siguiente hemistiquio:
-El viento ha tejido una cota de malla en el agua.
Ibn Ammar debía de continuar el verso, pero no supo hacerlo en aquel momento. Entonces una mujer lo completó:
-Qué hermosa coraza si se solidificara.
El príncipe sorprendido de lo bien que había terminado el verso, se volvió hacia ella y se encontró con una bella muchacha que le cautivó.”
A raíz de este corto relato, como te decía, se han tejido toda una serie de leyendas, tal vez la más extendida, localiza el lugar de los hechos a la ribera del Guadalquivir en Sevilla, en ella aquellos versos se traducen al castellano buscando la rima entre ellos, y la misma queda relatada así: 
Paseaban una tarde el rey Al-Mutamid y su gran amigo y mano derecha, Ibn Ammar. Contemplaba el rey la belleza del río impresionado por el aspecto que le imprimía el viento. Se sintió inspirado y recitó unos versos con la intención de que Aben Amar los continuara:
“La brisa convierte al río en una cota de malla.”
Continuaron su paseo mientras Ibn Ammar trataba de responder con otros versos, pero su mente estaba en blanco y las palabras eran incapaces de salir de su boca. Al-Mutamid insistió volviendo a repetir la misma frase:
“La brisa convierte al río en una cota de malla.”
En ese instante escucharon una voz femenina que venía de sus espaldas y que respondía con presteza y elocuencia a las palabras del rey de la taifa:
“Mejor cota no se halla como la congele el frío.”
Ambos se quedaron sorprendidos y al volverse hacia el lugar de donde provenía la voz, vieron a una bella muchacha que marchaba descalza llevando un borriquillo por el ronzal y que sin hacerles caso se dirigió a Triana por el puente de barcas.
El rey encargó a su amigo que se enterara de quién era y a quién pertenecía la muchacha pues parecía una esclava. Efectivamente lo era. Era conocida con el nombre de Rumaykiya, pues era propiedad de un tal Rumaiq quien al enterarse del deseo del principie de comprársela se la regaló, para él era solo una más de sus esclavas y no de las distinguidas, pues era más bien descuidada en su trabajo por ser demasiado soñadora. Al llegar a palacio, Rumaykiya, quedó prendada de Al-Mutamid del mismo modo que este se había enamorado de ella. Nació de esa manera un sentimiento mutuo que los unió hasta el último momento. Y aquella esclava llegó a convertirse en la reina de Sevilla, cuando Al-Mutamid le pidió que se casara con él.
Así comenzó a tejerse la leyenda de la joven Rumaykiya, a quien Al-Mutamid dio el nombre de “Itimad” (apoyo o confianza) y que fue conocida como “al-Sayyida al-Kubra” (la gran señora). Es posible que él tomara su propio nombre real, Al-Mutamid (confiar en, apoyándose), derivándolo de aquel que a ella le había dado. Se debieron conocer en Silves, durante el tiempo en que Al-Mutamid residió allí como gobernador, por lo que se puede deducir de lo que relata Ibn al-Abbar sobre la decisión tomada por Al-Mutadid al enterarse de la influencia que sobre su hijo ejercía aquella esclava. Según él señala, le llamó a la corte de Sevilla para aplicarle un castigo por tal comportamiento, mas Al-Mutamid decidió enviar a Rumaykiya, junto al niño que de su relación había nacido, para que visitaran a su padre. Al-Mutadid, ante la belleza de aquella joven y la visión enternecedora de su nieto se olvidó de su enfado y aceptó la relación entre ambos. 
Imagen que se supone del Infante don Juan Manuel, detalle del retablo “Virgen de la leche” en la catedral de Murcia
Mas las leyendas en torno a Itimad aún irían ampliándose, tal vez con la idea de crear una imagen de ella como mujer caprichosa y que influyó negativamente en el reinado de Al-Mutamid. Un ejemplo de ello se encuentra en el “Exemplo XXX” “De lo que aconteció al rey Abenabet de Sevilla con Ramaiquía, su mujer “, de “El conde Lucanor”, una obra del Infante don Juan Manuel, sobrino del rey Alfonso X de Castilla, escrita muchos años después de la muerte de Al-Mutamid e Itimad, y que no deja de ser la obra de un cristiano, de un político, de un Infante que no llegó a reinar en la que recoge una serie de narraciones en las que se observa la experiencia del consejero, Patronio, y la sabiduría del rey.
 Almendros en flor
Comienza su relato haciendo reconocer a Patronio que, Romaiquía (Itimad), “era muy buena y los moros aún la recuerdan…”, para a continuación destacar su carácter antojadizo y caprichoso. Y lo hace así:
“Sucedió un día, estando en Córdoba en el mes de febrero, cayó una nevada y, cuando Romaiquía vio la nieve, se puso a llorar. El rey le preguntó por qué lloraba, y ella le contestó que porque nunca le dejaba ir a sitios donde nevara. El rey, para complacerla, pues Córdoba es una tierra cálida y allí no suele nevar, mando plantar almendros en toda la sierra de Córdoba, para que, al florecer en febrero, pareciesen cubiertos de nieve y la reina viera cumplido su deseo.”
Una leyenda que es recogida para el Algarve portugués con Ibn Almudin y la princesa escandinava Gilda; en Córdoba relatada en tiempos de Abd al-Rahman III como acto de amor hacia Azahara, originaria de Granada, y que añoraba contemplar la nieve de Sierra Nevada; Granada, Mallorca y un largo etcétera de lugares donde existen grandes plantaciones de almendros tienen su leyenda en torno a ellos y en parecidos términos a los que aparecen en “El conde Lucanor”.
El relato de lo acontecido con Romaiquía (Itimad) continúa así:
“Y otra vez, estando Romaiquía en sus habitaciones, que daban al río, vio una mujer, que descalza en la glera, removía el lodo para hacer adobes. Y cuando la reina la vio, comenzó a llorar. El rey le preguntó el motivo de su llanto, y ella le contestó que nunca podía hacer lo que quería, ni siquiera lo que aquella humilde mujer. El rey, para complacerla, mandó llenar de agua de rosas un gran lago que hay en Córdoba; luego ordenó que lo vaciaran de tierra y llenaran de azúcar, canela, espliego, clavo, almizcle, ámbar y algalia, y de cuantas especias desprenden buenos olores. Por último, mandó, arrancar la paja, con la que hacen los adobes, y plantar allí caña de azúcar. Cuando el lago estuvo lleno de estas cosas y el lodo era lo que podéis imaginar, dijo el rey a su esposa que se descalzase y que pisara aquel lodo e hiciese con él cuantos abobes gustara”. 
En ocasiones, los sevillanos, sacamos este relato del contexto general para destacar el gran amor de Al-Mutamid hacia Itimad, sin darnos cuenta que detrás de él existe el deseo de magnificar los defectos de ella, como se puede comprobar en la continuación del mismo extrayendo una moraleja que, tal vez, no se le pudiera aplicar a Itimad, una mujer enamorada profundamente de su esposo, al que acompañó y siguió hasta los últimos momentos de su vida.
“Otra vez, porque se le antojó una cosa, comenzó a llorar Romaiquía (Itimad). El rey le preguntó por qué lloraba y ella le contestó que cómo no iba a llorar si él nunca hacía nada por darle gusto. El buen rey, viendo que ella no apreciaba tantas cosas buenas como había hecho
por complacerla y no sabiendo qué más pudiera hacer le dijo en árabe etas palabras: “v. a. le mahar aten?” (sic); que quiere decir: ¿Ni siquiera el día del lodo?; para darle a entender que, se había olvidado de tantos caprichos en los que él la había complacido, debía recordar siempre el lodo que él había mandado preparar para contentarla.”
Para acabar este relato en “El conde Lucanor” así:
“Y viendo don Juan que esta era una buena historia, la mandó poner en este libro e hizo los versos, que dicen así:
Por quien no agradece tus favores, / no abandones tus labores.
Fue así como la personalidad de Itimad quedó deformada en la historia, hasta tal punto que grandes historiadores recogen esa figura de ella, cuando, en realidad, las fuentes árabes la describen como una bella mujer, de ingenio agudo, amena conversación, alegre y jovial. Como en cualquier pareja, debió quejarse en algunos momentos del proceder de Al-Mutamid, como se desprende de este poema:
“Se apresuró a hacerme reproches, y en mi corazón creció el desasosiego. ¿El insensato puede someter al prudente?
¡Mujer basta! Soy un enamorado, a quien nadie podrá censurar que me consuma de amor.
El amor a Itimad habita en mis entrañas. No hay corazón que pueda cansarse de él. No se va.
Gacela que has robado el corazón de Muhammad, ¿no te asusta el intrépido león?
¿Quién puede dudar de que estoy perdidamente enamorado de ti? Mi amor por ti deja huellas.
Tal vez una interpretación retorcida de este poema; unida a la lectura de los versos incluidos en la sátira que Ibn Ammar, se cuenta, recitaba en contra de Al-Mutamid cuando sus relaciones se rompieron a raíz de la actuación de aquel en Murcia: “Te has desposado con la más vil de las mujeres, Rumayqiya, que no vale ni lo que se paga por los animales”; más la hostilidad de los alfaquíes que la señalaban como la causante de la relajación y libertinaje de la corte de Al-Mutamid, acusación que originó la deportación de ambos, dieron lugar a la creación de aquella imagen de Itimad. Sin embargo algunos hechos no parecen avalar esa imagen de corrupta y caprichosa. Ejemplo de ello, como señalan varios estudiosos e historiadores sobre Itimad, lo encontramos en la inscripción de la lápida que recuerda la construcción del almiar de la actual iglesia de San Juan de la Palma, y cuyo texto es:
“En el nombre de Dios, Clemente y Misericordioso. ¡Dios bendiga a Muhammad, sello de los profetas! Ordenó la Gran Señora, madre de al-Rasid, Abu l-Husayn Ubayd Allah, hijo de al-Mutamid ala Allah al Muayyad bi-nars Allah Abu l-Qasim Muhammad b. Abbad -¡que Dios prolongue su apoyo y su poder y los fortalezca!- erigir este almiar de su mezquita -¡que Dios la preserve como obra de mucho mérito!-, la cual se terminó con la ayuda de Dios, bajo la supervisión del visir, secretario y alamín Abu l-Qasim b. Hayyay -¡que Dios lo favorezca!-, en saban del año 478” (noviembre-diciembre 1085).
أعتمآد
خأدمة ؤمن ثم إلي ملكة
المتمد اخر ملك عربي
في اشبيليا حب
اعتماد علما إنها خادمه
جمالها كانا شعرآ
 حب الملك لها
جعلها ملكة اشبيليا
Otro ejemplo lo podemos observar en el comportamiento de Itimad en el destierro. Aunque fuese obligada por las autoridades almorávides, su actitud durante aquel tiempo no parece coincidir con esa imagen de mujer frívola y caprichosa, pues en Agmat se vio obligada a trabajar, junto a sus hijas y otras mujeres de la familia, para poder subsistir. Al-Maqqari pone en sus labios estas palabras: “Señor, no podemos ofreceros bienestar en vuestra enfermedad”, dirigidas a Al-Mutamid cuando este enfermó. El poeta Abu Bahr Ibn Abd al-Samad, que había conocido de cerca la corte sevillana, dedicó en su elogio fúnebre a Al-Mutamid unos de sus versos en recuerdo de Itimad de este modo:
“Tu compañera de lecho me causa asombro: ¡con qué gusto se encontraba a tu lado en los círculos de amigos!.
Y ahora la acompañas en su tumba; es como si ambos hubierais acudido a la misma cita.
Ella se había ido, y la separación, tras su muerte, fue mortal para ti: marchaste en pos de ella montado en su ataúd.
A ambos os reunió Agmat en la tierra que tomasteis por tan pobre almohada.
¡Madre de reyes! ¿acaso no sabías que uno iría a verte con auténtica fidelidad y cariño?”
Su historia de amor mutuo, a pesar de las distorsiones que se ha tratado de hacer de ella, ha perdurado a lo largo de los siglos, y la figura de Itimad en Sevilla como “protectora de poetas” y con una sencilla placa de azulejos en una calle del barrio de Santa Cruz sevillano.
Al-Mutamid fue un rey muy cercano a su pueblo y de él quedan, en las fuentes árabes, recogidas numerosas anécdotas, muchas de ellas simples leyendas escritas para resaltar esa cualidad de cercanía y participación en la vida ciudadana. Una de ellas, recogida por Al-Maqqari, relata la historia de “el halcón gris”, un salteador de caminos que venía saqueando las tierras cercanas a Sevilla. Habiendo sido detenido, Al-Mutamid ordenó atarlo a un poste elevado en un lugar de mucho paso para que sirviera de ejemplo a quien lo viera allí. Su mujer y sus hijas se encontraban junto al poste gimiendo y llorando por la situación en que quedaban. Al poco tiempo pasó por allí un hombre llevando del ronzal un burro cargado de mercancías. El bandolero llamó su atención y le contó que antes de ser detenido había arrojado a un pozo cercano una bolsa con más de cien monedas de oro, producto de lo que había obtenido en sus correrías, si le ayudaba a su mujer a sacar del pozo aquella bolsa serían para él la mitad de las monedas. Aquel mulero, cegado por la avaricia, no se lo pensó mucho y dejando su burro con las mercancías al cuidado de la mujer, ató una cuerda al brocal del pozo y bajó en busca de aquel tesoro. Mas la mujer, una vez estuvo abajo, cortó la cuerda y cogiendo el burro del ronzal y a las niñas se alejó rápidamente del lugar. Al ser rescatado el mulero y contar lo ocurrido, la noticia corrió pronto por toda Sevilla. Enterado de la misma Al-Mutamid, ordenó traer a su presencia al ladrón, quien, a la pregunta del rey sobre cómo se le había ocurrido cometer aquella fechoría estando en su situación, le respondió que en la misma su mujer y sus hijas quedaban totalmente pobres y desamparadas, así que tuvo que estimular su imaginación para buscar una solución, y que además el robar producía tanta satisfacción que si el rey la conociera dejaría su trono para dedicarse a la bandolería. Al-Mutamid tras censurarle su comportamiento, pero consciente de la imaginación del bandolero, así como de su sinceridad y osadía en la respuesta, le perdonó la vida y le ofreció un puesto como guardia si le prometía abandonar su antigua vida.
El Cid Campeador, detalle del cuadro de Cándido Pérez Palma, sito en el claustro bajo de la Catedral de Burgos
Sevilla, bajo el reinado de Al-Mutamid, vivió una época de esplendor tanto literario como económico. La fertilidad de sus tierras, la variedad de sus cultivos, la abundancia de recursos, y la gran actividad que en ella se desarrollaba basada en la artesanía y el comercio, permitían al rey afrontar sin problemas, en la mayoría de las ocasiones, el pago de las parias a los reyes castellanos. Según cuentan las crónicas castellanas en el transcurso del año 1079, el rey Alfonso VI de Castilla envió a un joven Rodrigo Díaz de Vivar a cobrar dicho impuesto al reino de Sevilla. Alfonso VI había mandado a cobrar las parias de Granada al conde García Ordoñez, el rey de Granada, Abd Allah, aprovechó su estancia allí para, antes de abonarle el importe de las parias, solicitar su ayuda para iniciar una serie de correrías por tierras del reino de Sevilla, que según él les habían sido arrebatadas con anterioridad. 
 El Cid, detalle de la obra de Howard David Johnson
Al tener conocimiento de las mismas, Al-Mutamid requirió la presencia de Rodrigo Díaz de Vivar para que, con sus huestes, le prestase ayuda a reprimir los ataques, saqueos y quema que sus tierras estaban sufriendo por parte del rey de Granada auxiliado por fuerzas castellanas. Tal vez debió decirle: “Si mi oro vale tanto como el de Abd Allah, mi enemigo, sería preciso que hicieses algo por defender mi reino”. Rodrigo no pudo negarse a lo solicitado. Antes de llegar a un enfrentamiento armado trató de llegar a un arreglo amistoso y avisó a los invasores del territorio sevillano que se abstuvieran de seguir adelante “por la reverencia y el respeto debidos” al rey Alfonso, pues él mismo había sido enviado a Sevilla para el cobro de parias y estaba obligado a su defensa. Mas aquellos no hicieron caso a aquel intento de solución, y el enfrentamiento fue inevitable. Las fuerzas comandadas por Rodrigo Díaz de Vivar se impusieron a las granadinas, y fueron hechos prisioneros el conde García Ordoñez, junto con otros señores de la corte castellana, en una batalla librada cerca de la ciudad de Cabra. A su regreso a Sevilla, Al-Mutamid y el pueblo sevillano recibieron con alborozo a Rodrigo Díaz de Vivar, y aquí comienza una parte de la leyenda que entorno a esta presencia del mismo en Sevilla se creó. Según la misma, Rodrigo hizo su entrada a Sevilla por la puerta de Córdoba y desde allí se dirigió al Alcázar, su recorrido por las calles sevillanas era acompañado por los vítores de los ciudadanos, tanto árabes como cristianos. Los árabes lo aclamaban llamándole “siyyid” (señor), mientras que los cristianos gritaban en latín “campi doctor” (sabio en batallas). De la unión de ambas expresiones surgió el nombre con el que Rodrigo Díaz de Vivar fue conocido desde entonces: “Cid campeador”. 
Anna Hyatt Huntington y su esposo Archer Milton Huntington.
Al-Mutamid le hizo entrega de los tributos debidos junto a regalos para el rey Alfonso. Rodrigo Díaz de Vivar debió de volver a Castilla saboreando su victoria en Cabra, y admirado de todo lo que su visita a Sevilla le había permitido apreciar sobre  la cultura andalusí, con sus inmensas mezquitas, sus lujosos palacios, su gran ciudad, sus bibliotecas y centros de estudio, sus filósofos y sus poetas. Igualmente debió parecerle fascinante el lujo y refinamiento palaciegos, y la facilidad con que corría la moneda por los aledaños del Zoco; moneda de oro, el dinar, de la cual tenía la fortuna de transportar una gran cantidad de ellas, unas para su rey y otras para él, recibidas como regalo personal por el príncipe sevillano. Mas este regalo y el odio despertado entre los nobles castellanos por la derrota sufrida en Cabra, sirvió para que estos le acusaran de quedarse con parte de las parias recibidas, lo que significó una de sus expulsiones de la corte del rey Alfonso VI. Sevilla recuerda hoy la figura de Rodrigo Díaz de Vivar con la estatua ubicada en la avenida del Cid de la ciudad. Una colosal estatua de bronce colocada sobre un pedestal que fue realizada, junto con varias copias más, por la escultora Anna Hyatt Huntington, esposa del hispanista y multimillonario Archer Milton Huntington, fundador de la Hispanic Society of America de Nueva York, que por aquellos años estuvo muy unido a la ciudad a través de las excavaciones arqueológicas que se llevaban a cabo en Itálica.
Estatua del Cid en Sevilla y detalle de las dos leyendas
El monumento fue inaugurado el día 22 de septiembre de 1927, y en él la figura del Cid aparece cabalgando sobre su caballo Bavieca en actitud triunfante, sobre un alto pedestal  en uno de cuyos frentes mayores tiene grabada esta leyenda: 
"SEVILLA / DORADA CORTE DEL REY POETA MOTAMID / HOSPEDO A MIO CID EMBAJADOR / DE ALFONSO VI Y LE VIO VOLVER / VICTORIOSO DEL REY DE GRANADA."
Y en el otro: 
"EL CAMPEADOR / TERRIBLE CALAMIDAD PARA EL ISLAM /FUE POR LA VIRIL FIRMEZA DE SU CARÁCTER / Y POR SU HERÓICA ENERGÍA UNO DE LOS / GRANDES MILAGROS DEL CREADOR / BEN BASSAM."
 Imagen figurativa de Zaida
Otro hecho histórico que ha sido alterado a lo largo del tiempo es la relación entre la viuda de Abu Nasr al-Fath al-Mamun, hijo de Al-Mutamid, que era gobernador de Córdoba cuando los almorávides, tras conquistar Málaga y Granada, se dirigían hacía allí con los mismos fines. Al-Mamun, previendo un fatal desenlace, pone a salvo a su esposa y su familia. Los orígenes de quien después sería conocida como Zaida, son desconocidos, así como su verdadero nombre. Todo hace pensar que el de Zaida es una transformación de “al-Sayyida” (la señora). Sobre su figura se ha escrito mucho, se ha novelado demasiado y existen numerosas leyendas que surgen años después de su muerte, como fue el caso del cantar de “La mora Zaida” que se cree escrito en la misma época del “Cantar de mio Cid”, alrededor del año 1200. Del mismo sólo se conservan algunos vestigios recogidos en crónicas posteriores.
 Representación figurativa del bautizo de Zaida, donde recibió el nombre de Isabel.
Históricamente se conoce que la viuda de Al-Mamun buscó refugio en la corte de Toledo, bien porque Al-Mutamid considerara que allí se encontraría más segura, o porque a través de ella solicitara la ayuda del rey Alfonso VI para hacer frente a los almorávides. Lo cierto es que en la corte toledana, fue bautizada con el nombre de Isabel y de sus relaciones con Alfonso VI nació un niño, el único hijo varón del mismo. Ibn Idari recoge en su crónica referencias a “Sanyuh”, hijo de Alfonso VI y “de la viuda de Al-Mamun”. Este infante, que había sido reconocido como descendiente y heredero, murió en la batalla de Uclés, 1108, con tan solo quince años. Dejemos a los historiadores que diriman sus divergencias sobre si realmente Isabel llegó a contraer matrimonio con el rey Alfonso VI, o solo fue una más de sus concubinas. Todo hace pensar que los documentos que oficializan aquel matrimonio son difíciles de encajar en la biografía del rey. Isabel, la viuda de Al-Mamun, ni fue sobrina o hija de Al-Mutamid, como muchos aún sostienen en sus relatos; ni su matrimonio con el rey Alfonso VI fue pactado con Al-Mutamid siendo ella una niña; ni parece creíble la dote o regalos de varias fortalezas que, según algunos relatos, Al-Mutamid le entregó a Alfonso VI como dote por aquel matrimonio.
Como decíamos, durante el reinado de Al-Mutamid, la corte sevillana se distinguió por la presencia habitual de los poetas que participaban en las tertulias organizadas por el rey, en las que corría el vino y se adornaban con la presencia de bellas jóvenes, cuyos atributos eran destacados en panegíricos como el que la pluma de al-Nahli dejó escrito en este:
Su belleza insuperable, y su piel, de una extrema delicadeza, casi se ve su interior por fuera.
Se pavonea como una rama en el otero, envuelta en las frescas hojas de la juventud.
Mojado de agua de rosas, de su cabello escurren pequeñas gotas, que recuerdan al rocío que cae de las alas de los pájaros.
Hace florecer con su hermosura y la fuerza de su belleza el esplendor del que merece el perfumado agradecimiento.
Miniaturas en los tratados de agricultura
Mas no fueron solo los poetas los que destacaron en ella, ni la poesía la base cultural de aquella sociedad. Al-Mutamid transformó Sevilla en una de las más florecientes ciudades de Al-Andalus. Junto a aquellos poetas estaban presentes otros muchos sabios que cultivaban las más diversas ramas del saber. Los estudios sobre agricultura fueron bien desarrollados en aquella época, donde destacan las figuras de Abu Umar Ibn Hayyay, nacido en una de las antiguas familias nobles de Sevilla,  posiblemente un visir de Al-Mutamid, y aunque en los pocos datos que se disponen sobre su biografía no se destaca como agrónomo, sabemos que escribió una obra titulada “l-Filaha Al-Muqni 'Fi” (Lo que basta saber acerca de la agricultura), en el 1073.
Miniaturas en los tratados de agricultura
Otro agrónomo destacado en aquella corte fue el sevillano Abu l-Jayr al-Isbili, cuyos conocimientos iban más allá de la agricultura práctica para adentrarse en el estudio de las propiedades y utilidades médicas y culinarias de los vegetales. Todo quedó recogido en su obra “`Umdati t-tabib fi ma`rifati nnabat likulli labib” (Libro base del médico para el conocimiento de la Botánica por todo experto). Uno de los más completos tratados botánicos de la época, que recoge muchas aportaciones de fuentes tradicionales, haciendo referencia a varios botánicos de los que toma referencias. Es una obra que, sin dejar de ser una gran enciclopedia botánica, puede interesar a quienes, sin ser doctos en la materia, estén interesados en el conocimiento de los vegetales y su aplicación en la medicina. Fue autor de otras dos obras relacionadas con la agricultura, el “Kitab al-Filaha” y el “Kitab al-Nabat. Este último considerado como un resumen del “`Umdat”, una obra que durante muchos siglos se consideró como anónima.
Jardines de la Buhaira. Sevilla
Abu l-Jayr debió tener bastante relación con otro agrónomo de gran prestigio en Al-Andalus, nos referimos a Ibn Bassal, de quien hace referencia en varias ocasiones en su obra. Ibn Bassal había destacado en la corte de la taifa de Toledo, lugar que abandonó tras la conquista de la misma por los castellanos en 1085, y tras un periplo por otras taifas llegó a Sevilla donde, de inmediato, fue admitido por Al-Mutamid, encargándole la dirección del “Huerto del Sultán” o “Jardín del Rey”, cuya ubicación real se desconoce aunque algunos investigadores creen que pudiera coincidir con la Huerta del Rey y los Jardines de la Buhaira. Frente a lo que es habitual en otras obras de su género, la suya “Diwan al-Filaha” (Libro de Agricultura) carece de citas a obras o agrónomos anteriores, algo que le causó muchas críticas, sobre todo por parte de quien fue su alumno, el agrónomo granadino Al-Tignari, quien en una ocasión llegó a decir de él: “era un hombre iletrado, sin base científica en la materia aunque si se hubiera prolongado su vida de un modo tranquilo, habría adquirido una base en la que apoyar su método experimental, que era su uso, y al que se aplicaba, aunque sin contar con elementos en los que sostenerse”. Ibn Bassal fue un agrónomo práctico, toda su obra está escrita en base a los conocimientos adquiridos a través de la práctica y la investigación propia. De ahí que Al-Tignari utilizara el término “hombre iletrado”, en el sentido en que no tenía conocimiento de las fuentes escritas o no se había basado en ellas para redactar su tratado.
Patio de los Naranjos. Sevilla
Es Ibn Bassal quien proporciona las primeras referencias reales sobre el cultivo del naranjo en la península ibérica, aportando datos muy claros tanto sobre el sistema de siembra, como de su cultivo y tratamientos para sus enfermedades, llegando a indicar el uso medicinal que se puede realizar con la corteza de la naranja. Este lugar en que nos encontramos, el “Patio de los Naranjos” de Sevilla, al igual que los otros patios de este tipo que existen en España, tuvo su origen en las ideas concebidas por Ibn Bassal. Este tipo de jardines en el “Sahn” (patio religioso) de las mezquitas, es una peculiaridad de Al-Andalus, pues en los “Sahn” no había árboles en ningún lugar del mundo musulmán, salvo en Siria.
 Abu Abdullah al-Bakri
El geógrafo Abu Abdullah al-Bakri también residió durante un tiempo en la corte sevillana, algunos historiadores señalan que debió ser durante los últimos años del reinado de Al-Mutamid. Pero sí se conoce, a través de Ibn Jaqan, que visitó la corte sevillana en calidad de visir enviado por Muhammad al-Mutasim, rey de la taifa de Almería, aproximadamente en el año 1077-8. Había nacido en Saltés (Huelva), en el año 1014, siendo su padre rey de la taifa de Huelva, quien fue depuesto de su reino por Al-Mutadid. En aquellos momentos pasaron a residir en Córdoba. A la muerte de su padre se trasladó a la fastuosa corte de Almería, cuyo príncipe Al Mutasim realizaba una labor de mecenazgo hacia todos los poetas y artistas de su reino. Su obra más importante fue el “Kitab al-Masalik wa-al-Mamalik” (Libro de las carreteras y de los Reinos), compuesta en 1068. Una obra en la que describe con todo detalle los lugares, las personas, sus costumbres, así como la geografía, el clima y las principales ciudades. Un hecho paradójico de la misma es la circunstancia de que, Al-Bakri, nunca salió de Al-Andalus, por lo que su obra geográfica está basada en la consulta de numerosas fuentes y en los informes de comerciantes y viajeros con los que hablaba o mantenía relaciones epistolares. Mas la objetividad y sus dotes de ordenación, hacen de él uno de los principales geógrafos de Al-Andalus, algo que le fue reconocido por la comunidad internacional científica cuando en 1976 le pusieron su nombre a uno de los cráteres de la Luna. Tampoco debemos olvidar sus dotes para la poesía, que demostró en varias felicitaciones y en panegíricos dirigidos a Al-Mutamid, como la que le escribió con motivo de la victoria, en 1086, en la batalla de Sagrajas. Dotes que podemos observar en esta composición suya, donde revela su afición a los placeres mundanos, tan característica de la sociedad de aquella época. 
“Casi no puedo aguardar / que el vaso brille en mi diestra, / beber ansiando el perfume / de rosas y de violetas. / Resuenen, pues, los cantares; / empiece, amigos, la fiesta; / y de oculto a nuestros goces / libre dejando la rienda, / v evitemos las miradas / de la censura severa. / Para retardar la orgía / ningún pretexto nos queda / porque ya viene la luna / de ayunos y penitencias / y cometen gran pecado / cuantas entonces se alegran.”
En la parte superior reproducción de una azafea, debajo Al-Zarqali y Al-Mutamid
En ocasiones la vida demuestra que los destinos de dos personas están marcados desde su nacimiento, es el caso de dos grandes figuras de la intelectualidad andalusí de aquella época.: Al-Mutamid, el rey poeta; y Abu Ishaq Ibrahim Ibn Yahya al-Naqqash al-Zarqali, uno de los más importantes astrónomos de todos los tiempos. En el año 1048-9, Al-Zarqali había dedicado al niño Al-Mutamid una versión de la azafea que llamó “al-safiha al-abbadiya” en honor a su linaje. Muchos años después, en 1085, tras la toma de Toledo por los castellanos, Al-Zarqali tuvo que huir de la ciudad, como hicieron otros muchos sabios que allí residían, para refugiarse, al parecer, en Sevilla donde murió años más tarde. 
 Ptolomeo, Hiparco e Hypatia
Al-Zarqali era realmente el apodo con el que se le conocía por el color azul de sus ojos (zarco = de color azul claro. Ojos zarcos. – Definición en el diccionario de la RAE), que luego derivó en la forma latinizada del mismo, “Azarquiel”, con el que se conocido en la historiografía castellana. Había nacido en Toledo, alrededor del año 1025. Empezó a trabajar como orfebre, tarea en la que destacó muy pronto por la destreza que tenía para trabajar los metales. Lo que le permitió entrar en contacto con los numerosos científicos y astrónomos que por entonces residían en aquella ciudad, que comenzaron a solicitarle la fabricación de astrolabios. Un instrumento, del que se desconoce quien fue su creador inicial, que permite determinar la posición de los astros. Las primeras noticias que aparecen sobe el desarrollo del astrolabio se refieren al Centro de Investigaciones de Alejandría. Ptolomeo, en el año 140 d.C., en suj libro “Almagesto”, desarrollaba un instrumento denominado “Astrolabon Organon”. Hiparco de Nicea, aproximadamente en el año 150 d.C., fue el primer astrónomo que diseñó lo que se puede denominar el primer astrolabio. Más tarde, en el siglo IV, la astrónoma y matemática Hypatia de Alejandría, trabajaría junto a su padre para mejorar el astrolabio.
 Astrolabio
El astrolabio fue un instrumento cuyo uso estaba muy extendido entre las culturas orientales, y a Europa llegó a través de la España musulmana. La posibilidad de determinar la posición de las estrellas para determinar la hora a partir de la latitud, o viceversa, para averiguar la latitud conociendo la hora, hizo de él un instrumento fundamental para los navegantes.
Astrolabios y azafea
Cuando Al-Zarqali conoció los fundamentos del astrolabio, a través de los trabajos que le encargaban, su inquietud por nuevos conocimientos le llevó a estudiar astronomía. Lo hizo de forma autodidacta, lo que le permitió, por otra parte, que sus propias investigaciones no estuvieran condicionadas por influencias religiosas o metódicas de quienes podían haber sido sus maestros. Descubiertas las limitaciones del astrolabio, decidió perfeccionarlo y posibilitar su uso para, además de calcular la latitud y la hora, localizar las “casas astrológicas”, un concepto de la astrología, ciencia esta que gozaba de gran predicamento en Al-Andalus, base del horóscopo; así como establecer las coordenadas de los astros y el llamado arco diurno que es el que recorre el sol desde su salida hasta el ocaso, fundamental para calcular las horas de luz que tenía un día. Fue así como creó dos modelos distintos de un nuevo instrumento que se conoció como “al-safiha”. Uno lo regaló al rey de Toledo Al-Mamun, conocido como “al-safiha al-mmuniyya”, en honor al nombre del propio rey; y el otro, como hemos dicho, al que futuro rey de la taifa sevillana, Al-Mutamid. Aquel nuevo instrumento tuvo tanta importancia para la navegación que su invención se ha considerado la más importante de todas las que posibilitaron las exploraciones oceánicas. Mas no fue esa solo la idea que llevó a Al-Zarqari a la perfección del antiguo astrolabio, sino que su objetivo estaba centrado en efectuar mediciones astronómicas, trazar órbitas, establecer el movimiento de la Tierra, catalogar estrellas por su posición, determinar las posiciones de los cuerpos celestes y sus trayectorias y poder predecir los eclipses, así como determinar el momento exacto en que comenzaban los meses. 
Palacio de Galiana, Toledo, en una imagen de principios del siglo XX, y restos de lo que pudieron ser aquellas clepsidras
El sabio Al-Zaqari realizó muchos más descubrimientos en el campo de las astronomía, como ser el primero en determinar con precisión cuál era el punto de máxima distancia entre el Sol y la Tierra. Sin olvidar tampoco uno de sus grandes artilugios creados: la construcción de dos grandes clepsidras (relojes de agua) a las orillas del rio Tajo en Toledo. Consistía en dos grandes albercas que de modo gradual se iban llenado mientras la luna estaba en su fase creciente, y se vaciaban según la luna iba menguando. Al-Maqqari, que debió utilizar como fuente de información los escritos de al-Zuhrí, las describe así, además de señalar el destino de una de ellas.
Lo que hay de maravilloso y sorprendente en Toledo, tanto que no creemos que haya en todo el mundo habitado ciudad alguna que se le iguale en esto, son dos recipientes de agua (al-billitan) que fabricó el célebre astrónomo Abu Isḥaq Ibrahim ibn Yaḥya al-Naqqash conocido con el nombre de Azarquiel (al-Zarqali). Cuentan que este Azarquiel oyó hablar de cierto aparato que hay en la ciudad de Arin, en la India (y del cual dice al-Masudi que señalaba las horas por medio de unas aspas o manos, desde que salía el Sol hasta que se ponía), y se propuso construir un artificio parecido por medio del cual supiera la gente qué hora del día o de la noche era y pudieran conocer la edad de la Luna. Para ello construyó grandes estanques en una casa, en las afueras de Toledo, a orillas del Tajo, cerca del sitio llamado Puerta de los Curtidores, haciendo que se llenaran de agua ó se vaciaran según el crecimiento y menguante de la Luna.
Según nos han informado personas que vieron estas clepsidras funcionaban así: en cuanto aparecía el novilunio, el agua empezaba a afluir a los estanques por tuberías invisibles de tal modo que al anochecer del día siguiente había la mitad de un séptimo justo de agua. De este modo iba aumentando el agua en los estanques, así de día como de noche, hasta que al fin de una semana los estanques estaban llenos hasta la mitad y la semana siguiente se veían llenos del todo, hasta el punto de rebosar el agua. Luego, a partir de la decimoquinta noche del mes, la Luna empezaba a decrecer y también menguaba el agua del estanque a razón, también, de la mitad de un séptimo cada día, y en el día vigesimonoveno del mes quedaban vacíos del todo los estanques.
Si durante este ciclo de aumento y disminución del agua alguien extraía parte de ella, aumentaba el flujo de las tuberías de abastecimiento de tal modo que no se alteraba el ritmo del ciclo. Lo mismo ocurría en el caso de que alguien aumentase el caudal de los estanques, pues lo que sobraba salía inmediatamente. De tal modo que el aparato de Azarquiel superaba en maravilla al de la ciudad de Arin porque en esta ciudad las noches y los días son siempre iguales. 
Estas clepsidras duraron hasta que el rey Alfonso (VII de León) quiso saber cómo y de dónde llegaba el agua de los estaques y cómo se efectuaba el movimiento y mandó que se desmontara una de ellas.  
El despiece y la destrucción de la misma tuvo lugar el año 528 de la hégira (1134 d.C.) y el causante del daño fue el astrónomo judío Hamis ben Zabara (Hunayn el judío en la versión de Al-Maqqari)... pues solicitó al Rey que fuera él el encargado de desmontar la clepsidra a fin de estudiar su artificio y poder mejorarlo, llenándose de día y vaciándose de noche, prometiendo volver a instalarla; pero luego no supo y quedó uno de los relojes inutilizado." 
Aquellas clepsidras debieron ser verdaderas joyas, susurros de agua marcando el transcurso del tiempo. Mas la manipulación de otro ser humano, las hicieron callar para siempre, llevándose consigo el secreto de su funcionamiento. Como quedó sumida en el olvido, y prácticamente desconocida en la cultura general como desaparecida de los libros de historia para los niños o jóvenes, tanto la figura como la obra científico-literaria de Al-Zarqari, que solo en círculos científicos era recordado. Es la ingratitud que, casi siempre, el ser humano demuestra hacia quienes fueron marcando sus caminos hacia adelante. 
 Cráteres en la luna:. 1. Ptolomeo, 2. Alfonso, 3. Azarchel – Azarquiel, 4. Alpetragius
Hay un dato que tú no llegaste a conocer, abuelo –digo interrumpiendo esta conversación idealizada con mi abuelo Antonio-, a finales de la década de los noventa del siglo XX, la comunidad científica internacional rindió homenaje a su memoria poniéndole su nombre a un cráter lunar que se encuentra al este del Mar Nubio, formando un grupo en el que se encuentran los dedicados a Ptolomeo, a Alfonso X, y a Alpetragio. Ahora,cada vez que alzamos nuestros ojos hacia la Luna nuestra mirada se cruza con la de aquel sabio que un día descubrió las cosas del cielo y abrió la posibilidad de las rutas oceánicas. 
Acabas de nombrar –suena en mi mente de nuevo la voz de mi abuelo- a Alpetragio, es el nombre latinizado de Abu Ishaq Nur al-Din al-Bitruyi, otro astrónomo andalusí que algunos historiadores señalan su origen como sevillano. De él te puedo hablar poco. Sabes,Al Zarqari fue un personaje al que siempre admiré, porque desde sus pocos conocimientos de su infancia como aprendiz de orfebre, con su esfuerzo, alcanzó la cima del conocimiento. Inventó aparatos que no existían. En su mente vio cosas en las que nadie creía o sospechaban que existían. Pero sobre todo me fascinó porque nos enseña que una persona de origen humilde puede ser capaz de ver el mundo como nadie lo había visto, y de cambiarlo.
Detalle del lienzo cerámico que representa la conquista de Toledo por el rey Alfonso VI, en la plaza de España de Madrid
Mas prosigamos con la historia de Al-Mutamid, que está llegando a su fin y con ella el esplendor del reino de Sevilla. Sus orígenes hay que buscarlos en las propias luchas existentes entre las diversas taifas en que Al-Andalus quedó dividido a raíz de la caída del califato. Sus reyes o reyezuelos, en realidad no tenían capacidad de formar ejércitos para oponerse o defenderse de las ansias expansionistas de los demás y todos ellos siempre buscaron la ayuda de otros reyes cristianos de la península, algo que lograban a través de los acuerdos que llevaban consigo el pago de las parias, aquel impuesto que significaba su protección frente a los que consideraban sus enemigos. Crónicas árabes tardías señalan un incidente, hacia el año 1082, entre el reino de Sevilla y el rey Alfonso VI cuando este mandó una delegación a la corte de Al-Mutamid para cobrar las parias debidas. Al parecer aquella visita acabó en la muerte del embajador de Alfonso VI. Los relatos sobre este incidente y sobre el final de los reinos de taifas están repletos de leyendas, divagaciones y literatura interesada, por lo que no nos extenderemos demasiado sobre las vicisitudes de los mismos, y nos limitaremos a señalar los datos históricos. La política de presión del rey Alfonso VI sobre los reinos de taifas, con los que tenía acuerdos de pago de parias, iba incrementándose con el paso del tiempo y ponía en peligro la existencia de los mismos. Otro elemento que hemos de tener en cuenta es la actitud de los ulemas y alfaquíes más rigurosos, que desde hacía años venían inculcando en el pueblo andalusí el sentimiento de ilegitimidad de los reyes de taifas por su sistema de vida alejada de la doctrina y las leyes musulmanas e incapaces de hacer frente a los reyes cristianos en sus demandas de las parias, para lo que no dudaban en someter a los ciudadanos a fuertes impuestos. Surgió así, entre el pueblo, un sentimiento de unión que fue en aumento y llegó a su culmen tras la conquista de la taifa de Toledo por el rey Alfonso VI.
 Representación figurativa del primer cruce de los almorávides del estrecho de Gibraltar
Esta situación coincidió en el tiempo con la expansión de los almorávides por el Magreb. Eran estos unos grupos nómadas procedentes del Sáhara, guerreros y estrictos cumplidores de los preceptos islámicos, de quien abordaremos en otro momento toda su historia. Fue a ellos a quienes recurrieron los reyes andalusíes buscando su apoyo para hacer frente a las fuerzas de Alfonso VI. Al parecer fue en agosto del año 1086, cuando los almorávides desembarcaron por primera vez en Algeciras. Desde allí, junto con el ejército sevillano de Al-Mutamid, y los de los reinos de Granada y Málaga, se dirigieron hacia Badajoz, donde se les sumó el de aquella taifa. Ante el avance del ejército del rey Alfonso salieron a su encuentro. La batalla tuvo lugar, al parecer, en la llanura de Sagrajas, el día 23 de octubre de 1086 con la victoria de las fuerzas musulmanas sobre las cristianas. 
 Representación de la batalla de Sagrajas
Sobre esta batalla de nuevo surgen numerosas leyendas en las fuentes árabes, algunas totalmente descabelladas y contradictorias entre sí. En cuanto a las fuentes cristianas apenas se limitan a señalar el lugar y la fecha de la misma, exagerando los datos sobre el número de las fuerzas musulmanas.  Mas si es de resaltar lo que todas las fuentes árabes indican sobre la actitud y las virtudes guerreras de Al-Mutamid durante la misma. Al parecer, las fuerzas de Alfonso VI cargaron directamente contra el ejército sevillano, al considerar a Al-Mutamid directamente responsable de la situación producida. Este se defendió dignamente en el centro de la batalla, siendo herido en varías partes de su cuerpo, heridas que no le restaron un ápice a su valor y entrega en el combate, algo que el historiador Ibn al-Kadabus, manifiestamente pro-almorávide y crítico con Al-Mutamid en su obra, destaca con estas palabras:
“Al-Mutamid, como el pardo león, los detuvo y los acorneó con las astas en una lucha a cornadas manteniéndose firme con la imperturbabilidad y la solidez de la alta montaña, hasta que se cubrió de heridas”.
Mas aquella batalla fue el inicio del final de los reinos de taifas. Ninguno de sus reyes supieron valorar las consecuencias que, a la larga, significaría la presencia de los almorávides en los asuntos de Al-Andalus y la reacción de los cristianos ante su derrota. Yusuf ibn Tasufin, el emir que mandaba las fuerzas almorávides que auxiliaron a los reyes de taifas en esta batalla, pudo observar los enfrentamientos que entre ellos existían, y la riqueza y belleza de los palacios de Sevilla donde fue alojado y agasajado por Al-Mutamid. Es posible que trazara su propio plan para apoderarse de aquel territorio, basándose en la relajación de las costumbres islámicas que venían siendo denunciadas por los ulemas y los alfaquíes. Manteniendo el acuerdo al que había llegado con los reyes de taifas que habían reclamado su ayuda, regresó al Magreb tras recibir la noticia de la muerte de uno de sus hijos.
Veo en tu cara la sorpresa que te producen mis palabras cuando te hablo de las distorsiones que aparecen en los libros sobre esta parte de la historia de nuestra amada Sevilla, por eso, antes de seguir adelante, déjame decirte que los libros son uno de los mejores elementos para el conocimiento, pues su contenido nos hace recapacitar sobre la vida, sobre el lugar de donde partimos y en ellos podemos encontrar respuesta a quienes somos. Pero siempre has de tener presente que en la mayoría de los casos, cuando se habla de historia, se vienen mezclando verdades históricas, por un lado, e ideas imaginativas y románticas o simplemente interesadas, por otro, convirtiendo, en ocasiones, lo que ha llegado a nosotros en simples leyendas con visos históricos. Por eso nunca te conformes con leer solo lo escrito, investiga y profundiza.
En aquel momento sentí como su imagen se desvanecía, dejé de escuchar el susurro de sus palabras, y de nuevo lo que oía era el surtidor de aquella fuente del “Patio de los Naranjos” de Sevilla.  El constante arrullo del agua clara llenaba todos mis sentidos. El sol proyectaba las sombras de aquellos naranjos y una ligera brisa esparcía el aroma del azahar que adornaba sus ramas. Una brisa y un aroma que parecían querer llevarse todo el dolor del pasado al reino del olvido. 
Quedé pensativa, recordando lo que había leído sobre el final del reinado de Al-Mutamid, el rey poeta que había convertido a Sevilla en la ciudad más rica y esplendorosa, y centro de la cultura del siglo XI. 
Continuará: Cuando el pasado se hace presente (10): Los almorávides en Al-Andalus