viernes, 12 de agosto de 2016


A la izquierda, mi abuelo Antonio Velasco con sus alumnos. A la derecha mi hijo menor.
La dedicación a la educación de mi hijo menor, en edad escolar, tanto en la faceta de su formación académica como humana hace que esté en contacto permanente con el mundo de la educación actualmente. Ello se incrementa con la investigación que vengo realizando para escribir la historia de mi abuelo, Antonio Velasco Martín, maestro en El Saucejo (Sevilla), asesinado durante la represión de las tropas que se alzaron contra el gobierno emanado de las elecciones generales que se habían celebrado en febrero de 1936, y cuyas ideas sobre la docencia quedan claramente definidas por quienes le conocieron. Es así como, tanto una cosa como la otra, me hacen entrar en contacto con las reflexiones de pensadores que defendieron y defienden aquella pedagogía.
Don Emilio Lledó
En el silencio de la madrugada de estas noches de verano, cuando la brisa marina refresca el ambiente, es un placer leer y escuchar las palabras de Emilio Lledó, sevillano de nacimiento y universal de adopción. Esas ideas que su ágil y brillante pluma dejan plasmadas para siempre en sus obras escritas.

Un hombre que en su infancia vivió la tragedia de la guerra española. Hijo de un militar republicano, a los seis años, como él mismo rememora, los avatares de aquellos momentos llevaron a sus padres a Vicalvaro, un pequeño pueblo de Madrid, por entonces. “De ese tiempo recuerdo la miseria y el hambre. Para mí la palabra hambre no es una metáfora. Desde los años 40 hasta casi el año que muere mi padre, en el 50, en mi familia lo pasamos muy mal. Fue una época muy dura. No había qué comer en el Madrid de esos años. La gente modesta, humilde, como éramos nosotros, lo tenía muy difícil, y por eso yo me marché en cuanto pude.”
Su grandeza como ser humano y como pensador no reside solo en la transmisión de sus reflexiones, sino en el respeto que siempre ha tenido y tiene sobre aquellos que, de una manera u otra, contribuyeron a su formación humanística, en ocasiones tan dispares como las del filósofo Julián Marías, de quien fue alumno y de quien reconoce que fue quien le apasionó por la filosofía.
Fue en aquel pueblo donde tuvo su primer maestro que él siempre evoca con admiración: “Don Francisco, mi maestro, en el fondo era un hombre que nos liberaba la conciencia, que nos hacía personas y nos daba libertad. Esa es la grandeza de la enseñanza. Si a ti de pequeño te meten únicamente frases hechas en la cabeza; si te introducen lo que yo llamo grumos pringosos, ya no vas a poder pensar, ya no vas a poder ser libre, ni tener un espíritu creador, ni siquiera racional, dejando claro que en la enseñanza no sólo hay que cultivar la racionalidad. Otra de las cosas importantes que nos aportó ese maestro fue la educación de la sensibilidad. Nos animaba a pensar las palabras, a no asumirlas sin entenderlas. Sabía que sólo así podíamos salvarnos de la manipulación, de la agresividad a que conduce la falta de comprensión.”
Como me recuerda esta semblanza que él hace de aquel maestro a lo que he podido saber, por quienes le conocieron, sobre mi abuelo Antonio Velasco Martín, quien enseñaba a los niños a través de la experiencia, de la mirada, del tacto de las cosas, del continuo contacto con la realidad que les rodeaba, por encima de inculcarles ideas preconcebidas o memorización de conceptos que en muchos casos no comprenderían.
Es permanente, en el pensamiento de Lledó, la preocupación por la educación. Por la educación del ser humano desde la niñez. Como deja reflejado en su libro “Ser quien eres: ensayos para una educación democrática”: “Esa educación es, como sabemos, algo que tiene que comenzar en la infancia, porque es entonces cuando la libertad inicial de la mente puede quedar lastrada por todos los reflejos condicionados que los intereses de determinados grupos de poderes ideológicos o religiosos son capaces de inocular. Educar es crear libertad, dar posibilidad, hacer pensar. Y hay instituciones que parecen haber nacido para combatir tal libertad y tal pensamiento, al levantar en la mente infantil un mundo de fantasmagorías que, más tarde e inevitablemente, coagulan en atontamiento y en su consecuencia inmediata, el fanatismo.”
 A la izquierda, dibujo representativo de Juan Mairena, realizado por José Machado e incluido en la primera edición del libro "Juan Mairena". A la derecha una imagen de Antonio Machado.
Y en ese mismo libro leemos una referencia a la, casi desconocida para el público en general, obra en prosa de Antonio Machado, “Juan de Mairena: sentencias, donaires, apuntes y recuerdos de un profesor apócrifo”. En la que aquel profesor utiliza con sus alumnos la pedagogía de la pregunta, del diálogo e invita a él. “La razón es hija no de la disputa, sino del diálogo, que busca verdades, absolutas o relativas, pero independientes. Abolir el diálogo es renunciar a la razón humana, volver a la barbarie”. Es por ello que el profesor Lledó nos transmite: “Comprendo que Machado fuese un discípulo entregado a los ideales de la Institución Libre de Enseñanza y que luchase por establecer, frente a la pedagogía del odio, de la exclusión y el fanatismo, la doctrina de la libertad y creatividad intelectual, de la libertad ética. Y eso se aprende, según se dice, en la familia y en la escuela. Pero la palabra “familia” se puede utilizar en contextos muy confusos, en los que aparece esa ideología de la hipocresía solapada que Kant criticaba, y donde se esconden el clasismo, la discriminación y la ignorancia. Y en la escuela, entendida como el espacio público para la formación del ciudadano y en donde no se dore la píldora de la desigualdad, la irracionalidad y el atontamiento, para provecho de los pretendidos educadores. La lectura y el diálogo en nuestros institutos del Juan de Mairena podría ser, entre otros, un elemento fundamental para esa nueva conciencia ciudadana que tanto necesitamos.” De él señala el profesor Lledó: “Hay un texto interesante de Machado en su Juan de Mairena que dice algo así como que no serían los obreros, como algunos podrían creer, los que se reirían al escuchar el nombre de Platón; que la que se reiría sería esa oligarquía indigna, estropeada por el bajo nivel de nuestro sistema educativo y por el pragmatismo eclesiástico, enemigo de las grandes actividades del espíritu”.
O cuando reflexiona sobre educación e igualdad: “El reconocimiento de la desigualdad real no debe, sin embargo, desanimarnos en la tensión ideal por la igualdad. Solo las sociedades que luchan por la igualdad son las que pueden producir más riqueza cultural, más bienes materiales. Los pueblos marcados por grandes diferencias entre sus clases sociales son los más amenazados por la destrucción y la aniquilación, los más vencidos.
El principio esencial de ese sueño igualitario es la educación. Su más equitativo y generoso instrumento: la educación pública, con la pedagogía de la justicia y la solidaridad. El mal más terrible que puede instalarse en la consciencia democrática es, por el contrario, el cultivo solapado e hipócrita de la diferencia, de la desigualdad.”
Siempre la formación intelectual del ser humano está presente en sus reflexiones, el final de las mismas suele terminar siempre en la necesidad de la educación desde la infancia, puesto que para él la ignorancia es la raíz de todos los males. Es en la infancia cuando la libertad inicial de la mente puede ser deformada por los intereses de grupos de poderes ideológicos o religiosos capaces de contaminarla con reflejos condicionados. Educar es crear libertad, dar posibilidad, hacer pensar. Según sus propias palabras: “Lo importantes es crear libertad intelectual y capacidad de pensar. Se habla muchísimo de la libertad de expresión, pero lo importante es la libertad de pensamiento: tener qué pensar, saber qué pensar” “A mí me llama mucho la atención que siempre se habla, y con razón, de libertad de expresión. Es obvio que hay que tener eso, pero lo que hay que tener, principal y primariamente, es libertad de pensamiento. ¿Qué me importa a mí la libertad de expresión si no digo más que imbecilidades? ¿Para qué sirve si no sabes pensar, si no tienes sentido crítico, si no sabes ser libre intelectualmente”. “Decir las tonterías que se te ocurren, o insultar a quien te parezca o calumniar, eso no es libertad de expresión. La libertad de expresión procede de una libertad de pensamiento, de que tu mente sea libre. Una de las cosas que hay que enseñar en la escuela es la liberación de la mente, eso es realmente la libertad. Y esa libertad de pensamiento es lo que permite que lo que expreses (la libertad de expresión) tenga sentido ético, tenga sentido colectivo, sea útil”. 
Platón, Aristóteles y Epicuro
Mas no olvida otras cuestiones y recurre, permanentemente, a los clásicos, Platón, Aristóteles, Epicuro…, esgrimiendo la vigencia de los mismos a través de sus mensajes, sorprendentemente de actualidad, que proporcionan una ayuda decisiva para reflexionar sobre nuestra realidad actual. En su pensamiento crítico denuncia la corrupción de la política, cuestiona la situación de la democracia y analiza la situación de la sociedad actual. Por eso al hablar de Aristóteles, presta especial atención a su ética: “Hay un texto de Aristóteles que habla de tres niveles en la vida humana: el nivel de la mente, el nivel del cuerpo y el último, el más bajo, el de la economía, el del dinero. Qué duda cabe que el dinero es útil, importante, pero parémonos ahí, no olvidemos que es lo de menos. Lo que dice Aristóteles es que cuando la economía, el dinero, se coloca por delante de los demás niveles, todo se hunde. Sólo las oligarquías sacan sus tajadas. La riqueza de un pueblo no es la del suelo, sino la del cerebro”. 
En su obra, “Los libros y la libertad”, incluye un texto que pertenece a “La República” de Platón, escrito hace 2 400 años y que señala la conducta que deberían tener los políticos: “Serán ellos, los políticos, a quienes no esté permitido tocar el oro ni la plata, ni entrar bajo el techo que cubran estos metales, ni llevarlos sobre sí, ni beber en recipientes fabricados con ellos. Si así proceden, se salvarán ellos y salvarán a la ciudad. Pero si adquieren tierras, casas, dinero, se convertirán de guardianes en administradores trapisondistas y de amigos de sus ciudadanos en odiosos déspotas. Pasarán su vida entera aborreciendo y siendo aborrecidos, conspirando y siendo objeto de conspiraciones, temiendo, en fin, mucho más a los enemigos de dentro que a los de fuera y así correrán en derechura al abismo, tanto ellos como la ciudad”. “Luchamos por formar una ciudad feliz, en nuestra opinión, no ya estableciendo desigualdades y otorgando la dicha en ella solo a unos cuantos, sino a la ciudad entera”. 
Son muchas las ideas, los pensamientos que expone el profesor Lledó en su obra que muchos deberían tener presentes, pues reflejan lo que debería ser y no lo que es actualmente. Por eso cuando, para una apasionada a la Historia como es mi caso, reflexiona sobre la importancia de la memoria impulsa aún más mis deseos de conocer, de ahondar en ella: “Si no tuviéramos memoria, no sabríamos quiénes somos. Por eso, siempre he defendido la tesis de que debemos tener memoria, no sólo individual sino también colectiva.” Y abunda cuando habla sobre la memoria de la Guerra Civil y del trabajo de los maestros de la República: “Esa tesis de que se abren heridas me parece falsa. Yo lo que quiero es saber qué ha pasado en mi país, conocer su historia, y eso no es abrir heridas. Eso es tomar conciencia de las cosas negativas y de los caminos por los que no hay que seguir adelante en ese olvido. El Alzheimer colectivo es todavía mucho peor que el Alzheimer individual, y un país sometido a la falsificación de lo colectivo es un país condenado. En mi opinión, no hay futuro en un país si no ponemos el pasado por delante para aprender de él."

En alguna ocasión abstraída en la lectura de alguna de sus obras, subyugada por sus reflexiones, el alba viene a romper la negrura de la noche como la claridad de las ideas del profesor Lledó vienen a iluminar la desesperanza en que parece encontrarse esta sociedad, abriendo caminos fácilmente transitables en la medida en que sepamos asumir que la educación del ser humano es el principal fundamento de su libertad. “Sapere aude” (atrévete a saber) frase acuñada por Horacio en el siglo I a.C. en una epístola a su amigo Lolius, y eso es realmente lo que deberíamos hacer: atrevernos a pensar.

                                                                                               Maria Velasco