martes, 9 de diciembre de 2014

Un cuento de Navidad que no es cuento



24 de diciembre de 1914. En las trincheras del frente occidental en algún lugar de Bélgica, sólo cinco meses después del comienzo de la Primera Guerra Mundial. Aunque tal vez la historia comienza un siglo antes.
Capilla memorial Noche de Paz en Oberndorf (Austria)
Es Navidad, es tiempo en que los corazones se llenan de un sentimiento especial. Estamos en Overndorf (Austria), la noche del 24 de diciembre de 1818, en la iglesia de San Nicolás, y por primera vez se escuchan los acordes y la letra de la canción de navidad “Noche de Paz”. Aquella iglesia fue demolida, a raíz de una inundación, a principios del siglo XX. En su recuerdo se erigió otra, la que se conoce como “Capilla Memorial Noche de Paz”.
En la parte superior Joseph Mohr y Franz Xuber Grober. Debajo manuscrito del villancico de Grober.
Este villancico fue compuesto originalmente, en 1816, por el sacerdote austriaco Joseph Mohr quien tiempo después le pidió a su amigo Franz Xuber Grober, un maestro de escuela y organista, que compusiera una melodía para que pudiera ser cantada acompañado sólo por la guitarra.
Distintas historias y leyendas se han creado en torno a esta canción. Una de ellas refiere que dos días antes del 24 de diciembre el órgano de la iglesia se estropeó y Mohr pidió a Gruber que escribiera esa melodía. Otra dice que lo único que pretendía Mohr era un nuevo villancico para poder interpretarlo con su guitarra. Lo cierto es que en la misa del gallo de aquel 24 de diciembre del 1818, acompañados por una guitarra, el párroco y el compositor, junto a otros vecinos, interpretaron la que sería la más bella melodía que ha sido traducida a más de trescientos idiomas y que infunde en los corazones de quienes la escuchamos un sentimiento tan noble que nos lleva a desear la PAZ.
Trinchera
24 de diciembre de 1914, noventa y seis años después de aquella primera vez que se entonó esa melodía, que se había extendido fuera de los ámbitos de aquella población a raíz de ser interpretada junto a otros músicos, por un organista de Fügen en el Tirol austriaco, en 1833. Apenas habían transcurrido cinco meses desde el inicio de la Primera Guerra Mundial. Una guerra a la que los soldados habían acudido, sobre todo el ejército alemán, convencidos de que sería rápida, idea que se desmoronaría para convertirse en, lo que después se definió como “guerra de trincheras”, en la que los soldados morían y mataban en aquellas zanjas abiertas en la tierra, rodeadas de alambre de espinos, sin poder avanzar. Aquellas trincheras que, en algunos casos, apenas distaban cincuenta metros de distancia entre unas y otras, lo que permitía que los soldados de ambos bandos no sólo podían intuir la presencia del contrario, sino que podía verse y hasta oírse.
Exactamente nadie sabe cómo empezó todo, pero aquel día de Nochebuena de 1914, ocurrió uno de los hechos que en sí parece un cuento, pero que fue una realidad, aunque si buscamos en los libros de historia de unos u otros, este hecho aparece reflejado pero no las historias humanas que se esconden tras él. En aquella idea de que la guerra sería fugaz, los soldados de uno y otro frente habían recibido alimentos especiales y algunos que otros regalos, sobre todo el ejército alemán a quien el Káiser Guillermo II había ordenado, y con el fin de levantar la moral a los soldados, doblar las raciones habituales del rancho,  pan, salchichas, alcohol y tabaco y enviar abetos y luces de navidad para crear un clima entre los soldados que les permitiese olvidar, en estas fechas, las penurias de la guerra.
Aquel día 24 de diciembre de 1914, en el frente occidental, en un lugar de Bélgica. “Aquella mañana había un silencio de muerte. De pronto, dejó de sonar el ruido de la guerra”, repetía Alfred Anderson, un oficial escocés que presenció aquellos hechos. En las trincheras alemanas comenzaron a surgir los pequeños abetos y a sonar villancicos. Los alemanes comenzaron a cantar “Noche de Paz”, a la vez que surgían carteles realizados sobre cartones en los que se podía leer: “Frohe Weihnachten” (Feliz Navidad) y “We not fight, you no fight” (No luchamos, vosotros tampoco).
Desde las trincheras de enfrente, los franceses y los ingleses, primero atónitos ante lo que veían y escuchaban, después se unieron a los cantos. En algunos relatos, de los muchos que se han escrito sobre este hecho, se cuenta que desde las trincheras alemanas las voces del villancico eran acompañadas por el sonido de una o varias armónicas. Desde las trincheras aliadas surgió el sonido de una gaita tratando de seguir los acordes de aquel villancico entonado en este caso en inglés. La noche se llenó con aquellos acordes y aquellas voces convirtiéndose de una noche gélida y triste a la más hermosa y emocionante.
General Walter Congreve
La mañana siguiente, 25 de diciembre, la situación se mantuvo en el mismo clima de festividad. "Ha pasado algo extraordinario. Esta mañana, un alemán gritó que querían una tregua de un día. Así que, con mucha cautela, uno de nuestros hombres se levantó por encima del parapeto y vio como un alemán hacía lo mismo". Son las palabras que el general británico Walter Congreve, escribía en una carta a su esposa narrando lo que había sucedido aquel día. 
Fue un soldado alemán quien, como la noche anterior, salió el primero de su trinchera y poco a poco se le fueron uniendo otros compañeros. Los soldados franceses e ingleses, dudaron unos momentos pero pronto salieron de sus trincheras y caminaban al encuentro de los alemanes, en lo que se consideraba “tierra de nadie”. La confraternización fue inmediata, primero unos simples saludos, para posteriormente intercambiar regalos, en especial alcohol, cigarrillos y comida. El Sargento C. Lightfoot de la Compañía C, Regimiento 1ero de North Staffordshire escribió: “El día de Navidad vimos algo fuera de toda imaginación. Los alemanes dejaron sus trincheras y nosotros hicimos lo mismo. Nos encontramos a mitad de camino y deberías habernos visto estrechando sus manos, cambiando direcciones, souvenirs, etc. Nos llenaron de cigarros y tabaco. No hubo ni un disparo en todo el día de Navidad. Uno de nuestros hombres tocó una melodía y los alemanes bailaron y nos regalaron una muy buena canción.”
En la foto inferior derecha, una cruz, dejada cerca de Ypres en Bélgica en 1999, para conmemorar el sitio de la tregua de Navidad de 1914. El texto gravado en ella es: 1914. La tregua de Navidad de Khaki Chum. 1999. 85 años. No olvidar.
Los gestos de amistad y camaradería continuarían a lo largo de todo aquel día. Ambos ejércitos recogieron a sus compañeros caídos en los combates de días anteriores, cuyos cuerpos permanecían a la intemperie en tierra de nadie, para poder darles sepultura. Muchos de aquellos soldados fueron enterrados en ceremonias conjuntas en cuyos responsos se leyeron fragmentos de Salmos.
Entre esos actos de confraternización llegaron a jugar partidos de fútbol entre los soldados de ambos bandos. Así lo contó el propio Teniente alemán Niemann en una carta: “Un soldado escocés apareció cargando un balón de fútbol; y en unos cuantos minutos, ya teníamos juego. Los escoceses ‘hicieron’ su portería con unos sombreros raros, mientras nosotros hicimos lo mismo. No era nada sencillo jugar en un terreno congelado, pero eso no nos desmotivó. Mantuvimos con rigor las reglas del juego, a pesar de que el partido sólo duró una hora y no teníamos árbitro. Muchos pases fueron largos y el balón constantemente se iba lejos. Sin embargo, estos futbolistas amateurs a pesar de estar cansados, jugaban con mucho entusiasmo. Nosotros, los alemanes, descubrimos con sorpresa cómo los escoceses jugaban con sus faldas, y sin tener nada debajo de ellas. Incluso les hacíamos una broma cada vez que una ventisca soplaba por el campo y revelaba sus partes ocultas a sus ‘enemigos de ayer’. Sin embargo, una hora después, cuando nuestro Oficial en Jefe se enteró de lo que estaba pasando, éste mandó a suspender el partido. Un poco después regresamos a nuestras trincheras y la fraternización terminó. El partido acabó con un marcador de tres goles a favor nuestro y dos en contra. Fritz marcó dos, y Tommy uno”.
Fue un hecho realmente extraordinario que quedó reflejado en los recuerdos de Leslie Walkington, un joven soldado de sólo 17 años: "Todo ocurrió espontáneamente, en forma muy misteriosa. Un espíritu más fuerte que el de la guerra prevaleció aquella noche”, recogidos en uno de los varios relatos y libros que se han escrito sobre aquel suceso. Historias extraídas de investigaciones minuciosas de diarios de los en los distintos archivos de Inglaterra, Francia, Bélgica y Alemania y también de conversaciones mantenidas con los descentientes de aquellos hombres, que celebraron entonces en la tierra de nadie las fiestas de Navidad, y que tuvieron la fortuna de sobrevivir a la guerra y cuya historia se ha ido transmitiendo en sus familias hasta hoy y seguirá contándose a las próximas generaciones.
Dos días después todo aquello había acabado. Al tener conocimiento de lo sucedido los altos mandos militares, instalados sus despachos y lejos del campo de batalla y del peligro de las balas y los obuses disparados, la calma y la paz no era su negocio. Por parte de unos y otros se habían creado imágenes de los enemigos como crueles y sanguinarios. Si continuaban confraternizando se darían cuenta de que eso no era así y podría ser peligroso para los grandes poderes económicos y de poder que provocaron y mantenían aquella guerra que aún duraría cuatro años.
Imagen que publico The Daiky Mirror a principios de enero de 1915, haciéndose eco de aquella tregua.
Aquellos momentos vividos parecen estar entresacados de leyendas, aunque son hechos históricos verificados, pues no estamos habituados a entender que ese espíritu navideño es una nostalgia permanente (jamás alcanzada) del ser humano que busca la paz y no la guerra, que lucha por una vida sencilla y digna en lugar de una muerte heroica. Y la música hizo posible aquel milagro, no es fácil cantar de paz en medio del temor, y sin embargo el idioma universal de la música, un idioma de paz… un idioma que, aquella noche, junto a esa nostalgia sentida por aquellos soldados, acabó borrando no sólo la distancia física, sino la distancia que imponían los uniformes y las ideas transmitidas, desde los despachos, de aquellos soldados.
Os deseamos una Feliz Navidad y Año Nuevo, una victoria feliz y el regreso seguro.

AIRAM


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