lunes, 29 de diciembre de 2014

Cuando el pasado se hace presente (7) La conquista de Sevilla


Rememorando una visita escolar a la Alhambra, donde presentí la presencia, en la “Sala de la Justicia”, de un "maestro árabe" mientras mis manos acariciaban e intentaban dibujar en mi cuaderno aquellas escrituras árabes, que me decía “no te preocupes un día podrás conocer el contenido de esos grabados”. Los muros de la Alhambra están llenos de decoración caligráfica, escrituras cursivas y cúficas con poemas de los más ilustres poetas de la corte. En la taza de la fuente del “Patio de los Leones” podemos leer un poema del que entresaco esta estrofa:
Pues, ¿acaso no hay en este jardín maravillas 
que Dios ha hecho incomparables en su hermosura, 
y una escultura de perlas de transparente claridad, 
cuyos bordes se decoran con orla de aljófar?
Algún día volveremos sobre aquellos apuntes que en mi niñez tracé, para recorrer la historia de este hermoso lugar de mi Andalucía, y conocer los poemas que en sus paredes se hallan inscritos.
Tras su desembarco en las costas gaditanas, Musa ben Nusayr conquista Medina Sidonia, dirigiéndose a continuación hacia Sevilla, ciudad que consideraba de suma importancia por su situación estratégica. Aunque los autores mantienen diversas hipótesis, la más aceptada es que durante el verano del año 712, tras un prolongado asedio de más de un mes, pues sus habitantes se resistían a la capitulación y sólo el hambre provocada por la escasez de alimentos para mantener a los numerosos refugiados, hizo posible que Sevilla fuese conquistada por el ejército de Musa ben Nusayr compuesto, principalmente por bereberes, judíos y unos pocos árabes.
Tras la capitulación de la ciudad dejó como gobernador de la misma a uno de los mandos de su ejército, así como un fuerte contingente de los judíos que le acompañaron a cargo de la alcazaba hispalense. Se iniciaba lo que después sería habitual en la conquista de España por los árabes, la colaboración de los judíos en esta invasión posibilitó su asentamiento en las ciudades importantes conquistadas, donde eran respetados por las autoridades musulmanas y gozaban de gran influencia, fundamentalmente, por su poder financiero.
Dibujo representativo de Egilona
Una vez establecido este control en Sevilla, Musa ben Nusayr se dirigió con el resto de su ejército, en el que figuraba su hijo Abd al-Aziz, a través de la calzada romana, conocida como “Ruta de la Plata”, hacia la ciudad de Emerita (Mérida), donde residían personajes importantes de la aristocracia visigoda, para su conquista. Lo que sólo consiguió tras catorce meses de continuos asaltos fallidos y enfrentamientos, en las cercanías de la ciudad, con los defensores de la misma. Ocurrían estos hechos en el año 713. Entre los moradores de Mérida se encontraba Egilona, la viuda de don Rodrigo, quien al decir de algunos, gozaba de insigne belleza. Abd al-Aziz quedó prendado de ella y al poco tiempo contrajeron matrimonio. Aparte del amor que Egilona despertó en él, de esta manera, Abd al-Aziz trataba de ganarse el apoyo de algunos de los nobles visigodos. 
En el año 714 una sublevación de nobles visigodos se reveló contra el poder de los musulmanes en varías ciudades, entre ellas Sevilla en la que la población se oponía a la actuación de los gobernantes judíos que en ella Musa ben Nusayr había instalado. Según algunos autores dicha sublevación estuvo encabezada por el conde don Julián, que no había quedado conforme con la actuación de Tariq y Musa tras la derrota de don Rodrigo. Musa ben Nusayr envió, desde Mérida, un ejército al mando de su hijo Abd al-Aziz para recuperarla. Hemos señalado anteriormente la importancia que él le daba a la ocupación de Sevilla por su estratégica situación entre Marruecos y el resto del territorio visigodo.
 Mapa de Tudmir con la controvertida imagen de Teodomiro
Abd al-Aziz lleva orden expresa de recuperar Sevilla, aunque tenga que establecer pactos como ya lo había hecho con Teodomiro, un noble visigodo gobernador de la provincia de Auraliola (Orihuela), a través del “Pacto de Tudmir”, mediante el cual quedaba bajo su dominio un territorio que comprendía parte del levante de la península. Este noble visigodo no se debe confundir con el rey suevo del mismo nombre, y cuya estatua aparece en la fachada oeste del Palacio Real de Madrid, aunque opiniones encontradas existen de quien es el representado en esta escultura.
“Reunión de árabes”. Pintura de Horacio Vernet, de 1834
Algunos autores mantienen la tesis de que tras su conquista los árabes pretendieron cambiar el nombre de Hispalis (Spal para los visigodos) por el de Hims al-Andalus en recuerdo a su tierra de origen Homs (Hims para los árabes) de Siria, mas aquel nombre no cuajó entre los residentes, que no olvidemos seguían siendo mayoritariamente hispanorromanos, y pronto se convirtió Hispalis, en pronunciación árabe, en “Ishbiliya” de donde deriva el actual Sevilla.
Al igual que ocurrió en otras ciudades conquistadas, al inicio de la invasión árabe, las propiedades privadas fueron respetadas, sólo las pertenecientes a la corona, las del clero y las de quienes habían abandonado su tierra, fueron requisadas y repartidas entre algunos de los participantes en la invasión. Los altos impuestos de los visigodos fueron suprimidos y sólo se señalaron pequeñas cantidades en proporción con la clase social o profesional de cada uno. Impuestos de los que estaban exentos las mujeres, los niños, los inválidos y los mendigos. Se abría así una nueva etapa para Sevilla en la que alcanzaría un esplendor cultural que la convirtió en la capital intelectual de aquella época medieval.
Siervos trabajando a las ordenes del propietario
Los “iuniores” (en principio hombres libres del ámbito rural de Hispania, obreros agrícolas al servicio de la aristocracia terrateniente o “seniores” visigodos, llegaban a quedar adscritos a la tierra que cultivaban no teniendo prácticamente ninguna libertad de movimiento o acción que no fuera autorizado por los propietarios, convirtiendo en explotación económica el trabajo de aquellos) y los “siervos” (una figura del derecho visigodo que correspondía al estrato social más bajo, aquellos que por nacimiento, captura en batallas, insolvencia en deudas a las que no se podía hacer frente, o cualquier otra causa sufrían esclavitud), fueron los más beneficiados en estas actuaciones iniciales de la conquista árabe, pues suprimieron la figura de la servidumbre y otorgaban plenos derechos de ciudadanía a aquellos “iuniores” y “siervos” que profesaran la religión mahometana. Tal vez esta sea una de las razones por las que el islam se expandió con rapidez, ya que ningún judío o cristiano podía tener como esclavo a un musulmán.
Soldados del ejército árabe
Dejando a un lado todas las leyendas surgidas en torno a estas figuras de los inicios de la invasión árabe de Hispania, lo cierto es que la diversidad en sus orígenes de los componentes de las tropas árabes: bereberes, sirios, libaneses, egipcios, yemeníes, etc., más las propias tensiones creadas entre Musa ibn Nusair y Tariq Ibn Ziyad por atribuirse los méritos de la conquista y, tal vez, el temor del califa Al-Walid a perder las tierras conquistadas, hizo que éste llamara a Damasco a Musa ibn Nusayr a fin de que rindiera cuentas sobre la ocupación de Hispania.
Antes de su partida hacia Damasco, Musa ibn Nusayr designó wali (gobernador) de Al-Andalus a su hijo Abd al-Aziz, permaneciendo con él Habib ibn Abi Ubaida al-Fihri, un militar de la tribu Quraysh (que controlaba la Meca y su Kaaba), de gran prestigio entre el “yund” (ejército sirio en Al-Andalus). Llevaba consigo Musa todo el botín obtenido durante la conquista, consistente en numerosos fardos repletos de monedas de oro y plata, perlas, rubíes, topacios y esmeraldas, además de diversas joyas del tesoro visigodo requisado en Toledo. El momento de su llegada a Damasco, antes o después de la muerte del califa al-Walid, es discutida por los autores, lo cierto es que el califa que lo recibió fue Suleiman I, hijo del anterior, quien basado en diversas acusaciones, algunas promovidas por Tariq, le destituyó de su cargo e incautó todas sus posesiones, prohibiéndole el retorno a Al-Andalus.
 Don Pelayo, primer monarca del reino de Asturias
En el acontecer de estos hechos y desconocedor de los mismos, Abd al-Aziz continuaba con su gobierno y sus negociaciones con los nobles visigodos de los territorios no conquistados a fin de lograr una paz entre todos. De nuevo las leyendas surgen en torno a la figura de este wali, que van desde el intento de su esposa Egilona de que se coronara rey y se independizara de Damasco, hasta la presencia en Sevilla de Pelayo (un noble visigodo que fue el primer monarca del reino de Asturias) con el fin de negociar un tratado que terminara con los enfrentamientos entre árabes y visigodos en las montañas del norte de Hispania.
Lo cierto es que desde la corte de Damasco se había dado orden de acabar con la vida de Abd al-Aziz, a fin de evitar su posible rebelión ante lo acontecido con su padre, lo que podía significar además la pérdida de los territorios conquistados para el califa. Un día del año 716, no consta la fecha exacta, Abd al-Aziz fue asesinado mientras rezaba las oraciones del alba. Su cabeza, embalsamada, fue enviada a Suleiman I quien no dudó en mostrársela a Musa ben Nusayr, quien al poco tiempo falleció en la mayor pobreza. Así fueron pagados sus servicios en la conquista de Hispania. Y algunos reclaman lo que dicen es suyo, puesto que tras su invasión y destrucción, en algunos casos, de las obras y edificios existentes, que como veremos más adelante, sobre todo en Sevilla utilizaron para sus propias construcciones, cuando si lo perdieron fue por las luchas y ambiciones entre ellos mismos como siempre ha sucedido y sigue sucediendo en la historia de los pueblos árabes.
Tras el asesinato de Abd al-Aziz, quedó como wali Ayyub ibn Habil al-Lajun, de forma interina mientras llegaba el nombramiento de un nuevo gobernador. Ayyub era hijo de una hermana de Musa y algunos autores mantienen la teoría de que participó en el asesinato de su primo Abd al-Aziz. Su periodo como wali de Al-Andalus apenas duró seis meses del año 716, siendo sustituido por Al-Hurr ibn Ab dar-Rahman al-Thaqafi, quien ocupó el puesto de gobernador entre los años 716 y 719. Después de su nombramiento trasladó la capital de Al-Andalus a Córdoba.
Establecida en Córdoba la capital, perdió Sevilla su rango de importancia entrando en un periodo de decadencia, durante el cual el descontento de sus habitantes y las intrigas por el poder y las rivalidades entre las distintas tribus o clanes árabes, originan disputas entre estos y los bereberes, así como entre los musulmanes de origen y los recién convertidos, lo que motivó enfrentamientos por la posesión de los territorios conquistados. Situación que se extiende por todo Al-Andalus y que originó que entre el año 716 y el 746 hubiera veinte gobernadores, unos de ellos nombrados por el califa de Damasco, otros por el wali de Qayrawan (Túnez) y en ocasiones por los propios residentes en Al-Andalus.
 Familia bereber
La sublevación de los bereberes norteafricanos en el año 734, motivada por la orden dictada por el gobernador de Ifriqiya y Egipto en la que imponía fuertes impuestos a los no creyentes y la obligación de alistarse en el ejército musulmán a los jóvenes de aquellos pueblos, así como la obligación de facilitar mujeres para el harén del califa, hizo que en la zona se desarrollaran diversos enfrentamientos en los que el ejército musulmán terminó derrotado. Tras la toma de Tánger por los bereberes norteafricanos en el 741, el ejército sirio, bajo el mando de Baly ibn Bisr al-Quasayri, cruzó la península para tratar de frenar la insurrección bereber en Al-Andalus. Es durante el mandado del wali Abu l-Hattar al Husam ibn Darar al Kalbi, cuando este procede a la distribución de las fuerzas sirias en lugares que se asemejaran a sus orígenes. Así los sirios del ejército procedentes
 Abu al-'Abbas Abdullah ibn Muhammad as-Saffah, primer califa abasí en Arabia
Abundando en lo señalado anteriormente, en referencia a las luchas tribales por el poder entre los pueblos árabes, dejaremos aquí señalados, de pasada, unos hechos que posteriormente tuvieron incidencia en la historia de Sevilla y Al-Ándalus. En Damasco los enfrentamientos entre los seguidores del clan de los Omeyas y los opositores al mismo reunidos en torno a Abu al-'Abbas Abdullah ibn Muhammad as-Saffah, originó el fin del califato omeya en el año 749, dado origen a los califas abasíes. La derrota de la familia Omeya trajo consigo el asesinato y muerte de todos sus miembros, únicamente Abd al-Rahman, un hijo del príncipe Mu’awiya y una esclava cristiana berebere, logró salvarse.
 Estatua de Abd al-Rahman en Almuñecar (Almería)
En agosto o septiembre del año 755, en las costas de Almuñecar (Almería), desembarca Abd Ar-Rahman ibn Mu’awiya ibn Hircham ibn Abd al-Malik, el único superviviente de la masacre cometida con la familia Omeya, quien, tras deambular durante años por tierras de Siria y Palestina, había llegado al norte de África a Ceuta, en donde recibió la invitación de los partidarios de los omeyas, que eran numerosos, en Elvira (actual Granada) para que se trasladara a la península a fin de encabezar la rebelión frente al wali Yusuf al-Fihri. Desde el castillo de Turrush, apoyado por los mozárabes residentes en él, y proclamado por los partidarios de los omeyas y los opositores a Yusuf, como jefe del ejército que logró reunir, inició la conquista.
En marzo del año 756, Abd al-Rahman, quien después sería apodado como “al-Dakhil” (el inmigrante) y como “el Halcón de Al-Ándalus”, tras haber dominado Elvira (Granada), Sidona (Medina Sidonia) y Rayya (Málaga), entró en Sevilla. Desde allí partió, bordeando el Guadalquivir, hasta Al-Musara, un paraje cercano a Córdoba, donde se enfrentó al ejército del wali Yusuf al-Fihri al que logró derrotar. En esta batalla del día 14 de marzo, Abd al-Rahman, al carecer de bandera de combate su ejército, improvisó una con un turbante verde y una lanza. Dando así origen al verde que hoy figura en la bandera de Andalucía, conocido como “verde omeya”.
 Calle Judería en Sevilla
Proclamado emir por sus seguidores, Abd al-Rahman independizó Al-Andalus del poder político de Damasco, dando origen así a la dinastía omeya en este territorio. Pero no se atrevió a nombrarse califa, lo que significaba una jefatura religiosa. Abd al-Rahman I se mantendrá en el trono hasta su muerte acaecida en el año 788. Durante su emirato trató de crear un estado organizado y fuerte basado en la integración y convivencia de los diferentes grupos religiosos que componían la sociedad: los musulmanes de origen; los “muladíes” (cristianos convertidos al islam); los mozárabes (cristianos que pagaban un tributo extra por permanecer en territorio musulmán) y los judíos, quienes por su participación en la invasión árabe alcanzaron ciertas ventajas, como la de disponer un barrio para ellos solos en las ciudades conquistadas. La “aljama” o “judería”. En Sevilla también tuvieron su propio barrio, pero el lugar de ubicación del mismo se desconoce con exactitud, el que hoy se conoce como “judería de Sevilla”, que pudiera coincidir con aquel de menor extensión, es al que se creó tras la conquista de Sevilla por el rey Fernando III.
Exterior de la mezquita de Córdoba en una imagen de 1870
No fue tarea fácil consolidar este estado a Abd al-Rahman I, ya que tuvo que dedicar sus mayores esfuerzos a sofocar numerosas rebeliones encabezadas o promovidas por los abasíes, así como revueltas y motines de carácter social en su propio territorio. En el año 785, aprovechando el material de una antigua iglesia visigoda, inició la construcción de la mezquita de Córdoba, obra que continuarían sus sucesores y que, según algunos autores, significó para Sevilla la demolición de algunos edificios y monumentos romanos y visigodos de los que Sevilla estaba repleta. Según esos mismos autores, aquellos edificios fueron desmantelados piedra a piedra y el material obtenido era trasladado, a través del río Guadalquivir, hasta Córdoba. Lo cierto es que en la puerta de la mezquita cordobesa pueden verse algunos de los “miliarios” (columna que se colocaba al borde de las calzadas romanas para señalar distancias de una milla romana, equivalente a 1.480 metros) de aquellas calzadas y cuyo texto en latín aún puede leerse.
 Reproducción gráfica de la mezquita de Ibn Adabbas
con la columna que recuerda su fundación y detalle de inscripción
Según las crónicas, Abd al-Rahman I, no llegó a perder nunca una batalla y a su muerte fue sucedido por su hijo Abu al-Halid Hissan (Hisan I) que rigió el emirato desde el 788 al 796; a este le sucedió al-Hakam, que lo hizo desde el 796 al 822. En el año 822 el emirato independiente de Córdoba es regido por Abd al-Rahman II, a quien se debe la construcción de la antigua mezquita de Ibn Adabbas en Sevilla. La primera gran mezquita construida en España tras la de Córdoba, y que debe su nombre al “qadí” de la ciudad Umar Ibn Adabbas, quien prácticamente dirigió las obras de la misma. Erigida ente los años 829-830, la fecha de su inauguración se conoce por el epígrafe fundacional que aparece inscrito en una columna de mármol que se encuentra en el Museo Arqueológico de Sevilla y considerado como el más antiguo de los epígrafes árabes de Europa. Su traducción dice: "Dios tenga misericordia de Abd al-Rahman ben al-Hakam, el emir justo, el bien guiado por Dios, el que ordenó la construcción de esta mezquita, bajo la dirección de Umar ben Adabbas, qadí de Sevilla, en el año 214. Y ha escrito esto Abd al-Barr ben Harum". (El año 214 de la Hégira corresponde con el 829-830 del calendario gregoriano que es el que se utiliza en la actualidad en casi todo el mundo)
 Imágenes con detalles de los restos de la mezquita árabe en  la iglesia del Salvador
Otros restos de aquella primera mezquita mayor de Sevilla son la parte inferior del campanario de la Iglesia del Salvador; la lápida situada junto a la puerta lateral izquierda de la iglesia, que recuerda la reconstrucción del alminar que se derrumbó por el terremoto de octubre del año 1079, obra realizada durante el reinado de al-Mutamid, que contiene el siguiente texto: “Ha ordenado al-Mutamid ala Allah, al-Muayyad bi-Nasrillah Abul-l-Qasim Muhammad ben Abbad (…) la construcción de la parte superior de este alminar cuando acaba de ser demolido por un gran número de terremotos que tuvieron lugar la víspera del domingo al principio de Rabi I del año  472” (la fecha corresponde al 1 de septiembre del 1079 de nuestro calendario); las columnas con capiteles romanos y visigodos, tal vez procedentes de antiguos edificios situados en las proximidades, y que se pueden ver en lo que pudo ser el “sahn” (patio de oración) de aquella mezquita; y las aldabas de la puerta principal de la actual iglesia. 
Dibujo de la antigua Iglesia Colegial del Divino Salvador
con el alminar de la mezquita en primer plano
Como ocurre con otras muchas cosas de mi tierra, Sevilla, esta antigua mezquita estuvo rodeada de misterios y leyendas. Se cuenta que Abd al-Rahmán II soñó que cuando entraba al oratorio vio el cuerpo del Profeta muerto y amortajado, sueño que se interpretó como la extinción del islam en aquel lugar. Otra de las leyendas se refiere a la invasión de los vikingos del año 844, cuando trataron de incendiar la mezquita a través del fuego originado por las flechas incendiarías lanzadas sobre ella, al no conseguir su destrucción apilaron todo tipo de objetos de fácil combustión en su interior a fin de que el fuego llegase hasta el techo, del mihrab (pequeña habitación en las mezquitas que indica el lugar hacia donde hay que mirar cuando se reza) salió un apuesto joven que enfrentándose a los vikingos los expulsó de allí e impidió que durante el tiempo que duró el saqueo de la ciudad se acercaran de de nuevo. Del mismo modo se destaca la resistencia de la mezquita a los terremotos y sólo en el de octubre del año 1079 se derrumbó la parte superior del almiar que fue reconstruido por orden del rey al-Mutamid de forma inmediata. Esta nube de leyendas tuvo su continuación tras la conquista de Sevilla por el rey Fernando III, aquella mezquita se transformó en la iglesia del Salvador, momento en que la tradición dice que el almiar de la misma había sido construido con los sillares del templo donde estuvo el sepulcro de San Isidoro, por lo que cuando el almuédano (miembro de la mezquita responsable de convocar a viva voz a la oración) subía al almiar perdía el habla y en ocasiones hasta moría.
Abū Bakr Muhammad ibn 'Alī ibn 'Arabi (conocido como Ibn Arabi, Abenarabi y Ben Arabi), místico sufí, filosofo y poeta nacido en Murcia el 28 de julio de 1165
Cuando se levantó la nueva mezquita mayor en tiempos del califa Abu Yaqub Yusuf, la primitiva mezquita quedó semiabandonada. La intervención de un murciano, el místico Ibn Arabí ante el nuevo califa Abu Yusuf Yagub al-Mansur, hizo posible su restauración en el año 1196. Según Ibn Sahib al-Sala, historiador hispanomusulmán (1142-1197), en su crónica refleja: “la mezquita antigua sevillana (…) (se) había estropeado, y estaba mal por dentro y por fuera (…)  a las vigas de la techumbre se les habían podrido los extremos, que se apoyaban sobre las naves de los muros, y (…) el muro del lado de Poniente se había inclinado y amenazaba con derrumbar la mezquita” (Traducción A. Huici). Ante esta situación se realizó una completa restauración de la misma. Esta mezquita se utilizó en el año 1671 para levantar la actual iglesia del Salvador.
Dibujo figurativo de Abd al-Rahman II para un sello postal emitido en España
Trazaremos un breve semblante de Abū l-Mutarraf `Abd ar-Rahmān ibn al-Hakam (Abd al-Rahman II) a través de las palabras de algunos autores, engrandeció Al-Andalus fomentando el comercio y la agricultura. Pero para mantener el nivel de gasto que significaba los lujos cortesanos tuvo que imponer fuertes impuestos que significaron numerosas rebeliones y motines. Ramón Menéndez Pidal nos dejó este semblante: “...Este príncipe, si exceptuamos a su descendiente al-Hakam II, fue desde luego el más culto de todos los emires hispano-omeyas. Fue muy dado a la literatura, a la filosofía, a las ciencias, a la música y, sobre todo, a la poesía, pues tenía gran facilidad para componer versos. Sentía interés por las ciencias ocultas, la astrología y la interpretación de sueños. Escribió un libro titulado Anales de al-Andalus. Después de consolidar su poder, se dedicó a sus placeres sin freno alguno.” Ibn Hayyan (un historiador hispano musulmán nacido en Córdoba en el año 987) en su obra escribió: “El emir Abderramán ibn Alhakén fue el primero de los califas marwaníes que dio lustre a la monarquía en Al-Andalus, la revistió con la pompa de la majestad y le confirió carácter reverencial, eligiendo a los hombres para las funciones, haciendo visires a personas perfectamente capaces y nombrando alcaides a paladines probados; en sus días aparecieron excelentes visires y grandes alfaquíes y le vinieron muchos inmigrantes. Sostuvo correspondencia con soberanos de diversos países, elevó alcázares, hizo obras, construyó puentes, trajo agua dulce hasta su Alcázar desde las cimas de las montañas.” Y añade: “Fue el primero que hizo fastuosos edificios y cumplidos alcázares, utilizando avanzada maquinaria y revolviendo todas las comarcas en busca de columnas, buscando todos los instrumentos de al-Andalus y llevándolos a la residencia califal de Córdoba, de manera que toda famosa fábrica allí fue construcción y diseño suyo.”
Estatua erigida en Murcia a Adb al-Rahman II, honrando su memoria
por la fundación de la ciudad
Al principio de su emirato se produjo en enfrentamiento en la “Kora de Tudmir” (en el sureste peninsular) entre los yemeníes (árabes procedentes de Yemen) y los muraditas (originarios de Túnez). Las tropas de Abd al-Rahman II, bajo el mando del general Ibm Mu’awiya ibn Hisan, destruyeron Eio (ciudad cuya ubicación es discutida por los historiadores) en la que había buscado refugio los rebeldes. Es en este momento cuando se funda la ciudad de Murcia, el 25 de junio del año 825, al trasladar la capital de la “Kora” desde Orihuela a una ciudad de nueva creación “Madina Mursiya”, sobre una pequeña elevación a orillas del río Segura, tal vez sobre un antiguo asentamiento romano.
Detalle de la “Batalla de Clavijo”, obra del pintor José Casado del Alisal, realizada en 1885, que se puede contemplar  en la Iglesia de San Francisco el Grande de Madrid
Según las crónicas, en el año 844 el ejército de Abd al-Rahman II se enfrentó a las tropas del rey de Asturias, Rodrigo I, en una batalla que ha pasado a la historia, como en numerosas ocasiones ocurría en aquellos tiempos, envuelta entre leyendas: la batalla de Clavijo. Un mito creado a partir de otros enfrentamientos y en el que los cristianos lograron la victoria gracias a la oportuna intervención del apóstol Santiago, quien cabalgando sobre un corcel blanco y espada en mano auxilió a las fuerzas cristianas durante la batalla. Una leyenda creada, tal vez, por Rodrigo Jiménez de Rada, arzobispo de Toledo, hacia el año 1243, cuyo objetivo pudo ser animar a la población a sumarse a la lucha contra los musulmanes.
  
A finales de septiembre del año 844, desde Sevilla se avistó una numerosa flota de extraños barcos que fueron identificados como pertenecientes a los piratas vikingos, de los que tenían referencias por relatos de los comerciantes del norte de la península que hablaban de sus ataques despiadados a las ciudades que invadían, dejando tras ellos muertes brutales, violaciones y todo tipo de desmanes. 
 
Estos guerreros, llamados por los historiadores árabes “normandi” y con más frecuencia “machus” (idólatras o adoradores del fuego),  eran un grupo étnico originario de Escandinavia, cuya presencia en la historia se sitúa en torno al año 793, antes de esa fecha no se tenía conocimiento de su existencia, cuando sus incursiones en las costas de Inglaterra, Irlanda y Francia se hicieron tan frecuentes que el rey Carlos III de Francia llegó a un acuerdo (Tratado de Saint-Clair-sur-Epte) con uno de los jefes vikingos, mediante el que le cedía la región de Normandía para defenderla de los ataques de otros piratas. La palabra vikingo con que se conoce a estos guerreros, es producto de frecuentes discusiones etimológicas, una de las teorías señala que procede de la palabra “vik” (originaria del antiguo nórdico), cuyo significado es “bahía”, “cala” o “ensenada”; y el sufijo “-ing”, que significa “llegado de” o “perteneciente a”. Mientras que otra mantiene que su origen se encuentra en la palabra “Wik” que significa “hombres del norte” u “hombres del mar”.
 
 Aquellos barcos avistados por los sevillanos procedían, según los cronistas árabes, de Lisboa donde habían sido rechazados por el gobernador de Lisboa, Ibn Hazm, tras varios días de encarnizados choques. Apenas las velas desaparecieron en el horizonte, en dirección al sur, Ibn Hazm escribió una carta al emir de Córdoba Abd al¬-Rahman II, en la que le informaba de estos sucesos y le advertía de la próxima llegada de estos piratas al sur. Pocos días después los vikingos ya se habían apoderado de Qabpil, la Isla Menor, en Cádiz, y remontaban el Guadalquivir dispuestos a saquear y destruir Sevilla de la que conocían las riquezas que allí existían. Según aquellas crónicas árabes la flota estaba compuesta de 80 barcos, de los cuales 54 eran de grandes dimensiones, y el resto más pequeños y ligeros. Cuatro naves se separaron de la flota principal, para inspeccionar el territorio llegando hasta de Coria del Río, donde desembarcaron y dieron muerte a todos sus habitantes a fin de impedir que tuvieran tiempo de advertir de su presencia a las demás poblaciones vecinas. El camino hacia su fortuna estaba libre. Remontando el Guadalquivir se presentaron en Sevilla. A la vista de la flota el pánico se adueño de los habitantes de la ciudad, no sólo por la presencia de esta gran flota, sino además por el hecho de que el gobernador y quienes deberían defenderlos habían abandonado la ciudad para refugiarse en Carmona, que estaba mejor fortificada que Sevilla.
Los sevillanos se dispusieron, no obstante a la defensa de su ciudad. Los vikingos conocedores del abandono de la ciudad por sus defensores y de la escasa preparación militar de quienes se habían quedado a resistir su ataque, marcharon con sus naves hasta los arrabales de la ciudad donde pronto acabaron con los pocos barcos que intentaron enfrentase a ellos. Conseguido su propósito, abandonaron las embarcaciones para luchar cuerpo a cuerpo con los sevillanos que les hacían frente desde tierra. La matanza y el saqueo duraron unos siete días. Una semana en la que los más fuertes huyeron, escapando cada uno por su lado, y los más débiles cayeron en las garras de los vikingos. Mujeres, niños y ancianos desvalidos fueron pasados a cuchillo y violados. A algunos de ellos se les perdonó la vida, aunque su destino era también estremecedor: la esclavitud. Sin respetar siquiera lo más sagrado, cargados con el botín y los prisioneros, regresaron a sus naves para volver al seguro campamento de Qabpîl. No contentos, volvieron a Sevilla en una segunda ocasión, esperando aumentar el número de cautivos entre los desafortunados que regresaran a sus hogares al considerar que los ataques habían cesado. No encontraron más población que un puñado de viejos, que se habían reunido en una mezquita quienes fueron asesinados en aquel mismo lugar que, a partir de entonces, pasó a llamarse “la Mezquita de los Mártires”.
La reacción del emir Abd al-Rahman II no fue inmediata, lo que permitió a los vikingos seguir asolando todo el territorio, sembrando el pánico entre las poblaciones e incrementado su botín. Tal vez la presencia de las tropas del emir se hizo esperar porque Córdoba no podía quedar desasistida. Las noticias que se tenían era que los guerreros vikingos eran numerosos (algunas fuentes señalan la cifra de 4.000), además de feroces y diestros en la lucha en tierra. Abd al-Raman II hizo llamar a los ejércitos que se hallaban dispersos en otras zonas del territorio de sus dominios. Fue a comienzos de noviembre cuando se logró reunir un ejército suficientemente fuerte para enfrentarse a los vikingos. Un cuerpo de caballería, al mando del general Muhanad ben Rustum, partió previamente de Córdoba hacia Sevilla. Las tropas movilizadas lo hicieron bajo el mando de Nasr Abu I-Fath (un eunuco que, según el cronista Ibn Hazm era hijo de un cristiano convertido al islam, y que fue castrado a raíz de las represalias adoptadas por Alhakem I en el año 818 por las revueltas del Arrabal de Córdoba. Su vida en el harén lo encumbró a los primeros puestos de la corte de Abd al.Rahman II, quien depositó toda su confianza en él).
Abriendo un pequeño paréntesis en nuestro relato, entiendo que es interesante dejar reflejado aquí el negocio que representó la castración masculina en aquella época. Históricamente fue una costumbre practicada ya en los imperios babilonio, persa, bizantino, árabe, turco y chino. El hombre convertido en eunuco no sólo era aceptado, sino hasta deseado, y se le asignaba un trato diferenciado. Los potentados de aquellas culturas encomendaban el cuidado de los harenes a los eunucos. Algunos de ellos llegaron a alcanzar considerable influencia en la política, como fue el caso de Nasr Abu I-Fath en la corte de Abd al-Rahman II. Pero volviendo al tema del negocio que representó ésta práctica por aquellos tiempos, hemos de señalar que eran los judíos quienes tenía establecido en la localidad cordobesa de Eliossana (Lucena) una verdadera “máquina de producción” de los mismos y eran verdaderos expertos en la práctica de ésta intervención. Adquirían chicos en la pubertad en los mercados de esclavos, para una vez castrados venderlos como tales para el cuidado de los harenes. Un comercio que estaba prácticamente controlado, casi en exclusiva, por los judíos. Algo que llevó a esta ciudad de Lucena, tras comprar los judíos su libertar al caudillo del reino de Granada, su despegue económico a partir del año 1090.
Las crónicas no coinciden en señalar el desarrollo de los enfrentamientos entre los vikingos y el ejército andalusí, y hasta se muestran en desacuerdo con respecto al lugar donde se produjo la batalla decisiva, aunque algunos historiadores la situan en Tablada, a unos tres kilómetros de Sevilla. Lo cierto es que los vikingos fueron derrotados y sobre el campo de batalla quedaron, según algunas fuentes, mil cadáveres y cerca de cuatrocientos de aquellos guerreros vikingos fueron hechos prisioneros. Los supervivientes escaparon en sus naves, de las que varias quedaron abandonadas. Ibn Rustum ordenó el decapitamiento de los prisioneros y las naves fueron incendiadas.
Algunos historiadores señalan que, tras su huída, los vikingos intentaron una negociación para cambiar los prisioneros y el botín que habían obtenido por ropa y víveres para afrontar la travesía de vuelta a su país, más esto no fue aceptado y hubo un nuevo enfrentamiento. Lo cierto es que desaparecieron por las costas del Algarve. Algunos de los supervivientes que lograron huir por tierra hasta Carmona y Morón, fueron obligados a rendirse por Ibn Rustum quien les hizo convertirse al islam. Asentados en aquellas tierras, se dedicaron a la crianza de ganado y a la industria quesera, algo que dominaban, fabricando mantequilla, y quesos llegaron a ser muy apreciados en aquellos tiempos.
A la izquierda, dibujo de una atalaya árabe. A la derecha, restos actuales de una atalaya
Tras las celebraciones por la victoria, que fueron espléndidas y que significaron honores tanto para Ibn Rustum como para el eunuco Nasr, se reforzaron las murallas de Sevilla, se repararon los daños causados en las mezquitas, los baños y las casas. Al parecer se construyó en Sevilla unos astilleros y a lo largo de toda la costa de Al-Andalus se levantaron atalayas (torres de vigilancia) y fortalezas costeras. Ello evitó que en dos nuevos intentos de ataque por parte de los vikingos en este siglo X no tuvieran éxito y fueran rechazados.
Llegamos así al final del siglo X, para entrar en una época en que Sevilla recuperaría todo su esplendor y llegaría a convertirse en capital de una de los reinos de taifas más poderosos, la Taifa de Sevilla o Reino abadí de Sevilla.
Continuará... Cuando el pasado se hace presente (8)











































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