Allí, sentada en la ribera del río, bajo aquel puente que tantas veces visité en mi niñez, el puente de Triana, me dejé adormecer por el rumor de su corriente, y soñé con la presencia de mi abuelo Antonio junto a mí. A él le pedí que me contara curiosidades y leyendas de aquellos tiempos. Creía percibir unas palabras suyas sobre la importancia del legado cultural de un pueblo para generaciones posteriores. “Ahora, que tienes hijos, percibes claramente la importancia del legado que nos dejaron nuestros antecesores. Él marca toda la historia pasada y presente de nuestros pueblos. Es lo que siempre traté de transmitir a mis alumnos. ¡Ah! Si yo hubiese dispuesto de los medios que tú tienes a tu alcance. Nunca olvides transmitir este legado a tus hijos y nietos”. Y de esta manera rememoré aquella época en que Sevilla adquirió una fisonomía romana, embellecida por sus edificios públicos y sus numerosas estatuas. Aquel tiempo en que comenzaba el esplendor de Sevilla que perduraría durante siglos.
Retrato de Rodrigo Caro en la obra “Libro de Verdaderos Retratos de Ilustres y Memorables Varones” de Francisco Pacheco
Como salidas de los labios de mi abuelo, sentí la decepción que sus palabras contenían cuando se lamentaba de lo poco que se ha conservado de aquella Sevilla monumental. Como aquellas que en el siglo XVII dijo el poeta sevillano Rodrigo Caro: “… aunque en Sevilla hubo grandes y suntuosos templos, circos, teatros y anfiteatros, muchas dedicaciones de estatuas y otros tales ornamentos públicos y particulares, todo ha desaparecido; las inundaciones del río, las de los godos, silingos y cándalos, últimamente de los bárbaros mahometanos del todo la deslustraron.”
En la imagen, a la izquierda, columnas de la avenida de Hércules. A la derecha, las columnas de la calle Mármoles
Pues Sevilla, como cualquier “urbem” romana estaba conformada en torno a grandes edificios públicos, como el templo que debió estar ubicado en la actual calle Mármoles donde aún se conservan tres de las seis columnas que al parecer lo conformaban, dos de ellas son las que se encuentran en la Alameda de Hércules, trasladadas allí en 1574 por orden del Asistente de la ciudad, don Francisco Zapata Cisneros, en su capitel aparecen las figuras de Hércules y Julio César, esculturas realizadas por Diego de Pesquera. Hubo otra que desapareció al romperse cuando se le trasladaba al Alcázar, al parecer el rey Pedro I quiso tener una en su residencia, que por aquel entonces era el Alcázar, con tan mala fortuna en su traslado que a la altura de la actual calle Mateos Gago se cayó y se rompió.
Restos de arcos del “sahn” (patio de las abluciones) en la actual iglesia del Salvador, junto a las imágenes de Tiberio, Adb Al-Rahman II y Teodosio el Grande.
Otros templos debieron elevarse en la ciudad, que siguiendo lo ocurrido en otras ciudades, debieron ser utilizado, posteriormente, por otros pueblos o culturas para edificar los suyos propios, como pudo ocurrir sobre el que se edificó la vieja mezquita mayor en tiempos de Abd al-Rahman II, hoy convertida en la iglesia del Salvador, en la que se aprecian restos de la época romana y visigoda, descubiertos en el año 1671, cuando se derribó la mezquita para edificar la nueva iglesia. Allí aparecieron restos de la cimentación de un edificio de la época de Teodosio el Grandes, y debajo de ellos, otro de la época de Tiberio, de lo que pudo ser una basílica romana en principio dedicada a uso civil y, posteriormente, a religioso.
Reproducción gráfica de unas termas romanas y la distribución de sus salas
O las grandes termas que debían existir en una ciudad con gran movimiento de personas generado por su actividad mercantil y portuaria. Referencias de dos de ellas sí hay, una situada cerca del foro (ubicado en lo que hoy es la plaza de la Alfalfa), y la otra, de la que se han encontrado restos, que confirman sus grandes dimensiones, más al sur, cerca de un foro comercial que se creó en las cercanías de donde hoy está la catedral.
Atarazanas de Sevilla
Hay otras referencias sobre aquella Hispalis que la señalan como una de las ciudades más importantes de la península por aquella época. Julio César, en su obra “Bellum Civile”, señala la existencia de unos grandes astilleros. La importancia de los mismos aparece, además, reflejada en el “Bellum Alexandrino” (obra atribuida, por algunos, también a César). Sobre aquellos astilleros debieron ubicarse las construcciones árabes que fueron utilizadas por el rey Alfonso X para, en el año 1252, la edificación de las Reales Atarazanas. Lo que hoy podemos ver es sólo la parte superior de las mismas, pues se hunden en la tierra entre 5 y 10 metros. Esta parte estaba anegada y allí cargaban, descargaban, construían y reparaban los barcos. Digo podemos ver una vez se lleve a cabo su restauración definitiva.
Reproducción gráfica y plano de un foro romano
En el “Bellum Civile”, César refleja que: “… una de las legiones que mandaba Varrón, la Vernácula, formada por romanos nacidos en España, deserta en masa y se retira a Hispalis, donde se cobija en los pórticos del foro, hasta que los ciudadanos romanos, que habitaban la ciudad, distribuyeron a los soldados en sus hogares”. Como leemos en él, en Hispalis existía un foro porticado. En el lugar que hoy ocupa la plaza de la Alfalfa si situaba el foro, en un rectángulo formado con la Cuesta del Rosario, plaza de la Pescadería, plaza del Pan y la plaza del Salvador, terreno suficiente para albergar basílica, templo, termas y mercado.
Imagen de Cicerón sobre fondo de dibujo de un anfiteatro romano y el anfiteatro de Italica
Por otro lado, Cicerón en una carta, escrita sobre el 43 a.C., acusa a Balbo de un comportamiento feroz con estas palabras: “… de haber arrojado a las fieras, en Hispalis, a un ciudadano romano, por el mero hecho de ser deforme”. Lo que señala la existencia de un anfiteatro, único lugar donde se realizaban este tipo de prácticas con animales.
Trazado de la muralla romana de Sevilla, sobre plano actual, y representación gráfica de una puerta de muralla romana y el corte transversal de la muralla
“Julio César me cercó, / de muros y torres altas”, dice la lápida que dejamos reflejada en nuestro post anterior. Así fue, aunque Sevilla ya debía ser ciudad amuralla, César amplió su perímetro y la reforzó. Aunque de aquella muralla hoy apenas quedan restos, sobre su trazado parece haber acuerdo, excepto en su recorrido septentrional. La parte sur se localiza próxima al arroyo Tagarete, entre la plaza de la Virgen de los Reyes y la del Triunfo. Siguiendo el curso de ese arroyo, llegaba hasta la Puerta de Carmona, conformando su parte este, y allí giraba hacia el norte, donde, parece ser, continuaba hasta la Puerta Osario. Los restos encontrado cerca de la puerta de Carmona, permiten creer que la muralla comenzaba aquí su trazado norte y se dirigía hacia Santa Catalina (restos de la misma también han sido hallados aquí), su trazado continuaba por la calle Gerona, plaza de San Juan de la Palma para finalizar en la plaza de San Martín, donde daría comienzo su tramo del oeste, recorriendo las calles de Cervantes, Orfila, plaza de Villasis (donde se encontraron restos que se creen proceden de esta muralla), Cuna, plaza del Salvador, hasta cerrar con el tramo sur, próximo a la actual Catedral. Desde la plaza de Santa Catalina partía el recorrido del “Cardo Maximus”, que continuaba por las calles Alhóndigas, Cabeza del Rey don Pedro, plaza de la Alfalfa, Corral del Rey y Abades. El “Decumanus Maximus” partía de la Puerta de Carmona, continuaba por la calle Águila hasta cruzarse en la Alfalfa, con el “Cardo Maximus”, para seguir por la calle Alcaicería hasta llegar a la plaza del Salvador.
Representación gráfica de un circo (anfiteatro) y de un teatro romanos
Detalle de la obra pictórica “Muerte de Julio César”, de Vicenzzo Camuccini, 1798
Seguía sintiendo, en mi interior, las palabras de mi abuelo Antonio quien me había recordado la importancia del legado histórico de nuestra ciudad para poder conocerla mejor, así como para poder entender las leyendas que fueron creadas en torno a ella y sus personajes. De este modo creía que me las hubiera narrado él. “Según una vieja leyenda, cuando Julio César estuvo en Sevilla, mantuvo relaciones amorosas con una joven cuyo nombre era Syoma Julia, de las que nacieron dos hijos. Tras una consulta a los dioses, por parte de Julio César, a fin de buscar la muralla y la ciudad fueran invencibles. El oráculo le mandó sacrificar a uno de sus hijos en honor a los dioses. Fue el primogénito el que ofreció en sacrificio y su cuerpo fue enterrado bajo el cimiento de la muralla del Arco de la Macarena. Syoma Julia, desesperada por la muerte atroz de su hijo, huyó de Sevilla llevándose a su segundo hijo. Algunos dicen que ese niño, al que cambiaron la identidad, fue Bruto, aquel que más tarde sería uno de los asesinos de su propio padre, Julio César”.
“Durante su época como cuestor en la Hispania Ulterior, sucedió una anécdota que cuenta así Suetonio: “Habiendo ido César a Cádiz observó cerca del templo de Hércules una estatua de Alejandro Magno. Empezó entonces a lamentarse y, disgustado por su inacción, pensando que todavía no había hecho nada memorable a la edad en que Alejandro había sometido toda la tierra, pidió un permiso para regresar cuanto antes a Roma y aprovechar las ocasiones de hacerse notar.” No se sabe cuánto hay de cierto o de leyenda en esta narración, la realidad es que César abandonó España antes de que acabara el tiempo legal de su cargo como cuestor en Hispania.
Ligada a la historia de Hispalis, como si de una jarcia de amarre de un barco a puerto se tratara, se encuentra la ciudad de Itálica, en la actual Santiponce, a unos siete kilómetros de Sevilla, en la carretera de Extremadura. Fundada hacia el 206 a.C. por Publio Cornelio Escipión “el Africano”, como un asentamiento para los heridos tras la batalla de Ilipa, recibió su nombre en recuerdo del lugar de procedencia de sus pobladores.
Moneda romana, con la imagen de Augusto, acuñada en la ceca de Italica
Durante el mandato de Augusto, Itálica se ve transformada en un municipio, lo que le confiere la prerrogativa de acuñar moneda. Abre así una ceca que va a producir monedas de bronce desde el 15 a.C. con los retratos de Augusto primero y de Tiberio después. Entre los símbolos empleados en esta ceca local, abundan los temas militares, posiblemente relacionados con el origen mismo de la ciudad.
Bustos de los emperadores Trajano y Adriano
En el transcurrir del tiempo, aquel “vicus civium romanorum” (pueblo de ciudadanos romanos), pasó a ser una ciudad residencial y de recreo para los ciudadanos del Imperio Romano, pasando a llamarse, en tiempos del emperador Adriano, “Colonia Aelia Augusta Italica” (Coloniae Augusta Aelia Italicae). De ella fueron originarios los emperadores Marco Ulpio Trajano (18 septiembre 53 – 9 agosto 117) y Publio Elio Adriano (24 enero 76 – 10 julio 138). Los restos de aquel primitivo asentamiento se encuentran bajo el casco urbano de Santiponce. La ampliación de la ciudad, llevada a cabo por el emperador Adriano, es la parte del conjunto que se puede visitar.
Plano de las dos ciudades romanas de Italica
Las excavaciones arqueológicas de este lugar comenzaron entre 1751 y 1755. Desde entonces los descubrimientos arqueológicos han sido numerosos, conformando una ciudad en donde destacan sus edificios públicos y las “domus” (viviendas) que forman un conjunto residencial lujoso. Su trazado se caracteriza por tener calles amplias y muchas de sus aceras porticadas. De esta ampliación, emprendía por Adriano por su especial cariño hacia esta ciudad, proceden también las canalizaciones de agua y el alcantarillado.
Reproducción infográfica del Teatro de Italica, por E. Barragán
La obra civil más antigua fue el Teatro, construido sobre el Cerro de San Antonio. Su edificación data de los años 30 a 37 d.C., en tiempos del emperador Augusto. Comenzó siendo un templo dedicado a la diosa Isis y más tarde se convirtió en foro público. Con una capacidad para unos 3.000 espectadores, se ofrecían representaciones de obras trágicas, cómicas y espectáculos de mimo. Excepcionalmente, se producían actuaciones musicales e, incluso, algún acto religioso, especialmente los relacionados con el culto al emperador. Se utilizó hasta el siglo III, cuando la importancia de la ciudad entró en su ocaso y cayó en desuso. Durante la Edad Media sus instalaciones y terrenos se utilizaron como cementerio, y almacenes y corrales ganaderos. Posteriormente, el traslado de la villa de Santiponce a las colinas donde se encontraba Italica, hace que quede dentro del casco urbano y sepultado bajo él. En 1970 se descubrió su emplazamiento y hoy, tras la reconstrucción fiel al original manteniendo todas sus características, el teatro vuelve a utilizarse.
Reproducción infográfica del Anfiteatro de Italica, por E. Barragán
A la entrada del yacimiento nos encontramos con las ruinas del Anfiteatro, uno de los mejor conservados de España. Data de la época de Augusto, finales del siglo I a.C. Se conservan la inmensa arena y una la fosa, que cubierta con un entramado de madera, se utilizaba como zona de servicio para los espectáculos con bestias y gladiadores. Considerado el tercero del mundo por su capacidad, sus 25.000 espectadores aclamaban a los gladiadores en sus luchas frente a otros o enfrentados a fieras salvajes.
Reproducción infográfica del Templo de Adriano en Italica, por E. Barragán
En nuestro recorrido nos encontramos con el llamado “Traianeum”, un templo dedicado al emperador Trajano, mandado construir por el emperador Adriano. Está erigido sobre un gran recinto cuadrangular, rodeado por un pórtico que limita al exterior con un muro compuesto por exedras rectangulares y semicirculares alternas. La plaza que daba cabida al templo era de 86 x 56 metros en su interior, y estaba rodeada por cien columnas de mármol de Eubea, pórticos con exedras que acogían esculturas sobre pedestales, estatuas en la explanada, diversas fuentes, y el gran templo erigido sobre un podio de 29 x 47 metros y un ara para los sacrificios situada frente al templo.
Reproducción infográfica de las Termas Mayores de Italica, por E. Barragán
En Italica se construyeron dos complejos termales. Las Termas Mayores, de la época del emperador Adriano, ocupaban una extensión de unos 32.000 metros cuadrados y se ubicaban hacia el extremo occidental de la ciudad. Las termas disponían de las estancias típicas de los baños públicos romanos: vestuario (apodyteria); letrinas (letrinae); salas de agua fría (frigidarium); natatio; salas de agua templada (tepidarium); y salas de agua caliente (caldarium). Además también contaba con las salas de mantenimiento y en las que se encontraban los hornos. Las salas que requerían calor, disponían de una cámara de aire subterránea para caldear el suelo llamada hypocastum. Los pavimentos de estas salas se construían sobre pilares de apoyo entre los cuales podía circular el aire caliente. Las Termas Menores datan del tiempo del emperador Trajano, ocupan una extensión de 1.500 metros cuadrados. Cuando las visitas aún perecer percibir el eco de las voces y las risas de aquellos romanos que las utilizaban para recibir masajes, tomar baños, realizar ejercicios, y para participar en reuniones de amigos o de negocios o escuchar a los poetas.
Composición con reproducción infográfica e imágenes actuales de la Casa de la Exedra
Hemos señalado anteriormente el lujo que encerraban sus “domus” (casa) que tantos recuerdos encierran de aquellos tiempos. Una de estas casas patricias es la denominada “Casa de la Exedra”, realmente las características de este edificio no aclaran que realmente fuera una “domus”, algunos lo identifican como un edificio público, tal vez un colegio en el que moraban sus propietarios. A los lados de la entrada se distinguen siete “tabernae” (tiendas públicas), que flanquean la puerta. Además hay otras dos en su lateral derecho y una en el posterior. En su interior podemos ver que tras el “vestibulum” de la entrada, la “fauces” da paso al patio de distribución del edificio. Este “peristilum” es rectangular con una fuente o piscina curvilínea y alargada situada en su eje central. Para la sujeción del pórtico perimetral no hay columnas como es tradicional y si grandes pilares de planta cruciforme. Muy probablemente son para soportar un peso mayor de lo habitual en una vivienda privada, por lo que se supone que podrían sustentar uno o varios pisos superiores. Estos pilares no estarían adintelados, si no que se unirían mediante arcos formando una arcada en cada uno de los pisos. A sus lados se distribuyen numerosas “cubiculum” (habitaciones) que conforman el conjunto de la “domus” en sí. Una de ellas tiene salida al exterior por la fachada derecha. Al fondo del “peristilium” se acede por unas escaleras a la zona de las termas. Dos de las salas de baño están cubiertas por bóvedas de un cuarto de esfera. En uno de sus lados, el izquierdo según se entra, hay una gran palestra rectangular y alargada, casi todo el largo del edificio, que termina en una gran exedra cubierta con bóveda de un cuarto de esfera. Esta zona está comunicada con el exterior con un pasillo perpendicular a dirección de la entrada que da al lateral derecho.
La Casa de Neptuno, que recibe este nombre por el mosaico descubierto en sus excavaciones que representa a este dios. Como sucede con la casa de la Exedra también se asocia con un “collegium”. Se ha excavado junto al muro sur un conjunto de cuatro habitaciones pavimentadas con mosaicos que representan animales y personajes de iconografía báquica. Próximos a estos se halla el mosaico de Laberinto, que representa al héroe griego Teseo luchando contra el Minotauro rodeados por un laberinto. En el sector oeste se hallan unas termas con restos de los pilares del “hypocaustum” y junto a ella se halla el mosaico de Neptuno.
Composición del plano de planta de la Casa de los Pájaros, imágenes del estado actual y detalles de los mosaicos de los pájaros y de Medusa
La Casa de los Pájaros, denominada así por los bellos mosaicos que contienen figuras de aves. Uno de los pocos lugares de Itálica que ha sido excavado en su totalidad, pudiéndose observar todas las estancias de aquella antigua vivienda. A ambos lados de la entrada se observan las “tabernaes”, una de ellas con los restos de una panadería. Tiene una triple entrada (“ostium”), con el vano central más ancho que los laterales que da paso a un portal cerrado con tres puertas (“fores”). Al lado se halla una “cella osotaria” (tal vez una portería). Tras el muro cóncavo se halla el vestíbulo, “vestibulum”, donde el señor de la casa, el “dominus”, haría la ceremonia del “salutatio”). En esta ceremonia matinal los clientes por orden jerárquico hacían cola para saludar al señor y recibían de forma simbólica la propina, “sportula”. Después del vestíbulo se llegaba al “peristylum”, patio porticado, principal fuente de luz y ventilación. En el centro se hallaba el jardín, “viridarium”. Debajo de este estaba el aljibe subterráneo que captaba el agua de la lluvia recogida por el tejado. En el jardín también se hallan los restos de un pilón y un “lararium”, altar dedicado a los lares, deidades protectoras del hogar. La habitación más grande de la casa es el “triclinium”, situado en el eje principal enfrentado al vestíbulo. En él se realizaba el “coniuium”, banquete social. Al fondo de la casa se halla la zona privada donde estarían los dormitorios (“cubicula”), en torno a dos patios columnados. Destaca el mosaico del “cubiculum”, que representa a “Tellus”, diosa que personifica la tierra cultivable, la fertilidad y pueden verse ocho cuadros que alternan pájaros y vegetales.
Mosaico del Planetario y detalles de los medallones
Mosaico del patio norte y detalles del mismo
La Casa del Planetario, en cuyo pavimento destaca un mosaico, con siete medallones, que representan a los siete astros que dan nombre a los días de la semana. En su centro localizamos a Venus (Viernes), rodeada de la Luna (Lunes), Marte (Martes), Mercurio (Miércoles), Júpiter (Jueves), Saturno (Sábado) y el Sol (Domingo). Tras el habitual portal curvado nos encontramos con el vestíbulo dividido en dos habitaciones. En el peristilo se observan las huellas de su remodelación, un muro y pilares de ladrillo. y en las habitaciones de la mitad sur no conserva ningún mosaico. A ambos lados del vestíbulo se hallan dos patios porticados; el patio norte conserva sus mosaicos y por él se accede a los dormitorios con sus mosaicos de cruces gamadas, elementos geométricos, Medusa y elementos báquicos.
Otras varias casas patricias aún se pueden observar en Itálica, como la “casa de las Tabernas”, la “casa de Rodio”, la “casa de la Cañada Honda” o la de “Hylas”. Todo en Italica forma un inmenso recipiente, donde la grandeza del Imperio Romano nos rodea y nos cautiva aún pasados más de dos mil años de su fundación.
Comenzaba esta entrada rememorando mis paseos por la ribera del Guadalquivir, bajo el puente de Triana. Un barrio que conocía muy bien durante mi infancia, pues allí se trasladó mi abuela Teresa junto a sus hijos, tras el asesinato de su esposo Antonio. En aquel barrio seguía residiendo ella, a quien visitaba con frecuencia, en mis últimos años de niñez.
Hércules y Astarte
La historia del barrio de Triana es tan antigua como la de la propia Sevilla. Un sitio ideal, a orillas de Guadalquivir, río navegable en lejanos tiempos hasta más arriba de Córdoba, sus aguas han sido testigo del paso de distintas civilizaciones a lo largo de los siglos. Así se asentaron en la orilla de Triana los primeros pobladores fenicios, y posteriormente le siguieron cartagineses, romanos, musulmanes… Cuenta la leyenda que Triana fue fundada por la diosa Astarté quien, en su huida del acoso amoroso de Hércules, se refugió en este lugar, dando origen así a Triana.
Grabado antiguo de Sevilla
Su nombre, según algunos autores, proviene de la composición de dos términos, uno celtíbero y el otro romano. “Tri” (tes) romano, y “Ana” (río) de origen celtibérico. Pues en aquella época romana a esta altura, el Guadalquivir, se dividía en tres brazos. Otros autores, asocian su nombre al emperador Trajano, quien fundó en ese lugar una colonia romana (Trajana = Triana). Otros deducen su nombre de “Trans amnem”, expresión con que los romanos identificaban lo que está más allá del río… y aún los árabes por esta misma circunstancia llamaban a Triana Ma-Wara-Fnahr, ( en una traducción no literal: allende el río), aunque más comúnmente le denominaban como Atrayana o Athriana.
Retablo de las patronas de los alfareros y ceramistas, las Santas Justa y Rufina, que preside el centenario taller de pinturas de la fábrica de cerámica Montalbán
Triana ha sido, desde sus orígenes, un barrio de marineros y alfareros y su historia viene marcada por una ancestral separación entre este barrio, extramuros de la ciudad, y la propia Sevilla. En época de los romanos se sitúa la historia de Justa y Rufina, dos hermanas alfareras y trianeras que vivían de trabajar el arcilloso suelo trianero y convertirlo en hermosas piezas de cerámica.
Venus llora desconsolada la muerte de Adonis
Por aquellas fechas era costumbre, entre los romanos, celebrar una vez al año una fiesta en honor a Venus, que recorría las calles con una imagen de esta diosa en actitud triste y llorosa por la muerte de su adorado Adonis. Cuenta la tradición que, en una de estas ocasiones, estando Justa y Rufina vendiendo sus productos en Sevilla se acercaron los participantes en la procesión solicitándoles algún donativo para la diosa, a lo que ellas se negaron, profesaban la fe cristiana, por considerar que la imagen que llevaban estaba hecha del mismo barro que las vasijas que ellas vendían.
En otra ocasión volveremos a recorrer las calles de este peculiar barrio sevillano, para, acodados en aquel viejo puente, conocer la propia historia del mismo, así como la idiosincrasia de los trianeros y otros momentos que marcaron la importancia de su devenir a lo largo de los siglos.
Sagradas cárceles de Sevilla
En el tumulto que se originó a raíz de la disputa, la imagen de la diosa cayó al suelo rompiéndose en pedazos, lo que se entendía que ellas llevaban razón, pero lo que motivo su detención y posterior martirio. El prefecto de Sevilla mandó encarcelarlas, animándolas a abandonar sus creencias cristianas si no querían ser víctimas del martirio. Ellas se negaron a pesar de las amenazas. Sufrieron el tormento del potro para a continuación ser torturadas con garfios de hierro. Aguantaron todo y viendo que no surtía efecto el castigo fueron encerradas en una tenebrosa cárcel donde sufrirían las penalidades del hambre y la sed. En el colegio salesiano de la Santísima Trinidad, se conserva una galería, al parecer de aquella época, que según la tradición es la cárcel donde estuvieron retenidas las dos hermanas.
Cuadro de Francisco de Goya en el que se observa al león junto a los pies de Rufina.
Tras terribles tormentos posteriores, la primera en fallecer fue Justa, al no superar la fiebres que se le declararon por sus heridas. Su cuerpo, según sigue relatando la leyenda, fue arrojado a un pozo que se encontraba allí cerca. Tras la muerte de Justa, Rufina fue decapitada y su cuerpo echado a los leones, aunque la leyenda y la fantasía popular ha venido contando a lo largo de los siglos que fue llevada, estando viva, a la arena del anfiteatro de de Hispalis, donde se liberó a un león que en vez de atacarla y devorar su cuerpo, se arrodilló junto a su pies para comenzar a lamérselos mansamente. Ante esta escena, Rufina fue decapitada. La tradición cuenta que fue el obispo Sabino quien recuperó los cuerpos de las dos hermanas, y los enterró en el cementerio que estaba donde hoy se encuentra la iglesia de los Capuchinos.
Ambas hermanas fueron canonizadas y son veneradas en Sevilla, donde se les considera protectoras de la Giralda y la Catedral, pues por su intercesión ambos edificios no se derrumbaron durante el terremoto de 1504. Así son representadas en obras pictóricas sosteniendo la torre de la Giralda entre ambas y a sus pies figuras de arcilla que ellas confeccionaban.
Puente de Triana
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