وقولوا بعلمٍ كي يرى الناسُ من يدري
فإن تحرقوا القرطاسَ لا تحرقوا الذي
تضمّنه القرطاسُ، بـل هو في صدري
يـسيرُ معي حيث استقلّت ركائبي
وينـزل إن أنـزل ويُدفنُ فـي قبري
“Dejad de prender fuego a pergaminos y papeles, / y mostrad vuestra ciencia para que se vea quien es el que sabe. / Y es que aunque queméis el papel / nunca quemaréis lo que contiene, / puesto que en mi interior lo llevo, / viaja siempre conmigo cuando cabalgo, / conmigo duerme cuando descanso, / y en mi tumba será enterrado luego.” (Ibn Hazm)
Estatua de Almanzor en Algeciras
En esta época final del califato, dejaremos solo reseñado que fue una época marcada por los numerosas disputas por el poder; las revueltas de las clases más presionadas; asesinatos de herederos; y saqueos sangrientos por parte de las numerosas tropas que desde África, fundamentalmente bereberes, habían acudido a la Península. Situación que alcanzó su cima durante los tiempos de Al-Mansur (Almanzor), quien en el año 969 fue cadi en Sevilla, puesto que abandonó un año más tarde para ser administrador del joven califa Hisham II, personaje, que más tarde, aparecerá en la historia de la Sevilla independiente.
Vamos a entrar en un periodo en que Sevilla alcanzó un esplendor que sólo volvería a conocer siglos más tarde, cuando se convirtió en capital del mundo conocido. Mas antes aclaremos nuestra posición respecto a quienes consideran que “los árabes no invadieron España”. Tal vez lleven razón, pues los árabes no podían invadir España, pues entonces España no existía como nación o estado, algo que no sucederá hasta bastantes siglos más tarde. Ellos invadieron y conquistaron la Hispania visigoda. Y cuando alegan la rapidez en que ocuparon aquel territorio en comparación con otras invasiones anteriores, sobre todo con la de Roma, señalar sólo que, aquellas legiones romanas que, en principio, desembarcaron en la Península, no tenían como objetivo el propósito de ocuparla, sino de combatir a los cartagineses que amenazaban invadir el territorio de la república romana. Tal vez la expansión de los romanos, durante el periodo posterior, se vio frenada por las distintas guerras civiles que afectaron a aquella república. Lo cierto es que cuando emprendieron de firme la conquista de la Península, Hispania quedó sometida en menos de dos décadas, durante los mandatos de Julio César y Octavio Augusto, es decir, aproximadamente el mismo tiempo que tardaron los musulmanes en conquistar la Hispania visigoda.
Como señalamos antes, Sevilla va a entrar en un periodo de esplendor, por eso es momento de que prestemos menos atención a las sucesiones de dinastías (desde Abd al-Rahman III hasta el final del Califato de Córdoba, al menos 11 califas ocuparon el trono, alguno de ellos en más de un periodo) y batallas, y nos adentremos en aquellos aspectos en que la historia oficial pasa de puntillas, pero que son los que, desde el anonimato, configuran la realidad histórica de un territorio: la vida diaria de sus habitantes en torno a las ciudades, su estructura social y su economía.
Una descripción de las ciudades de aquella época la encontramos en Ibn Hawqal, geógrafo y escritor musulmán del siglo X: “… son reputadas por sus cereales, sus artículos de comercio, sus edificios, sus mercados, sus tiendas, sus baños… Las ciudades rivalizan entre ellas por su emplazamiento, sus impuestos, sus rentas, sus funcionarios, sus jueces…”
Reconstrucción pictórica de una ciudad musulmana
El centro de la ciudad era la “madina” (medina) desarrollado en torno a la mezquita mayor, en donde se ubicaban los edificios administrativos, el zoco (mercado intramuros de la ciudad), las alhóndigas y la alcaicería. La “madina” lo normal es que estuviera amurallada y en su contorno se desarrollaban los arrabales. Era habitual que estos arrabales y barrios se formaran a partir de criterios religiosos (juderías, barrios cristianos o mozarabías…) y por las actividades económicas que predominaban entre sus habitantes (curtidores, alfareros, orfebres…).
Ejemplos de viviendas árabes
La densidad de las construcciones dentro del recinto amurallado conformaban un conjunto de callejas y callejones en los que los que, con frecuencia, se observaban salientes que cubrían la calle de lado a lado (viviendas de las clases pudientes con dos plantas, en las clases humildes la vivienda era de una sola planta), en ellos se ubicaban las habitaciones superiores o las algorfas (cámaras para recoger y conservar el grano). Las viviendas particulares se cerraban con muros lisos que sólo abrían a su exterior estrechas ventanas cubiertas con celosías.
Árabes jugando al ajedrez
No es nuestra pretensión hacer aquí un estudio pormenorizado sobre la estructuración de la sociedad en aquellos tiempos, al igual que sobre el tema de las ciudades y la arquitectura. Existen excelentes obras, estudios y tesis elaborados sobre estos temas. Sino simplemente dejar reflejado un pequeño esquema de aquella composición inicial.
Étnicamente se pueden distinguir en la sociedad andalusí: Los árabes, dentro de los cuales se observa la presencia de los “qaysies” (árabes del norte de Arabia) y los “yemeníes” (descendientes de las tribus del sur)
Imagen de un bereber, según pintura de Mariano Fortuny,
de 1862
Los bereberes (“imazighen” – en singular: “amazigh”), un conjunto de etnias procedentes del norte de África y los principales componentes del ejército árabe. Eran musulmanes, pero el trato recibido por los árabes, sobre todo en el reparto de tierras, los llevó a iniciar numerosas revueltas.
Estatua de Ibn Marwan, fundador de Badajoz,
obra del escultor Estanislao García
Los “muladíes”, población de origen hispano-romano y visigodo que se convirtieron al islam. Entre ellos debemos distinguir dos situaciones: la de los procedentes de la nobleza, terratenientes, comerciantes o artesanos que lo hicieron porque su conversión les eximía de pagar los impuestos que grababan a los no creyentes. Y por otro lado, a todas aquellas personas de clase humildes que aceptaron el islam, fuera de creencias religiosas, por la liberación que suponía el duro régimen de vasallaje visigodo. El transcurrir del tiempo vino a demostrar, a unos y otros por el trato recibido, que sus anhelos quedaban muy lejos de la realidad. Ejemplo de ello lo tenemos en la actuación de dos muladíes: Abd al-Rahman ibn Muhammad Ibn Marwan Ibn Yunus al-Yilligi al-Maridi, conocido como Ibn Marwan al-Yilliqui (“el hijo del gallego), en Badajoz; y el de Umar ibn Hafsun ibn Yafar ibn Salim, conocido en la historia como Omar Ben Hafsún, en la serranía de Ronda.
Representación de mozárabes en una miniatura medieval
Los mozárabes, de origen hispano-romano o visigodo que se mantuvieron fieles al cristianismo, y que mantenían una especial condición jurídica que les permitía la libertad de culto pero que estaban grabados con dos tipos de impuestos: el personal (“yizia”) y (“jaray”) sobre los ingresos de las tierras.
Estatua de Maimónides en Córdoba
Los judíos, población que ya estaba asentada en la Península desde el siglo IV (por los contenidos de los “cánones del concilio de Elvira, única prueba irrefutable de su presencia, pese a las tradiciones que señalan su presencia muchos siglos antes), y que en los últimos años de la época visigoda fueron sometidos a duras condiciones. Tras la conquista de Hispania por los musulmanes, su colaboración en los primeros momentos de la misma y el papel económico desempeñado, aunque sometidos a las mismas normas que los cristianos, les aseguraron un papel privilegiado. En su mayoría eran mercaderes, artesanos especializados, filósofos, médicos… Algunos de ellos sobresalieron en la corte musulmana, como fueron, entre otros: Maimónides (Moshé ben Maimón), médico, rabino y teólogo nacido en Córdoba en el año 1138 y alumno que fue de Averroes; y Hasday ibn Shaprut (Hasday Abu Yusuf ben Yitzak ben Ezra ibn Shaprut) médico y diplomático judío que brilló en la corte de los califas Abd al-Rahman III y de su hijo Al-Hakam II.
Quedaba así la sociedad estructurada, según los escritos árabes, en la “jassa” (nobleza) y el “amma” (pueblo). La nobleza estaba compuesta por la minoría árabe con algún parentesco con la dinastía reinante y por los altos funcionarios en cargos concedidos por el califa. Junto a los notables (“ayan”), hombres de leyes y religión; los intelectuales; grandes mercaderes; artesanos de industrias especializadas; y algunos judíos y cristianos que destacaban en alguna rama de la cultura o comercio.
Reproducción de un oleo de José Luis Mancera, virado a sepia
El pueblo era el conjunto de personas en las que se encontraban los artesanos y pequeños comerciantes, bien fueran bereberes, muladíes, cristianos o judíos (los artesanos y pequeños comerciantes se agrupaban en corporaciones), así como los propietarios de tierras; y los libertos, personas que procedían de los esclavos que habían sido liberados de su condición por sus propietarios y que fundamentalmente se dedicaban a trabajos por cuenta de sus antiguos dueños o contratados por otros.
Aunque de la población rural apenas se tienen datos, se puede decir que no había cambiado mucho su situación con respecto a la que se encontraba bajo el poder visigodo, como se puede deducir de la existencia de los maulas (“mawali”), nombre con el que se designaba tanto al esclavo liberado que seguía unido a su antiguo propietario, como a los labriegos que, convertidos al islam, cultivaban tierras propias pero bajo la protección de un terrateniente, o como asociados o aparceros del propietario de las mismas. Esta situación, tan parecida a la que sufrían en la época visigoda, se transformó en grandes migraciones hacia las ciudades y su participación en las distintas revueltas que se produjeron a lo largo del siglo X.
Sobre el pueblo recaían gravosas cargas tributarias y la desconfianza de quienes ocupaban el poder, que, como aún sucede hoy día, alternaban la presión y la fuerza con las medidas demagógicas, según les interesara en cada momento.
Por debajo de este grupo social se encontraban los esclavos, de ambos sexos, procedentes, fundamentalmente, de los cautivos de las diferentes guerras o razias en territorios cristianos de Hispania o de otras regiones de Europa, conocidos como “eslavos”; y los negros que, procedentes de Sudán, llegaron a formar una importante guardia personal de los califas. Esos esclavos eran propiedad de la nobleza y de la gente adinerada. La relación con sus propietarios estaba regulada por leyes específicas. Posteriormente abordaremos el comercio de estos seres humanos que representó una gran fuente de ingresos para quienes se dedicaron a él.
Hemos dejado reseñada, someramente, la descripción de las ciudades y la composición de la sociedad en aquel mundo andalusí. Dejemos aquí, también, señalado un pequeño esquema de lo que fue la economía. Basada, fundamentalmente, en la agricultura y la manufactura a través de la artesanía, que daban origen al comercio.
La agricultura en Al-Andalus experimentó un profundo cambio al introducir, los árabes, nuevas técnicas de cultivo y nuevos productos agrarios, a la vez que implantaban nuevos métodos de regadío a través de sistemas para la distribución del agua y la extracción y elevación de la misma de un pozo o del río. Los árabes trajeron desde las más rudimentarias hasta las norias que ya habían descubierto los griegos, y cuya utilización aprendieron los persas de ellos, y los árabes las conocieron a través de la dominación persa de sus territorios, trayéndolas y aplicándolas en Al-Andalus.
Sin que los investigadores lleguen a ponerse de acuerdo en los productos agrícolas que fueron introducidos por los árabes en la Península, si está claro que las nuevas técnicas posibilitaron la extensión de los cultivos agrícolas. Son varias las especies que se le atribuyen a los árabes su introducción en Hispania, como es el caso de la granada, que en realidad fue introducida por los cartagineses; o el de la palmera datilera, de quien Plinio el Viejo ya recoge, en su obra “Secundi naturalis”, su existencia en la zona mediterránea de Hispania, es posible, que por su origen oriental, fuera introducida por los fenicios. En el caso de la alcachofa, que algunos mantienen que ya se conocía en Hispania desde época romana, lo que en sí se conocía, y se utilizaba en la cocina, era el cardo comestible, una planta similar a la alcachofa y, tal vez, lo que sí introdujeron fue esta planta y su cultivo generalizado, de ahí que a la alcachofa se le conozca también con el nombre de “alcaucí”, derivado del árabe “alqabsíl”. Está claro que la introducción de las nuevas técnicas de regadío sí permitió la ampliación de estos cultivos.
Sí parece claro que los árabes introdujeron en Hispania el cultivo de la caña de azúcar; el algodón (en Sevilla se implantó una importante industria algodonera que distribuía sus productos dentro de Al-Andaluz y en el Magreb); en los cereales introdujeron el sorgo y algún tipo de arroz distinto del que ya se cultivaba.
Sin entrar mayor profundidad sobre este tema, digamos que a los árabes se les atribuye la implantación de Hispania de los cultivos de: berenjenas, espinacas, sandías, plátano, caña de azúcar, etc.; en plantas textiles: el cáñamo y algunas plantas de tinte, como la alheña y el añíl. Algún tipo de higuera (especialmente abundante en la zona de Sevilla y Málaga), la morera de hoja blanca (para la alimentación del gusano de seda, cuya crianza también introdujeron) y tal vez el algarrobo. Y seguro que otro tipo de plantas aromáticas que son difíciles de conocer porque en realidad no aparecen en los textos árabes de la época, al no ser cultivadas en grandes superficies de terreno. Algunos le atribuyen la entrada del albaricoquero, lo cierto es que en Sevilla a los albaricoques aún se les llama “damascos” por relacionarlos con aquella ciudad. En cuanto a los árboles cítricos, se les atribuye la introducción del limero y de lo que hoy conocemos como pomelo. Junto con todo ello introdujeron matas ornamentales para los jardines, así como hierbas aromáticas.
No, no me he olvidado del naranjo, el naranjo amargo, que en ocasiones se le llama “naranjo de Sevilla”, pero creo que es merecedor de una referencia aparte y un poco más extensa. Pues como dice la canción: “Sevilla tiene un color especial, / Sevilla sigue teniendo, su duende /
Me sigue oliendo a azahar/…” Ese color especial se debe sin duda al que le proporciona la inmensa cantidad de naranjos que adornan sus calles y que la impregnan del olor a azahar, cuando en primavera florecen. Fue introducido para uso ornamental por el color verde de sus hojas perennes, sus blancas flores de delicioso aroma, y tal vez también por las propiedades curativas de algunos elementos que de él se extraen.
El cultivo del olivo, que ya venía produciéndose desde el tiempo de los romanos, mantuvo su continuidad y alcanzó tal importancia que se exportaba a Oriente y al norte de África. El que se producía en la zona del Aljarafe sevillano, fue ensalzado, en las crónicas de aquellos tiempos, por sus excelentes propiedades. Sevilla se convirtió en el centro exportador de aceite más importante de Occidente. Las almazaras (nombre derivado del árabe al-ma’sara)) utilizadas en aquella época, para el prensado de las aceitunas, eran similares a las que hasta hace poco se seguían empleando en Andalucía.
A pesar de que el consumo del alcohol está prohibido en el Corán, las plantaciones de viñedos, cuya presencia en la Península databa de 4000 a 3000 años AC, mantuvieron su importancia en la época musulmana por su consumo entre cristianos y judíos. Como veremos posteriormente, el vino se consumía entre los musulmanes, llegando en ocasiones a justificarlo. Sólo en determinadas ocasiones, ante las quejas de los alfaquíes, se intentó poner trabas al cultivo del viñedo y se dificultó el consumo del vino. Es de señalar el consumo de uvas frescas, y de pasas de las que las de Jete (localidad granadina cerca del límite de Málaga) gozaron de gran fama conociéndoselas como “pasas de Málaga”.
Para completar este sector primario de la producción, aunque los datos de los que se dispone son escasos, la pesca, en las zonas costeras de Al-Andalus, debió de tener importancia y dar trabajo a una gran parte de su población. Así como la ganadería, de la que se conoce que los animales más preciados eran el caballo, la mula, el asno de carga y la oveja, esta última por su carne, su lana y su piel utilizada en los curtidos. Se sabe de la presencia de camellos y búfalos, estos últimos traídos por los sirios desde la India, utilizados como animales de carga. En las marismas sevillanas se instaló una yeguada, y el “Calendario de Córdoba” (una obra del obispo mozárabe Recemundo, dedicada al califa Al-Hakam II) proporciona detalles de estos caballos sevillanos.
La actividad artesanal e industrial tuvo una gran importancia, destacando la industria textil, tanto para el consumo interno como la destinada a la exportación en tejidos de lujo. En la época califal ya se conocía la existencia de una fábrica de tejidos en Sevilla. En relación a ello ya hemos señalado la envergadura de las plantaciones de algodón y lino y la crianza del gusano de seda, y junto a ello se desarrolló una importante industria para el tinte de los tejidos. Los colores rojos se obtenían de las hembras del quermés o kermés, un insecto que se alimenta de la savia de varios árboles, y que en Al-Andalus se recogía de las encinas o carrascas que abundaban en el Aljarafe sevillano y en algunas zonas de Córdoba. El color amarillo se obtenía, fundamentalmente, de una variedad del azafrán, del que en Sevilla había extensas plantaciones. Y ambos colores, rojo y amarillo, también se extraían de las flores del alazor o cártamo, presente también en los cultivos del campo sevillano.
El cuero y las pieles fueron fuente de trabajo para curtidores, pergamineros y zapateros. El pergamino, industria controlada por el poder califal, se obtenía de la piel de los ciervos, que abundaban en los montes de Al-Andalus, para el de mayor calidad, y de la piel de las ovejas para el de consumo normal.
A partir del siglo X hace su aparición el papel en Al-Andalus. El mismo se obtenía a partir de una pasta de lino y cáñamo, macerada en agua de cal y pasada por el molino papelero, utilizando una cola a base de almidón para su apresto. Esta pasta se trasladaba a una prensa donde se aplanaba y alisaba hasta alcanzar el grosor deseado y la calidad adecuada, tras lo cual se procedía a su último secado.
Sevilla producía gran cantidad de acero indio (“al-hindi” o “alfinde”) con el hierro extraído de minas próximas el cual se fundía y enfriaba, sumergiéndolo en agua varias veces, hasta que adquiría la dureza y el temple del acero. La calidad de las espadas (“sayf muhannad”) y las corazas fabricadas en Sevilla es destacada en las obras de varios autores de la época, refiriéndose también a varios instrumentos quirúrgicos de gran precisión (hadid al-hindi) fabricados en Sevilla.
Los productos de esta actividad industrial como agrícola, canalizaban su comercio a través de los “zocos” o “suq” (mercados) localizados dentro de la ciudad o extramuros de la misma, dependiendo que su actividad se pudiera considerar molesta para sus habitantes. Estos zocos, así como la alcaicería y las alhóndigas, eran el lugar para el abastecimiento de las ciudades. El zoco no era sólo lugar de intercambio de mercancías, sino también centro de producción de las mismas, en él se ubicaban pequeños talleres artesanos que, a la vez, servían de tiendas.
Almotacén
Podemos así entender los numerosos oficios y actividades que aparecen reflejados en los tratados de “hisba” (magistratura encargada de velar por el buen funcionamiento de los zocos). Por ellos se movían o instalaban sus pequeños tenderetes hiladores, zapateros, tejedores, alfareros, especieros, ropavejeros, panaderos, cocineros, freidores de pescado, buñoleros, vendedores de queso, etc. Habitualmente los que desempeñaban una misma actividad se agrupaban en torno al mismo lugar, para ser mejor controlados por el “sahib al-suq” (zabazoque), el funcionario encargado del control de los precios, los pesos y de evitar los fraudes, entre otras funciones. Actividad en la que contaba con la colaboración del “almotacén”.
Alcaicería
La alcaicería (“alqaysariyya”) podía consistir bien en un gran patio, con pórticos y galerías cubiertas, en el que se ubicaban tiendas, talleres y almacenes, o simplemente en una calle con pórticos y tiendas abiertas a ella. Su característica principal era que los productos elaborados, almacenados y ofrecidos en ellas eran productos de lujo, como la seda o el oro.
Alhóndiga del carbón de Granada
La alhóndiga (al-funduq) solía ser un edificio, sin tiendas ni talleres, de dos plantas levantando en torno a un patio central, en donde la planta baja se utilizaba para el almacenaje de los productos o mercancías y los establos para los animales de carga, y en la planta superior se encontraban las habitaciones para los mercaderes.
Restos actuales de la antigua puerta o postigo del carbón en Sevilla
Centrándonos en la Isbiliya de la época pre-almohade, y aunque los testimonios escritos son escasos y los vestigios materiales, prácticamente, inexistentes, se puede hablar de la existencia de un mercado central en torno a la mezquita aljama de Ibn Adabbas, y por algunas referencias al enclave de dos mercados fuera de sus murallas. Uno junto a “Bab al Hadid” (puerta de hierro por el hecho de estar forradas sus hojas con planchas de este elemento), una de las puertas de aquel recinto, al parecer abierta por orden de Abd al-Rahman II en la muralla romana, en las inmediaciones de la actual plaza de San Martín o de la plaza de San Juan de la Palma, dos hipótesis enfrentadas sobre la ubicación de la misma. Y por otro lado, se conoce la existencia de un mercado del carbón a orillas del río, que algunos autores relacionan con la Puerta del Carbón. En otra ocasión retomaremos la historia de las puertas de acceso a Sevilla, de las que hoy pocas de ellas se conservan.
Esta actividad del pequeño comerciante en el zoco, hemos de diferenciarla claramente de la realizada por los grandes comerciantes que se dedicaban a la exportación de las mercancías a otros países o zonas, en un intercambio permanente con las importaciones, que desde naciones extranjeras llegaba a Al-Andalus. Si de aquellas entraban, fundamentalmente, perfumes, piedras preciosas y otros objetos de valor, además de otros productos y mercancías de los que Al-Andalus carecía o era deficiente, desde aquí se exportaban pieles, sedas, resinas, drogas, coral, telas, aceite, espadas… y esclavos.
Dentro de este gran comercio, el de esclavos alcanzó cotas importantes en A-Andalus. Ibn Hawgal, geógrafo, escritor y cronista, en cuya obra, escrita en el año 977, recoge una detallada descripción de Al-Andalus, dejó escrito, referente a este tipo de comercio: “… un artículo de exportación muy conocido consiste en los esclavos, muchachas y muchachos, que han sido tomados en Francia y Galicia, así como los eunucos eslavos. Todos los eunucos eslavos que se encuentran en la superficie de la tierra proceden de Al-Andalus. Se les practicaba la castración en este país, operación que se realizaba por comerciantes judíos…”. Estos mercaderes gozaban de gran prestigio social, junto a un considerable poder económico. En realidad formaban un mundo aparte del resto de los comerciantes. En primer lugar porque para este tipo de comercio no había ninguna periodicidad establecida, todo dependía de las llegadas de barcos, de caravanas o del regreso de las tropas de sus batallas o razias emprendidas contra los reinos cristianos. Ibn Idari, un escritor árabe, explica en su obra que tras la muerte de Almanzor y el poco éxito de las expediciones a tierras cristianas en época posterior, los mercaderes de este tipo de comercio exclamaron: “Murió el que nos proporcionaba esclavos”, refiriéndose a Almanzor. En segundo término porque sus transacciones no se hacían en un lugar determinado y no eran los propios comerciantes los que solían ejercerla, sino que lo hacían a través de terceras personas. Si para todos los comerciantes era interesante la seguridad en los caminos y rutas, para estos era primordial, de ahí su gran vinculación con el poder reinante, sin olvidar tampoco que eran los proveedores para sus palacios y para la clase pudiente de esclavos como mano de obra para atender las necesidades del trabajo agrícola e industrial, y, en algunos casos, para formar parte del ejército o como guardia personal. Las mujeres eran utilizadas para engrosar sus harenes, bien como concubinas, o como entretenimiento si sabían tañer algún instrumento o cantar, o simplemente para el servicio doméstico.
En la parte superior un dinar de oro (anverso y reverso); debajo un dirhem de plata
El sistema mercantil sobre el que se asentaba la economía musulmana, hacía necesaria la circulación de moneda, y desde el califato de Abd al-Rahman III, al abandonar el patrón de planta que venía utilizándose en el emirato, se impuso el patrón oro y se acuñaron dos tipos de monedas: el dinar, realizado en oro; y el dírhem, que era de plata. Cada dinar equivalía a diez dírhem.
Esta riqueza generada en Al-Andalus también se convirtió en motivo de reyertas y contiendas entre los propios musulmanes que culminaron en el periodo de la “fitna” (guerra civil), que supuso el fin del Califato de Córdoba a partir del añ0 1009, con el asesinato de Abd al-Rahman inb Sanchul (Abderramán Sanchuelo), hijo de Al-Mansur, la deposición del Hisham II y la toma del poder por Muhammad ibn Hisham ibn Abd al-Yabbar (Muhammad II), bisnieto de Abd al-Rahman III.
A lo largo del conflicto, que se prolongaría hasta el año 1031, los enfrentamientos y las luchas fueron constantes, accediendo hasta nueve califas en este tiempo, hasta que, en dicho año, con Hisham III en el trono, el Califato de Córdoba se disolvió dando paso a la aparición de las taifas o banderías, que en un principio llegaron a ser veintisiete, de las cuales, las más débiles, fueron desapareciendo por las luchas que surgieron entre estos “pequeños reinos”.
Sobre la taifa sevillana existen numerosas fuentes documentales que facilitan conocer su historia, en la que destaca y basa todo el esplendor de Sevilla la familia de los abadíes, de quien Al-Nuwayri, historiador egipcio, en su obra dedicada a la historia de Al-Andalus reflejaba: “Sus gobernantes… Reunieron la liberalidad de carácter y la ilustre ascendencia, el adorno de las bellas letras y el valor, sostuvieron la valentía junto a la amabilidad y favorecieron la pluma por medio de la espada”.
Para conocer un poco los antecedentes de quienes fueron los reyes de la taifa de Sevilla, señalemos que se conoce la existencia de un antepasado, Abu l-Walid Ismail ben Muhammad ben Abbad al-Lajmi, que fue cadí de Sevilla durante la decadencia del Califato de Córdoba. Según los cronistas árabes, se convirtió en un destacado hombre de leyes y con una inmensa fortuna, mas siempre actuando a favor de Sevilla. Murió, al parecer, entre los años 1019 y 1023. Le sucedió en su cargo de cadi de Sevilla su hijo, Abu al-Qasim Muhammad ben Ismail ben Abbad (a quien denominaremos como Abbad I).
A finales del año 1023, los sevillanos decidieron librarse del poder de los hamudíes representado por el califa de Córdoba Al-Qasim ibn Hammud, sublevándose contra el representante del poder califal en la ciudad, personificado en Muhammad, un hijo del califa, a quien expulsaron de la ciudad. Según algunas fuentes, esta rebelión fue motivada por la orden dada por Al-Qasim Ibn Hammud del desalojo de más de mil casas de Sevilla para entregárselas a bereberes adeptos a él.
La población musulmana de Sevilla se reunió en torno a su cadí, Abbad I, quien aprovechando las circunstancias de inestabilidad del califato y el apoyo de los notables de la ciudad, se hizo con el gobierno del territorio sevillano, convirtiéndose en el primer soberano del reino de Sevilla, y fundando el emirato abadí, que tanto esplendor dio a Sevilla, convirtiendo, en sólo setenta años que duró la dinastía en la taifa o reino, el territorio de la cora de Sevilla, menor de lo que ocupa hoy la provincia sevillana, en un extenso y poderoso reino que se extendió a lo desde Murcia al Algarve portugués, incluyendo Lorca, parte de Toledo y Jaén, Córdoba, la totalidad de lo que hoy es la provincia de Sevilla, Ronda, Algeciras, Arcos y Huelva.
De su astucia para mantener el poder da prueba su decisión de tener su propio califa omeya frente al dominio del califa cordobés de los hamudí. Algunos cronistas árabes relatan que enterado, Abbad I , de la existencia de un personaje con parecido físico con el califa Hisam II, de quien se decía había muerto en el año 1013, pero del que nunca se mostró su cadáver, decidió trasladar al mismo a Sevilla para hacerlo pasar por el desaparecido califa. Tal personaje, según los cronistas, era un tal Jafal al Husri (el esterero) de quien cuentan que era almuédano (quien convocaba a viva voz a la oración) y se dedicaba al manipulado del esparto.
Sobre Hisam II, cuyo cadáver no se mostró nunca, habían circulado rumores de que había huido hacia tierras de Oriente, y fue en estos en los que Abbad I se basó para hacer creer que había vuelto a Al-Andalus. Una vez elevado al trono el falso califa, Abbad I se autonombró primer ministro (hayib) y trató de que los demás reyes de taifas reconocieran a aquel Hisam II como califa. No todos lo hicieron y la negativa de quienes no lo reconocieron fue la base de su política de expansión de la taifa de Sevilla, que comenzó Abbad I. En una de aquellas incursiones contra las otras taifas, murió su hijo primogénito Ismail Imad al-Dawla, lo que posibilitaría el ascenso al trono, posteriormente, a su hermano Abbad Ibn Muhammad al-Mutacid.
Las fuentes historiográficas difieren en cuanto a la fecha de su fallecimiento, aunque las más verosímiles son las que señalan el año 1042. Muerte producida en Sevilla, donde cuentan que fue enterrado en el alcázar de la misma.
Fue durante su reinado, pues aunque al frente de la taifa sevillana figuraba el falso califa Hisam II, en realidad era Abbad I quien gobernaba el reino, cuando comenzó a florecer la cultura y la poesía en la corte sevillana. Son numerosas las fuentes que aluden a ello, y los panegíricos escritos sobre su figura son abundantes. “Fue un hombre de refrescante talento literario y estilo de vida casto. Podía improvisar poesía en cualquier momento, y sus versos eran más olorosos que el arrayán” (Ibn Jaqan – Referencia en el libro “Al-Mu’tamid y los Abadíes”, de Pilar Lirola Delgado, que recomiendo su lectura a quien quiera conocer en profundidad esta época de los abadíes en el reino de Sevilla, que representó la edad de oro de la literatura andalusí). De ese mismo texto entresaco estos este poema de Abbad I:
“¡Qué recreo contemplar el espléndido nenúfar y qué inolvidable experiencia exhalar su perfume y su fragancia!
Parece un vaso resplandeciente de perlas, en cuyo centro han dispuesto cuentas de azabache”.
Y este otro:
¡Qué hermosos son los jazmines, cuando florecen sobre las frescas ramas lozanas!
Se han encaramado a la cima de los montes por una alfombra de brocado verde.
Y parecen, a los ojos que los miran. Esmeraldas que dejan entrever aljófares”.
A la muerte de Abbad I, le sucedió su hijo Al-Mutadid (“el que busca el apoyo de Dios”), sobrenombre que se puso al ascender al trono. Tenía veinticinco años cuando sucedió a su padre en el gobierno de Sevilla, como primer ministro (“hayib”), apenas dos meses después de que Abbad I lo nombrara su sucesor. Mantuvo la figura del falso califa Hisam II hasta el año 1060 en que anunció su muerte y proclamó que le había nombrado su heredero. Todos los cronistas reflejan de él una doble personalidad: astuto, violento y capaz de las peores crueldades; en ocasiones llegó a mostrarse con sentimientos nobles y delicados, rodeándose de poetas y literatos, y actuando como un generoso mecenas. Llegando él mismo a escribir numerosos poemas. De su capacidad para la poesía dan muestra estos versos que compuso tras la conquista de Ronda, pues gustaba dejar reflejadas en versos sus conquistas. Ellos encierran a su vez su ambición y violencia: “Ronda, has sido conquistada y te has convertido den la guirnalda de nuestro reino. / Te hemos ganado afiladas lanzas y espadas, / y enérgicos soldados de ilimitado vigor. / Me ven como un señor y yo a ellos como su equipo. / Voy a acabar con los enemigos, si la vida me lo permite. / Sus errores me sirven para que con el esfuerzo aumente el fervor. / ¡Cuantos contrarios he matado, unos tras otro! / Con sus cabezas he hecho una guirnalda para engalanar la entrada.”
A pesar de su crueldad y de su tendencia al lujo y las diversiones, sus aspiraciones para conseguir la expansión de su reino fueron constantes. De su gobierno dejó escrito Ibn Hayyan: “No se mostró negligente en el gobierno de su país, que fue extendiéndose apoyado en las puntas de lanza. Tuvo como objetivo principal provocar guerras, enfrentarse a los reyes, instigar la rebelión por doquier, adquirir patrimonio, multiplicar su fortuna, la más exuberante de los bienes reales, de toda pompa propia del poder y de los instrumentos anejos al mando. Levantó grandes palacios, explotó terrenos productivos, logró trajes suntuosos, se excedió en la obtención de objetos de valor, tuvo en sus cuadras caballos de carreras; se procuró hermosos servidores, tomó para sí guardas personales que le protegieran, que seleccionó para cada unidad, estableciendo categorías según las pagas y los pluses a que hubiera lugar, con la condición de que lucharan y cumplieran con su deber en escarmentar al enemigo. Llevó a cabo una política que paralizó a otros reyes de taifas rivales suyos”.
Se rodeó de todo tipo de lujo y placeres, y su voluptuosidad le llevó a tener un gran harén en el que se encontraban todo tipo de mujeres, concubinas y esclavas, que satisfacían su debilidad hacia los encantos femeninos. Entre ellas habían esclavas cantoras y destacó la presencia de “al-Abbadiya” (nombre derivado de su dueño), regalo que le fue hecho por su suegro Muyahid Yusuf al-Amir, rey de la taifa de Denia, posiblemente cuando Al-Mutadid contrajo matrimonio con una de sus hijas, quien fue la única esposa legítima del rey sevillano. “Al-Abbadiya”, de quien se desconocen otros datos y de cuya existencia se sabe por algunas referencias a la misma en cronistas de la época, debió destacar como literata, escriba y poetisa.
Composición sobre obra de Adolf Schreyer
Sentía una gran atracción hacia su esposa oficial y favorita, la hija del rey de la taifa de Denia, pero eso no le contuvo para tomar otras. Se cuenta que su descendencia fue numerosa. De los que se conoce su existencia, destaquemos a su hijo primogénito, Ismail, quien llegó a tener bajo su mando el ejército sevillano. Quizás había heredado de su padre la ambición por el poder, y crecido por sus victorias e instigado por alguien cercano a él y por los propios bereberes, con los que su padre mantuvo una lucha constante, se negó a cumplir la orden de atacar Córdoba que le había sido dada por él, y huyendo de Sevilla pretendía hacerse con Algeciras para crear su propio reino independiente. Fracasado su plan, en principio, al parecer de algunos cronistas, obtuvo el perdón de su padre, mas insistiendo en su deseo de obtener el poder tramó una conspiración para asesinarlo en su propio palacio de Sevilla. Este plan también fracasó y cuando fue detenido Al-Mutadid le dio muerte personalmente.
Otra muestra de su crueldad nos la trazan los cronistas árabes y el mismo Al-Mutadid en estos versos:
“El brillo de las puntas de la lanza de los combates son ahora mis flores; he sembrado esas plantas para que me den espléndidos frutos.
Cuando en una importante batalla me acuerdo de ellas, ese recuerdo me infunde el intrépido movimiento”.
Ellos hacen referencia a la costumbre que tenía de adornar los jardines de sus palacios con las calaveras de sus enemigos. Aunque esta no fue una costumbre solo suya ni ideada por él, otros califas y emires también adornaron sus jardines con esta macabra costumbre. Al-Mutadid también conservaba en un cofre los cráneos de los emires a los que había vencido. Referencias a ello las encontramos en los escritos de Ibn Hayyan y en los de Ibn Bassam, quien dijo que fueron encontrados, aquellos cráneos, por los almorávides cuando conquistaron Sevilla, pensando en un principio que habían descubierto un tesoro.
Circuncisión
En otra ocasión, después de la resistencia que oponían algunas taifas bereberes a ser conquistadas o al menos a someterse a su poder, utilizó la astucia para conseguirlo, astucia que trajo consigo un acto más de su crueldad. Aunque las fuentes cuentan este suceso de diferentes maneras, lo cierto es que como muestra de su reconciliación y signo de paz entre ellos, los invitó a una fiesta que celebraba en uno de sus palacios de Sevilla, con motivo de la circuncisión de algunos de sus hijos. Una vez allí los encerró en un baño, cuya puerta mandó tapiar hasta que murieron asfixiados.
Miniatura árabe del año 1273
A lo largo de su vida, Al-Mutadid, alardeó en muchas ocasiones de ser un gran bebedor, pretendiendo hacer de esta costumbre casi un dogma según estos versos compuestos por él mismo: “Bebe al comienzo de la mañana, mientras miras el esplendor de las margaritas. / Has de saber que eres un pagano si no profesas el trago de la mañana. / La vida es algo insulso, cuando no la calientas con vino”.
Al impío y sanguinario Al-Mutadid sólo se enfrentó el puritanismo y la intransigencia religiosa de Ibn Hazam, filósofo, historiador y poeta nacido en Córdoba. Sus disputas personales en cuanto a temas religiosos y otros, dieron lugar a que Al-Mutadid contrariado por la posición de Ibn Hazam ordenara la quema pública de todas sus obras en Sevilla. Acción que dio lugar a los versos que encabezan este post:
“Dejad de prender fuego a pergaminos y papeles, / y mostrad vuestra ciencia para que se vea quien es el que sabe.”(Ibn Hazm)
Mas no todo fueron victorias para Al-Mutadid, recordemos la que sufrió su ejército en Málaga cuando acudieron en ayuda de los sublevados contra el rey de Granada Badis Ben Habús. Al mando del ejército iba su hijo Muhammad, quien después sería rey de Sevilla bajo el nombre de Al-Mutamid. Pronto se hicieron con la ciudad pero no consiguieron tomar la alcazaba, no obstante se dedicaron a celebrar su victoria, mientras los bereberes avisaban al rey de Granada. Tras su derrota y huída a la ciudad de Ronda, Muhammad, envió una misiva a su padre, temiendo la reacción violenta de este, solicitando su perdón y condescendencia ante el fracaso de su misión: “Me ha cambiado el color, aunque no estoy enfermo. Me han salido canas, pese a que no soy viejo. Estoy muerto, salvo por una chispa de vida que guardo, porque sé que cuando quieres sabes perdonar. / Tu siervo no ha cometido ninguna falta reprobable, y en cuanto se presente ante ti te pedirá perdón. / La culpa la tienen unas gentes llenas de falsedad, que el cumplimiento de tu pacto han traicionado. / Gente cuyos consejos son engaños, cuyo amor es odio y cuya utilidad, cuando actúan, acarrea perjuicio. / Se advierte el odio en sus palabras cuando hablan, y se reconoce el rencor en sus ojos cuando miran.”
Pinturas conmemorativas del traslado del cuerpo, en el monasterio de San Isidoro del Campo, Santiponce (Sevilla)
En el año 1063, y ante los continuos ataques que venía sufriendo el reino sevillano por parte de las fuerzas del rey Fernando I de Castilla desde seis años antes, busco la paz con el mismo a través de un pacto para pagarle parias (un impuesto que pagaban los reinos de taifas para que los reyes cristianos no le atacasen y, además, buscando su protección frente a los ataques de otras taifas o reyes cristianos). Sobre este hecho existen diversas versiones y hasta leyendas. Al parecer en la entrevista que mantuvieron, el rey Fernando no sólo le pidió el pago de las parias sino que además le solicitó le fueran entregados los cuerpos de las santas Justa y Rufina, para llevarlos a León. Es aquí donde surge la leyenda del obispo Alvito de León, quien acompañaba a las huestes del rey Fernando. Después de excavar los solares de varias iglesias cristianas y no encontrar los restos de las dos mártires, se cuenta que Alvito tuvo una aparición o un sueño, en el que un anciano revestido con ornamentos religiosos le decía: “Yo soy Isidoro, arzobispo de Sevilla, y mi cuerpo habrás de llevarte en vez de los que buscas y muy pronto te reunirás conmigo en el cielo”. Tras el mismo y siguiendo las indicaciones que había recibido, excavaron el suelo de la iglesia de San Vicente (otra versión habla de una ermita que existía donde hoy se levanta el monasterio de San Isidoro del Campo, en Santiponce),por aquellas fechas convertida en mezquita, donde apareció en una cripta un ataúd, perfectamente conservado, que contenía el cuerpo del arzobispo sevillano en las mismas condiciones en que fue enterrado. Cuentan que mientras se hacían los preparativos para trasladar el cuerpo encontrado a León, el obispo Alvito murió, cumpliéndose así lo que el anciano le había dicho en su sueño. El rey Al-Mutadid, en su afán de halagar a la comitiva leonesa, se dice que acompañó a la misma hasta la Puerta de la Macarena y allí extendió, sobre el ataúd de san Isidoro, un hermoso manto de brocado con motivos arabescos y exclamó: “Ah, cuánto pierde Sevilla al marcharse de nosotros este venerable cuerpo; porque Isidoro fue tan grande hombre que honra a la ciudad que lo guarde”. Otra versión dice que las palabras pronunciadas fueron: “¡Te vas de aquí, Isidoro venerado! Bien sabes cuán mía era tu gloria, y por ello te ruego que siempre te acuerdes de mí!”.
Vista de Sevilla desde el Aljarafe, grabado de Braun y Hogenberg, siglo XVI
Mientras Sevilla alcanzaba prosperidad económica, la corte destacaba por su nivel de lujo y refinamiento. Numerosas personas provenientes de grupos menos privilegiados se iban aproximando al centro del poder. En ellos destacaron los poetas, que en muchos casos ocuparon puestos privilegiados, llegando a ejercer como embajadores en misiones diplomáticas. Tengamos presente que la poesía imperaba entre los nobles. Los altos personajes se invitaban, se excusaban, se enviaban regalos, o escribían sus propias biografías, siempre utilizando la poesía. Versos en que se comparaban con los astros y la flora. ¡Todo poesía! Poesía en gran parte cargada de hipocresía, pero que, en algunos momentos, deja aflorar los más nobles y extensos sentimientos humanos.
Dejemos aquí algunos ejemplos de aquellos versos, empezando por esta composición en honor del propio Al-Mutadid:
"Sevilla es una novia cuyo esposo es Abbad.
El Aljarafe es su corona y el río, su collar."
Estos otros proceden de un panegírico que su hijo Muhammad, el futuro Al-Mutamid, uno de los mejores poetas de la corte sevillana, le decía:
"¡Oh rey, cuyas manos hacen tacañas a las nubes!
Me has regalado mujeres de blancura y senos bien formados, y caballos de pura sangre árabe.
Eres temido por el castigo, al igual que se espera tu recompensa."
Y de la propia obra de Al-Mutadid, proceden estos otros:
"Ha llegado a ti el ruiseñor cantando con una hermosa voz.
Sus melodías se propagan como el célebre canto de Medina.
Me lleva tras de sí encadenado, como si yo tuviera un ronzal.
Las hojas de los árboles le sirven de cortina cuando canta en las ramas.”
“Bebimos mientras las párpados de la noche se lavaban su alcohol con el agua de la aurora y soplaba una suave brisa, / Un generoso vino añejo como oro puro, con imponente temperamento y delicado cuerpo”.
Al-Mutadid murió a la edad de 50 años y la fecha de su muerte es difícil precisar pues las fuentes se muestran totalmente en desacuerdo con tal hecho. Fue enterrado en el jardín del alcázar de al-Mubarak, el mismo que él había mandado construir, junto a su padre que allí estaba sepultado. Haciéndonos eco de las palabras que el poeta magrebí, al-Husri, escribió en su elogio funebre a Al-Mutadid, digamos: “Ha muerto Abbad, pero queda su generoso descendiente”. Refiriéndose a Al-Mutamid, el rey poeta de Sevilla, cuya corte visitaremos en la próxima entrada, tras nuestro paseo por aguas del Guadalquivir.
“¡Oh Guadalquivir! / ¿Te vi en Cazorla nacer; / hoy en Sanlúcar morir. / Un borbollón de agua clara, / debajo de un pino verde, / eras tú, ¡qué bien sonabas! / Como yo, cerca del mar, / río de barro salobre, / ¿sueñas con tu manantial?” (Antonio Machado)
Continuará. Cuando el pasado se hace presente (9) Al-Mutamid, el rey poeta de Sevilla