El lugar de la antigua Ispal cautivo a Julio César cuando llegó a ella. Reforzó y amplió sus murallas y la convirtió en la capital de la Hispania Romana y la llamó "Colonia Julia Romula Hispalis" (la pequeña Roma). Hace unos días llegué a comprender esa atracción que Sevilla despierta en quienes no han nacido en ella. Mi hijo Nizar, de ocho años de edad, nacido en Gaza, defendía que él era sevillano y no gazatí, y lo hacía con estas palabras:
"Yo fui sembrado en un huerto sevillano, y ese huerto fue cuidado para que yo naciera. ¡Qué más da el lugar donde lo hiciera! Pues uno no es de donde nace, ni siquiera de donde pace, como algunos dicen. Uno es originario de aquel huerto donde fue plantado. En mi caso, es sevillano, por lo que yo soy sevillano por los cuatro costados."
Sevilla, una ciudad configurada por sus mitos y leyendas. Tanto unos como otras tienen mucha relación con la historia, aunque existan grandes diferencias entre sí. Los mitos y las leyendas llevan implícito aquello que no ha sido inventado, algo que se transmite desde el amanecer de la historia y que se deformó, y los hechos se convirtieron en prodigios, como ocurre con la fundación de Sevilla, como hemos visto y veremos con otros hechos de su historia. Pero todos ellos tienen una realidad que los conforma en su localización y sus personajes. El conocimiento de su conjunto nos puede ayudar a comprender la complejidad de su biografía, marcada por todos los hechos en ella acontecidos desde lo más remotos tiempos de su nacimiento.
Datos históricos son que en la batalla de Alalia (colonia griega al Este de Córcega) ocurrida sobre el año 538 a.C., los griegos sufrieron una gran derrota frente a los cartagineses, lo que vino a marcar su expansión por el Mediterráneo y sus relaciones con los pueblos del valle del Guadalquivir, dando paso al dominio cartaginés.
Reproducción pictórica de la ciudad de Cartago
Los cartagineses eran un pueblo de origen fenicio que en el año 814 a.C. (según la tradición) y procedentes de Tiro, ocuparon un territorio en las costas del norte de África (en la actual Túnez) donde fundaron Cartago, que a lo largo de los años se convirtió en la capital de un imperio colonial marítimo.
Representación gráfica de las rutas marítimas cartaginesas
El lugar en que se asentaron era el perfecto para el desarrollo del mismo, por una parte se aseguraban el abastecimiento de los productos agrícolas procedentes de sus territorios interiores, aquellos que más tarde se convirtieron en el “granero” del Imperio Romano. Y por otro lado estaba muy cerca de las dos rutas marítimas más importantes de aquella época. La ruta este-oeste, de las ciudades fenicias a Hispania, y la ruta norte-sur que la conectaba con las grandes urbes de Sicilia, Etruria, Grecia y Corinto. Aquel comercio le permitió la gran expansión que le llevó a convertirse en la primera potencia económica y militar en el Mediterráneo occidental.
Representación pictórica de Estrabón
Bien conocida era por ellos la riqueza que encerraban los territorios del valle del Guadalquivir, sobre todo la calidad de las exportaciones de los productos de estas tierras, aquellos de los que Estrabón, en su obra “Geografía”, describió: “De Turdetania se exporta trigo, mucho aceite y vino, este último no solo en cantidad, sino de calidad insuperable”. Mientras que, por otro lado, allí se encontraban los yacimientos de minerales tan necesarios para la fabricación de sus armas, así como el oro y la plata tan codiciados.
Restos arqueológicos de una vivienda turdetana expuestos en el Museo y Centro de Interpretación de la ciudad de Carmona, en su sala dedicada a los turdetanos
El ocaso del reino de Tartessos dio paso, en Sevilla, a la que se conoce como época turdetana. Pocos vestigios quedan de aquella época, debido fundamentalmente a la expansión que tuvo la ciudad en épocas sucesivas, y a la imposibilidad de llevar a cabo, hoy día, excavaciones arqueológicas en la zona que debió ocupar. Pero sobre la década de los sesenta del siglo pasado, a raíz de unas obras en la Cuesta del Rosario, se encontraron algunas monedas y pequeños restos de cerámica, así como los de una vivienda turdetana construida con muros de mampostería unidos con barro y argamasa.
La referencia histórica de los cartagineses en Sevilla la encontramos en un tratado firmado por Cartago y Roma en el año 384 a.C., en el que se acordaba que la Península Ibérica era zona de influencia cartaginesa. Pero no es hasta el año 237 a.C. cuando los cartagineses emprenden la conquista de la ciudad. Fue Amilcar Barca quien, junto a su yerno Asdrúbal el Bello y su hijo Anibal, tras la conquista de Gadir (Cádiz), remontaron el río hasta el valle del Guadalquivir, donde entablaron luchas contra los caudillos turdetanos Istolacio e Indortes.
Diodoro Sículo y una página de su obra “Bibliotheca Historica”
La batalla fue dura pues los turdetanos habían construido murallas de piedras y barro, trabado con palos, de gran resistencia. En esta batalla apareció por primera vez en España el terrible ariete, máquina militar que permitía derribar las murallas golpeándolas en sus esquinas. Los turdetanos fueron derrotados e Istolacio, tras ser torturado, fue crucificado. Diodoro Sículo, historiador griego del siglo I a.C., en su obra “Bibliotheca Historica”, narra así su muerte: “Luchando (Amílcar) contra los íberos y los tartesios, con Istolacio, general de los celtas, y su hermano, dio muerte a todos, entre ellos a los dos hermanos, con otros sobresalientes jefes, y alistó a sus propias órdenes tres mil, que había apresado con vida.”
Ariete
Abramos un pequeño paréntesis en esta historia de Sevilla para dejar constancia de algunos aspectos de los cartagineses y sus generales, que tanto influyeron en el desarrollo de la historia de aquella época por su enfrentamiento a Roma. El ariete es un arma de asedio de origen griego, y perfeccionada por los cartagineses, usada para derribar las defensas fortificadas de las ciudades. En su forma más simple era sólo un tronco de árbol grande y pesado, cargado por varias personas e impulsado con fuerza contra las murallas o puertas. Normalmente llevaba incorporado, en el extremo que golpeaba, la figura de una cabeza de carnero.
Representación pictórica de Hanón el grande
La derrota de Cartago por Roma en la I Guerra Púnica (264-241 a.C.) significó, junto con la pérdida de Sicilia y Cerdeña, el desmembramiento de todo el entramado comercial sobre el que había descansado el comercio de Cartago en Occidente. A los cartagineses únicamente le quedaban dos alternativas: o convertir a Cartago en una potencia africana basada en la explotación de los recursos locales, como proponía la facción de Hanón II el Grande, o sustituir los antiguos elementos de control indirecto por la conquista de los territorios cuyas materias primas se necesitaban, como proponía Amílcar Barca, cuya tesis triunfó.
Composición gráfica del busto de Amílcar Barca sobre fondo del ejército cartaginés
Amílcar Barca (275-228 a.C.), general y caudillo cartaginés que jugó un importante papel en la dirección de los asuntos políticos y militares de Cartago durante el siglo III a.C. Destacó, militarmente, durante la última etapa de la Primera Guerra Púnica contra los romanos, encabezando una exitosa guerra de guerrillas en Sicilia. Vencida Cartago en el año 241 a.C., y tras el tratado de paz firmado, Amílcar, se retiró a África. Estuvo al frente del ejército de Cartago en la guerra contra los mercenarios que habían luchado bajo el estandarte cartaginés durante la Primera Guerra Púnica. Las pérdidas económicas y navales obligaron a Cartago a la colonización de nuevos territorios, lo que dio origen a la conquista de la Península Ibérica. Una de cuyas acciones, como hemos visto, fue la toma de Sevilla. Durante varios años, consolida los cimientos de lo que sería la nueva potencia cartaginesa a partir de la riqueza de los nuevos territorios conquistados, y sus acciones pueden ser seguidas a través de los historiadores Polibio y Diodoro de Sicilia, entre otros. Aplicando una política de trato con los indígenas de dureza o diplomacia, según las circunstancias, estableció alianzas con los pueblos nativos y aprovechando los ricos yacimientos mineros y las materias primas de la zona. Además de reforzar su ejército con mercenarios indígenas. Continuó la penetración por el este de Andalucía llegando a un punto de la costa que se supone en torno de la ciudad de Alicante, donde fundó una base militar cuyo nombre, transcrito en griego por Diodoro, fue Akrá Leuké (el promontorio blanco). En un lugar incierto de esta zona, denominado en las fuentes Eliké (la localización de esta ciudad ha dado origen a diversas teorías) pero con frecuencia se ha identificado con Elche (la Ilici romana), tuvo lugar su última batalla. Amílcar, sitiaba la ciudad de este nombre cuando fue atacado por lo pobladores indígenas, que según la tradición, utilizaron el sistema de lanzar contra los cartagineses bueyes cargados con teas encendidas. En la retirada, Amilcar, perseguido, intentaba atravesar un río a caballo y murió ahogado. Fue un militar de grandes condiciones, si bien su principal fama póstuma deriva de haber sido padre de Aníbal. Amilcar sería sucedido en el mando por su yerno, Asdrúbal el Bello.
Busto de Asdrúbal el Bello, erigido en la ciudad de Cartagena (Murcia) España
A fin de consolidar su situación en el senado de Cartago, Amílcar había dado a una de sus hijas en matrimonio a Asdrúbal el Bello, denominado así por su buena presencia física, lo que significó la unión de dos de las familias de mayor influencia entre los cartagineses. A la muerte de Amílcar Barca, sus hijos eran de corta edad, y Cartago decidió entregar el mando del ejército de la Península Ibérica a su yerno Asdrúbal. En sus relaciones con los pueblos indígenas de la zona prefirió la vía de la diplomacia. Siguiendo las costumbres de la época para llevar a cabo este tipo de relaciones, exigió la entrega de rehenes por parte de los pueblos iberos bajo su control, como forma de asegurarse la sumisión de sus lugares de origen. En 227 a. C., cerca de la antigua población ibérica de Mastia, fundó la importante ciudad y base naval de Qart Hadasht, que los romanos llamarían posteriormente Carthago Nova, la actual Cartagena. En 226 a. C., ante la continua expansión del poderío cartaginés en la Península Ibérica, dos importantes ciudades bajo la influencia griegas, Ampurias y Sagunto, recurrieron a Roma, que trató de delimitar el área de influencia cartaginesa. El acuerdo, conocido como Tratado del Ebro, limitaba la esfera de influencia cartaginesa al Sur del río Iberus (el río Ebro en la actualidad). Asdrúbal hubo de aceptar el acuerdo, debido a que el dominio cartaginés no estaba aún lo suficientemente consolidado como para hacer peligrar su expansión en un prematuro conflicto. Asdrúbal estuvo al frente de los cartagineses apenas siete años, pues fue asesinado en 221 a. C., a manos de un esclavo del rey Tagus, que vengó con este acto la muerte previa de su señor. El sucesor de Asdrúbal el Bello sería su cuñado e hijo de Amílcar, Aníbal Barca.
Composición realizada con la representación de Aníbal, obra de Francois Girardon realizada en 1704, que se encuentra en el Patio Puget del Louvre. Anibal aparece contando los anillos romanos tomados en la batalla de Cannas (216 a.C.) representación que se utiliza para el fondo de este montaje.
Aníbal Barca (247-183 a.C.), hijo mayor de Amílcar Barca. Su nombre (en fenicio “Hanni-ba’al”, significa “quien goza del favor de Baal”) en tanto que Barca, que no es apellido sino un apelativo utilizado para distinguirlo, entre los cartagineses, de otros con el mismo nombre (en fenicio “Barqa”, significa “rayo”). Asumió el mando del ejército cartaginés a raíz del asesinato de su cuñado Asdrúbal, en el 221 a.C., cuando apenas contaba 25 años de edad. Elegido por el ejército, este mando fue posteriormente confirmado por el senado de Cartago, pese a la oposición del gran opositor de su padre Hanón el Grande. Al frente del ejército cartaginés, lo primero que hizo fue consolidar el poder de Cartago sobre tierras hispánicas, donde, a lo largo de dos años, confirmó sus hábiles dotes en el campo de batalla, algo que ya había mostrado al frente de la caballería cuando su cuñado Asdrúbal, comandaba el ejército cartaginés.
Aníbal, considerado como uno de los mejores generales de la historia antigua, puso en jaque a la República de Roma, en donde fue considerado como el enemigo más grande y peligroso al que se había enfrentado. Su vida se cruzó con la de otro destacado general, Publio Cornelio Escipión (el Africano), el único que fue capaz de derrotarlo en la batalla de Zama (19 octubre 202 a.C.). Las fuentes que escribirían sobre su biografía, todas ellas de historiadores romanos, (Tito Livio, Polibio, Cornelio Nepote, Valerio Máximo, etc) fueron extremadamente crueles con el héroe de Cartago. Pero como suele decirse en estos casos: la historia está es el testimonio de los vencedores, lo que desvirtúa su imagen. Como la falsedad del juramento que, siendo Aníbal un niño, su padre Amílcar le ordenó realizar ante el dios Baal, de mantener odio eterno a los romanos. O las calumnias de Valerio Máximo cuando narra que un día, Amílcar observando a sus hijos jugar a las peleas, había exclamado: “¡He aquí a los leones que he creado para la ruina de Roma!”. De hecho los acontecimientos demuestran que el propio Aníbal, y sus hermanos menores, combatieron, única y exclusivamente, por la supervivencia de Cartago.
Representación gráfica de Aníbal a las puertas de Roma
Para poder entender por completo la figura de Aníbal, de quienes estamos acostumbrados a contemplar sólo sus hazañas militares, hay que aproximarse a su formación humanística. Aún procediendo de una ciudad semita, su educación fue netamente helenística. Iba casi siempre acompañado por sus mentores e historiadores helenos: Sosilo, un griego nativo de la colonia sícula de Kale Akté, y Sileno, de la vieja Esparta. La trayectoria de Alejandro Magno, personaje al que admiraba, influye en gran manera en sus actitudes políticas. Aníbal busca un equilibrio de fuerzas, sus acciones van encaminadas (tras la conquista y sometimiento de las tierras y los pueblos del sur y la costa oriental de Hispania) a la protección de los intereses comerciales de Cartago. Es posible así entender que, estando a las puertas de Roma (tras haber cruzado los Pirineos y los Andes, estos en pleno invierno, y después de sus triunfos sobre las legiones romanas en las batallas de Tesino, Trebia y Trasimeno a lo largo del 218 a.C.), tras la batalla de Cannas en agosto del 216 a.C., Aníbal decidió no proceder a la ocupación o destrucción de Roma, defendida en aquellos momentos por las milicias urbanas formadas por aquellos ciudadanos que no estaban en condiciones para combatir en el frente, y decidió dar descanso a sus soldados. ¿Qué hubiera significado aquella destrucción para la historia de la civilización occidental? Mas, Aníbal, educado en las ideas helenísticas, admiraba la cultura y el arte, y Roma estaba llena de ambos.
Representación gráfica del asedio a la ciudad de Cartago
Tito Livio en su obra (narración novelada especialmente en lo que respecta a los diálogos) se refiere en aquellos momentos a la figura del comandante de caballería cartaginés quien se dirige a Aníbal en los siguientes términos: “Al contrario –no des descanso todavía a los soldados-, para que sepas lo que se ha jugado en esta batalla, dentro de cinco días celebrarás un banquete en el Capitolio. Sígueme, yo iré delante con la caballería para que antes se enteren de que vamos a llegar”. Ante el no rotundo de Aníbal, el oficial, extraordinariamente decepcionado, le amonestó con esta aseveración: “La verdad es que los dioses no se lo conceden todo a una misma persona. Sabes vencer, Aníbal, pero no sabes aprovechar la victoria”. Ya hemos comentado que la figura de Aníbal y su trayectoria está descrita por historiadores romanos, lo que hace presumirla ciertamente tendenciosa y condicionada. Lo cierto es que el tiempo demostraría que Aníbal no fue un exterminador, ni mucho menos, y que si no redujo a polvo y cenizas a la “Ciudad Eterna”, es porque era un hombre culto y sabio. No puede ponerse en duda que aquello formase parte de un plan predeterminado para someter a sus enemigos al rango de provincia, pero parece claro que ni aún en el peor de los casos el más célebre de los generales cartagineses habría actuado como posteriormente, durante la III Guerra Púnica (149- 146 a. C.), lo harían los romanos espoleados por el famoso discurso del político Catón el Viejo. Sus palabras:
Marco Poncio Catón (El Viejo)
“Ceterum, ceseo Carthaginem esse dependam” (“Por lo demás, pienso que Cartago debe ser destruida”), acabarían desembocando en una confrontación desigual entre los dos eternos enemigos que provocaría la ruina de la ciudad de Cartago. Los romanos masacraron a la población, saquearon sus hogares, destruyeron sus edificios y templos, y sembraron de sal sus tierras para que nada volviera a crecer allí. Años después aquel territorio declarado maldito, ahora con el apelativo de Colonia Iulia, se convertía en la colonia más productiva de todas las de su Imperio Occidental.
Puerta de Sevilla en Carmona, con las representaciones gráficas de lo que debió ser la fortaleza que los cartagineses erigieron.
Retomemos la historia de Sevilla en el momento en que la dejamos, cuando Amílcar Barca, al frente del ejército cartaginés, tras siete años de guerra consigue que los turdetanos cedan ante el poder cartaginés. Durante esta época, los cartagineses, levantaron la fortaleza de Carmona, que aún hoy se puede verse parte de ella, constituyendo así el testimonio más antiguo de construcción militar existente en la península, y que nos sirve como modelo de lo que debió ser la de Sevilla.
Talla realizada sobre madera representando a un elefante arrastrando troncos
Sevilla mantuvo su prosperidad durante este dominio, y sus habitantes mostraban ya su capacidad para adaptarse a las nuevas culturas que a ella llegaban, y beneficiarse de todo aquello que era útil y provechoso de ellas. La dominación cartaginesa trajo a Sevilla mejoras importantes, sobre todo en lo relacionado con la navegación por el Guadalquivir, así como la construcción de las primeras carreteras que sustituyeron a los antiguos caminos campestres. Introdujeron el elefante como animal de trabajo, y a Asdrúbal se debe la primera instalación de remonta en Sevilla. Pero diversas circunstancias hicieron que se malograra lo que hubiera sido un evidente progreso para el desarrollo de su economía.
Dibujos sobre la figura del recortador
La vida transcurría con cierta normalidad. Los jóvenes se divertían con una actividad que, posteriormente, sorprendió a los romanos: la esquiva del toro marismeño con ágiles quiebros de cintura. Esta tradición continuó a lo largo del tiempo, llegando a nuestros días, en los que se les conoce con el nombre de recortadores.
Castañuelas de madera
Las muchachas interpretaban sus danzas con los pies desnudos adornadas con aretes de plata, y al son de las castañuelas. Desde sus inicios, en los pueblos mediterráneos el sistema de percusión ha sido un elemento común y tradicional de la música popular. De esta manera, las castañuelas, probablemente de origen fenicio, son un ejemplo de ello. Baile e instrumentos que mantendrá su estilo bastante tiempo después de la dominación romana.
La guerra entre Cartago y Roma afectó directamente a la paz y prosperidad de estas tierras. Ante los problemas que se le presentaron al ejército cartaginés, que debía acudir a otros frentes, los turdetanos se sublevaron contra ellos. Motín que tuvo que ser sofocado por Asdrúbal, y durante estos enfrentamientos, Sevilla sufrió los efectos de la guerra, algunas de sus viviendas fueron incendiadas y parte de su población sacrificada.
Columnas romanas de granito en la calle Mármoles
La llegada de los romanos a la Península Ibérica marca el comienzo de una nueva época para Sevilla de desarrollo y prosperidad, a lo largo de varias centurias, que definió claramente su talante vital y sus peculiaridades culturales. Por eso, en muchos casos, resulta incomprensible que se trate de destacar la importancia de los árabes, por encima de otras, en la conformación cultural de esta tierra. Si bien es cierto que ellos dejaron aquí grandes signos de su cultura, no se puede olvidar que de la romana, que ya existía aquí con rasgos propios, ellos tomaron bastantes cosas.
Busto de Publio Cornelio Escipión (el Africano), sobre fondo del ejército romano
Todo hace pensar que los romanos llegan a estas tierras sólo con el fin de enfrentarse a los cartagineses, sus grandes enemigos, pero como había ocurrido en ocasiones anteriores con otros visitantes, y volvería a repetirse a lo largo de la historia, la veracidad y la riqueza que contiene les decidieron a asentarse en ella. La primera referencia que se tiene de su presencia es del año 206 a.C., cuando se produce la batalla de Ilipa en la que el ejército romano, bajo el mando de Publio Cornelio Escipión (el Africano), vence a los cartagineses que conformaban la defensa de estas tierras, y entra victorioso en Sevilla.
Más adelante tendremos la oportunidad de visitar y conocer a través de estas líneas los restos arqueológicos de aquella ciudad, ahora continuaremos con nuestra historia. Hispalis, en donde pocos romanos se quedaron a residir, volvía a ser una ciudad en continuo movimiento por las actividades mercantiles y portuarias. A lo largo de los años ganaría en importancia al formar parte del gran imperio romano en el que el comercio era de suma importancia. Si bien la romanización de la ciudad no planteo graves problemas, sí lo hizo las luchas internas por el poder que se originaron en Roma. Entre los años 91 y 89 a.C., los enfrentamientos entre Cayo Mario y Lucio Cornelio Sila, afectarían a Sevilla. Quinto Sertorio que había sido tribuno de los soldados en la Bética, y en el 83 a. C. era pretor de las fuerzas romanas de la Hispania Citerior, perdió su calidad de tal cuando Sila se apoderó de la ciudad de Roma y nombró a Cayo Valerio Flaco como gobernador de la Citerior, por lo que Sertorio se convirtió en un rebelde que dirigió la lucha contra el dictador y con la idea de alcanzar una posible independencia con respecto a Roma. Soliviantó a sus habitantes, al igual que hizo en otras zonas, contra la dictadura de Sila. Tras varios años de operaciones militares organizadas por el Senado romano, todo acabó en una batalla en la vega de Triana. Las tropas hispalenses fueron vencidas y severamente castigadas.
Miguel de Cervantes y el diseño del túmulo a Felipe II
Julio César, muy vinculado posteriormente a Sevilla, la Hispalis que él conoció, llegó a ella en el año 69 a.C. en calidad de “cuestor” (Delegado de los cónsules para cuestiones civiles y militares, entre las que se encontraba el cobro de los tributos impuestos a los pueblos vencidos o aliados). Tal vez fue en esa ocasión cuando sintió los buenos influjos que de ella emanan y que configuran la idea de “ciudad deseada”, con su mágica luz, su aire perfumado con aromas de jazmín y de azahar. Aquella que a Miguel de Cervantes, en su soneto al túmulo del rey Felipe II en Sevilla, le hizo exclamar: “¡oh gran Sevilla, Roma triunfante en ánimo y grandeza”.
Figura de César sobre un fondo de la muralla de Sevilla
Centrándonos en la figura de Julio César, quien había nacido en Roma el 15 de julio del año 100 a.C., una vez cumplido su periodo como cuestor regresa a Roma. Su azarosa vida y su gran oratoria le crean, en aquella ciudad, adeptos y enemigos a la vez. En el año 61 a.C. es nombrado gobernador de la Hispania Ulterior, lo que le permite retornar a Hispalis, aquella ciudad que le había atraído en su época anterior. Durante este mandato desarrolló una política favorable para la ciudad y se ganó la amistad y la admiración de sus habitantes.
Cneo Pompeyo Magno
Una nueva guerra civil en Roma marcaría el devenir de la historia de Sevilla. Entre los años 49 y 45 a.C., se declaró un conflicto que se conoce como la Segunda Guerra Civil de la República Romana. Julio César ya gozaba de gran popularidad entre la plebe y el ejército, derivada de sus victorias en las Galias. Sus enemigos trataron de que fuera destituido de su mando de las legiones, lo que le llevó a un enfrentamiento con la facción liderada por Pompeyo Magno (quien se había destacado por sus acciones en Oriente, entre las que se encontraba el dominio sobre los judíos y la captura de Jerusalén). Tras una serie de batallas desarrolladas en el suelo de Italia, César decidió atacar a los partidarios de Pompeyo en Hispania, donde este tenía bastantes partidarios de su época de la guerra con Sertorio. Sevilla se decantó a favor de César, ya que no olvidaba los beneficios y las exenciones fiscales que le había otorgado en su época de gobernador.
Batalla entre romanos
En las fuerzas pompeyanas pronto se originó la deserción de una de sus legiones que buscaron refugio en Sevilla, donde fueron acogidos y se les proporcionó alimentos y alojamiento. El resto de las tropas de Pompeyo comenzaron a desmantelarse. La victoria de César fue completa. Sevilla se convirtió así en un paso importante en su camino hacia el poder, algo que nunca olvidaría. En el 49 a.C., solucionado el problema pompeyano volvió a Roma. Al frente de la administración de la provincia dejó a un tribuno cuya mala gestión y trato con la población, hizo posible que los habitantes de Hispalis y otras ciudades de la Bética se alinearan a favor de los hijos de Pompeyo cuando formaron un ejército para oponerse a Julio César, quien de nuevo se ve en la necesidad de acudir a la Bética para dirigir la que sería su última campaña militar: la batalla de Munda (17 de marzo del 45 a.C.), cerca de Osuna (Sevilla).
Antigua imagen de la Puerta de Jerez y reproducción de la lápida que en ella estaba ubicada
A raíz de aquella batalla, en un cerco que tuvo que poner a la ciudad de Sevilla, demostró el cariño que tenía por ella al no atacarla directamente y esperar a que los lusitanos, que habían acudido a reforzar la guarnición de la ciudad, emprendieran la retirada para atacarlos. César fue asesinado el 15 de marzo del 44 a.C., pero antes de su muerte de nuevo demostró su gran afecto hacia Sevilla. En el mismo año 45 a.C. le confirió el estatuto mediante el cual sus habitantes se convirtieron en ciudadanos romanos de pleno derecho. Y pasó a denominarse “Colonia Iulia Romula Hispalis” (“Iulia” por su propio nombre Julio, y “Romula” (pequeña Roma) en honor a ella). Así como ordenó la ampliación de su perímetro y la construcción de una muralla, lo que convirtió a Sevilla en una ciudad fortificada. Como nos lo recuerda la lápida que se encontraba colocada junto a la Puerta de Jerez, derribada en 1864, con la traducción de unos versos latinos sobre la leyenda de Sevilla, con este texto: “Hércules me fundó / Julio César me cercó / de muros y torres altas / El rey Santo me ganó / con Garci Pérez de Vargas”.
Continuará........Cuando el pasado se hace presente (4)