“Todo lo olvidaré menos
aquella madrugada junto al Guadalquivir, cuando estaban en las naves como muertos
en sus fosas.
Las gentes se agolpaban
en las dos orillas, mirando cómo flotaban aquellas perlas sobre las orillas del
río.
Caían los velos, porque las vírgenes no se cuidaban de cubrirse, y se desgarraban los rostros como otras veces los mantos.
Llegó el momento, y ¡qué tumulto de adioses, qué clamor el que a porfía lanzaban las doncellas y galanes!
Partieron los navíos, acompañados de sollozos, como una perezosa caravana que el camellero arrea con su canción.
¡Ay, cuántas lágrimas caían al agua! ¡Ay, cuantos corazones rotos se llevaban aquellas galeras insensibles!”
Caían los velos, porque las vírgenes no se cuidaban de cubrirse, y se desgarraban los rostros como otras veces los mantos.
Llegó el momento, y ¡qué tumulto de adioses, qué clamor el que a porfía lanzaban las doncellas y galanes!
Partieron los navíos, acompañados de sollozos, como una perezosa caravana que el camellero arrea con su canción.
¡Ay, cuántas lágrimas caían al agua! ¡Ay, cuantos corazones rotos se llevaban aquellas galeras insensibles!”
Son los versos que el
reconocido poeta, Ibn al-Labbana, de la corte de Al-Mutamid, escribió en su
elegía de los Abadias, para describir el momento en que los sevillanos veían
embarcar a su rey y su familia rumbo a su destierro.
“Nada se puede hacer
contra el destino cuando llega su tiempo, y todo tiene su plazo y lugar de
muerte señalado.
Antes los poderosos abasíes fueron desposeídos; antes Bagdad fue desolada que Sevilla”.
Antes los poderosos abasíes fueron desposeídos; antes Bagdad fue desolada que Sevilla”.
Hace aquí el poeta una
comparación del fin del califato abasida en Bagdad, ocurrido con anterioridad,
con el fin de los abadíes en el reino de Sevilla.
Torre del castillo de Aledo (Murcia), en la actualidad.
El desmoronamiento de
los reinos de taifas comenzó prácticamente a raíz de la presencia de los
almorávides para apoyarles en la batalla de Sagrajas, presencia que había sido requerida por algunos de los reyes de taifas para hacer frente a los ejércitos de Alfonso VI. Tras la marcha de Yusuf
ibn Tasufin, el emir almorávide, al Magreb, las intrigas, las rivalidades y sus
desavenencias, así como algunas alianzas con los cristianos, marcaron
claramente las relaciones entre los distintos reyes y reyezuelos de aquellas
taifas. En relación a Sevilla, Al-Mutamid, en principio, dejó de pagar las
parias al rey Alfonso VI, lo que significó que los castellanos incrementaron
sus incursiones sobre el territorio sevillano.
Hacia el año 1088, el
ejército sevillano sufrió una severa derrota, frente a un pequeño contingente
cristiano, en las cercanías de Lorca. Hacia este mismo año, los castellanos
tomaron el castillo de Aledo, una fortaleza de la que se tiene constancia en
las fuentes musulmanas desde el año 896, que fue construida a raíz de la
expedición que realizaron contra los rebeldes sublevados de la cora de Tudmir.
Este castillo-fortaleza se alzaba sobre un macizo escarpado en una situación
estratégica desde la que se podía vigilar un amplio territorio y el pasillo de
comunicación entre las tierras del reino de Granada y el Levante. En la
actualidad aún se conserva la torre de aquella fortaleza (Torre del Homenaje)
obra posiblemente del siglo XI, de planta cuadrada. Tiene tres pisos, en el
tercero conserva vanos de arcos apuntados y en el resto de los pisos se abren
pequeñas saeteras. Está rematado por almenas, y desde ellas, en días claros,
se llega a contemplar la costa mediterránea.
Desde este enclave los
ejércitos del rey Alfonso VI lanzaban continuas incursiones contra el levante
de Al-Andalus. Estos ataques contra el territorio sevillano, más la rebelión
del que desde 1080 era gobernador de la plaza de Murcia, Ibn Rasiq, parece ser
que fue lo que movió a Al-Mutamid a solicitar de nuevo la ayuda del emir Yusuf
ibn Tasufin, para hacer frente a los cristianos.
Una vez más las
crónicas árabes son dispares y contradictorias al narrar los hechos acaecidos
en torno a esta llamada de Al-Mutamid y al comportamiento del mismo a la
llegada de Yusuf ibn Tasufin a Algeciras, lo mismo ocurre cuando los
historiadores proponen diversas fechas para lo que se convirtió en el sitio de
Aledo, aunque la más probable fuera la del otoño de 1088. El sitio de Aledo se
prolongó durante varios meses, cuatro al decir de algunos cronistas, pero sólo
sirvió para demostrar las intrigas y desunión de las fuerzas musulmanas de los
reinos de taifas. Ante la posible llegada de refuerzos de tropas de Alfonso VI
en defensa de los sitiados, y, tal vez, el temor a que algunos de los reyes de
taifas pudieran unirse a los castellanos, Yusuf ibn Tasufin levantó el asedio y
con sus fuerzas almorávides se retiró al Magreb, alegando que la desunión de
los reyes de taifas era la causa de su retirada, aunque es posible que, en
realidad, lo que estuviera pensando era en la conquista de Al-Andalus para
extender sus dominios desde el Magreb, territorio que no le ofrecía las
posibilidades y riquezas que había observado en Al-Andalus.
De nuevo las crónicas
sobre el fin de los reinos de taifas están desfiguradas, son parciales, en
algunos casos escritas muchos años después, y son hasta contradictorias. Al
parecer el emir granadino, Abd Allah ibn Ziri, según su propio relato, se vio
obligado a pagar las parias que el rey Alfonso VI le exigía de nuevo. Este hecho,
más una nueva solicitud de ayuda por parte de Al-Mutamid, para defender el
territorio sevillano frente a los ataques castellanos, hizo cruzar de nuevo el
estrecho a Yusuf ibn Tasufin al frente de su ejército de almorávides. El 10 de
septiembre de 1090 tomaron Granada, para a continuación hacerse con Málaga,
tras derrocar a Tamin, hermano de Abd Allah ibn Buluggin, que reinaba en aquella
plaza. Ambos régulos fueron desterrados al Magreb, en concreto a Agmat, cerca
de la capital de Marraquech.
Dos imágenes que nos recuerdan la figura de Álvar Núñez, a la izquierda
estatua erigida en Burgos, a la derecha escultura de Luis Sanguino en Guadalajara.
Al parecer, es en este
momento, tras la toma de Granada, cuando Al-Mutamid se da cuenta de los
verdaderos objetivos de Yusuf ibn Tasufin, y se retiró a Sevilla bajo el
pretexto de que temía un ataque de los cristianos en sus fronteras. Quedaron
las fuerzas almorávides en Al-Andalus bajo el mando de Sir Ibn Abi Bark,
sobrino de Yusuf ibn Tasufin quien regresó a Marraquech.
En la primavera del año
1091, los almorávides comenzaron a conquistar el reino de Sevilla. Ni la ayuda
prestada por las fuerzas castellanas de Alfonso VI, al mando de Álvar Fáñez,
lograron impedir el avance de los almorávides. Álvar Fáñez, uno de los más destacados
capitanes del ejército castellano, personaje fundamental en la lucha contra los
musulmanes, mas ha sido históricamente relegado y es poco conocido. Era primo
hermano, al parecer por parte de padre, del El Cid, cuya figura eclipsaría en
la historia la de aquel.
Tras la derrota del
ejército castellano en la batalla que libraron frente a los almorávides en las
cercanías de Almodóvar, estos incrementaron su presión sobre el territorio
sevillano y fueron conquistando las localidades del mismo. Tras la toma de Jaén
y Córdoba, esta última gobernada por Abu Nasr al-Fath al-Mamum, hijo de
Al-Mutamid, cuya fecha de conquista varía según los cronistas que la narren (26
de marzo, 21 de julio o 19 de agosto de 1091) y en cuya defensa murió su
gobernador a quien su padre había instado a defenderla hasta las últimas
consecuencias. Ibn Buluggin, lo cuenta así: “A Al-Mutamid le preocupaba mucho
la suerte de Córdoba, y esperaba seguir resistiendo, si ella se mantenía firme.
Por eso había aconsejado a su hijo que aguantase el asedio: “No pierdas tu
valor –le decía-, porque la muerte es más llevadera que la humillación, y un
soberano no debe salir de su alcázar más que para ir al sepulcro”. La toma de
Córdoba hizo caer por tierra todas sus esperanzas”.
Tras la conquista de
Carmona el 9 de mayo de 1091, el ejército almorávide comenzó el asedio a
Sevilla. Asedio que se prolongó durante varias semanas, y sólo con la llegada
de Sir Ibn Abi Bakr con, al decir de algunos cronistas, refuerzos del ejército
del rey de Badajoz, fueron capaces de conquistarla. Todas las crónicas árabes
recogen el ardor y la valentía que Al-Mutamid y sus súbditos leales pusieron en
la defensa de la ciudad. Al-Marrakusi, en su crónica, dice:
“Pero las personas
leales al juramento de fidelidad, de sincero afecto [a los Abadíes],
resistieron firmemente hasta que llegó el domingo 21 de rayad (8 septiembre)
del citado año, día en que ocurrió el más grave suceso y la magna calamidad. Se
cumplió el imperativo. Fue demasiado tarde para componendas. Se entró en la
ciudad por el río y fueron alcanzados ciudadanos y campesinos. Después de que
se distinguieran los dos bandos en la lucha y se esforzaran en el encuentro, se
mostró en la defensa de Al-Mutamid que Dios se apiadó de él y de su valor, pues
se lanzó en persona a la muerte y [demostró] lo que no puede sobrepasarse y lo
que nadie está dispuesto a hacer”.
Abd Allah ibn
Buluggin, el último emir ziri de Granada, hace referencia a la resistencia de
los sevillanos y la brutalidad de los almorávides en la toma de Sevilla: “Murió
mucha gente en el asalto y ni siquiera fueron respetadas las mujeres, porque no
se pudo refrenar la furia de los soldados por la resistencia que opuso la gente
de Sevilla a favor de su rey. El mismo Sir, asombrado del celo que veía poner a
los sevillanos en el combate, llegó a decir: Si hubiera querido tomar una ciudad cristiana, seguramente no me habría
opuesto tamaña resistencia.”
Tras la rendición de
Al-Mutamid, después de la muerte de su hijo Malik, los soldados almorávides
entraron en las casas saqueando y robando todo lo que encontraban a su paso;
los hermosos palacios de Al-Mutamid fueron devastados. Y este, junto a su eposa
Rumaykiyya y algunas de sus concubinas, más sus hijos menores, fueron apresados
y desterrados. Comenzando un largo peregrinaje forzoso que le llevó a Tánger y
a Mequinez para acabar en Agmat. De aquel peregrinaje nos quedan unos versos que
Al-Mutamid dirigió a su hijo al-Rasid en respuesta a otros que este le había
mandado, en los que el rey se lamenta de su situación, según la traducción de
Miguel Hagerty:
“Yo era aliado del
rocío, amo de la generosidad, amigo de las almas y de los espíritus.
La mano derecha era
generosa el día de los regalos y un azote que mataba el día del combate.
La izquierda cogía las
riendas de los corceles para echarse al campo de las lanzas.
Hoy soy rehén, cautivo
de la pobreza, enfermo, un frágil pájaro de alas rotas.
No puedo contestar a
los que me gritan ni a los mendigos suplicándome regalos del Día de la
Generosidad.
La alegría que me
conocías se ha tornado desánimo; las penas han desterrado el regocijo.
Fueron sólo cuatro años
los que Al-Mutamid estuvo encadenado en su mísero cautiverio, los cuales debieron
hacérseles demasiado largos por el sufrimiento padecido, a pesar de recibir
unas pocas visitas de familiares o amigos que le demostraron su verdadera
amistad, como fue el caso del poeta de Denia, Ibn al-Labbana. Años que vivió
sumido en la pobreza, encadenado a la pared de una lúgubre celda, viendo como
su amada Itimad-Rumaykiya y otras de sus mujeres, junto con sus hijas, debían
hilar para tratar de ganarse su sustento. Años en los que la melancolía, la
falta de libertad, la aflicción por los suyos y el recuerdo de sus años en la
corte sevillana le llevaron a escribir bellos poemas llenos de nostalgia y
dolor, como el que le inspiró el paso de las aves que volaban en libertad.
“Lloré el paso de una
bandada de gangas, volando libremente, sin tener que soportar prisión ni
grilletes.
No fue envidia, ¡Dios
me libre!, sino nostalgia de poder ser como ellas.
Poder pasear
libremente, no con todo esturreado, ni con las entrañas rotas de dolor, ni con
los ojos llorosos por la pérdida de los hijos”.
O Aquellos otros que
dedicó al poeta Ibn Hamdis que había tratado de visitarle en su prisión, pero
que no le permitieron hacerlo.
“No te dejaron entrar,
pero no fue por orden mía, por Alá. Atiende mi escusa para que mi alma te
recupere.
Mis nobles acciones no
han cambiado, ni tú me das vergüenza.
Mi suerte cambió por la
horrible mano del destino.
No tengo ni criados
educados ni de confianza con quien despachar mis asuntos personales.
Pero tú eres agua
fresca, único remedio contra la abrasadora sed de mi pecho.
Si yo pudiera beber
vino, vino serías tú para siempre, cuando mi alma deseara la delicia de la vid.
Eres Ibn Hamdis de Sicilia,
el que nos hacía hechizos. ¡Qué lejos esos tiempos hechiceros!.
Y el dedicado al recuerdo de su hijo Abu Amr Abbad, quien
murió, varios años antes, en la defensa de Córdoba cuando ésta fue asaltada por
las huestes del rey al-Mamun de Toledo, según traducción de Miguel Hagerty.
“Lloró la tórtola al
ver a los amados anidados, porque el destino le había arrebatado a su pareja.
Ella lloró sin
lágrimas, pero ni la lluvia supera a las mías.
Lloró su tristeza en
secreto, no reveló ni una letra.
¿Por qué no puedo
llorar? ¿Acaso mi corazón es de piedra? ¡De cuántas piedras brotan ríos!
O los que dedicó a su
hijo Abd al-Yabbar, cuando se enteró de su muerte a manos del ejército almorávide
en el año 1095.
“Así muere la espada
envainada, y deseando la larga palma de mi mano esgrimirla.
Así queda la lanza
sedienta, lista para la batalla. Mi diestra no pudo apagar su sed con sangre.
¿no hay nobleza capaz
de reanimar al [joven] de la recia lanza de todo mal latente?
¿No hay compasión para
el del arco, de gran nostalgia y de gemido débil?
En aquel cautiverio
escribió este poema dedicado a las cadenas que le tenían sujeto a la pared de
su celda, traducción de Miguel Hagerty:
“Cadena mía, ¿no sabes
que soy buen musulmán? [¿Por qué] te niegas a compadecerme y a tener misericordia
de mí?
Mi sangre te sirve de
bebida y ya te has comido de mi carne. ¡No me rompas los huesos!
Me ve [mi hijito] Abu
Hasim aprisionado por ti, y su corazón, destrozado, se parte.
Ten piedad de un niño
perplejo, cuyo corazón no ha tenido miedo de venir a implorar clemencia.
Ten piedad de sus
hermanitas, a las que, como él, has hecho tragar veneno y amargura.
Entre ellas hay algunas
que comprenden algo y temo que el llanto las ciegue.
Las demás [aún] no
pueden comprender nada, pues sólo abren la boca para mamar.”
Algunos historiadores
mantienen que la muerte de su hijo Abd al-Yabbar y la de una hija poco antes
que Al-Mutamid, aceleraron la suya propia, cuya fecha exacta se desconoce pues
las fuentes disiente al respecto, aunque todo parece indicar que la más
probable sea la del 13 de octubre de 1095. Su amada Itimad había fallecido unos
meses antes.
Fue enterrado en lo que
debió ser el cementerio de Agmat, cerca de Itimad, en modestas tumbas cubiertas
por piedras. Hoy su cuerpo reposa en una sepultura dentro de un recinto que fue
erigido en 1970 por la corona marroquí, junto al de su esposa y la de uno de
sus hijos menores, tal vez la hija que murió poco antes que él. En la pared,
frente a la tumba de Al-Mutamid, se encuentra grabada la elegía que él mismo
compuso cuando sintió que su muerte se acercaba. Traducción de Miguel Hagerty.
“Tumba de forastero,
que la llovizna vespertina y matinal te rieguen, ya que has conquistado los
restos de al-Mutamid Ibn Abbad.
Razón, ciencia y
generosidad yacen en ti; abundancia en la sequía y agua para los sedientos.
Lanza, espada y flecha
en el combate; la terrible muerte para el león enemigo.
El destino en venganza,
la mar en generosidad, el plenilunio en la oscuridad, potente orador en
asambleas.
Sí, es cierto. Ha
llegado el decreto celestial y con él, mi muerte.
Antes de ver este
féretro yo no sospechaba que montañas valientes descansaran sobre maderas.
Que esto te baste; sé
amable con la nobleza que te ha sido encomendada; que las ceñudas nubes te
rieguen entre relámpagos y truenos.
Llorando por su
hermano, al que ocultaste de la lluvia, bajo esta lápida, con lágrimas
vespertinas y matinales.
¡Que jamás terminen las
bendiciones de Alá sobre tu sepultura, incontables veces, para siempre!.”
Así terminaba la vida de aquel rey admirado por su pueblo y odiado por los reyes de otras taifas, y cuya figura aún levanta controversias entre seguidores y detractores, pero que elevó a Sevilla a las más altas cumbres de la cultura, sobresaliendo por encima de cualquier otra ciudad no sólo de España, sino de Europa.
Así terminaba la vida de aquel rey admirado por su pueblo y odiado por los reyes de otras taifas, y cuya figura aún levanta controversias entre seguidores y detractores, pero que elevó a Sevilla a las más altas cumbres de la cultura, sobresaliendo por encima de cualquier otra ciudad no sólo de España, sino de Europa.
ejército almorávide.
La sangrienta y
despiadada toma de Sevilla por los almorávides, trajo grandes cambios tanto en
la vida de sus habitantes como en la configuración de la ciudad. Mas ¿quiénes eran
aquellos almorávides? Remontándonos unos siglos atrás, cuando las campañas
musulmanas de árabes y sirios inician su expansión hacia el norte de África,
incorporan a sus ejércitos, tras una cierta islamización, a las belicosas
tribus bereberes, un conjunto de etnias autóctonas cuyos orígenes se pierden en
la memoria de la historia. Esta masiva incorporación de nuevos pueblos y tribus
a los ejércitos árabes, les obligaba a buscar nuevos dominios. La obtención de
riquezas a través del botín obtenido en el dominio de nuevos territorios, era
la única manera de mantener fieles a aquellas nuevas tribus conquistadas y
convertidas al islam, y que sus conquistas no fueran rechazadas por aquellas
tribus bereberes en continuas luchas entre ellas por controlar las rutas
transaharianas que unían el centro de África con el Mediterráneo, como era el
caso de Sidjilmasa y Audoghast. Fue en Sidjilmasa, una ciudad base del comercio
entre la zona subsahariana de África y el Mediterráneo, donde se conoce el
origen de quienes después serían conocidos como los almorávides. Sidjilmasa
venía siendo objeto de deseo de todas las dinastías musulmanas y escenario
permanente de enfrentamientos entre las distintas concepciones del islam (chiíes,
jarichíes y suníes), así como de luchas entre tribus bereberes.
A la izquierda, la imagen de Yahya Ibn Ibrahim.
A la derecha, Abdallah Ibn Yasin
Fue en Sidjilmasa donde
surgió un movimiento radical islamita propiciado por Yahya Ibn Ibrahim, de la
tribu de los Lamtunas, quien, tras su regreso de una peregrinación a La Meca, entró
en contacto con Abdallah Ibn Yasin, un bereber que había sido instruido en la
escuela Maliki de jurisprudencia del islam sunni, con el fin de que diera a
conocer los principios del islam entre los bereberes de Sidjilmasa. La severidad
de aquella interpretación de la doctrina islámica fue rechazada por los
bereberes y tuvieron que retirarse de aquella ciudad. Huyeron hacia Senegal
donde fundaron un monasterio-fortaleza que dio nombre al movimiento: “al-Morabitun”
(los que viven en el convento) de donde procede el nombre de almorávides. La
unión con otro clan bereber, los lemtas, contribuyó al fortalecimiento del
grupo. La rudimentaria cultura de aquellos clanes bereberes absorbía con
facilidad el mensaje sencillo y austero que lanzaban los predicadores del nuevo
movimiento almorávide. Mas el objetivo de ellos iba mucho más allá de la
conversión de los pueblos bereberes, pretendían la regeneración del islam cuyo
cumplimiento entre los árabes se había relajado, y acabar con los infieles que
no aceptaban la religión del Islam. Aunque detrás de esas ideas religiosas
existía el interés material por el dominio de lugares estratégicos para el
control de la economía y riqueza del territorio africano, de ahí que su interés
de conquista se dirija hacia Sidjilmasa, que, como hemos señalado, era desde
donde se controlaba la ruta del oro y la sal. Tras su conquista se dirigen a
Fez, la que ocupan en 1063, masacrando a sus ciudadanos en la toma de la
ciudad. Fez era la gran competidora de Sidjilmasa como centro de comercio. En
1062 habían fundado la ciudad de Marrakech, que se convertiría en la capital de
su imperio.
Con la conquista de Audoghast, acaecida en 1054, según Al-Bakir,
historiado hispano-árabe nacido en Huelva, y coetáneo de los almorávides, quien
describe lo ocurrido en Audogbast pocos años antes de su narración en estos
términos:
“En el año 1054, Abd
Allah Ibn Yasin invadió la ciudad de Audogbast, una localidad próspera y
grande con mercados, y donde abundan las palmeras y los árboles de henna… Esta
ciudad solía ser la residencia del rey de Ghana… Los almorávides entraron en la
ciudad violando a las mujeres y repartiéndose el botín obtenido entre ellos…
Los almorávides atacaron el pueblo Audogbast porque ellos reconocían la
autoridad del rey de Ghana…”
Yusuf ibn Tasufin, emir de los almorávides.
De esta manera, los
clanes bereberes que conformaban los almorávides, dominaron un territorio
africano que contenía las rutas más importantes para el comercio y la riqueza.
Sólo les quedaba conquistar los apetecibles territorios de Al-Andalus, y eso se
lo posibilitó las rencillas entre los distintos reinos de taifa del mismo. En
el año 1090, con el beneplácito de los religiosos musulmanes que habían emitido
una fatwa que le permitía, desde el punto de vista de la jurisprudencia islámica,
la ocupación de Al-Andalus, a la vez que le reverenciaban con el título de Amir
al-Muminin (Príncipe de los Creyentes), Yusuf Ibn Tasufin desembarca en
Algeciras para emprender la conquista definitiva de Al-Andalus.
Centrándonos en lo que
concierne a la historia de Sevilla, la presencia de los almorávides en ella,
como decíamos, trajo profundos cambios en la configuración de la ciudad. Tras
la muerte de Yusuf ibn Tasufin, en 1106, le sucedió su hijo Ali ibn Yusuf,
quien al principio continuó la política expansionista de aquel, alcanzando en
1130 la máxima expansión territorial en la Península. El 29 de mayo de 1108,
las fuerzas almorávides se enfrentaron a las castellanas en la batalla de Uclés,
donde aquellas resultaron victoriosas y en la que a consecuencia de las heridas
sufridas falleció el infante Sancho Alfónsez, hijo del rey Alfonso VI y de
Zaida, la nuera que había sido de Al-Mutamid.
Plano de los trazados de las murallas de Sevilla. En azúl el correspondiente
a la muralla romana. En marrón claro, el recorrido de la muralla almorávide,
en el que se destaca, en marrón oscuro, el trozo de muralla preservada.
En fechas posteriores,
diversas expediciones de los reyes castellanos y aragoneses sobre territorios
de Al-Andalus, y en especial sobre Sevilla, aunque se contuvo el avance
cristiano, obligó a los almorávides a reformar o construir las fortificaciones
de las ciudades de sus dominios. Es así como, siendo cadí de la ciudad de
Sevilla Abu Bark Muhammad Ibn al-Arabi, nacido en esa ciudad el 30 de marzo de
1075, de una familia de altos funcionarios de la corte de Al-Mutamid, bajo su
dirección se realizó el trazado y la construcción de la muralla que en la
actualidad pone límite al casco antiguo de Sevilla. En aquellas fechas los
límites de la ciudad los establecía la muralla, una construcción a base de cal,
arena y guijarros que se extendía a lo largo de unos seis kilómetros en forma
oval. Y en la parte exterior de ella corrían los dos ríos sevillanos, el
Guadalquivir y el Tagarete. Aquel discurría por el oeste de la ciudad, mientras
el arroyo del Tagarete lo hacía por el este y el sur. Hoy este arroyo ya no
puede verse pues fue cubierto y desviado a lo largo de los siglos. Dicha
muralla ha sido restaurada y reformada en diversas ocasiones, por lo que pocos
son los restos originales que hoy se pueden ver de ella. Aunque existen otras
hipótesis que defienden que la muralla de Sevilla es de origen almohade, lo que
realmente estos hicieron en ella fue reforzarla y construir el foso defensivo
que la rodeaba. A quienes estén interesados en conocer la historia de la
muralla de nuestra ciudad, les remito al, para mí excelente artículo, de Daniel
Jiménez Maqueda, quebajo el título “Algunas precisiones cronológicas acerca de
las murallas de Sevilla”, aparece en un documento pdf en internet.
Abu Bark Ibn al-Arabi,
aparte de un gran dirigente político, demostró sus especiales cualidades como
pedagogo, adelantándose mucho a sus tiempos. Basta para ello conocer sus ideas
sobre lo que debería ser la educación de los niños. Él mantenía la poca
utilidad de comenzar la formación de los mismos con la enseñanza del Corán, ya
que el niño lo aprende de memoria sin llegar a comprenderlo, como ocurre,
normalmente, con las palabras que escucha en su vida diaria, las que, en muchos
casos, tampoco comprende por hallarse fuera del contexto de su propia vida. Por
eso proponía que la enseñanza infantil debería comenzar con la asignatura de
lengua y con contenidos que entren dentro del campo de interés del alumno.
Insistía, además, en la importancia del cálculo y las matemáticas como forma de
entrenar la mente y ejercer la comprensión. Ibn al-Arabi murió a finales de
1148, en Fez, cuando regresaba de realizar una misión diplomática ante las
nuevas autoridades almohades.
Aquellos bereberes del
desierto, con rostro semicubierto, rudos, puritanos en sus planteamientos
religiosos, pronto se vieron conquistados por el encanto de Sevilla, y de conquistadores
pasaron a ser conquistados, como ya había ocurrido en otras ocasiones y se
volvería a repetir en épocas posteriores.
Una vez asentadas sus
conquistas, como suele suceder con todas las teocracias, la seducción por el
poder, las riquezas y el lujo, influyeron de tal modo en aquellos que pretendían
que los conquistados adoptaran un modo de vida más riguroso, que los impuestos
oficiales ya no eran suficientes para mantener su ritmo de conquistas y vida,
por lo que las subidas de impuesto se impuso de nuevo en las ciudades. Las
revueltas contra esta situación volvieron a surgir entre los habitantes de
Al-Andalus, y las disputas entre los gobernadores de las plazas volvieron a hacerse
presentes, lo que llevaría a la aparición de lo que se conoce como “segundos
reinos de taifa”, desmoronándose así el imperio almorávide que sólo duró 55 años
y 4 meses, y durante los cuales Sevilla vio sucederse hasta 14 gobernadores
directamente emparentados con la familia Tasufin.
Continuará: Cuando el pasado se hace presente (11): Los almohades
Continuará: Cuando el pasado se hace presente (11): Los almohades
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